Vivo... de milagro

El doctor Jones estaba revisando los análisis de sangre que le habían hecho al paciente en la mañana, aunque había tenido un intento de despertarse al parecer todavía no estaba completamente restablecido.

Sabía que el teniente Landon era sensible a la anestesia, pero no había tenido más remedio que usarla y en cantidades ingentes para poder operarlo con cierto margen de seguridad, porque cuando el Teniente Robert Landon llegó a la sala de urgencias del Hospital Metropolitan, donde estaba trabajando esa noche era solo un poco más que un cadáver.

Solo supo que estaba muy mal herido y que el Comisario Arnold lo llamó para avisarle que estuviera pendiente de él, pero nunca se imaginó que éste estuviera tan mal, tenía tantas heridas de bala que era difícil identificar cuál era la que más comprometía su vida.

Tenía dos heridas rasantes en la cabeza, y una herida en el cuello que había pasado a milímetros de la arteria carótida así que no representaba mucho peligro, pero de allí hacia abajo la cosa se volvía caótica, tenía mas de doce heridas en el tórax y abdomen, aparte de un número similar en brazos y piernas. Él, con otro par de médicos, comenzaron revisando las más críticas.

Y después de dos horas de batallar con las hemorragias, colocarle transfusiones de sangre en abundancia, y rescatarlo de dos paros cardíacos, por fin los médicos se sentaron a descansar un rato.

Cuando el comisario Arnold llegó al hospital los doctores acababan de terminar de suturar al Teniente Landon y las enfermeras habían salido, solo estaba el doctor Jones y uno de los que lo estaban asistiendo, pero este se levantó cuando entró el comisario y anunció que iría a lavarse y a tomar un café.

—Hola Doc —lo saludó el comisario— ¿Cómo está mi hombre?

—Bastante débil, amigo. Me preocupa la resistencia de su organismo, mientras lo traían los paramédicos sufrió dos infartos, a eso súmale dos infartos mientras lo estábamos interviniendo para extraerle un par de balas bastante mal ubicadas, una en el hígado y otra al lado del estómago con algo de lesión en la arteria estomacal, si la dejábamos allí podría provocar una hemorragia fatal.

—Pero, ¿hay esperanza de vida? 

—Muy poca, al decir de mis colegas no pasará la noche —dijo el doctor mirándolo a los ojos directamente.

—Hmmm, me extrañaría más bien si no sobreviviera, es único.

—Eso es lo que le ha permitido mantenerse con vida, creo que cualquier otro, con esa cantidad de heridas y lesiones, no hubiera sobrevivido —le dijo el galeno.

—En ese caso creo que eso nos beneficiará —dijo el comisario misteriosamente.

—¿Qué quieres decir, Arnold? —dijo el doctor Jones intrigado.

—Los que han hecho esto, doc, no cesaran en sus esfuerzos hasta acabar lo que han comenzado —le dijo con tono grave y serio.

—¿Entonces en qué estás pensando? —preguntó.

El comisario Raymond Arnold se quedó pensando mientras miraba a su mejor hombre tendido en la camilla, casi sin vida. Luego concentró sus pensamientos por unos momentos y luego dió una cabezada aprobatoria, como si se aprobara a sí mismo o a la idea que se le había ocurrido.

—Necesito que lo declares muerto, doc —pronunció estas palabras lentamente, como para que el doctor las fuera entendiendo una a una.

—¿Pero, cómo? Si todos saben que ya está a salvo, por lo menos por ahora.

—Exactamente, por ahora. ¿Y quienes son todos?

—Los dos doctores asistentes, las dos enfermeras.

—¿Y dónde están los doctores?

—Uno terminó la guardia y debe estar de camino a casa, el otro tomando un café en el primer piso.

—¿Las enfermeras son confiables?

—Sí, por supuesto, son chicas honestas y han trabajado conmigo en los últimos diez años.

—Bien, haga lo que le digo, llamaré al doctor Geofrey, el forense, para que venga de inmediato con la ambulancia del departamento.

—Entiendo lo que quiere hacer comisario —dijo con cara de entendimiento— Lo haré de inmediato. Lo cubriré por completo con la sábana.

—Gracias, Doc. Ahora solo resta conseguir un lugar para llevarlo.

—Es un grave riesgo, Arnold, dejarlo sin atención y buenos equipos médicos.

—¿Qué me sugieres?

—Llevemoslo a la clínica Montpellier, allí no harán preguntas indiscretas, es una clínica de observación para casos extraños con acceso sumamente restringido, todo el personal es de mucha confianza. —dijo el médico con los ojos brillantes.

—Excelente, Doc. Para allá lo llevaremos, ¿Tú puedes recibirlo?

—Sí —dijo y luego le dirigió una inteligente mirada al comisario— ¿Lo ingresamos con sus datos reales?

—No, deja que de eso me encargo yo —De pronto se detuvo unos segundos y continuó— Regístralo como Steve Lonergan, yo me encargo de lo demás.

Salió de inmediato y allí lo esperaba medio departamento de policía y un buen número de reporteros de prensa, les pidió silencio a todos y con la mejor cara de tristeza y severidad mezcladas les anunció:

—Lamento profundamente comunicarles que el Teniente Robert Landon acaba de fallecer.

Todos los policías pusieron cara de tristeza, Landon era un gigante y un ejemplo para ellos, los periodistas se lanzaron a hacer preguntas que el comisario respondió apropiadamente.

—Y el doctor les dará los detalles técnicos —terminó diciendo mientras buscaba a alguien con la mirada, cuando lo vió hizo unas señas y el hombre se acercó.

El comisario lo tomó por los hombros y se lo llevó a las escaleras de incendio donde nadie pudiera escucharlos.

—Carmichael, necesito que hagas algo urgente.

—Dígame comisario —el hombre tenía cara de muy inteligente, había sido un gran falsificador con una organización criminal, pero cuando lo capturaron, el entonces teniente Arnold lo reclutó para la policía, era un experto para identificar falsificaciones de documentos legales y de identidad.

—Necesito un pasaporte, licencia y número de seguro social para un tal Steve Lonergan, de Wichita, Texas. ¿Qué tan rápido puede conseguirlo?

—Tengo unos chicos que me lo pueden tener listos en un par de horas, comisario, imagino que usted proporcionará las fotos. ¿Le sirve así?

—Por supuesto, encargarás la licencia primero y pondrás una foto del difunto pero un poco modificada, ¿me entiendes? —cuando el hombre asintió hizo otra pregunta— ¿cuánto efectivo necesitas?

El llamado Carmichael dio una cifra y el comisario dijo que fuera e hiciera el encargo y pasara en media hora por su oficina. El hombre no hizo ni la menor pregunta y salió delante del jefe policial, un par de horas después Steve Lonergan cobraba vida.

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