Capítulo 40. Una Confesión.

La voz era fácil de reconocer, gruesa, un poco ronca, clara y fría. Nina se detuvo en seco, sabía a quién pertenecía semejante tono, nada más que al Duque.

Se quedó paralizada, después de todo, sus palabras no fueron leves. Al instante se fue a las rodillas para pedir perdón y clemencia. Sabía que ella no sería la única que sería castigada por su impertinencia, pero su Duquesa también sufriría las consecuencias. No podía permitirlo.

―Perdóneme, milord.

Albert la miró, detrás lo seguía Horace y Madame Miria, se quedarían encargados de los asuntos de la mansión, además de que llegarían nuevos visitantes pronto. Debían prepararse para recibirlos.

―Responde la pregunta.

La voz de Albert fue seca, con un poco de ira escondida en sus palabras.

―Yo… yo no quería…

―Contesta o te encerraré en el calabozo por esparcir rumores y mentiras.

«¿Mentiras? ¿Rumores? Es la mera verdad, ¿a quién quiere engañar?»

Nina tomó aire, ya

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