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Capítulo 5: ¡Amigas!

En este momento siento que pierdo el control de mi cuerpo, que tiembla al ritmo de los latidos rápidos de mi corazón.

Me molesta que un simple accidente me descomponga de esta manera. ¿Qué me sucede? Bratt es mi amigo, nada más. No entiendo por qué tengo estas emociones.

—Lo siento —dice Bratt mientras se frota la cara con las dos manos.

Finjo una sonrisa y le doy una palmada en el hombro.

—No te preocupes, entiendo que eres un tonto que no sabe coordinar sus movimientos y anda provocando accidentes.

Él ríe aliviado.

—Tienes razón, soy un tonto. ¿Nos vemos el sábado, cariño?

—¡Por supuesto! —Hago ademanes con las manos antes de abrir la puerta del vehículo—. Pero yo escogeré la película.

—¡Ay, no! No quiero terminar vomitando. Esas películas que ves no tienen nada de divertidas —chilla como la gallina que es con dramatismo exagerado.

Hago una mueca como respuesta a su queja y le saco la lengua. Entro en el carro y conduzco fuera de la mansión Nisson. Después de haber manejado por unos minutos, me detengo de golpe y me paso los dedos por los labios; al instante, siento una ola de calor recorrerme el cuerpo.

—¿Por qué me pasa esto a mí? —lloriqueo y choco la cabeza contra el guía varias veces.

No puedo volver a cometer el mismo error del pasado. No quiero enamorarme de Bratt, quien, aparte de que es mi mejor amigo; es un patán mujeriego que no tomaría a nadie en serio nunca.

Con ese pensamiento surcando mi cabeza me dirijo de vuelta a la casa.

***

Faltan pocos días para que papá anuncie la entrega de la presidencia. No sé si es que él le teme a desprenderse de su trabajo de décadas o su preocupación se deba a otro asunto, pero lo percibo muy nervioso y evasivo.

Me siento en una de las mesas del café donde quedé con mis dos amigas, Taís y Lilia, y me adelanto a pedir un capuchino sin azúcar. Cuando el mesero me trae la bebida, a poca distancia visualizo a Lilia, quien viene vestida de enfermera.

—¡Ahhhh! —grita eufórica cuando me ve.

Mi reacción es levantarme de la mesa y correr en su dirección. Una vez estamos frente a frente, ambas gritamos y nos abrazamos con fuerza.

—Por Dios, Serena, ¡qué hermosa estás! —chilla entusiasmada y vuelve a abrazarme.

—¡Tú no te quedas atrás! Eres la madre más bella que he conocido.

—Muchas gracias, aunque todavía no bajo de peso y eso que Taís se la pasa hostigándome con sus ejercicios y dietas.

—No te lleves de Taís o morirás de hambre. Sus dietas son muy estrictas y ella es una exagerada.

—¡Verdad que sí! —se queja. En ese momento aparece Taís con su vestuario deportivo y su bulto cuadrado, unas gafas puestas y el cabello hecho trenzas.

—¡Conque hablando de mí a mis espaldas, perras! —vocifera mientras se quita las gafas.

—¡Ahhhh! —gritamos las tres eufóricas. Un abrazo grupal me deja sin aire y, al cabo de unos minutos, nos sentamos en nuestra mesa bajo la atenta mirada de los transeúntes y los demás clientes que se encuentran en sus respectivos lugares.

En los cafés, nosotras siempre nos sentamos en la calle porque así nos sentimos libres de reír y hablar fuerte, pero también de estar de pendencieras.

—¡Serena, pareces una modelo! —me elogia Taís con ojitos brillosos—. ¿Ves? Mi programa exclusivo para mis amigas, sí funciona. Cuando lo llevan al pie de la letra, por supuesto —masculla lo último mientras mira a Lilia con facciones acusativas.

Sí, claro. Será programa para asesinar amigas de hambre.

—Si lo dices por mí, no necesito tu sádico programa —contraataca Lilia—. Prefiero vivir con unas libritas de más a morir desnutrida.

—¡Por eso es que tú y yo siempre tenemos problemas! Yo con toda mi buena voluntad trato de ayudarte, pero tú me pagas desacreditando mi trabajo. Para que te informes, mi gimnasio y mis programas de dieta balanceada, son los más buscados de esta ciudad —se defiende Taís.

—Estamos de acuerdo en eso, cariño —intervengo—. Sin embargo, es cierto que con nosotras quieres experimentar y abusas con tus dietas raras y ejercicios extremos.

—Otra desagradecida. —Hace un puchero berrinchudo.

—¡Ay, ya! —exclama Lilia—. Hablemos de otra cosa —propone con una sonrisa mientras juega con sus rizos marrones.

Ella es una mujer de tez muy blanca, ojos verdes y figura curvilínea; a diferencia de Taís, quien es una mulata de ojos oscuros y cabello crespo, negro y con mechones dorados. Taís ama ejercitarse y ayudar a otros a hacerlo, por eso posee un cuerpo esbelto y definido. De las tres, ella es la más alta, saludable, fuerte y, en cuanto a personalidad, la más auténtica.

Lilia, es la más insegura y tierna del grupo. Es romántica, maternal y un poco ingenua. Donde está ella todo se transforma en positivismo y risas sinceras. Lilia se casó muy joven con su primer y único novio, con quien tuvo un hijo hace dos años.

Al principio, Taís y yo no estuvimos de acuerdo con su matrimonio precoz; pero al pasar el tiempo, nos dimos cuenta de que ella es muy feliz y que su esposo es un buen hombre. Ellos se casaron por amor, razón por la que la familia de Lilia la desheredó, debido a que él no era un chico de la cúspide. Ambos trabajaron duro mientras estudiaron y ahora llevan una vida estable, a pesar de vivir en una ciudad costosa y clasista.

—¿Estabas en el hospital? —le pregunto a Lilia, dado que lleva el uniforme de enfermera.

—Sí. Estuve de guardia anoche. Me vine directo hasta aquí —responde mientras bosteza.

—No debiste venir, entonces. Pudimos haber escogido otro día u otra hora —le increpo.

—Ay, no, Serena; yo ya estaba loca por verte. El hospital ha estado muy activo en estos días, por eso no había ido a visitarte.

—Pero me siento mal de...

—Yo me siento bien con ustedes —me interrumpe—. Venir a este lugar tan hermoso a tomarme un café, es la mejor manera de botar el estrés y relajarme.

—Bueno... —balbuceo, no muy convencida.

Nos pasamos la mañana hablando todo lo que se nos viene a la cabeza, poniéndonos al día con algunos eventos de nuestras vidas y riendo al recordar todas nuestras travesuras.

Después de despedirme de las chicas, decido ir al consultorio de Bratt para que almorcemos juntos. Cuando entro al hospital no veo a la recepcionista en su escritorio y, como no quiero interrumpir a Bratt en caso de que esté con un paciente, pregunto en información si el doctor Nisson está consultando.

—Hoy no tuvimos facturación con él. Creo que solo vería a dos pacientes que no pudo atender ayer. Si no se ha ido, puede que esté en su consultorio —responde un joven con amabilidad.

Le doy las gracias por la información y me dirijo de vuelta al consultorio de Bratt. Me quedo viendo el puesto vacío de la secretaria y suspiro.

Toco la puerta del consultorio varias veces con la esperanza de que mi amigo aún se encuentre allí adentro, pero al no recibir respuesta de su parte, dejo de insistir.

Cuando me giro para marcharme, percibo que la puerta se abre, entonces me doy la vuelta con una gran sonrisa. Esta se desvanece al encontrarme con la recepcionista, quien tiene el cabello desarreglado, la respiración agitada y la camisa desajustada. Con una sonrisa victoriosa y desafiante, ella se termina de arreglar los botones sueltos.

Me abro camino con descortesía y rudeza, para enfrentar al cínico de Bratt, quien se encuentra sentado en su escritorio como si nada hubiese sucedido.

—¿Serena? —Me nombra sorprendido, puesto que no esperaba mi visita.

Él se levanta del escritorio y se me acerca, es cuando noto la mancha de labial en su cuello. Unas náuseas horrendas me provocan arcadas y tengo que taparme la boca porque la sensación de que voy a vomitar es demasiado fuerte.

—Cariño, ¿estás bien? —pregunta, preocupado por mi reacción.

—No te me acerques... —demando con dificultad, debido a que las ganas de vomitar aumentan cada vez más.

Bratt ignora mi pedido y me toma de las manos, pero de buenas a primeras siento que me mareo, entonces todo lo que me comí esta mañana termina encima de él, manchando su bata blanca con mis vómitos.

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