Capítulo 4.

Suter estaba de pie frente a ella y su rostro expresaba un mundano aplomo y una excesiva arrogancia. Sus ojos, en cambio, parecían ascuas.

Emma crepitó de calor y anhelo.

Un leve llamado de cortesía fue el único aviso que tuvieron antes de que la puerta fuera empujada y Krakov apareciera en el umbral.

—Bradley, queda poco tiempo —señaló con áspera voz—, ¿haremos la venta del corto?  

—Aún lo estamos decidiendo —murmuró Bradley—. Danos unos minutos.

El enorme ruso asintió y se retiró enseguida.

Emma no podía dejar de mirar a Bradley, quien tenía un ceño impaciente y aún así no dejaba de ser un espectáculo para la vista. Sus verdes ojos estaban alertas con la misma inteligencia del príncipe de las tinieblas, los pómulos altos, la nariz recta y una envergadura de más de metro ochenta firme y magra.

—¿Lo harás Emma o se lo asignamos a alguien más? —insistió sarcástico, luego apoyó la cadera contra la mesa y se cruzó de brazos.

Emma se dio a sí misma un pellizco mental. La cantidad que Suter le ofrecía era más de lo que ningún analista esperaría percibir en su primer año de fichaje. Una cantidad así, le permitiría liquidar el préstamo universitario que la había estado preocupando y también podría crear un pequeño fondo para la universidad de sus hermanas. Pero sabía el motivo de su propuesta y eso la llenaba de pesar. 

—Es indignante —espetó airada—. Me ofreces ese puesto solo porque dormimos juntos.

—Estas siendo injusta conmigo y contigo misma al dar por hecho que mi interés por ti es puramente físico.

Emma parpadeó.

—Investigaste sobre Novak porque querías saber si yo podía verte por debajo de tu obvia belleza. Y lo hago, Emma. Siempre te he visto. Desde la primera vez.

Era cierto. Si Emma se había tomado tanto trabajo por esa cuenta obedecía solo a la oportunidad de tener ese momento. Qué bien sabía leerla, pensó ella. Y cómo no lo haría siendo el astuto negociador que era. Ella había osado ponerlo a prueba y ahora estaba en sus manos e indefensa ante las emociones que él despertaba.

—Subiré mi oferta a un millón, es más que suficiente para que liquides la deuda de tu préstamo universitario.

La mirada de Emma no tenía precio, parecía conmocionada. Bradley logró mantenerse estaqueado al suelo en lugar de estrecharla entre sus brazos. Lo que estaba haciendo era ultrajante. No obstante había tomado una decisión y no pensaba echarse para atrás. Necesitaba desesperadamente la presencia de Emma en su vida. 

—¿Cómo sabes eso? —murmuró sorprendida.

—Es mi trabajo saberlo.

Por supuesto que no había tardado en averiguar todo sobre Emma Henderson. Tenía veintitrés y era originaria de Boston. Su madre, Lily, había fallecido cuando ella solo tenía cinco años. Su padre Cyrus Henderson, era administrador de una empresa de transporte. El hombre se había vuelto a casar con Eleanor Dickens, profesora de escuela primaria y, tenían dos hijas: Taylor de dieciséis años y Harper de catorce. Emma había dejado el hogar parental a los dieciocho años para comenzar la universidad. Desde entonces se había hecho cargo de sí misma financieramente y alquilaba un pequeño departamento en el barrio Dumbo, en el distrito de Brooklyn. 

Gracias al informe que el investigador le había enviado por mail esa mañana, Bradley también conocía su número de móvil y hasta el saldo actual de su cuenta bancaria que apenas sobrepasaban mil dólares.

Si lo pensaba bien, el informe había sido muy escueto aunque igual de transparente que la joven que tenía enfrente. 

Emma Henderson era la flor más rara que había encontrado alguna vez, una mujer hermosa y sobre todo íntegra. Alguien en quién tal vez podría confiar con el tiempo. ¿Cómo iba a dejar que lo abandonara? Si desde el instante en que vio esos ojos azules, se sintió poseído por la necesidad de algo puro, bueno y limpio. 

—De acuerdo, firmaré el contrato —dijo Emma de modo apenas audible—. Me quedaré.

Suter sonrió victorioso y colocó frente a ella el contrato y un bolígrafo.

Emma leyó con rapidez el contrato sin encontrar trampa alguna en ninguna cláusula. Firmó al calce sintiendo que hacia tratos con el mismo diablo, pero no podía negar que muy en el fondo se sentía feliz de que Bradley la hubiera colocado al filo de la navaja y obligado a elegir. Ella sí que deseaba estar allí, aunque claro él no tenía porque saberlo.

—Esto solo me obliga a trabajar para ti. Ni pienses que me vas a poner una mano encima —lo advirtió ella con airado tono. 

Bradley curvó los labios. Sus verdes ojos la miraban con ferocidad.

—¿Encuentras divertido mentirte a ti misma? — murmuró Suter y se acercó más, aquellos labios que la volvían loca se encontraban a unos centímetros de su boca—. Yo sé la verdad, Emma. Y la verdad es que más tarde o más temprano vamos a terminar follando de nuevo.

Emma entrecerró los ojos.

—No apuestes por ello —espetó, pero su respiración era entrecortada, casi jadeante ante la ilusión de tenerlo dentro de su cuerpo una vez más.

Bradley bajó su rostro hacia el de ella, el calor de su cuerpo era una invitación a envolverlo con su piel y su hipnótica mirada la tenía a su merced. Emma no podía moverse, fascinada como estaba por el inquietante resplandor de deseo que inundaba los verdes ojos de Suter.

Las medias lunas de sus pestañas, oscuras con puntas doradas, bajaron ligeramente mientras la miraba. No había lugar en el mundo para refugiarse de esa profunda mirada. Se sintió por completo expuesta, tan desnuda como había estado aquella noche en su cama. 

Inclinó la cabeza y sus labios fueron acariciados por su ardiente aliento, él estaba a nada de reclamar su boca cuando un llamado a la puerta la sobresaltó a ella, mientras que Bradley rechinó los dientes.

—Disculpe, señor Suter, en el piso de operaciones esperan por sus instrucciones —exclamó Stephanie, la asistente de Bradley, desde la puerta.

—Gracias, Stephanie. Avisa a todos que Emma hará la venta —replicó Suter con voz contenida. La asistente se retiró y Bradley se volvió hacia Emma—. Salvada por la campana, niña. Ve y haz la venta. Ya terminaremos esta conversación después. 

Emma se apresuró en salir de aquella estancia, intentando poner tanta distancia entre ellos como le fuera posible y preguntándose cuanto tiempo más podría negarse a Bradley. Estaba visto que no mucho. 

"I don't really know how my poor heart could have protected me, but if I have to carry this pain. If you will not share the blame I deserve to see your face again (Realmente no sé cómo mi pobre corazón ha podido  protegerme, pero si tengo que llevar éste dolor, y si tú no vas a compartir la culpa merezco ver tu cara otra vez)" Waiting For That Day By George Michael.

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