Capítulo 2. El límite del desprecio.

Parecía que eso era una situación de nunca acabar, y a pesar de eso no pudo evitar  sentir como si el aire hubiese sido arrancado de sus pulmones. 

Axel, se veía aparentemente cariñoso mientras la mujer lo envolvía con sus brazos, mientras estaban rodeados de algunos de los amigos de su marido.

Una mezcla de emociones la atravesó, asco, rabia y sintió un dolor en su pecho. 

Se mareó y se aferró al marco de la puerta, para no tambalearse. Entretanto, la mujer, en el regazo de Axel, se levantó y se giró hacia ella con una expresión altiva al notar su presencia. Sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y desafío.

—¡Oh! Mírenla, la señora finalmente decidió aparecer —dijo Brenda, con una sonrisa despectiva.

Alicia respiró profundamente para contenerse. Sus manos temblaban, pero su rostro permanecía imperturbable. Dio un paso hacia adelante, clavando sus ojos en Brenda antes de hablar con un tono helado.

—Gracias por tu servicio esta noche. Parece que mi esposo quedó muy satisfecho —pronunció con una tranquilidad que le impresionó hasta sí misma, cuando por dentro sentía una profunda agitación.

Brenda, sorprendida por la calma de Alicia, dio un paso hacia ella, sus ojos chispeando de indignación.

—¡¿Quién te crees que eres para que me hables así?! —soltó con veneno en la voz.

Alicia alzó una ceja, ladeando la cabeza como si evaluara a la mujer frente a ella. Su voz se volvió aún más cortante.

—Supongo que eres la prostituta contratada por mi marido. O... —hizo una pausa deliberada, dejando que las palabras se deslizaran con desprecio—. ¿No serás otra cosa?

Brenda, incapaz de contener su rabia, alzó una mano para señalar a Alicia, pero esta la ignoró y siguió buscando en su mente para proferir las palabras que parecían haberse atragantado en su garganta.

—¿Ser...? —Alicia completó con desdén—. ¿Ser la zorra que se especializa en seducir a los maridos de otras personas?

El color abandonó el rostro de Brenda, reemplazado por un rojo furioso. 

—¿Sabes quién soy? ¡Soy la hija de la familia Smith! —pero como Alicia la ignoró, giró hacia Axel con los ojos llenos de lágrimas falsas.

—Cariño, ¡mira cómo me habla esta mujer! ¿No vas a hacer nada? Me está ofendiendo.

Alicia observó cómo Axel, lejos de consolar a Brenda, se sirvió tranquilamente una copa, sin siquiera levantar la mirada, como si todo le que estuviera sucediendo fuera ajeno a él. Se quedó en silencio por varios minutos, hasta que por fin habló

—Eso es todo por hoy —dijo con frialdad—. Vete.

La tensión en el ambiente era palpable. Brenda, descolocada por la indiferencia de Axel, intentó replicar, pero su mirada firme la silenció. Con un gesto brusco, agarró su bolso y caminó hacia la salida. 

Al pasar junto a Alicia, la golpeó deliberadamente con el hombro, pero ella ni se inmutó.

El sonido de la puerta cerrándose dejó un silencio sepulcral. Alicia, incapaz de contenerse más, dio un paso hacia Axel, su voz temblando de emoción contenida.

—¿Cuántas veces has traído a otras mujeres a nuestra casa? —siseó mientras su pecho subía y bajaba del enojo.

Axel levantó la mirada, tomando un sorbo de vino antes de responder con una calma que solo intensificó la furia de Alicia.

—No es nuestra casa. Es mi casa. —Dejó la copa en la mesa y la miró directamente, sus palabras goteando desdén—. Si no puedes soportarlo, ¡Lárgate! Pero no intentes enseñarme cómo hacer las cosas.

El peso de sus palabras cayó sobre Alicia como una losa. Su corazón latía con fuerza, y sintió cómo las lágrimas amenazaban con brotar, pero se negó a dejarlas caer. Apretó los puños a los costados, tratando de encontrar algo de fortaleza en medio de la humillación.

—Creo que deberías recordar las razones por las que me casé contigo —continuó Axel, su tono más frío que nunca—. Cuando lo hagas, no te vuelvas a confundir. No te quiero, esposa.

Cada palabra era un golpe que la debilitaba. Pero, a pesar del dolor, Alicia levantó la barbilla, negándose a ceder ante su frialdad. Lo miró fijamente, con una mezcla de desdén y determinación.

—Lo recuerdo perfectamente, Axel —murmuró, su voz baja, aunque cargada de intención.

Axel le dio la espalda sin responderle, como si ella fuera un objeto que podía hacer a un lado porque ya no le importaba.

Alicia sintió la rabia agitándose en su interior, aunque también la llama de determinación comenzaba a crecer.

Mientras observaba, los recuerdos de su boda pasaron por su mente, como un eco lejano de promesas rotas. Sabía que Axel no la había amado, pero nunca imaginó que la indiferencia pudiera tomar la forma de una daga tan afilada. 

Alicia estaba decidida a no solo soportar el desdén de Axel, sino que encontraría la manera de darle una razón para recordar que ella no era una simple pieza más en su tablero.

Sus manos temblaban ligeramente, pero sus ojos reflejaban una determinación nueva. Llevó una mano a su vientre, recordando la vida que crecía dentro de ella. Ese secreto sería su fuerza, su esperanza. Porque mientras Axel la considerara insignificante, Alicia sabía que estaba construyendo algo mucho más importante que su orgullo, un futuro en el que ella y su hijo estarían por encima de cualquier humillación.

Una única lágrima intentó rodar por su mejilla, pero ella se la secó rápidamente, porque no iba a permitir que Axel viera ninguna debilidad en ella; sin embargo, mientras lo veía alejarse, no pudo evitar sentir una punzada de dolor en el pecho. Porque a pesar de todo, una parte de ella aún amaba a ese hombre frío y distante. Pero en ese momento, algo cambió dentro de Alicia. 

La humillación y el desprecio de Axel habían plantado una semilla de resentimiento que comenzaba a crecer, por eso, sin contenerse, le respondió.

—¡Al menos deberías ser más selectivo! —exclamó, haciendo que los pasos de Axel se detuvieran, mientras las miradas de sus amigos se posaban en ella.

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