La voz era fácil de reconocer, gruesa, un poco ronca, clara y fría. Nina se detuvo en seco, sabía a quién pertenecía semejante tono, nada más que al Duque.
Se quedó paralizada, después de todo, sus palabras no fueron leves. Al instante se fue a las rodillas para pedir perdón y clemencia. Sabía que ella no sería la única que sería castigada por su impertinencia, pero su Duquesa también sufriría las consecuencias. No podía permitirlo.
―Perdóneme, milord.
Albert la miró, detrás lo seguía Horace y Madame Miria, se quedarían encargados de los asuntos de la mansión, además de que llegarían nuevos visitantes pronto. Debían prepararse para recibirlos.
―Responde la pregunta.
La voz de Albert fue seca, con un poco de ira escondida en sus palabras.
―Yo… yo no quería…
―Contesta o te encerraré en el calabozo por esparcir rumores y mentiras.
«¿Mentiras? ¿Rumores? Es la mera verdad, ¿a quién quiere engañar?»
Nina tomó aire, ya
―Milady, debemos irnos, el carruaje ya está preparado. Nina regreso después de algunos minutos de su dormitorio. Se veía feliz y satisfecha por alguna razón. Norah ya sabía que era una joven audaz e inocente, así que debía haber pasado algo muy bueno para ponerla más contenta todavía. Un par de caballeros la escoltaban con sus armaduras plateadas y el escudo de los Bailler en sus capas. Uno más alto que el otro, pero con facciones similares. Sus ojos dejaban ver que no eran los guardias normales de la mansión, sino caballeros y escoltas del Duque, soldados amaestrados en la fiera guerra. Tenían un aura diferente, salvaje y hábil. ―Milady, ―un caballero de ojos verdes y cabello castaño oscuro se inclino y la saludo con respeto. ―Mi nombre es Richard Miller, yo seré su escolta junto a mi hermano James Miller. Estaremos a cargo de su protección durante el trayecto a la Capital. El otro caballero, un poco más alto, pero con la cara más joven que e
Norah seguía mirando por la ventana, sorprendida por el hermoso atardecer, ya sería noche cuando cruzaran las puertas del Ducado y salieran del territorio de la familia Bailler. Por otra parte, la mujer de ojos esmeralda aún no podía creer que la Duquesa no tenía ni un ápice de enojo o curiosidad hacia ella. «¿Crees que eres mejor que yo?» Se dio la vuelta y se subió al carruaje de atrás. Mandó a su sirvienta a uno de los carruajes ocupados solo para los sirvientes, mientras hacia espacio para el Duque. Sabía que solo había otro lugar disponible y sería para él. Esperó para darle una lección a esa mujer. Entonces las puertas se volvieron a abrir, Adrián y Marcus caminaban como escoltas y con ropa de viaje detrás del Duque. Los caballeros alrededor se alinearon al frente y saludaron. Albert los mando a sus labores al mismo tiempo que Adrián se despedía para montar su caballo y moverse hacia el frente con un grupo de caballeros esperándo
―Son muchos, Adrián, no podremos… ―Sir Keine había regresado de purgar el lado oeste del camino, pero sus hombres tuvieron que retirarse al notar la presencia de otro grupo. Igual de fuerte que ellos, pero con técnicas más crueles y nefastas. Muchos murieron. ―Has que tus hombres se retiren, ―Adrián indicó, sus ojos fieros mirando hacia los enormes árboles que parecían cubrir en sus sombras, las figuras de cientos de enemigos. ―Pronto llegarán mis hombres y no quiero estorbos. Los carruajes están a unas horas de llegar, no puedo dejar que se topen con problemas. Keine no parecía insultado, el cansancio de la batalla había sido exhaustivo. Por más de nueve horas ha combatido y defendido, no ha descansado hasta ver el último mercenario muerto. Pero parecía que la cofradía había enviado a todo su personal para la tarea. Solo podía imaginar la cantidad de oro que se les prometió. «Malditos, no se saldrán con la suya.» pensó mientras montaba a su caballo para guia
Se detuvieron a unos metros de cruzar las murallas del Ducado. El camino estaba rodeado por un espeso bosque, los árboles hacían una buena cobertura para cualquier emboscada y una mejor plataforma para la pelea con mercenarios. Aquellos expertos en el arte de esconderse para pelear y usar trucos traicioneros. El grupo de Sir Keine llegó pronto para informar la situación, se veían en mal estado, pero Keine fue directo y preciso. La batalla seguiría por algunas horas más. No muchos minutos después dirigió a su grupo a la mansión del territorio Bailler. Era necesario recibir atención médica, muchos de sus heridos no durarían otro día más y ya había perdido suficientes hombres ese día. Ahora su tarea era quedarse como guardián del Ducado y esperar la llegada de los invitados especiales y atenderlos como se merecían. ―No salgas del carruaje, ¿me entendiste? Albert le dijo a Norah después de hablar con los caballeros de Keine, parecía preocupado y a
―Duque Bailler, ―la voz incitante de un mercenario se acercó por el camino. ―Debería rendirse, sus hombres no durarán contra nosotros. Un grupo de hombres con capas negras, y la marca de la cofradía se apareció unos minutos después de que Norah y las demás se internaran en el bosque. Albert no sabía si las habían visto, pero no les daría oportunidad de seguirlas. Hizo una seña a sus hombres, y sin esperar que el idiota que parecía que era el líder hiciera el primer movimiento, empezó la pelea. Sus soldados se escondían entre los árboles también, el ataque empezó pronto. Espadas, arcos, dagas y armas ocultas. El alarido de batalla espantó a las aves que anunciaron la matanza. Norah y las otras mujeres escucharon, pero no se detuvieron, la batalla estaba demasiado cerca, y así alguna caía en manos de esos mercenarios, solo servirían como rehenes y estorbos. ―¡Sigamos! La voz de Richard susurró mientras les hacía señas, James habí
Norah no se movió, pero miró fijamente al hombre alto y de mirada gentil. No pudo evitar notar que se veía cambiado, con cansancio en los ojos, tal vez, vacío, tal vez sin brillo. El tiempo lo había hecho más viejo, más experimentado en el dolor y la fatiga. Ese hombre que recordaba en el pasado ya no existía, aunque era audaz y peligroso, tenía vida en los ojos y alegría en la cara. Se reía con entusiasmo y ánimo, pero era gentil y bonachón. Su padre siempre decía que era demasiado generoso y sincero para ser un caballero, pero ese hombre era el líder de los demás. Todos lo seguían por su lealtad y fidelidad a su amo. Ahora solo quedaba un recipiente sin relleno. Sin embargo, Norah también sabía que ese hombre no se dejaría vencer tan pronto. Sabía que vendría por ella, por su madre también, y que sería su mejor opción para escapar del sufrimiento. Pero… llegó tarde… demasiado tarde. ―No puedo ir con usted Sir Johan, sabe que no puedo. El homb
Las fechas salían por todos lados, llegando y enterrándose en los árboles. Las hojas caían mientras la pequeña lluvia se cruzaba entre las ramas. Era una confusión de espadas y de brazos. Norah seguía sosteniendo a Nina que parecía a punto de dejar de respirar, la sangre manchaba su vestido azul y lo volvía oscuro. No podía dejarla, no podía. ―Espera… no te duermas… no cierres los ojos. ―Mi… milady, debe escapar, esos hombres trataban de matarla. Era imposible no darse cuenta de que las flechas estaban dirigidas a ella, incluso en ese momento, si no fuera por el oportuno apoyo de los tres caballeros junto con Nadia y su compañero, ya habrían pasado cientos de flechas hacia ella. ―No te dejaré sola… no lo haré. ―¡Milady! ―le gritó Nadia. ―¡Debe irse, ahora! Esteban la acompañará. ―No puedo… no la dejaré. El otro caballero ya estaba preparado para llevarse a Norah, pero de repente, la lluvia de flechas se desvaneció.
El sol salió como de costumbre. Hermoso, brillante. Brindaba calor a los seres de abajo. La lluvia había dejado de caer después de cubrirlos por la noche, y aunque había una ráfaga de viento constante y el fresco del bosque los hacía tiritar con frío. Los soldados permanecieron alertas y agradeciendo al sol su calidez. Habían escuchado de la atrocidad de James y Richard, los caballeros escoltas de la Duquesa. Habían acabado con al menos una docena de mercenarios ellos solos. Bastante impresionante para ser tan jóvenes. Sin embargo, no salieron tan bien librados. Rajaduras en sus brazos, una pierna rota y, tal vez veneno en las heridas. ―Tómate esto, ―le dijo Richard a su hermano que seguía muy atento al carruaje de la Duquesa. ―Ella está bien, no está herida, tú, en cambio, parece que te desmayaras al siguiente instante. ―Le… le fallamos. El susurro de decepción fue un golpe para los dos hermanos. Habían jurado protegerla de todo, pero una dis