96

Thiago llegó hasta donde estaba su chica y, aprovechando que el guardia estaba distraído, la tomó de la mano y le pidió que lo acompañase.

—¿De qué te escondes? —cuestionó—. ¿Acaso te da vergüenza que yo sea tu esposa?

—No. Tengo miedo de que se enamoren de ti y me abandones. —Bromeó en respuesta.

—Idiota. Traje tu almuerzo para que no gastes dinero comprándolo. Me disculpo por haber sido descuidada y no haberlo preparado esta mañana.

—Lamento tanto que no te hayan permitido entrar. La empresa tiene sus reglas y una de ellas es que no se reciben visitas. Y, con respecto a la comida, agradezco que te preocupes por mí, eres una buena esposa.

—Gracias. Me da gusto de que no me juzgues y comas todo lo que te preparo con mucho cariño.

Thiago sacó la comida y se puso a comer. Su teléfono no paraba de sonar y al no hacer el intento por responder, Maya presintió que algo no estaba bien.

—Puedes atender. No soy un impedimento, quizá sean tus padres y quieran saludar.

—Descuida. Es el jefe que, seguramente, me necesita y yo no le informé que saldría.

—Oh, no. Por favor, vuelve a tu trabajo. ¡Ah, solo he venido a causarte problemas! —Lamentó.

—Ni lo digas. Me quedaré hasta terminar la comida y te enviaré a casa.

—¿Cómo que me enviarás?

—Digo, te acompañaré a que tomes el taxi de regreso a casa.

En ocasiones Thiago no puede sostener más esa mentira y por poco revela la verdad.

Maya regresó a casa. Está triste por haber puesto en una situación complicada a su marido.

—Ah, pobre, su jefe le llamará la atención. Solo espero que no lo despida. —Pensó para sí misma.

Por otro lado, Maya siente lástima por el hombre, su ropa es poca. Aunque la casa está amueblada con buen gusto, no entiende por qué él es tan vanidoso con las partes de la casa y no con él mismo.

Más tarde…

—Oye, ¿por qué vienes en otro auto, qué le pasó al tuyo?

Preguntó la esposa al ver que su marido se bajó de un coche distinto al de él.

—El mío tuvo un percance y lo dejé en el taller, un colega se ofreció a traerme. —mintió. Pensó que ella no notaría que había cambiado de auto y que el chofer lo había llevado.

—Lo hubieras invitado a pasar, he preparado pastel de tres leches y seguro le hubiese encantado.

—Será en otra ocasión. Por ahora estoy celoso de que otro hombre se le acerque a mi esposa.

—Eres idiota. —Lo maldijo en voz alta. A la vez ambos sonrieron, viéndose directo a los ojos. La sonrisa en el rostro de ella se borró cuando los labios de Thiago aterrizaron en los suyos.

—Detente, será mejor que entremos a comer pastel. —Dijo ella con voz poco pronunciada y sus labios temblorosos.

—Sé que debe estar de chuparse los dedos ese pastel, pero eso puede esperar. Ahora lo que quiero comer es esa deliciosa torta que tienes entre tus piernas, bañarla con mi leche y hacer que te chupes los dedos con nuestros jugos mezclados. —Susurró con locura.

—¿Y si te llevas una mala impresión?

—Eso lo dudo. Pero temo que al probarte me vuelva adicto a ti y luego quiera tenerte todos los días y tú no me lo permitas.

—Arriésgate y comprueba si lo que sospechas resulta ser cierto. —Expresó, colgándose de su cuello y continuando los besos húmedos.

En ese momento, aquel contrato de matrimonio falso se fue al carajo. No habían pasado ni cinco días cuando ellos ya habían consumado el matrimonio y habían disfrutado de entregarse al otro. 

Lo que más impresionó a Thiago y lo llenó de satisfacción de macho fue que ella aún era virgen, le había entregado lo más preciado de su vida hasta el momento y, se sentía feliz de haber sido el primer hombre que la había visto desnuda y que había gozado de su cuerpo.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP