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Maya regresó al ejército. Se comunicaba con su esposo cada vez que había una oportunidad. Su padre la felicitó al llegar y le prometió que en cualquier momento harían una ceremonia para que todo el mundo se enterara de que ella ya se había casado.

Su amiga Melisa, que también formaba parte del ejército, se emocionó al saber que su querida amiga ya había encontrado un marido. Pero se enojó y la regañó cuando Maya le confesó que solo estaban fingiendo. A ella era la única que se lo podía decir sin temor a ser traicionada.

—¿Cuándo voy a conocer a ese idiota? —preguntó Melisa con cara de enojo.

—No le digas así, es un gran favor el que me ha hecho. En cuanto pueda, le haré una videollamada y te lo presentaré.

—Oye, mi padre ha dicho que habrá una inauguración de un centro comercial y quiere que yo esté presente como la futura heredera que soy de su imperio.

—Ah, ya se me había olvidado que mi amiga es millonaria. —Bromeó Maya.

—Me ofendes. Sabes que el dinero nunca cambiará nuestra amist
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