El puerto clandestino estaba sumido en la penumbra. Solo el vaivén de las aguas contra los muelles y el sonido distante de una bocina rompían el silencio espeso de la noche. Un grupo de hombres vestidos de negro descendió de un barco de carga sin nombre, moviéndose con precisión quirúrgica. No hubo palabras, solo miradas y gestos ensayados. Maletines intercambiaban manos, sobres gruesos pasaban de un bolsillo a otro. Un hombre alto, de facciones afiladas, sacó un fajo de billetes y se lo entregó a un estibador que miraba en todas direcciones, nervioso.—No has visto nada —murmuró el ruso.El estibador asintió apresuradamente y desapareció en la oscuridad.Los hombres avanzaron por callejones estrechos, cruzando la ciudad con el sigilo de depredadores nocturnos. Sabían exactamente a dónde ir. No fue casualidad. Cada negocio, cada local, había sido cuidadosamente seleccionado semanas antes. La Bratva no dejaba nada al azar.Un hombre de cabello oscuro y mirada gélida se detuvo frente a
Una semana había pasado desde que Dante y Svetlana habían hecho oficial su compromiso, y la villa Bellandi seguía siendo un nido de tensión. Los ecos de la vida dentro de la mafia resonaban en cada rincón, pero fuera de esa atmósfera cargada, algo en el aire había cambiado para Dante. La sonrisa furtiva que había comenzado a esbozar desde que Svetlana aceptó ser suya era un reflejo de una satisfacción que, aunque incómoda, era un respiro necesario en su caótica existencia.Dentro del salón de reuniones, rodeado de sus hombres más cercanos, Dante escuchaba en silencio mientras Fabio, su mano derecha, exponía un nuevo problema.—El último envío... —Fabio comenzó, pasando su mano por su cabello, un gesto de frustración que no pasaba desapercibido—. Hubo complicaciones. Un maldito policía. No deja de hacer preguntas. Está incordiando todo el proceso. Nos ha estado siguiendo, y ya está metiéndose demasiado en lo que no le importa. Ha visto algo... no sé qué, pero ha puesto en riesgo el car
La noche era espesa, sofocante, cargada de un silencio pesado que se extendía por el jardín privado de Dante. Él estaba sentado en un banco de piedra junto a la fuente de mármol, donde el agua caía en un murmullo hipnótico. Sus dedos jugaban con el borde del vaso de whisky que descansaba sobre su rodilla, pero no lo bebía. Su mente estaba en otra parte.Enrico.Su desaparición lo tenía al filo del abismo. Desde que tomó el control del clan, había enfrentado traiciones, una guerra interna y enemigos dispuestos a degollarlo por su puesto. Pero jamás había sentido el peso de una amenaza tan tangible, tan real como la que ahora se cernía sobre él.Porque eso… eso no era un golpe impulsivo. No era la rebelión torpe de un soldado insatisfecho ni un ajuste de cuentas sin sentido. No. Eso era una jugada maestra.Apoyó los codos en las rodillas, exhalando con frustración. Enrico manejaba información vital. Demasiada. Conocía cada negocio, cada contacto, cada convenio estratégico que mantenía e
El sonido de la lluvia golpeando contra los ventanales acompañaba el murmullo grave de los hombres reunidos alrededor de la mesa. Todos vestían de negro, con la expresión marcada por la impaciencia y la expectativa.Uno de ellos, un hombre de cabello entrecano y mirada severa, rompió el silencio al inclinarse hacia adelante.—¿Cuánto tiempo más tenemos que esperar?Su tono era áspero, molesto. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de la mesa con impaciencia, como si su propia piel le ardiera ante la inactividad.El hombre sentado en la cabecera, el único que parecía imperturbable, se tomó su tiempo antes de responder. Apoyó el vaso contra sus labios, degustó lentamente el whisky y luego lo dejó sobre la mesa con un leve clink.Su rostro permaneció en sombras, pero su voz fue clara y firme cuando habló.—En este momento hay una rata hambrienta. Dejemos que roa todo lo que pueda, que coma lo que quiera… y luego veremos qué es lo que queda.El silencio que siguió a sus palabras fue
La mañana en Reggio Calabria amaneció despejada, con el sol derramando su luz dorada sobre los extensos jardines de la Villa Bellandi. Una suave brisa mecía las copas de los árboles, y el canto de los pájaros se filtraba entre los setos perfectamente podados, creando una atmósfera engañosamente tranquila. Era difícil imaginar que, en otra parte de la ciudad, el mundo de Dante Bellandi se estaba derrumbando.Pero allí, en la villa, la calma reinaba.Los Ivanov estaban instalados en la casa que Dante les había asignado, un lugar espacioso y elegante que estaba a la altura de su estatus, con todas las comodidades posibles. Nada les faltaba. Sin embargo, la hospitalidad no siempre venía con una sonrisa.Aquel desayuno se había dispuesto en el jardín, donde una mesa de hierro forjado, cubierta con un mantel de lino blanco, esperaba con una vajilla fina, frutas frescas, pan caliente y una variedad de quesos y embutidos locales. Todo parecía salido de una postal italiana.A la mesa ya estaba
La tensión en la sala era asfixiante.Dante se encontraba en la gran mesa de roble macizo de su despacho, rodeado de los líderes de los clanes aliados. El aire olía a tabaco, cuero y un leve rastro de whisky caro, pero sobre todo a peligro.Los hombres estaban inquietos, furiosos. Y con razón.Perder un cargamento de esa magnitud no era solo una cuestión de dinero, era un golpe directo a la reputación de Dante Bellandi.El primero en hablar fue Salvatore Ricci, de San Luca, su voz fue profunda y cargada de desconfianza.—¿Qué demonios está sucediendo, Dante?Dante se mantuvo impasible, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos con calma estudiada.—No tengo la más mínima idea.—Primero lo de Enrico y ahora esto… —comentó Giancarlo Ravetti, de Limbadi, su mandíbula tensa.Dante exhal&oacu
Ya pasaba de la medianoche y sobre la mesa de cristal descansaban dos botellas de whisky, la segunda más vacía que llena. Dante no solía beber hasta perderse en la embriaguez, pero esa noche lo necesitaba.El ardor del alcohol aún le quemaba la garganta. Su cuerpo, normalmente tenso y controlado, estaba pesado, aturdido. Por primera vez desde que asumió el liderazgo del clan, sentía que el control se le escurría entre los dedos.Mierda.Se restregó la cara con ambas manos, soltando un suspiro frustrado. Nada de lo que hacía parecía suficiente. Siempre había tenido una solución, siempre había tenido una estrategia, pero ahora… era como estar atrapado en un laberinto sin salida.Con movimientos torpes, se levantó del sillón de cuero, tambaleándose ligeramente. El alcohol hacía estragos en su equilibrio, pero no en su maldita cabeza. Sus pensamientos seguían ahí, clavándose como espinas en su piel. Dolían.Llegó hasta la cama y se dejó caer con pesadez, el colchón se hundió bajo su cuer
El rugido de los motores resonaba como un presagio en la noche calabresa, rompiendo el silencio ancestral de las montañas de Aspromonte. El eco reverberaba entre pinos centenarios y riscos afilados, como si la tierra misma anunciara la llegada de la muerte. Dentro de una vieja casa de campo, Dante Bellandi, ajustó su chaleco antibalas sobre el torso marcado por cicatrices de viejas batallas. Sus hombres, leales hasta la muerte, revisaban sus armas en un silencio ritual, donde cada clic del cargador era una oración sin dioses.—¿Cuántos bastardi tienen en el perímetro? —preguntó sin apartar la mirada de los mapas esparcidos sobre la mesa, manchados de vino y sangre seca.Fabio Moretti, su mano derecha, se inclinó hacia el mapa. Su dedo, tatuado con símbolos de la vieja guardia, se posó sobre un punto marcado en rojo.—Treinta, tal vez más. Están armados hasta los dientes. Pero sabemos que ella está ahí —dijo con voz grave, la tensión marcando cada palabra—. Los drones confirmaron movimi