Elisa conducía su auto rumbo a casa, era un día cotidiano, estaba a punto de abrir su propia boutique de modas, era diseñadora.
Comenzaría su negocio, estaba emocionada.
Se sentía afortunada, después de todo, parecía tener buena suerte; un esposo perfecto con quien recién se había casado tras dos años de relación, un buen trabajo, y salud. ¿Qué más podía pedir a la vida?
Una llamada resonó, contestó en altavoz para no perder de vista el camino.
—Hola, cariño, ¿Cómo estás? —exclamó
—¿Dónde estás tú, Elisa?
—Voy rumbo a casa, terminé de negociar la renta del local, cariño, ¿y tú?
—Elisa, ¡ven por mí! Estoy en el edificio, sube a la azotea, ¡es urgente! —exclamó con la voz cargada de angustia.
—Amor, ¿sucede algo?
—Elisa, solo ven rápido, aquí hablaremos, debo decirte algo muy grave.
—¿Lisardo, me asustas?
—Tranquila, amor, te amo, no lo olvides, solo date prisa.
—Te amo, cariño, llegó pronto.
Elisa colgó la llamada, condujo más apurada.
Cuando llegó al edificio, ya comenzaba el atardecer.
Bajó del auto, y notó el lugar desolado. Su esposo era arquitecto, él diseñó aquel edificio, y sus empleados estaban construyéndolo.
Elisa subió por la escalera, eran casi cinco pisos, pero no le importaba, iba lentamente, tenía buena condición física.
Cuando estaba por llegar, escuchó unas voces, apenas y distinguió lo que decían.
—¡Está hecho! Sí, la mujer viene en camino, será culpada…
Elisa llegó hasta la azotea, sintió que alguien la empujó, era un hombre de chaqueta negra, y capucha en la cabeza, pero ella pudo ver sus ojos oscuros, fue un solo segundo.
—¡Tenga cuidado!
Un segundo después escuchó los pasos del hombre corriendo y bajando la escalera.
—¡Qué grosero! —murmuró
Elisa sintió un frío en su estómago, tuvo un mal presentimiento.
Miró, alrededor, buscaba a su marido.
—¿Lisardo?
Un grito sordo se escuchó y asustó a la mujer.
—¡Ayuda! ¡Está muerto! —gritaban.
Elisa corrió hasta la orilla de la azotea, necesitaba saber de dónde provenían las voces dramáticas que gritaban hasta abrumarla.
Se acercò hasta ese lugar y lo que vio hizo que su corazón se oprimiera como si llevará una losa de concreto encima.
Un hombre estaba sobre el suelo, parecía haber caído desde donde ella estaba, mientras tres hombres estaban a su alrededor, ella no podía ver su cara.
—¡Dios mío! —exclamó con la mano en el pecho.
Los hombres se apartaron, y ella pudo ver a plenitud. Un grito desgarró su garganta.
—¡Lisardo! ¡No!
Elisa corrió deprisa, parecía perseguida por el diablo, descendió casi mil escalones sin importar, uno de sus zapatos salió cuando casi tropezaba, no le importó, quería llegar y ver a su amado.
Las lágrimas mojaban su rostro y un nudo apresaba su garganta, su cuerpo temblaba.
Se negó a pensar que él estuviera muerto, omitió sus pensamientos lógicos; luchando por llegar abajo.
Cuando al fin llegó hasta él, observó con horror a su esposo ahí, tendido en el suelo. Había sangre debajo de su cabeza.
Elisa cayó de rodillas, sollozando.
—¡Lisardo, resiste, mi vida, ya viene la ambulancia!
Un hombre asintió.
—¡Ya viene la ambulancia!
Ella tomó su mano, la besó, pero el hombre tenía ojos cerrados.
—No lo mueva, esperemos a los paramédicos.
Elisa sollozaba sin control, era como una pesadilla, repetía su nombre sin control.
—¡Fuiste tú! Farsante, lloras, pero te vi cuando lo empujaste sin piedad.
Elisa miró al hombre, confusa, sin entender lo que decía, negó. Estaba tan aturdida que sus palabras no tenían sentido.
—¡Fue ella! ¡Ella mató al hombre! —gritó ese cuarto hombre que recién llegaba, los otros hombres estaban perplejos, diciendo que ellos solo vieron ese cuerpo tirado ahí.
—¡Él es mi esposo! Yo no fui, ¡soy inocente! ¿Cómo podría hacer algo así?
—¡Desgraciada, mujer! Era tu esposo, no tuviste piedad.
—¡¿Qué dices?! Mi esposo vive, mi esposo no morirá, ¡soy inocente!
La ambulancia llegó, los paramédicos bajaron y revisaron al hombre.
—¿Está vivo? ¡Digan que está vivo! —gritó Elisa, sollozando
—Su corazón late, pero está muy herido, no se sabe si sobrevivirá…
—¡Es mi esposo! Deben salvarlo, tengan piedad.
Los paramédicos subieron a Lisardo a la camilla, Elisa corrió tras él.
La policía había llegado, se acercaron, cuando el hombre gritó.
—¡Fue esa mujer! ¡Ella empujó a su esposo desde la azotea del edificio! ¡Ella intentó matarlo!
Los ojos de Elisa miraron al hombre, con incredulidad.
Los policías se acercaron a ella, como cazadores a una presa.
—Señora, tiene que acompañarnos a la delegación.
—¡No! Debo ir con mi esposo, ¡mi esposo está muy mal, debo estar con mi Lisardo!
Los hombres sujetaron a Elisa, ella suplicó, se negó, fue inútil, la mujer fue llevada al auto de policías, mientras veía como el hombre que amaba era llevado de su lado.
Elisa estaba en una celda, gritaba y lloraba, pero nadie le hacía caso, las otras personas la miraban, pero ella estaba maltrecha, su rostro demacrado, sus ojos hundidos y rojos, no llevaba un zapato, su corazón estaba destrozado.Un guardia se acercó.—¡Por favor, le suplico, déjeme saber de mi esposo! Él está grave en un hospital.—No puede.—¡Tengo derecho a una llamada! ¿Es verdad?El hombre la miró, asintió, la dejó salir y la dirigió hacia el teléfono.Las manos de Elisa temblaban, llamó a su padre, era su único familiar, cuando él respondió y la escuchó tan alterada, prometió que iría al hospital y luego a verla.No la calmó, Elisa sabía que su padre no se preocupaba por ella o Lisardo, pero ahora era su única esperanza.Volvió a la celda, pero unos guardias interrumpieron su paso.—Esta mujer debe ir a declarar.Elisa sintió miedo. Fue llevada hasta una sala vacía.La sentaron en una silla, frente a ella había una ventana de vidrio, luego dos hombres con gestos severos entraro
Una semana después.Elisa estaba ante el juez, no había nadie a su lado, su padre jamás estaría ahí, menos después de lo que pasó.El juez dictó la sentencia. Ella escuchó con claridad.—Se declara a Elisa Expósito culpable, se les condena a siete años de prisión.Elisa dio un traspié, estuvo a punto de desmayarse, pero los guardias la llevaron de ahí con rapidez que nada supo hacer.Estaba rota por dentro, ni siquiera podía llorar.La subieron a un vehículo, y le dijeron que sería traslada a la cárcel de Montaña Blanca, no puso objeción, parecía un maniquí que era llevado de un lado a otro.Cuando llegó a ese lugar, le pareció siniestro, falto de color. No era, como en las peores películas, un lugar violento con mujeres peleando, odiándose o maldiciendo. Pero, había silencio, uno incómodo, personas que la miraban, y murmuraban, pero nadie vino a golpearla, nadie vino a insultarla.Con el tiempo, Elisa supo quién era la líder, qué cosas debía hacer para no caer en problemas, también e
Al día siguienteElisa fue hasta esa empresa, estaba ubicada en el centro de la ciudad, y era una zona elegante.Estaba nerviosa, no había una sola razón para estar ahí, y estaba convencida de que pasar la seguridad del rascacielos sería imposible.Tal como lo predijo, no le dejaron entrar, le indicaron que necesitaba una cita para ver al señor Moctezuma.Elisa estaba resignada, casi a punto de irse, cuando escuchó su nombre.—¿Elisa?Sonrió con esperanza.—Licenciado Rafael.—¿Qué haces aquí? —el hombre estaba sorprendido de verla ahí.—Yo… he venido a ver al señor Moctezuma, quiero saber qué le hizo a mi marido.Rafael la apartó lejos del edificio.—Elisa, recuerda que ellos son muy poderosos, además, ese hombre no está aquí.—¡Necesito verlo, entiéndame!Rafael lanzó un suspiro.—Lo único que puedo decirte es que hoy estará en el club libanés, es una fiesta de socios —el hombre le prestó su tarjeta de acceso—. Lleva esto, diles que vas de mi parte.Elisa sonrió.—Gracias, licenciad
Elisa tenía ojos enormes, y su cuerpo temblaba, no entendía lo que pasaba, pero era verdad, ese hombre, frente a ella, tenía el mismo rostro que Lisardo Expósito.«¿Qué es esto? ¡No puede ser! ¿Acaso, Lisardo no murió?», pensó con desesperación.—¿Qué haces aquí, mujer? ¡Esto debe ser una maldita broma! ¿Piensas que es así como puedes seducir a un millonario? —exclamó el hombreElisa frunció el ceño, con desconcierto, este hombre ni siquiera parecía reconocerla como su esposa, ¿tenía amnesia? ¿O acaso estaba fingiendo?Ella sintió que un impulso frenético la dominó.«Si es Lisardo, puedo tener una prueba de que lo es», pensóLa mujer se abalanzó sobre el hombre, tomándolo desprevenido, cuando menos pensó, sintió las pequeñas manos de la mujer sobre su pecho, ella intentaba abrir los botones de su camisa, con tal fuerza sorprendente, que incluso logró arrancar varias botones de su saco, hasta que por fin el hombre sostuvo con fuerza sus manos y la detuvo.—Pero ¡¿Qué demonios haces?!
Quince días después, el vestido estuvo listo.Elisa tuvo que asistir a la casa de Clara Pons y ayudarla a vestirse.Todo estaba listo para la boda.Clara, la prometida de Leander, se miró al espejo, el vestido le quedaba casi dibujado al cuerpo, sonrió, pero sus ojos denotaban amargura.—¿Está bien, señorita? —exclamó Elisa, al notarlo.Clara asintió, Elisa no le creyó.—Puedes irte mujer.—¿En qué iglesia será su boda, señorita? Seguro de que será en la más lujosa de la ciudad.—Sí, es la Catedral, ahora vete, debo ir a mi boda.Elisa salió de ahí, pero tenía un plan en su mente, estaba bien vestida.—Iré a la iglesia —murmuró, pensó en lo que hacía, pero no escuchó sus advertencias.***Dos horas después estaba en la iglesia.Fue de las últimas en entrar, pero se coló con un montón de gente, y se quedó en una banca atrás, por lo que su presencia no llamó la atención.Esa gente era elegante, eran millonarios, ella desentonaba, pero no se dio por aludida.Esperaban a la novia, y supo
En el hospitalLeander fue llevado a urgencias, debían revisarlo.Cuando preguntaron a Elisa por la familia del hombre, ella no supo responder.Al final, pudieron localizar a su familia.Elisa esperó, sabía que debía irse, pero, aunque su razón le decía que se marchara, algo en su interior la detenía.—¿Puedo verlo?La enfermera dijo que sí.—Está sedado, pero puede verlo.Elisa entró en la habitación, apenas abrió la puerta, pudo verlo. Recordó a su esposo herido, sintió escalofríos.Se adentró a la habitación, se acercó y lo observó.«Es como si fuera él, pero… No estoy segura…», pensó con nostalgia.El corazón de Elisa dio un salto.La puerta se abrió, la misma mujer de la iglesia entró.—¿Quién eres tú, mujer? ¿Qué haces con mi hijo?Elisa se puso nerviosa.—Yo… lo encontré herido en un bar, lo traje al hospital.Sonia la miró con ojos recelosos.—Has hecho suficiente —dijo Sonia, la madre de Leander—. ¿Cuánto te debo? —la mujer quiso pagarle—¡No me debe nada!Sonia la miró de ar
Al día siguiente.Elisa se levantó muy temprano, fue y compró un vestido de novia y renunció a la boutique.Aunque la dueña se molestó, poco le importó, incluso aunque no le pagara, sin embargo, no quiso decirle sobre que se casaría.Las horas avanzaron rápido, mientras se arreglaba.Estaba nerviosa, una vez lista llamaron a su puerta, eso la asustó.Al abrir la puerta, encontró a un chofer.—El señor Moctezuma me envió por usted.Elisa se sorprendió, porque no creyó que èl supiera donde vivía. Sin embargo, aceptó ir con ese hombre.El corazón de Elisa latía con fuerza, miró por la ventana, iba a su propia boda, pero no se sentía feliz, ahora se casaría con un hombre idéntico a Lisardo, pero no estaba segura de quién era ese hombre.***En la iglesia.Todo estaba listo, Leander estaba al pie del altar, las mismas personas que estuvieron antes, asistieron, todos estaban sorprendidos, y asistieron más por curiosidad que por la felicidad de los novios, nadie podía creer que Leander Mocte
Dentro del auto, Elisa iba en completo silencio, no se atrevía siquiera a ver a su nuevo marido.Su corazón temblaba, creía que, justo ahora, podría saber si ese hombre era el esposo que tanto amaba, o un simple desconocido.—Pronto llegaremos, finge una gran sonrisa ante todos, y si preguntan por cómo nos conocimos, diles que fue un amor reciente, a primera vista, no aceptes ser una amante.—No soy una amante —sentenció la mujer.Leander la miró de reojo.—Lo sabemos, nos queda claro que no eres nadie.El corazón de Elisa latió al ver su cara frente a ella, y escuchó su voz severa, pero no dijo nada más.Pronto llegaron a esa hacienda, era un lugar de verdad lujoso, incluso, aunque era casi a las afueras de la ciudad. Era propiedad de la familia Moctezuma.Una gran comitiva de gente ya estaba ahí, todos eran desconocidos para Elisa.Los llevaron a un salón lejano. Leander bebió un sorbo de agua; apenas llegaron, una sensación incómoda invadió a Elisa, estaba pro preguntarle por qué no