Alicia se despertó con los primeros rayos del amanecer que se filtraban a través de las cortinas. La habitación estaba fría y silenciosa, un reflejo perfecto de la ausencia de Axel.
Miró hacia el lado de la cama que él solía ocupar, pero no estaba. No había regresado. No era una sorpresa. Había pasado tantas noches vacías como esta que ya había aprendido a no esperar su regreso. Con un suspiro, se levantó y se envolvió en una bata de seda. Caminó hasta el ventanal, mirando hacia el jardín que estaba cubierto por una ligera neblina matutina. La vista le daba una extraña sensación de paz, pero su mente estaba lejos de estar tranquila. Recordando los eventos de la noche anterior, apretó los puños con determinación. Caminó hacia la mesita donde había dejado su teléfono. Marcó un número que tenía memorizado y esperó con paciencia mientras el tono sonaba. “Buenos días, señora Alicia” respondieron al otro lado de la línea. —Necesito que investigues a Brenda Smith —dijo sin preámbulos, su voz helada—. Y luego que hagas que se vaya de la ciudad, no importa cuánto cueste. Quiero que desaparezca. El asistente dudó un momento, pero luego respondió con un tono respetuoso: “Entendido, señora. Me encargaré de ello de inmediato”. Sin más palabras, Alicia colgó el teléfono y lo dejó sobre la mesa. Había hecho esto antes, muchas veces. Cada vez que una mujer se acercaba demasiado a Axel, ella intervenía. Las enviaba fuera de la ciudad, les cerraba las puertas a cualquier oportunidad de permanecer cerca de él. Sabía que no era porque Axel tuviera algún interés genuino en ellas. No creía que se hubiese acostado con ninguna. Ella pensaba que él las usaba como herramientas, como peones en su juego cruel para provocarla, para hacerla sentir celosa y recordarle su lugar. Por extraño que pareciera, ese pensamiento le daba un leve consuelo. Axel no les daba más importancia que a las piezas de un tablero de ajedrez. Y eso significaba que, en algún rincón de su frío corazón, quizás ella aún tenía una oportunidad. Cuatro años habían pasado desde que se casaron. Cuatro años llenos de silencios y heridas que nunca se cerraban del todo. Pero Alicia había mantenido la esperanza. Había creído que, con el tiempo, Axel cambiaría. Que vería algo en ella que mereciera su respeto, quizás incluso su amor. Esa esperanza era como una llama diminuta que se negaba a extinguirse, a pesar de todo lo que él le había hecho pasar. Se fue a ducharse, luego se vistió y se arregló el cabello frente al espejo, asegurándose que su apariencia fuera impecable antes de salir de la habitación. El aroma del café recién hecho la guio hacia el comedor. Al entrar, vio a Axel sentado a la mesa, hojeando un periódico mientras tomaba un sorbo de café. Parecía tranquilo, casi como si la noche anterior no hubiera ocurrido. Por un momento, Alicia se detuvo en el umbral. Respiró hondo, reuniendo el valor para hablar. Tenía algo importante que decirle, algo que había guardado durante semanas. Este era el momento. Debía decirle que estaba embarazada. Caminó hacia él, sus pasos firmes pero silenciosos. Justo cuando estaba a punto de abrir la boca, Axel bajó el periódico y habló primero, sus palabras cayendo como un jarro de agua fría sobre Alicia. —Stella volverá pronto a esta casa —dijo con una calma que solo hacía que sus palabras fueran más crueles—. Y no quiere verte aquí. No le gustas. Lo mejor será que te mudes cuanto antes. Las palabras de Axel golpearon a Alicia como un puñetazo en el estómago. Por un momento, se quedó inmóvil, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Stella, ¿volvía? Y lo que es peor, ¿Axel la estaba echando de su propia casa por ella? —¿Qué estás diciendo? —logró articular finalmente, su voz apenas un susurro. Axel la miró con indiferencia, como si estuviera discutiendo el clima y no el futuro de su matrimonio. —Lo que oíste. Stella regresa. Necesito que te vayas. Todo lo que había soportado, ¿para esto? ¿Para ser descartada como si fuera un mueble viejo? —Pero... soy tu esposa —dijo, odiando lo débil que sonaba su voz—. Esta es mi casa también. Axel soltó una risa seca, carente de humor.—¿Tu casa? —repitió con desdén—. Creo que olvidas tu lugar, Alicia. Nada de esto es tuyo. Eres mi esposa porque me diste lástima. Pero ahora, no quiero que estés aquí.
Cada palabra era como una daga que se clavaba en su corazón. Alicia apretó los puños, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. —¿Y qué se supone que haga? ¿A dónde iré? —preguntó, la desesperación filtrándose en su voz. Axel se encogió de hombros, como si el destino de Alicia fuera lo último que le importara. —Eso no es mi problema. Te daré una suma de dinero para que te mudes a alguna otra parte. Stella está embarazada —continuó, sin mirarla—. No quiero que nada la altere. Ella necesita tranquilidad. La frialdad en su tono fue la gota que colmó el vaso. Alicia sintió que algo se rompía dentro de ella. Toda la frustración, el dolor y la rabia acumulados durante años explotaron de repente. —¿Así me tratas? —gritó, su voz temblando de ira—. ¡He sido tu esposa durante cuatro años! He soportado tus desprecios, tus humillaciones, tus coqueteos con otras mujeres y ahora pretendes echarme. —No hay nada más que discutir, Alicia —la interrumpió, levantándose de la mesa. Dejó la taza de café sobre el plato con un tintineo suave y se giró para mirarla, su expresión completamente carente de emoción—. Haz lo que te digo, no discutas. Ella lo miró fijamente, sus ojos llenándose de lágrimas que se negó a dejar caer. Por un instante, quiso gritarle, preguntarle cómo podía ser tan cruel; sin embargo, las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Mientras Axel salía del comedor, Alicia se quedó allí, con las manos temblorosas. Su corazón latía con fuerza, no solo por el dolor, sino también por la rabia que comenzaba a crecer dentro de ella. Stella era diferente a otras mujeres. Esta vez no podía obligarla a abandonar la ciudad, sacando sus trapos sucios o dándole una gran cantidad de dinero. Finalmente, dejó escapar un suspiro tembloroso y se llevó una mano al vientre. Las palabras de Axel habían sido un golpe brutal, que no se había esperado, pero si Axel quería una guerra, ella estaba lista para enfrentarlo. —¡No voy a irme! ¡Si Stella quiere venir a esta casa, entonces debería aceptar que yo no voy a ir a ningún lado y tú también deberías tenerlo claro! —gritó desafiante.Mientras Axel se giraba para salir, Alicia lo observó fijamente, con pensamientos oscuros cruzando por su mente. Stella no era una buena mujer. Había sido siempre arrogante y prepotente, utilizando su posición como hermana de Axel para justificar su comportamiento. Alicia recordó cómo, en el pasado, la empresa de sus padres había enviado gente a cobrar las deudas que el novio de Stella había acumulado, y todo había terminado en tragedia, cuando Stella perdió el hijo que esperaba.Ella, para vengarse, le lloró a su hermano, quien, furioso, convencido de que sus padres eran responsables del aborto espontáneo de su hermana, utilizó su influencia para hundir la empresa familiar de sus padres. Fue un golpe devastador. La reputación de los padres de Alicia quedó hecha añicos, rodeada por un gran escándalo y acusaciones legales que llevaron a los medios a perseguirlos sin descanso. En ese momento, todos pensaron que los padres de Alicia se habían quitado la vida debido a la presión, pero e
Alicia sostenía la taza de té con delicadeza, observando cómo el líquido ámbar formaba círculos diminutos al girar. La luz del atardecer que atravesaba la ventana del elegante café caía sobre su rostro, pero las grandes gafas de sol que llevaba ocultaban cualquier emoción que pudiera delatarse en sus ojos. Frente a ella, Lupita, su mejor amiga desde la infancia, movía la cuchara dentro de su propia taza, creando un tintineo constante que delataba su impaciencia.—No entiendo por qué insistes en vivir de esa manera —dijo Lupita finalmente, dejando caer la cuchara con un sonido seco—. Tienes una fortuna que cualquier persona envidiaría, pero prefieres esconderte detrás de esas gafas y fingir que no tienes nada, para recibir humillaciones de esa gente —siseó dejando en evidencia su molestia.Alicia sonrió, aunque la sonrisa apenas rozó sus labios. Bajó la taza y apoyó los dedos en el borde del plato. —Es necesario, eso es lo que mi marido cree —respondió con voz tranquila—. Que vengo d
Parecía que eso era una situación de nunca acabar, y a pesar de eso no pudo evitar sentir como si el aire hubiese sido arrancado de sus pulmones. Axel, se veía aparentemente cariñoso mientras la mujer lo envolvía con sus brazos, mientras estaban rodeados de algunos de los amigos de su marido.Una mezcla de emociones la atravesó, asco, rabia y sintió un dolor en su pecho. Se mareó y se aferró al marco de la puerta, para no tambalearse. Entretanto, la mujer, en el regazo de Axel, se levantó y se giró hacia ella con una expresión altiva al notar su presencia. Sus ojos brillaban con una mezcla de satisfacción y desafío.—¡Oh! Mírenla, la señora finalmente decidió aparecer —dijo Brenda, con una sonrisa despectiva.Alicia respiró profundamente para contenerse. Sus manos temblaban, pero su rostro permanecía imperturbable. Dio un paso hacia adelante, clavando sus ojos en Brenda antes de hablar con un tono helado.—Gracias por tu servicio esta noche. Parece que mi esposo quedó muy satisfech
Axel se detuvo en seco. Los murmullos de sus amigos desaparecieron en el eco del salón cuando giró lentamente sobre sus talones. Su mirada, helada y cargada de una autoridad incuestionable, se clavó en Alicia.—¿Qué dijiste? —preguntó, su tono bajo, pero con un filo cortante que hacía que cualquier persona retrocediera, excepto Alicia.Ella levantó la barbilla, sosteniendo su mirada con una frialdad que no sentía del todo, pero que había aprendido a fingir. Sabía que cualquier muestra de debilidad solo lo alimentaría.—Dije que, al menos, deberías elegir mejor. Siento que tu visión y tus gustos empeoran cada vez más y para ser un miembro de la familia Thorne, es patético.Un murmullo ahogado surgió entre los amigos de Axel. Nadie se atrevía a hablarle de esa manera. Sin embargo, Alicia no apartó la mirada. Sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que Axel no soportaba los desafíos. Era un hombre que, aunque no conocía la empatía, encontraba placer en dominar.Efectivamen