Unos minutos después, Norah aún no entendía lo que había pasado, parecía que había sido una ilusión. La cara le ardía, y el corazón le latía como si estuviera a punto de salirse. Seguía tendida en la cama, el calor apenas la dejaba poco a poco. Aun así, no podía dejar de sentir las manos de ese hombre sobre su piel, su pecho rozando el de él, la sensación de sus labios, y el movimiento de su boca.
―¿Qué estoy haciendo? ―se preguntó jadeando mientras se volvía a cubrir con la sábana.
Miró hacia la puerta, el hombre la había cerrado después de salir. Cuando regresara, entendía que tal vez, volverían a lo que estaban haciendo.
No entendía lo que había pasado con claridad, su cuerpo reaccionaba cuando él la tocaba, y sabía que muy pronto no le impediría continuar hasta el final. No lo dejaría esperar por mucho tiempo. Era imposible esperar, incluso para ella.
***
Por otra parte, fuera, en el estudio del segundo piso de la mansión, Adrián caminaba
No lo había sido, no fue un juego, y él lo sabía mejor que nadie. Pero jamás lo admitiría, no podía hacerlo. Entonces la puerta se abrió. Pasos apresurados se escucharon al instante, sin embargo, no eran los del Duque, pero los de una joven mujer de ojos esmeralda. Tenía tristeza en la mirada, lágrimas escurriendo por sus mejillas. ―Adrián. ―Gina se apresuró a lanzarse a los brazos del hombre. Temblaba con tristeza. El vestido azul pastel la hacía ver todavía más delicada, y lamentable. ―Tienes que hacer algo… Albert… Albert… Adrián sabía muy bien la situación de Gina, los tres habían sido amigos de la infancia y se conocían de muchos años. Aunque Adrián era indiferente y poco sociable con las demás mujeres, con Gina siempre había tenido una debilidad de hermano mayor. La acarició del cabello, suave, un poco desarreglado y dejó que salieran todos sus quejidos y reproches. No parecía hacer sentido con sus palabras, pero Adrián sabía muy bien lo que ocu
―Llama a los guardias estacionados alrededor de la Capital, haz que dos grupos entren en secreto. Los demás que vigilen a los alrededores. Habrá más ataques. Albert se levantó, estaba por irse, pero se detuvo. ―Haz que te revisen esas heridas antes de hacer algo, llama a Kaine. Adrián quiso refutar la orden, no tenía intención de quedarse a esperar cuando estaban a punto de ser atacados de nuevo. Sin embargo, el dolor en su pecho y en su brazo volvió como una punzada. Albert envió dos sirvientes a que se lo llevaran a una habitación antes de que se desmayara. ―Albert ―Marcus caminó detrás de Albert con paso apresurado. ―No hay tiempo de continuar con la búsqueda. Por el momento no podemos seguir adelante. Hay demasiados ojos apuntando hacia nosotros. ―Lo sé, ―suspiró Marcus. ―Sin embargo, hay algo que debes saber. Albert se detuvo y giró a ver al hombre de lentes. Marcus señaló un cuarto cerrado para poder conversar, lo siguien
―Déjanos. Nina asintió cuando el Duque abrió la puerta. La llave siempre estaba en manos de uno de los guardias custodiando la entrada, o en manos del Duque personalmente. Ni siquiera ella tenía permiso de pedir por una copia. Cerró la puerta y salió del estudio. Solo a unos pasos de la entrada, esperando como siempre. Tenía miedo de que otra discusión más, dejara a su amada Duquesa frágil y cansada. Dentro de la habitación, sentada en la silla cerca de la ventana, con el libro de notas aún abierto y la pluma entintada, Norah esperaba que Albert empezara a hablar. Aún recordaba lo que habían hecho esa mañana y la cara se le encendía con calor en las mejillas. ―¿A qué viene aquí, milord? ―trató de disimular el nerviosismo en su voz. Aunque evito verlo directamente, no podría soportarlo. ―¿No puedo entrar a la alcoba de mi esposa? Norah quería decir que no, pero era evidente que no podía negarlo. El podía hacer lo que quisiera y ella sol
El resto del día, Norah comió bien, su apetito se abrió a los manjares de la cocina de la mansión. Nina le traía también postres y más comida para satisfacer su hambre. Se veía con mejor ánimo y más energía. ―Ya está todo preparado para el viaje, milady. ―Gracias, Nina. ―terminó de reescribir la carta a su madre― ¿puedes hacer que envíen esta carta a mi madre? ―Claro que sí, milady. ―Nina tomó la carta y se movió deprisa para entregarla a los mensajeros. Ya se habían dado instrucciones para hacer el encargo lo más rápido que se pudiera. Norah sonrió. Por alguna razón, se sentía contenta, aunque aún seguía atrapada en ese lugar, sentía que el hombre era confiable, sincero. Sonrió y respiró el suave aroma del jardín. **** Mientras tanto, del otro lado de la mansión, en la alcoba de una joven rubia de ojos esmeralda, Gina se debatía en llanto. Sus doncellas habían sido expulsadas sin piedad de la mansión, ahora solo dos ch
La voz era fácil de reconocer, gruesa, un poco ronca, clara y fría. Nina se detuvo en seco, sabía a quién pertenecía semejante tono, nada más que al Duque. Se quedó paralizada, después de todo, sus palabras no fueron leves. Al instante se fue a las rodillas para pedir perdón y clemencia. Sabía que ella no sería la única que sería castigada por su impertinencia, pero su Duquesa también sufriría las consecuencias. No podía permitirlo. ―Perdóneme, milord. Albert la miró, detrás lo seguía Horace y Madame Miria, se quedarían encargados de los asuntos de la mansión, además de que llegarían nuevos visitantes pronto. Debían prepararse para recibirlos. ―Responde la pregunta. La voz de Albert fue seca, con un poco de ira escondida en sus palabras. ―Yo… yo no quería… ―Contesta o te encerraré en el calabozo por esparcir rumores y mentiras. «¿Mentiras? ¿Rumores? Es la mera verdad, ¿a quién quiere engañar?» Nina tomó aire, ya
―Milady, debemos irnos, el carruaje ya está preparado. Nina regreso después de algunos minutos de su dormitorio. Se veía feliz y satisfecha por alguna razón. Norah ya sabía que era una joven audaz e inocente, así que debía haber pasado algo muy bueno para ponerla más contenta todavía. Un par de caballeros la escoltaban con sus armaduras plateadas y el escudo de los Bailler en sus capas. Uno más alto que el otro, pero con facciones similares. Sus ojos dejaban ver que no eran los guardias normales de la mansión, sino caballeros y escoltas del Duque, soldados amaestrados en la fiera guerra. Tenían un aura diferente, salvaje y hábil. ―Milady, ―un caballero de ojos verdes y cabello castaño oscuro se inclino y la saludo con respeto. ―Mi nombre es Richard Miller, yo seré su escolta junto a mi hermano James Miller. Estaremos a cargo de su protección durante el trayecto a la Capital. El otro caballero, un poco más alto, pero con la cara más joven que e
Norah seguía mirando por la ventana, sorprendida por el hermoso atardecer, ya sería noche cuando cruzaran las puertas del Ducado y salieran del territorio de la familia Bailler. Por otra parte, la mujer de ojos esmeralda aún no podía creer que la Duquesa no tenía ni un ápice de enojo o curiosidad hacia ella. «¿Crees que eres mejor que yo?» Se dio la vuelta y se subió al carruaje de atrás. Mandó a su sirvienta a uno de los carruajes ocupados solo para los sirvientes, mientras hacia espacio para el Duque. Sabía que solo había otro lugar disponible y sería para él. Esperó para darle una lección a esa mujer. Entonces las puertas se volvieron a abrir, Adrián y Marcus caminaban como escoltas y con ropa de viaje detrás del Duque. Los caballeros alrededor se alinearon al frente y saludaron. Albert los mando a sus labores al mismo tiempo que Adrián se despedía para montar su caballo y moverse hacia el frente con un grupo de caballeros esperándo
―Son muchos, Adrián, no podremos… ―Sir Keine había regresado de purgar el lado oeste del camino, pero sus hombres tuvieron que retirarse al notar la presencia de otro grupo. Igual de fuerte que ellos, pero con técnicas más crueles y nefastas. Muchos murieron. ―Has que tus hombres se retiren, ―Adrián indicó, sus ojos fieros mirando hacia los enormes árboles que parecían cubrir en sus sombras, las figuras de cientos de enemigos. ―Pronto llegarán mis hombres y no quiero estorbos. Los carruajes están a unas horas de llegar, no puedo dejar que se topen con problemas. Keine no parecía insultado, el cansancio de la batalla había sido exhaustivo. Por más de nueve horas ha combatido y defendido, no ha descansado hasta ver el último mercenario muerto. Pero parecía que la cofradía había enviado a todo su personal para la tarea. Solo podía imaginar la cantidad de oro que se les prometió. «Malditos, no se saldrán con la suya.» pensó mientras montaba a su caballo para guia