Capítulo 2.

Emma podía sentir su corazón desbocado, haciendo que su respiración se entrecortara mientras caminaba con prisa hacia las puertas de cristal y, por fin, lograba salir a la calle. Entre el ruido del tráfico de Manhattan y la multitud de personas metidas cada uno en sus asuntos; la joven se esforzaba por recuperar un poco de serenidad.

El sonido de la voz de Bradley se había metido por debajo de su piel y continuaba raspando en sus sentidos. 

Lo había rechazado. ¡Dios bendito, cómo se había atrevido!

Pero era lo correcto. Establecer límites les ahorraba tiempo a los dos y, le evitaba un corazón roto a ella. 

El problema era que nada de lo que se decía a sí misma era suficiente para disminuir su interés. Ni el deseo que él le provocaba.

—¡Oh, mi Dios! —la voz de Bonnie Sacker llegó desde su espalda y Emma intentó no rodar los ojos—. Vamos por un café, porque quiero todos los detalles. 

Emma se encogió de hombros cuando Bonnie la tomó del codo y haciendo aspavientos, con el murmullo de la seda de sus pantalones y la rizada cabellera cobriza balanceándose contra sus mejillas; la dirigió hacia un puesto de café. Donde ordenó bebidas para las dos con una taimada sonrisa.

Bonnie Sacker, era una joven atractiva y con mucho carisma. Colaboraba en el área de relaciones públicas de la compañía, y se encargaba de mantener contentos a los clientes. Se conocían de apenas un tiempo, pero eran muy unidas.

—No te demoraste nada en salir de la oficina del jefazo —señaló la chica mientras ponía en su mano un termo de capuchino.

—No quería pasar con Suter más tiempo del necesario.

Bonnie levantó una ceja perfecta y le lanzó una mirada astuta.

—¿Por qué? ¿Qué tiene Suter?

Bonnie dio un trago a su propio café sin quitarle los ojos de encima a Emma. 

—No hagas ninguna exclamación. Y lo más importante, no comentes esto a nadie —murmuró advirtiéndola—. Nos acostamos. 

Los verdes ojos de Bonnie brillaron de asombro.

—Y, ¿te gustó? Porque yo imagino que ese hombre todo lo hace bien.

—Bueno, él… él es uno en un millón —admitió Emma.

Bonnie gesticuló con la boca el grito que no podía dejar salir por la garganta.

—Lo sabía, lo sabía. La forma en que se plantó esta mañana en medio del auditorio. Ese hombre exuda poder. Y entonces, ¿qué hablaron en su oficina?

—Me ofreció ser su asistente y lo rechacé.

—¡Ay, pero que forma más despiadada de romper mi corazón! ¿Por qué hiciste tal cosa?

Emma la observó atónita.

—Pues porque es lo correcto —repuso con obviedad—. Lo qué pasó, pasó. Pero ahora toca guardar las formas y las distancias.

—En lo único que estoy de acuerdo es que tú estás sobre cualificada para ser su asistente.

—Te agradezco.

—Pero rechazar a ese hombre tan divino, ¿estás segura? 

—Sí —respondió, pero no logró sostenerle la mirada a Bonnie y mejor dio un sorbo a su bebida. 

Bonnie suspiró pesadamente.

—Yo no tendría tu misma entereza—. La chica se apoyó contra una acerada columna, su cabello cayendo por un lado de su cara hasta el hombro mientras sonreía con malicia.—Yo sé que sí yo lo hubiera probado lo echaría de menos. Que yo no soy buena para dormir sola.

Emma se rió de ella.

—Tú no duermes sola, amiga. Por lo que escuché Michael y tú han estado compartiendo mucho tiempo juntos.

Bonnie y Michael Brant habían estado juntos desde la universidad, aunque de forma intermitente. Estaban sumidos en una apasionada y dramática relación. Y Bonnie no parecía poder decidir si Michael era el señor perfecto o solo el señor disponible. 

—No pues si esto se va a volver sobre mí, mejor volvamos al trabajo —se quejó y luego compartiendo una ligera sonrisa se encaminaron de vuelta al interior del edificio.

—Nos vemos luego, nena —se despidió Emma al abandonar el ascensor.

La joven castaña se encaminó a su escritorio y cuando se dejó caer en su silla ejecutiva, deslizó las puntas de sus dedos sobre la brillante superficie de madera de su mesa de trabajo. Echaría de menos aquel lugar, pero el posgrado representaba mucho. Seguirse preparando era importante, ella no tenía sueños sino metas «¡Cero miedo a brillar!» se dijo a sí misma y, con una sonrisa curvando sus labios dejó caer sus párpados para sentir en la piel los rayos del otoñal sol que quemaban a través de las ventanas de cinco metros. Al abrir de nuevo los ojos, otros de color verde la miraron desde lejos.

Bradley llenaba con su apostura el pasillo por el cual se desplazaba, Emma se permitió deleitarse brevemente con su orgulloso rostro. La forma rectangular de su cráneo y los cincelados rasgos comunicaban una digna autoridad. Tenía una frente amplia, nariz recta y decidida. Su sensual boca, se apretó en una fina línea cuando asintió en su dirección antes de desaparecer en la oficina del jefe de personal. 

Emma suspiró recordando la ardiente pasión que Bradley ocultaba bajo su impecable aspecto. A su memoria asomaron los eróticos placeres que había disfrutado entre sus brazos y, ruborizándose por eso, sacudió la cabeza y se concentró en la pantalla de su ordenador.

Ya lo había rechazado y debía ser firme.

*** 

Suter se había desecho de la chaqueta y caminaba por un lado de su oficina mientras estudiaba los informes de los principales clientes que tenía la compañía. Sin embargo, una parte de su mente seguía pensando en Emma. En la tensión que había en cada línea de su cuerpo cuando abandonó su oficina horas antes. 

Dejó el informe sobre la credenza que estaba a mano y sacudió la cabeza impotente.

El femenino y cautivador aroma del perfume de Emma continuaba impregnado en su propia piel y perversas fantasías le hacían apretar el vientre.

¡Demonios! Si no fuera un caballero…

Pero sí lo era y, evidentemente, no le pondría un dedo encima de nuevo cuando ella había dejado claro su deseo de que guardaran las distancias. 

Bradley sospechaba que Emma podría cambiar de opinión y él solo debía ser paciente. 

Finalmente la paciencia era uno de los rasgos que había aprendido a desarrollar cuando eligió dedicarse a los fondos de inversión. 

Era fundamental si se deseaba un buen desempeño. 

El cumplimiento solía generar mucha presión.

Porque en el momento de la verdad cuando se debía presionar el gatillo sobre la orden de compra o de venta, más valía estar seguros. 

Su móvil vibró sobre el escritorio y una sonrisa se formó en sus labios cuando desbloqueó la pantalla.

—Hola, padre —saludó.

—Lo cogiste muy rápido —la voz de Charles Suter  sonó áspera, un profundo trueno muy similar a su propia voz—, ¿estas holgazaneando?

Bradley bufó.

—No tengo tiempo para eso.

—Ya lo creo que no —la diversión se filtraba en la voz de Charles—. La conquista requiere constancia y trabajo.

—Hay decisiones que debo tomar, acciones que dirigir —suspiró—. Debo cambiar a toda esta compañía, con rapidez, con fuerza y… mi cabeza…

El silencio llenó el otro lado de la línea, estirándose durante varios segundos. Su padre conocía lo que lo atormentaba, lo que hacía doler su corazón. Charles fue quien sugirió que cruzara el océano e intentará deshacerse de sus demonios personales. Su padre era un hombre moderado, controlado y, a pesar de su fuerte presencia, era un hombre compasivo. Bradley le admiraba.

—Te conozco, hijo. Conectarás todos los puntos, sintetizaras la información como pocos en este mundo lo hacen y encauzaras tu nueva compañía con éxito. Siempre lo haces. Ahora es duro por lo que sucedió, pero tú podrás con ello. Eres asombroso.

—¿La has visto…?

—Sí, hijo. Está todo lo bien que puede estar. Yo estoy pendiente.

La noche había caído cuando Bradley atravesó la puerta del pen house en que se hospedaba en el Waldorf Astoria, la jornada había sido larga, pero él ya estaba más preparado para enfrentar la reunión con sus nuevos corredores a la mañana siguiente. 

En ese momento, sin embargo, lo único que le apetecía era un whisky. 

Las mucamas habían encendido la chimenea del salón y su titilante luz, esculpía sombras sobre su rostro.

Se dejó caer en un sillón frente al fuego y dio un trago generoso al vaso en su mano, luego se abrió la camisa y se sacó por encima de la cabeza el collar de cuero que llevaba al cuello y abrió el guardapelo de platino que pendía de este. Con veneración, con dolor; contempló la oronda carita y los grandes ojos de una pequeña.

«Alexa»

En un arrebato de culpabilidad parental, Bradley se dijo por millonésima vez que no debía preocuparse por Alexa. La nena tenía a su disposición todos los cuidados que el dinero podía procurar. Además, aparte de la niñera y un pequeño ejército de sirvientes, Charles la visitaba a menudo. Y Lara bien podría ser una decepción como esposa, pero siempre había sido ejemplar como madre. 

Era tarde cuando el cansancio lo venció allí mismo. Su mano aferraba el guardapelo de platino que resguardaba la foto de Alexa y, Bradley soñó con las luces de New York, un club abarrotado de personas, y unos ojos azules que le sonreían.

What a wicked game you play, to make me feel this way? What a wicked thing to do, to let me dream of you?  (¿Qué juego perverso jugabas para hacerme sentir así? ¿Qué cosa perversa hiciste para hacer que soñase contigo?) Wicked Game By Chris Isaak.

***

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