Capítulo 9.

Los leños brillaban mientras eran consumidos por el devorador fuego de la chimenea, y en aquella lujosa habitación solo estaban ellos dos: Suter y ella.

Arrodillada frente a él, lo veneraba besando su magro abdomen, sentía el tacto de sus sólidos cuadriceps y sus esbeltas caderas mientras él le acariciaba el cabello.

—Entrégate, Emma —le rogó con la voz enronquecida por el deseo—. Entrégate toda. Confía.

—Sí —consintió ella.

Suter la tocó en la cara y con suavidad la instó a levantar la barbilla, ella alzó sus ojos hacia él.

Y la feroz intensidad de sus verdes ojos, tan obsesiva y salvaje la despertó de repente.

Se incorporó de golpe jadeando, su corazón latiendo vigorosamente en su garganta. La habitación estaba a oscuras. Su piel ardía, y su feminidad palpitaba de anhelo. Tragó saliva y luego inspiró con fuerza hasta que sus temblores disminuyeron.

Llevando su mano a la boca encubrió el doloroso gemido que le subió por el pecho. «¡Dios mío!»sollozó silenciosa y salió de la c
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