Episodio 2

Un mes después, todo había regresado a la normalidad en lo que cabía, obviamente. Jane y yo nos mudamos a Westwood para estudiar arquitectura en la Universidad de California, y alquilamos un departamento pequeño pero no muy lejos de la universidad.

Tratábamos de conseguir trabajos de medio tiempo pero ningún lugar nos aceptaba, sin embargo las cosas iban relativamente bien, no había vuelto a saber sobre el "imbécil rompe himen" cómo decidí llamarlo y esperaba que así fuera por un muy largo rato.

"Booty" empezó a sonar trayéndome a la realidad nuevamente, reconociendo ante mis ojos el campus de la universidad.

Jane miró mi celular curiosa.

— ¿Hola? —contesté—.

— Buenas tardes ¿Hablo con la señorita Grace Davis?

— Sí, soy yo

— Reciba un saludo cordial del departamento de inmigración de los Estados Unidos de Norteamérica, el motivo de nuestra llamada es para informarle que necesitamos que se haga presente en las oficinas de Los Ángeles el día viernes a las tres de la tarde.

— ¿Qué? Pero, ¿Por qué? —pregunté confundida—. Nací en Estados Unidos, creo que se están confundiendo.

— No lo creo señorita Grace, usted consta dentro del sistema por lo cual necesitamos validar datos de su matrimonio —unos ruidos a través de la línea se hicieron presentes y la chica que hablaba por la línea intentó tapar la bocina para que no la oyera—. Sí, ya tenía hambre, espera a que termine con esta llamada.

» Entonces, contamos con su puntualidad. Gracias por su atención

— ¡Espere! —colgó dejándome más confundida y con la palabra en la boca—.

¿Qué rayos había pasado? Unas arrugas aparecieron en mi frente ante la confusión, en primer lugar yo no estaba casada, ni siquiera tenía novio ¡Ni uno imaginario! 

— ¿Quién era? —preguntó Jane—.

— Te cuento de camino a clases —miré mi reloj—.

Faltaban diez minutos para la siguiente clase, me paré y ayudé a Jane a levantarse del pasto empezando a contarle la situación.

— Que loco, lo más seguro es que todo sea un error.

— Probablemente, de todas formas tengo que ir a averiguar qué sucede pero me preocupa tener que faltar a clases.

— Uhm sí, ¡que mala suerte! —rodó los ojos—. Sólo tú podrías preocuparte por faltar un día a la universidad.

Alcé los hombros, odiaba atrasarme en las materias y tener que revisarlas en casa. Saqué los materiales de mi casillero con una mueca al notar que la siguiente clase era de historia, enserio detestaba esa materia.

— Sé que no es el momento pero tengo que confesarte algo —Jane unió sus dedos índices como siempre lo hacía cuando se ponía nerviosa—. Me gusta alguien.

Giré los ojos.

— Avísame cuando no te guste nadie, eso sí me sorprendería —la aparté del camino—.

Comencé a caminar antes de ganarme un buen golpe, aunque no fui tan rápida ya que no pude librarme.

Auch.

— Eres demasiado cruel conmigo, en esta ocasión lo estoy diciendo de verdad.

— Si, es como la enésima vez que dices eso.

Jane era de las chicas que se enamoraban rápidamente, tenía millones de crushes.

Sus manos se posaron en mis hombros parando mi caminata. Me miró a los ojos decidida.

— Grace, esta vez es enserio —dijo—. Él. Realmente. Me. Gusta.

— Probablemente te estoy creyendo —crucé los brazos—. Cuéntamelo todo con lujo de detalles para poder entenderte —empecé a caminar nuevamente— ¿Quién es?

— Es el chico que conocimos en Las Vegas.

— Corrección, que tú conociste, yo simplemente no recuerdo nada.

— Ya, y si no te acuerdas no pasó.

— Pero a ver si entendí, ¿Qué pasó con lo de "Si pisi in Lis Vigis si quidi in Lis Vigis"?—dije haciendo comillas con los dedos—.

— Grace a veces hay que aceptar que para cada regla existe una excepción, y él es la mía. Simplemente me encanta.

Le dí una sonrisa en la que no fui realmente sincera, no me malinterpreten, enserio me alegraba mucho la idea de que mi amiga "siente cabeza" pero aquel chico era amigo del imbécil que me quitó la virginidad, y lo que menos quería era encontrarme con él, al menos no en los próximos uno, dos o cincuenta años siguientes.

Que cobarde era.

— Pero, ¿dónde vive él?

— ¡En nuestra ciudad! ¿No es maravilloso? Creo que es el destino.

Y es que cuando ella se enamoraba Lo hacía con todas las letras de esa palabra. Era algo así como una romántica empedernida.

— Estoy feliz por ti, pero hay algo que me preocupa

— ¿El misterioso hombre con el que amaneciste desnuda?

— Bueno —dije incómoda por como algunos nos quedaron mirando—.

— No creo que deberías preocuparte por eso, además ¿Es guapo, no? No creo que esté mal otra ronda de —la golpeé haciendo que se calle—.

— ¡Jane! Eres tan imprudente

— Hablas como una virgen —dijo después de rodar los ojos—.

Comenzó a reírse y corrió a su siguiente clase.

Estúpida mejor amiga.

Abroché el botón superior de mi camisa por milésima vez en el día al notar como el hombre de la entrada se detenía a ver mis senos sobre el encaje negro del sostén que llevaba aquel día.

Estúpido botón, siempre pasaba eso con esta camisa. Pero no tenía nada más formal para venir aquí.

Mis ojos pasaron por el recibidor del gran edificio, tratando de distraerme al notar los detalles de cada zona sin evitar pensar en los cambios que le haría al lugar si yo hubiera sido la encargada del diseño, se veía bien pero podía ser mejor.

Me acerqué a una mujer rubia que estaba detrás de un mesón de granito negro bastante elegante.

— Buenas tardes ¿En qué la puedo ayudar?

— Soy Grace Davis, recibí una llamada de inmigración.

— Oh sí, el señor Schmidt la está esperando en su despacho, es en el tercer piso, la segunda puerta de lado izquierdo.

— Gracias.

Entré al ascensor con tres personas más. Durante un silencio incómodo subí hasta el tercer piso, cuando encontré la puerta toqué un poco indecisa, debía arreglar este problema ahora.

— Pase por favor —la puerta se abrió—.

Ingresé al amplio lugar encontrándome de frente con un señor de no más de cincuenta años.

— Bienvenida señorita Davis, el señor Clarke, su esposo, ya está aquí.

Tomé su mano saludándolo.

— Creo que se está confun —al hacerse a un lado para dejarme pasar me encontré con unos ojos miel mirándome fijamente—.

Un poco más y mis ojos casi abandonan mi cara.

No.

Dios, no.

No podía ser el imbécil rompe himen.

Mentalmente comencé a golpear mi cabeza contra la pared.

¡Que suerte la mía! Entre tantos hombres, tenía que encontrarme con él.

— Hola, cariño.

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