La noche se había instalado sobre la mansión con un manto de silencio inquietante, interrumpido solo por el ocasional crujido de la madera y el murmullo lejano de los guardias apostados en las entradas. Svetlana se encontraba en su habitación, con la espalda apoyada contra la puerta, tenía la respiración aún alterada y su corazón latía con una furia sorda.Dante Bellandi la había exasperado.No solo con sus palabras, sino con su actitud, con la forma en que había convertido la cena en un campo de batalla entre él y su padre. Como si ella no tuviera voz, como si sus sentimientos fueran algo secundario en su lucha de egos.Por eso, cuando pidió a los guardias y enfermeras que le hicieran entender a Dante que no quería verlo, que esa noche él no tenía cabida en su espacio, sintió un mínimo respiro de control. Al menos eso podía decidirlo ella.Pero, claro, Dante no era un hombre que aceptara un “no” como respuesta.El sonido de pasos firmes resonó en el pasillo. No necesitó verlo para sa
El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Dante ya estaba en el gran salón, rodeado de sus hombres más cercanos. La estancia, decorada con muebles de caoba y estanterías repletas de libros viejos, despedía el particular aroma de tabaco y cuero envejecido. Sobre la mesa principal, una botella de whisky sin abrir y varios vasos de cristal aguardaban, reflejando la tenue luz de la mañana.Dante se encontraba sentado en la cabecera, con el semblante sereno pero la mirada afilada. Fabio, Fabrizzio, Jacobo y Luca estaban con él, cada uno con una taza de café humeante en las manos.—Los Cavielli están moviendo mercancía en Gioia Tauro —comentó Jacobo, con una expresión tensa—. Tres cargamentos en menos de dos semanas. Eso no es casualidad.Dante giró el anillo de oro en su dedo anular, un gesto casi imperceptible que delataba su estado de alerta.—¿Cómo lo están haciendo? —preguntó sin levantar la voz, pero con la gravedad suficiente para que todos supieran que esperaba respuestas inme
Afuera, el sol brillaba con fiereza sobre los jardines impecables y las fuentes de mármol reflejaban la luz con destellos casi cegadores. Los guardias estaban apostados en cada rincón, reforzando la sensación de que aquella propiedad era una fortaleza impenetrable.En una de las terrazas, Dante Bellandi estaba rodeado por varios de su personal de servicio. Con un cigarro entre los dedos y el ceño fruncido, daba órdenes con su tono grave y autoritario.—Quiero que limpien la casa de huéspedes más grande —dijo, expulsando el humo con calma calculada—. Manden a alguien a cambiar las sábanas, repongan los artículos de baño y asegúrense de que haya comida suficiente en la despensa.Fabio, que estaba tomando nota mentalmente, asintió.—¿Desea alguna decoración especial, jefe?Dante chasqueó la lengua con impaciencia.—No es un hotel de lujo, Fabio. Solo quiero que sea habitable y cómoda para ellos. Que no les falte nada mientras estén aquí.—Sí, señor. En un par de horas estará listo.Dante
La luz del atardecer se filtraba a través de los ventanales del gran salón de la villa Bellandi, tiñendo de tonos dorados las paredes de piedra y los muebles de madera oscura. El murmullo de voces masculinas llenaba el espacio, los hombres de confianza de Dante debatían sobre los últimos movimientos de sus enemigos, sobre negocios, lealtades y amenazas que se cernían en la sombra.Pero Dante apenas escuchaba.Su mirada estaba fija en la copa de whisky que giraba entre sus dedos, su mente repasava una y otra vez, la imagen de Svetlana alejándose de él la noche anterior, con el rostro tenso y los ojos brillando de rabia.La había decepcionado.Y él, que jamás se preocupó por lo que pensaran las mujeres, se encontraba sumido en un estado de frustración que le quemaba el pecho. Había manejado todo muy mal.—Dante, ¿estás escuchando? —La voz de Fabio lo sacó de sus pensamientos.Dante parpadeó y alzó la mirada. Todos lo observaban, esperando una respuesta.—No.Fabio frunció el ceño, sorpr
El puerto clandestino estaba sumido en la penumbra. Solo el vaivén de las aguas contra los muelles y el sonido distante de una bocina rompían el silencio espeso de la noche. Un grupo de hombres vestidos de negro descendió de un barco de carga sin nombre, moviéndose con precisión quirúrgica. No hubo palabras, solo miradas y gestos ensayados. Maletines intercambiaban manos, sobres gruesos pasaban de un bolsillo a otro. Un hombre alto, de facciones afiladas, sacó un fajo de billetes y se lo entregó a un estibador que miraba en todas direcciones, nervioso.—No has visto nada —murmuró el ruso.El estibador asintió apresuradamente y desapareció en la oscuridad.Los hombres avanzaron por callejones estrechos, cruzando la ciudad con el sigilo de depredadores nocturnos. Sabían exactamente a dónde ir. No fue casualidad. Cada negocio, cada local, había sido cuidadosamente seleccionado semanas antes. La Bratva no dejaba nada al azar.Un hombre de cabello oscuro y mirada gélida se detuvo frente a
Una semana había pasado desde que Dante y Svetlana habían hecho oficial su compromiso, y la villa Bellandi seguía siendo un nido de tensión. Los ecos de la vida dentro de la mafia resonaban en cada rincón, pero fuera de esa atmósfera cargada, algo en el aire había cambiado para Dante. La sonrisa furtiva que había comenzado a esbozar desde que Svetlana aceptó ser suya era un reflejo de una satisfacción que, aunque incómoda, era un respiro necesario en su caótica existencia.Dentro del salón de reuniones, rodeado de sus hombres más cercanos, Dante escuchaba en silencio mientras Fabio, su mano derecha, exponía un nuevo problema.—El último envío... —Fabio comenzó, pasando su mano por su cabello, un gesto de frustración que no pasaba desapercibido—. Hubo complicaciones. Un maldito policía. No deja de hacer preguntas. Está incordiando todo el proceso. Nos ha estado siguiendo, y ya está metiéndose demasiado en lo que no le importa. Ha visto algo... no sé qué, pero ha puesto en riesgo el car
La noche era espesa, sofocante, cargada de un silencio pesado que se extendía por el jardín privado de Dante. Él estaba sentado en un banco de piedra junto a la fuente de mármol, donde el agua caía en un murmullo hipnótico. Sus dedos jugaban con el borde del vaso de whisky que descansaba sobre su rodilla, pero no lo bebía. Su mente estaba en otra parte.Enrico.Su desaparición lo tenía al filo del abismo. Desde que tomó el control del clan, había enfrentado traiciones, una guerra interna y enemigos dispuestos a degollarlo por su puesto. Pero jamás había sentido el peso de una amenaza tan tangible, tan real como la que ahora se cernía sobre él.Porque eso… eso no era un golpe impulsivo. No era la rebelión torpe de un soldado insatisfecho ni un ajuste de cuentas sin sentido. No. Eso era una jugada maestra.Apoyó los codos en las rodillas, exhalando con frustración. Enrico manejaba información vital. Demasiada. Conocía cada negocio, cada contacto, cada convenio estratégico que mantenía e
El sonido de la lluvia golpeando contra los ventanales acompañaba el murmullo grave de los hombres reunidos alrededor de la mesa. Todos vestían de negro, con la expresión marcada por la impaciencia y la expectativa.Uno de ellos, un hombre de cabello entrecano y mirada severa, rompió el silencio al inclinarse hacia adelante.—¿Cuánto tiempo más tenemos que esperar?Su tono era áspero, molesto. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de la mesa con impaciencia, como si su propia piel le ardiera ante la inactividad.El hombre sentado en la cabecera, el único que parecía imperturbable, se tomó su tiempo antes de responder. Apoyó el vaso contra sus labios, degustó lentamente el whisky y luego lo dejó sobre la mesa con un leve clink.Su rostro permaneció en sombras, pero su voz fue clara y firme cuando habló.—En este momento hay una rata hambrienta. Dejemos que roa todo lo que pueda, que coma lo que quiera… y luego veremos qué es lo que queda.El silencio que siguió a sus palabras fue