Inicio / Romántica / Mi corazón solo late por ti / Capítulo: Falsa declaración.
Capítulo: Falsa declaración.

Elisa estaba en una celda, gritaba y lloraba, pero nadie le hacía caso, las otras personas la miraban, pero ella estaba maltrecha, su rostro demacrado, sus ojos hundidos y rojos, no llevaba un zapato, su corazón estaba destrozado.

Un guardia se acercó.

—¡Por favor, le suplico, déjeme saber de mi esposo! Él está grave en un hospital.

—No puede.

—¡Tengo derecho a una llamada! ¿Es verdad?

El hombre la miró, asintió, la dejó salir y la dirigió hacia el teléfono.

Las manos de Elisa temblaban, llamó a su padre, era su único familiar, cuando él respondió y la escuchó tan alterada, prometió que iría al hospital y luego a verla.

No la calmó, Elisa sabía que su padre no se preocupaba por ella o Lisardo, pero ahora era su única esperanza.

Volvió a la celda, pero unos guardias interrumpieron su paso.

—Esta mujer debe ir a declarar.

Elisa sintió miedo. Fue llevada hasta una sala vacía.

La sentaron en una silla, frente a ella había una ventana de vidrio, luego dos hombres con gestos severos entraron.

Se sentaron frente a ella.

—Hay un testigo que afirma que usted discutió con su esposo y aprovechando su descuido, lo empujó desde lo alto de la azotea.

Elisa les mirò con ojos tan grandes como incrédulos.

—¿Qué? ¿Es un tipo de broma? —exclamó y las lágrimas rodaron por su rostro.

—No estamos bromeando, señora, ¡es mejor que confiese! —gritó un hombre y golpeó la mesa.

Ella negó, asustada.

—¡Soy inocente! No hice nada… Mi esposo me llamó, hace unas horas, me pidió que fuera por èl, su auto estaba en el taller, quería que lo recogiera, y cuando llegué… ¡Èl ya había caído de la azotea!  

Los hombres se miraron entre sì.

—¡Mi esposo no tiene enemigos! Había un hombre ahí esa noche, pero… mi esposo no pudo ser asesinado, él cayó de la azotea, ¡fue un maldito accidente!

—¡Señora, basta! Es usted una asesina, su esposo, Lisardo Expósito, ha muerto.

—¡¿Qué?! ¡No! No es verdad… —Elisa llevó sus manos a la cabeza, lloró sin control, ninguno de esos hombres se conmovía, mientras la miraban con desdén.

—¡Usted es culpable, deje de fingir!

Otro hombre entró con una hoja.

—¡Firme la declaración!

Elisa miró la hoja, limpió sus lágrimas, se sentía desesperada, todo lo que pensaba era en sus palabras, ¡Lisardo, su amado esposo estaba muerto! ¿Cómo la vida podía cambiar tanto, si hace solo unas horas ella era tan feliz?

Cuando leyó la declaración, Elisa sintió miedo.

«Elisa Expósito declara que sostuvo una pelea con su esposo Lisardo Expósito, la víctima, ya que ella descubrió una relación extramatrimonial. Estando el señor Lisardo Expósito distraído, Elisa Expósito lo empujó por la azotea, haciendo que cayera de una altura de cinco metros, provocando su muerte instantánea»

—¡Yo no hice esto! Nunca hubo ninguna infidelidad entre  mi esposo y yo, nunca lo empujé, ¡soy inocente, esto es una mentira! —gritó.

Los hombres se miraron entre sí.

—¡Vas a firmar la declaración, quieras  o no! Entre más rápido lo hagas, mejor te irá, mujer, de lo contrario, vivirás un infierno —sentenció uno de ellos.

Elisa sentía un miedo, tragó saliva, negó.

—¡No voy a firmar nada! ¡Quiero a un abogado!

Los hombres se miraron con rabia, uno de ellos se levantó, se acercó a Elisa, ella le miró asustada, con duda, de pronto, sintió esa fuerte bofetada.

Lanzó un quejido, estaba en el suelo, mareada y confusa.

Sintió como alguien haló sus cabellos.

—Firmarás, o será lo último que hagas.

El hombre apretó su cuello, los ojos de la mujer casi salían de sus cuencas, no podía respirar. La soltaron, lloró en el suelo.

—No voy a firmar, ¡nunca diré que maté a mi esposo! Yo jamás lo haría, ¡lo amo!

Los golpes que vinieron después la hicieron aullar del dolor, y juró que se escucharon en todo el lugar.

Los hombres se detuvieron por miedo a matarla.

—Llegó el padre de esta mujer —dijo uno de ellos.

Elisa estaba en el suelo, los escuchaba, pero su mente no podía entender, sentía tanto dolor físico, pero no se comparaba con el dolor de su alma.

«Lisardo, ¿dónde estás, mi amor?? Dime que volverás, como en el pasado, dime que vendrás y me salvarás del infierno, eres mi héroe favorito, mi amor, dijiste que tu corazón late solo para mí, dime que tu corazón sigue latiendo solo para mí»

Ella sintió unas manos que la levantaron, la pusieron en una silla, la mujer dejó caer su cabeza sobre la mesa.

—Firma, mujer, tu padre está afuera, y si no firmas, sufrirá el mismo castigo que tú. No, será peor, mil veces peor.

Elisa miró esa hoja de papel, el hombre puso un bolígrafo en sus manos.

Ella estaba tan cansada, tan golpeada.

—Soy inocente… —murmuró

—Si firmas, verás a tu esposo, una última vez…

Elisa miró al hombre como si hubiese recitado una oración, ella no quería, pero la idea de ver a su amado otra vez fue como un salto de fe.

«Mi vida acabó sin ti, Lisardo, esto solo sucede una vez en la vida, el encuentro de dos almas predestinadas, ahora yo quiero morir para estar contigo», pensó.

—No firmaré, soy inocente.

Los hombres trajeron a su padre, lo arrastraron por el suelo.

Elisa gritó, lo apuntaron con un arma.

Cuando él levantó la cabeza, la miró con miedo.

—Dígale a su hija que firme su declaración o usted sufrirá las consecuencias.

—¡Firma, Elisa, no quiero morir!

Elisa tomó el bolígrafo. Su padre no fue el mejor, pero no soportaría verlo morir ante ella; firmó.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo