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Capítulo 1: La élite de Diamond

La ciudad Diamond; un lugar donde las clases sociales se imponen a los sentimientos y a las metas individuales. Aquí, si no tienes dinero ni un buen apellido, no eres nadie. Pareciera que evolucionáramos en tecnología, no obstante, en cuanto a relaciones sociales e interpersonales, estamos involucionando.

En esta ciudad los matrimonios por amor son extraños y hasta menospreciados, en especial entre las personas de la clase alta. Es por esto, que somos condicionados desde niños a casarnos por conveniencia social, económica y familiar; para nosotros, los hijos de los ricos, eso es un asunto natural.

Sin embargo, yo sí sueño con encontrar, no tal vez un romance intenso como en las películas o novelas literarias, pero sí un compañero que me guste y atraiga en lo sexual, y con el que pueda compartir mis metas; ya saben, alguien con quien crecer y alcanzar el éxito, pero también divertirme.

Pero encontrar lo que quiero es difícil en una sociedad donde la mayoría de los hombres son egoístas y caprichosos, y ven a la esposa como un adorno para lucir en actividades sociales. En fin, tal vez me quede solterona por siempre. De todas formas, tomaré las riendas de la empresa de papá, debido a que soy la única heredera. He sido afortunada de que papá no piense como la mayoría en esta ciudad, a quien no le importa si me caso con un buen partido o no; este solo vela por mi bienestar y felicidad.

Salgo del auto con una gran sonrisa porque hoy, después de estar fuera de esta ciudad por cuatro años, regreso a la empresa que tanto amo. Crecí corriendo en los pasillos de esta compañía y he sido testigo de su crecimiento. Con los conocimientos obtenidos en el extranjero, pienso expandirla a otras ciudades.

Papá aún no ha anunciado su retiro, pero hará una reunión en dos semanas donde anunciará mi toma de la presidencia. ¡No podría estar más feliz! Siempre ha sido mi sueño dirigir esta empresa, el patrimonio de mi familia.

—¡Señorita Bell! —me saluda la secretaria de papá con efusividad. Le correspondo el saludo a ella y a todos los presentes, incluyendo la recepcionista que no reconozco; bueno, ella no es la única cara nueva aquí. Después de unos minutos de recibimiento de parte de algunos empleados, me dirijo a la oficina de papá.

—¡Turrón! —exclama él cuando entro—. ¡Estás hermosa! —Me abraza.

—Y tú siempre tan guapo, ¿dónde guardas los años? —elogio. Él me sonríe ufano y da una vuelta, modelando su figura.

—Es que tenemos buena genética, Turrón. Siéntate y dime qué tal fue el viaje.

—No me puedo quejar.

—¿No me digas que cogiste directo a la empresa, Turrón? —Papá enarca una ceja.

—Ya que nadie fue a recogerme al aeropuerto...

—Lamento eso. Es que tuvimos una reunión de emergencia aquí y tu madre regresa mañana de su viaje. Pero debiste ir a la casa a descansar, bonita.

—No me aguantaba las ganas de venir a verte. Y, dime, papá, ¿cuál era la emergencia en la empresa? ¿Sucede algo grave?

La expresión de papá cambia a una preocupada y angustiada.

—¿Por qué no recorremos todos los departamentos y así conoces a los nuevos empleados?

¿Ah?

—¿Me estás cambiando el tema, papá?

—No, Turrón, acabas de llegar; ya tendremos tiempo para discutir los asuntos de la empresa. ¿Quieres ir a almorzar?

Su tono nervioso me pone sospechosa, no obstante, prefiero no abrumarlo más con mi interrogatorio, ya tendré tiempo de ponerme al día con los asuntos de la compañía.

—Bueno, vamos.

—Por cierto, ¿has hablado con Bratt?

No sé por qué el corazón me da un vuelco al escuchar el nombre de mi amigo. Estuve tan ocupada en estos años, que fue poco el contacto que mantuve con él. Si soy sincera, no recuerdo la última vez que hablamos.

—Tengo mucho que no sé acerca de él.

—Pues regresó del extranjero meses atrás y está trabajando en el hospital de un amigo —responde papá ufano. Él le tiene mucho cariño a mi loco amigo.

—Eso es genial, le haré la visita en cuanto pueda. —Papá asiente satisfecho.

Por un momento siento nostalgia. Bratt y yo éramos inseparables antes de ir a la universidad y de que nuestras vidas de adultos estuvieran llenas de responsabilidades. ¿Cómo estará él? ¿Seguirá igual de guapo y mujeriego que antes?

***

Estos días me los he pasado descansando y organizando mis cosas. Por ahora viviré con mis padres, mas tengo planeado comprarme o financiar un apartamento para vivir sola, debido a que ya me acostumbré a la independencia en estos años fuera de casa. Aunque no niego que se siente lindo estar bajo los cuidados y mimos de mis padres, sin embargo, ya no soy la misma niña tímida e inocente que se fue hace cuatro años a estudiar al extranjero, por lo tanto, necesito mi espacio para no tener conflictos con ellos.

Hoy he decidido salir de estas cuatro paredes y pasear por la ciudad. También tengo una visita pendiente. Usaré el vehículo de mamá quien está descansando de su viaje, por lo que no creo que vaya a salir hoy.

Me peino el cabello rojizo que, he laceado, y me retoco el maquillaje una vez más. Me he puesto un tono sencillo con sombra blanca, para así resaltar los labios con un rojo cereza. Llevo un pantalón de tela jean elástica de color blanco, que se moldea a la perfección a mis piernas; en cuanto a calzado, he decantado por unos botines rojos que he combinado con mi camisa de seda, puesto que son del mismo color; a esta le he dejado los primeros botones abiertos para mostrar un poco de piel.

Tomo mi bolso y tiro un beso al espejo, como respuesta a lo satisfecha que estoy con mi apariencia, y salgo de la casa.

La mañana está hermosa y radiante, de esa manera se encuentra también mi ánimo. Me paso la mitad del día paseando por la ciudad y hago algunas compras, mas a la hora del almuerzo, me dirijo al hospital "Seymour", uno no tan prestigioso como a los que estoy acostumbrada, pero que fue comprado por el amigo de Bratt.

—Saludos. Vengo a ver al doctor Bratt Nisson —le informo a la recepcionista.

—¿Tiene una cita? —pregunta mientras teclea en el computador.

—No soy una paciente, ¿a qué hora está libre?

—En unos quince minutos será su almuerzo, puede esperarlo en el lobby. Le informaré que está aquí cuando termine con su último paciente de la mañana —me guía la chica.

—Muchas gracias —le agradezco con cortesía y me siento a esperar a mi amigo. Me pongo a leer una revista de todas las que están en un armario que se encuentra aquí y, al cabo de unos veinte minutos, siento que alguien me sacude el cabello.

—Dígame, señorita, ¿por qué vino a consulta? —Doy un respingo al reconocer esa voz y, con el pulso acelerado, miro en dirección a aquel hombre a quien no había visto en algunos años.

Hago contacto visual con sus ojos azules que, parecen el cielo en un día cálido y brillante, mientras sonrío al notar lo poco que ha cambiado; en realidad lo único que le ha pasado es volverse más apuesto que antes. Ahora no es un chiquillo con gestos aniñados, no; Bratt es todo un hombre de pies a cabeza, uno muy sensual y atractivo.

Me pongo de pies sin dejar de apreciar su figura en aquella bata blanca, que no solo lo hace lucir interesante y con un porte de alguien serio y profesional, también lo hace ver muy sexy. Yo me apresuro a acortar nuestra distancia y le hago lo mismo que me hizo a mí en el cabello negro, que sigue siendo abundante y sedoso.

Por más que trato de disimularlo, sé que mi nerviosismo es notable. ¿Por qué cada vez que me encuentro con este hombre mis emociones se alborotan?

—Luces como todo un adulto serio. ¡Quién te viera! —exclamo con una sonrisa pícara mientras lo encaro.

—¡Eso soy, cariño! —Él me devuelve la sonrisa—. Estás muy hermosa, Serena. Tendré que estar atento a los lobos de Diamond.

—Gracias, pero no necesito a un perro guardián. Y, dime, ¿cómo está el abuelo?

—¿Por qué no lo averiguas por ti misma? Vamos a almorzar a casa y así lo ves.

—¡Buena idea! ¿Ya terminaste aquí? —Miro a mi alrededor por inercia.

—Por ahora sí —responde risueño—. Dame un minuto, cariño.

Se dirige a la recepcionista y ambos revisan no sé qué. La manera en que ella lo mira capta mi atención, debido a que pareciera que se lo saboreara con los ojos. Noto en su escrutinio, para nada disimulado, añoranza y deseo; pero no la culpo, Bratt tiene ese poder conquistador que atrae a cualquier mujer.

—Cariño, voy por mis cosas —dice él antes de entrar a la oficina. De inmediato, la recepcionista me observa con intriga y estoy segura de que ha mal interpretado todo. Puedo percibir su malestar y desagrado, mas no me importa; no es mi culpa que ella asuma por simple apariencia.

—¡Vámonos! —Bratt sale sin la bata. Tanto la recepcionista como yo nos quedamos mirándolo como tontas. Él lleva una camisa negra de mangas largas que lo hace ver elegante y sensual al mismo tiempo, y unos pantalones ajustados que resalta el resultado de ejercitarse.

Ambos salimos del hospital entre risas y jugueteos, siendo el centro de atención, no solo de la recepcionista, también de las personas a nuestro alrededor.

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