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Seis meses después.Piero esperaba al pie del altar, estaba nervioso, con una gran sonrisa, un poco burlón. La iglesia estaba repleta de amigos, conocidos, y de la familia que ahora eran.En las primeras filas estaban la abuela Paula, màs repuesta de salud, y Elisa y Valeria, vestidas de damas. Leander estaba al lado de su hermosa esposa.Rafael estaba al lado de su sobrino, que sería el padrino de la boda.Pronto, escucharon la marcha nupcial resonar, y ella entró del brazo de su abuelo. Tenía una sonrisa brillante y lucía preciosa como una novia que debe lucir.Piero sintió un golpe de melancolía y amor, pensó en sus padres, daría todo porque estuvieran aquí, también por Viridiana.Sus ojos se volvieron llorosos, mirò hacia el cielo por un segundo.«Te dije que algún día encontraría a alguien que me amara de verdad, no iba a conformarme con menos, ahora tu hermano, tu hijo y yo seremos felices, tía Viri, puedes descansar en paz», pensó.Miró a Ana, sonrió, una lágrima rodó por sus oj
Tres años después«Leander caminaba por una playa, observaba sus pies descalzos, hundiéndose en la playa, pero era extraño, no sentía la arena sobre sus pies.Era un precioso atardecer, la playa casi vacía, el oleaje tranquilo, era en realidad un magnífico dìa.—Hola, hermano.Casi por un segundo, Leander se quedó mirando a Lisardo, como si no lo reconociera, pero eso era imposible, ya que era idéntico a èl, como ver a un espejo, excepto por una gran sonrisa.Estaba sentado en la arena.—¿Lisardo…? ¿Esto es un sueño?Lisardo sonriò.—Si lo piensas mucho, vas a despertar —dijo con una gran sonrisa.Leander parecía temeroso, sin saber qué decir.—No tengas miedo, siéntate a mi lado. Siempre quise hablar con mi hermano, nunca pudimos hacerlo, bueno, no de esta forma.Leander le obedeció, por un instante deseó despertar, pero se sentó.—¿Me odias?La pregunta parecía sorprender a Lisardo.—¿Crees que te odio por morir? —el hombre sonriò—. No, hermano, tú piensas que yo morí porque me asesi
Elisa conducía su auto rumbo a casa, era un día cotidiano, estaba a punto de abrir su propia boutique de modas, era diseñadora.Comenzaría su negocio, estaba emocionada.Se sentía afortunada, después de todo, parecía tener buena suerte; un esposo perfecto con quien recién se había casado tras dos años de relación, un buen trabajo, y salud. ¿Qué más podía pedir a la vida?Una llamada resonó, contestó en altavoz para no perder de vista el camino.—Hola, cariño, ¿Cómo estás? —exclamó—¿Dónde estás tú, Elisa?—Voy rumbo a casa, terminé de negociar la renta del local, cariño, ¿y tú?—Elisa, ¡ven por mí! Estoy en el edificio, sube a la azotea, ¡es urgente! —exclamó con la voz cargada de angustia.—Amor, ¿sucede algo?—Elisa, solo ven rápido, aquí hablaremos, debo decirte algo muy grave.—¿Lisardo, me asustas?—Tranquila, amor, te amo, no lo olvides, solo date prisa.—Te amo, cariño, llegó pronto.Elisa colgó la llamada, condujo más apurada.Cuando llegó al edificio, ya comenzaba el atardece
Elisa estaba en una celda, gritaba y lloraba, pero nadie le hacía caso, las otras personas la miraban, pero ella estaba maltrecha, su rostro demacrado, sus ojos hundidos y rojos, no llevaba un zapato, su corazón estaba destrozado.Un guardia se acercó.—¡Por favor, le suplico, déjeme saber de mi esposo! Él está grave en un hospital.—No puede.—¡Tengo derecho a una llamada! ¿Es verdad?El hombre la miró, asintió, la dejó salir y la dirigió hacia el teléfono.Las manos de Elisa temblaban, llamó a su padre, era su único familiar, cuando él respondió y la escuchó tan alterada, prometió que iría al hospital y luego a verla.No la calmó, Elisa sabía que su padre no se preocupaba por ella o Lisardo, pero ahora era su única esperanza.Volvió a la celda, pero unos guardias interrumpieron su paso.—Esta mujer debe ir a declarar.Elisa sintió miedo. Fue llevada hasta una sala vacía.La sentaron en una silla, frente a ella había una ventana de vidrio, luego dos hombres con gestos severos entraro
Una semana después.Elisa estaba ante el juez, no había nadie a su lado, su padre jamás estaría ahí, menos después de lo que pasó.El juez dictó la sentencia. Ella escuchó con claridad.—Se declara a Elisa Expósito culpable, se les condena a siete años de prisión.Elisa dio un traspié, estuvo a punto de desmayarse, pero los guardias la llevaron de ahí con rapidez que nada supo hacer.Estaba rota por dentro, ni siquiera podía llorar.La subieron a un vehículo, y le dijeron que sería traslada a la cárcel de Montaña Blanca, no puso objeción, parecía un maniquí que era llevado de un lado a otro.Cuando llegó a ese lugar, le pareció siniestro, falto de color. No era, como en las peores películas, un lugar violento con mujeres peleando, odiándose o maldiciendo. Pero, había silencio, uno incómodo, personas que la miraban, y murmuraban, pero nadie vino a golpearla, nadie vino a insultarla.Con el tiempo, Elisa supo quién era la líder, qué cosas debía hacer para no caer en problemas, también e
Al día siguienteElisa fue hasta esa empresa, estaba ubicada en el centro de la ciudad, y era una zona elegante.Estaba nerviosa, no había una sola razón para estar ahí, y estaba convencida de que pasar la seguridad del rascacielos sería imposible.Tal como lo predijo, no le dejaron entrar, le indicaron que necesitaba una cita para ver al señor Moctezuma.Elisa estaba resignada, casi a punto de irse, cuando escuchó su nombre.—¿Elisa?Sonrió con esperanza.—Licenciado Rafael.—¿Qué haces aquí? —el hombre estaba sorprendido de verla ahí.—Yo… he venido a ver al señor Moctezuma, quiero saber qué le hizo a mi marido.Rafael la apartó lejos del edificio.—Elisa, recuerda que ellos son muy poderosos, además, ese hombre no está aquí.—¡Necesito verlo, entiéndame!Rafael lanzó un suspiro.—Lo único que puedo decirte es que hoy estará en el club libanés, es una fiesta de socios —el hombre le prestó su tarjeta de acceso—. Lleva esto, diles que vas de mi parte.Elisa sonrió.—Gracias, licenciad
Elisa tenía ojos enormes, y su cuerpo temblaba, no entendía lo que pasaba, pero era verdad, ese hombre, frente a ella, tenía el mismo rostro que Lisardo Expósito.«¿Qué es esto? ¡No puede ser! ¿Acaso, Lisardo no murió?», pensó con desesperación.—¿Qué haces aquí, mujer? ¡Esto debe ser una maldita broma! ¿Piensas que es así como puedes seducir a un millonario? —exclamó el hombreElisa frunció el ceño, con desconcierto, este hombre ni siquiera parecía reconocerla como su esposa, ¿tenía amnesia? ¿O acaso estaba fingiendo?Ella sintió que un impulso frenético la dominó.«Si es Lisardo, puedo tener una prueba de que lo es», pensóLa mujer se abalanzó sobre el hombre, tomándolo desprevenido, cuando menos pensó, sintió las pequeñas manos de la mujer sobre su pecho, ella intentaba abrir los botones de su camisa, con tal fuerza sorprendente, que incluso logró arrancar varias botones de su saco, hasta que por fin el hombre sostuvo con fuerza sus manos y la detuvo.—Pero ¡¿Qué demonios haces?!
Quince días después, el vestido estuvo listo.Elisa tuvo que asistir a la casa de Clara Pons y ayudarla a vestirse.Todo estaba listo para la boda.Clara, la prometida de Leander, se miró al espejo, el vestido le quedaba casi dibujado al cuerpo, sonrió, pero sus ojos denotaban amargura.—¿Está bien, señorita? —exclamó Elisa, al notarlo.Clara asintió, Elisa no le creyó.—Puedes irte mujer.—¿En qué iglesia será su boda, señorita? Seguro de que será en la más lujosa de la ciudad.—Sí, es la Catedral, ahora vete, debo ir a mi boda.Elisa salió de ahí, pero tenía un plan en su mente, estaba bien vestida.—Iré a la iglesia —murmuró, pensó en lo que hacía, pero no escuchó sus advertencias.***Dos horas después estaba en la iglesia.Fue de las últimas en entrar, pero se coló con un montón de gente, y se quedó en una banca atrás, por lo que su presencia no llamó la atención.Esa gente era elegante, eran millonarios, ella desentonaba, pero no se dio por aludida.Esperaban a la novia, y supo