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Mi corazón solo late por ti
Mi corazón solo late por ti
Por: J.D Anderson
Capítulo: ¡Ella es la culpable!

Elisa conducía su auto rumbo a casa, era un día cotidiano, estaba a punto de abrir su propia boutique de modas, era diseñadora.

Comenzaría su negocio, estaba emocionada.

Se sentía afortunada, después de todo, parecía tener buena suerte; un esposo perfecto con quien recién se había casado tras dos años de relación, un buen trabajo, y salud. ¿Qué más podía pedir a la vida?

Una llamada resonó, contestó en altavoz para no perder de vista el camino.

—Hola, cariño, ¿Cómo estás? —exclamó

—¿Dónde estás tú, Elisa?

—Voy rumbo a casa, terminé de negociar la renta del local, cariño, ¿y tú?

—Elisa, ¡ven por mí! Estoy en el edificio, sube a la azotea, ¡es urgente! —exclamó con la voz cargada de angustia.

—Amor, ¿sucede algo?

—Elisa, solo ven rápido, aquí hablaremos, debo decirte algo muy grave.

—¿Lisardo, me asustas?

—Tranquila, amor, te amo, no lo olvides, solo date prisa.

—Te amo, cariño, llegó pronto.

Elisa colgó la llamada, condujo más apurada.

Cuando llegó al edificio, ya comenzaba el atardecer.

Bajó del auto, y notó el lugar desolado. Su esposo era arquitecto, él diseñó aquel edificio, y sus empleados estaban construyéndolo.

Elisa subió por la escalera, eran casi cinco pisos, pero no le importaba, iba lentamente, tenía buena condición física.

Cuando estaba por llegar, escuchó unas voces, apenas y distinguió lo que decían.

—¡Está hecho! Sí, la mujer viene en camino, será culpada…

Elisa llegó hasta la azotea, sintió que alguien la empujó, era un hombre de chaqueta negra, y capucha en la cabeza, pero ella pudo ver sus ojos oscuros, fue un solo segundo.

—¡Tenga cuidado!

Un segundo después escuchó los pasos del hombre corriendo y bajando la escalera.

—¡Qué grosero! —murmuró

Elisa sintió un frío en su estómago, tuvo un mal presentimiento.

Miró, alrededor, buscaba a su marido.

—¿Lisardo?

Un grito sordo se escuchó y asustó a la mujer.

—¡Ayuda! ¡Está muerto! —gritaban.

Elisa corrió hasta la orilla de la azotea, necesitaba saber de dónde provenían las voces dramáticas que gritaban hasta abrumarla.

Se acercò hasta ese lugar y lo que vio hizo que su corazón se oprimiera como si llevará una losa de concreto encima.

Un hombre estaba sobre el suelo, parecía haber caído desde donde ella estaba, mientras tres hombres estaban a su alrededor, ella no podía ver su cara.

—¡Dios mío! —exclamó con la mano en el pecho.

Los hombres se apartaron, y ella pudo ver a plenitud. Un grito desgarró su garganta.

—¡Lisardo! ¡No!

Elisa corrió deprisa, parecía perseguida por el diablo, descendió casi mil escalones sin importar, uno de sus zapatos salió cuando casi tropezaba, no le importó, quería llegar y ver a su amado.

Las lágrimas mojaban su rostro y un nudo apresaba su garganta, su cuerpo temblaba.

Se negó a pensar que él estuviera muerto, omitió sus pensamientos lógicos; luchando por llegar abajo.

Cuando al fin llegó hasta él, observó con horror a su esposo ahí, tendido en el suelo. Había sangre debajo de su cabeza.

Elisa cayó de rodillas, sollozando.

—¡Lisardo, resiste, mi vida, ya viene la ambulancia!

Un hombre asintió.

—¡Ya viene la ambulancia!

Ella tomó su mano, la besó, pero el hombre tenía ojos cerrados.

—No lo mueva, esperemos a los paramédicos.

Elisa sollozaba sin control, era como una pesadilla, repetía su nombre sin control.

—¡Fuiste tú! Farsante, lloras, pero te vi cuando lo empujaste sin piedad.

Elisa miró al hombre, confusa, sin entender lo que decía, negó. Estaba tan aturdida que sus palabras no tenían sentido.

—¡Fue ella! ¡Ella mató al hombre! —gritó ese cuarto hombre que recién llegaba, los otros hombres estaban perplejos, diciendo que ellos solo vieron ese cuerpo tirado ahí.

—¡Él es mi esposo! Yo no fui, ¡soy inocente! ¿Cómo podría hacer algo así?

—¡Desgraciada, mujer! Era tu esposo, no tuviste piedad.

—¡¿Qué dices?! Mi esposo vive, mi esposo no morirá, ¡soy inocente!

La ambulancia llegó, los paramédicos bajaron y revisaron al hombre.

—¿Está vivo? ¡Digan que está vivo! —gritó Elisa, sollozando

—Su corazón late, pero está muy herido, no se sabe si sobrevivirá…

—¡Es mi esposo! Deben salvarlo, tengan piedad.

Los paramédicos subieron a Lisardo a la camilla, Elisa corrió tras él.

La policía había llegado, se acercaron, cuando el hombre gritó.

—¡Fue esa mujer! ¡Ella empujó a su esposo desde la azotea del edificio! ¡Ella intentó matarlo!

Los ojos de Elisa miraron al hombre, con incredulidad.

Los policías se acercaron a ella, como cazadores a una presa.

—Señora, tiene que acompañarnos a la delegación.

—¡No! Debo ir con mi esposo, ¡mi esposo está muy mal, debo estar con mi Lisardo!

Los hombres sujetaron a Elisa, ella suplicó, se negó, fue inútil, la mujer fue llevada al auto de policías, mientras veía como el hombre que amaba era llevado de su lado.

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