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Thiago llegó hasta donde estaba su chica y, aprovechando que el guardia estaba distraído, la tomó de la mano y le pidió que lo acompañase.

—¿De qué te escondes? —cuestionó—. ¿Acaso te da vergüenza que yo sea tu esposa?

—No. Tengo miedo de que se enamoren de ti y me abandones. —Bromeó en respuesta.

—Idiota. Traje tu almuerzo para que no gastes dinero comprándolo. Me disculpo por haber sido descuidada y no haberlo preparado esta mañana.

—Lamento tanto que no te hayan permitido entrar. La empresa tiene sus reglas y una de ellas es que no se reciben visitas. Y, con respecto a la comida, agradezco que te preocupes por mí, eres una buena esposa.

—Gracias. Me da gusto de que no me juzgues y comas todo lo que te preparo con mucho cariño.

Thiago sacó la comida y se puso a comer. Su teléfono no paraba de sonar y al no hacer el intento por responder, Maya presintió que algo no estaba bien.

—Puedes atender. No soy un impedimento, quizá sean tus padres y quieran saludar.

—Descuida. Es el jefe que,
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