Capítulo 3. Fragmentos de un dominio.

Axel se detuvo en seco. Los murmullos de sus amigos desaparecieron en el eco del salón cuando giró lentamente sobre sus talones. Su mirada, helada y cargada de una autoridad incuestionable, se clavó en Alicia.

—¿Qué dijiste? —preguntó, su tono bajo, pero con un filo cortante que hacía que cualquier persona retrocediera, excepto Alicia.

Ella levantó la barbilla, sosteniendo su mirada con una frialdad que no sentía del todo, pero que había aprendido a fingir. Sabía que cualquier muestra de debilidad solo lo alimentaría.

—Dije que, al menos, deberías elegir mejor. Siento que tu visión y tus gustos empeoran cada vez más y para ser un miembro de la familia Thorne, es patético.

Un murmullo ahogado surgió entre los amigos de Axel. Nadie se atrevía a hablarle de esa manera. Sin embargo, Alicia no apartó la mirada. Sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que Axel no soportaba los desafíos. Era un hombre que, aunque no conocía la empatía, encontraba placer en dominar.

Efectivamente, sus palabras lo hicieron reaccionar. Los dedos de Axel se tensaron alrededor de la copa de vino que tenía en la mano. Sus nudillos se volvieron blancos, y un segundo después, el cristal se estrelló contra el espejo de la pared, haciéndolo añicos. 

Los fragmentos cayeron al suelo en un caos brillante que reflejaba la rabia que ardía en él.

El salón quedó en silencio absoluto. Los amigos de Axel retrocedieron, pero Alicia se mantuvo firme, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho. 

Antes de que pudiera reaccionar, Axel cerró la distancia entre ellos en dos pasos largos. Su mano se cerró sobre la barbilla de Alicia, forzándola a levantar el rostro hacia él, y se lo pellizcó con fuerza.

—Tú, una persona tan insignificante de clase baja, que no tiene un centavo y depende de mí para mantenerte, ¿cómo te atreves a hablarme así? —gruñó. 

Sus ojos, oscuros y llenos de furia, eran como un abismo que amenazaba con consumirla.

El dolor del pellizco era insignificante comparado con el peso de sus palabras. Alicia contuvo la respiración, negándose a apartar la mirada. En el fondo de su corazón, sentía que cada una de sus palabras era un recordatorio cruel de por qué se había casado con ella.

—Si no te hubiera acogido, habrías estado viviendo en la calle, como una mendiga. ¿No sabes lo que es ser agradecida? —Axel presionó aún más su barbilla, como si quisiera grabar esas palabras en su piel.

Alicia no respondió. Su silencio no era resignación, sino una forma de protegerse. Sus ojos, que antes habían reflejado vulnerabilidad, ahora eran un escudo. Lo miró fijamente, sin derramar una sola lágrima. Axel podía decir lo que quisiera, pero ella no le daría la satisfacción de verla romperse.

Molesto por su falta de reacción, Axel soltó su barbilla con un movimiento brusco. Dio un paso hacia atrás, intentando recobrar el control que sentía resbalándose entre sus dedos.

—Hablarme de esa manera... —murmuró, más para sí mismo que para ella, mientras pasaba una mano por su cabello, intentando calmarse.

Pero no se calmó. La furia seguía burbujeando bajo su piel, y Alicia lo sabía. Por eso, cuando él se giró hacia ella de nuevo, su corazón dio un vuelco. Axel se acercó, esta vez con una determinación oscura en su mirada. 

Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, la tomó por la muñeca y la arrastró fuera del salón sin ninguna contemplación.

—¡Axel, suéltame! —protestó Alicia, pero él no se detuvo. Su agarre era firme, doloroso, al parecer no tenía ningún reparo en hacerle daño.

Los amigos de Axel no se atrevieron a intervenir. Sabían que enfrentarse a él era un error, y ninguno de ellos estaba dispuesto a arriesgarse.

Axel llevó a Alicia a la habitación principal. Cerró la puerta con un golpe seco y la empujó hacia la cama. Alicia se tambaleó, pero logró recuperar el equilibrio antes de caer. Lo miró con desafío, aunque su corazón latía con fuerza.

—¿Qué estás haciendo? —exigió, su voz temblando ligeramente.

Axel no respondió. Se acercó a ella, y sin decir una palabra, la hizo caer sobre la cama. La despojó de la ropa, sus movimientos eran bruscos, carentes de cualquier delicadeza. Alicia intentó resistirse, pero él era demasiado fuerte. No había espacio para la ternura en los gestos de Axel esa noche.

Alicia cerró los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas que amenazaban con escapar. El peso de Axel sobre ella era abrumador, sofocante. Sus manos ásperas recorrían su cuerpo sin gentileza, como si quisiera marcarla, recordarle que le pertenecía.

Ella sabía que esto no era amor. Era poder, dominación, una demostración cruda de quién estaba al mando. Axel la tomaba con una urgencia frenética, sin preocuparse por su placer o comodidad. Cada embestida era un recordatorio de su posición, de su vulnerabilidad, sin embargo, su cuerpo se sentía atraído por sus movimientos.

Alicia se mordió el labio para no gemir, negándose a darle la satisfacción de saber que, a pesar de todo, su cuerpo respondía a él. Cerró los ojos con fuerza, intentando abstraerse de la situación, pero el aroma de Axel, mezclado con el sudor y el whisky, la envolvió por completo.

Terminó gimiendo tras cada arremetida de su esposo, sin poder contener el calor que corría por sus venas, avergonzada de su propia debilidad. Sus uñas se clavaron en la espalda de Axel, dejando marcas rojas sobre su piel bronceada. Alicia sabía que esto estaba mal, que debería apartarlo, gritarle que se detuviera, pero su cuerpo la traicionaba una vez más.

Axel gruñó en su oído, su aliento caliente contra su cuello, pero no pudo entender sus palabras.

¿Es esto lo que quieres?, se preguntó Alicia en su mente, “¿Provocarlo deliberadamente para que te llevara a la cama a tener intimidad sexual con él?” “Deberías decirle que ya no sientes nada por él, y ¡Dejarlo sufrir por ello!”, pero las palabras se ahogaron en su garganta, reemplazadas por gemidos de placer que no podía contener.

Con cada embestida, Alicia sentía que una parte de su resolución se desmoronaba. Había jurado que esta sería la última vez, que después de esta noche lo dejaría para siempre. Pero en el fondo de su corazón, sabía que era una mentira. Siempre volvería a él, atrapada en este ciclo tóxico de pasión y dolor.

Para Alicia, a pesar de todo, fue una noche marcada por la frialdad y la distancia emocional que siempre había existido entre ellos. Sin embargo, en medio de ese torbellino de sensaciones, Alicia pensó en el bebé que llevaba en el vientre, era un regalo que ella y Axel tuvieron juntos y no pudo evitar pensar que eso podría cambiar las circunstancias.

Cuando todo terminó, Axel se levantó sin decir una palabra, se vistió rápidamente 

—Axel, tengo algo que…

—No me importa.

El hombre se alejó muy rápido y no le dio oportunidad a Alicia de mencionar a la pequeña vida que crecía en su vientre.

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