—Me llamo Salvatore Gianluca —le dije en un tono bajo, intentando crear algún vínculo—. Fui quien te encontró el día de tu accidente.
Apenas reaccionó. Solo se limpió la nariz, apartando su mano de la mía con un gesto que sentí como rechazo. Un minuto después, su voz, frágil y rota, susurró:
—¿Por qué no me dejaste morir? No tengo ninguna razón para seguir viva, y… no fue un accidente, intentaron asesinarme.
Su confesión me golpeó como un puñetazo al estómago. Le había salvado la vida, y lo que ella deseaba era lo contrario. No tenía sentido, sin embargo, una ola de ira me invadió. ¿Cómo podían haber atentado contra ella? especialmente conociendo su estado
—Lo siento mucho, Roxanne —respondí con cuidado, buscando las palabras adecuadas antes de decir lo realmente importante—. No sé exactamente qué ocurrió ese día, pero hice lo que tenía que hacer: llevarte al hospital. Mi deber es cuidarte.
—¿Y quién es usted, acaso? No tiene ningún deber conmigo. No lo conozco —me espetó con frialdad—. Aunque… su rostro se me hace familiar…
Sonreí, casi con sorna. Era cierto, no tenía ni idea de quién era yo, y en el fondo me complacía tener la oportunidad de decírselo finalmente.
—Bueno, fui a tu casa porque el perro de tu esposo me debe mucho dinero —le expliqué, sin prisas—. Quise cobrarle, pero él ya no estaba. Y en lugar de él, te encontré a ti, tirada en un charco de sangre… así que te traje conmigo.
Vi cómo su rostro palidecía al procesar mis palabras. Giró lentamente la cabeza para mirarme, y su expresión se volvió gélida.
—¿Y qué pretendía con eso? —preguntó con sarcasmo.
No pude contenerme. La verdad, por cruda que fuera, siempre había sido mi aliada. No me gustaba disfrazar la realidad.
—Bueno —admití sin rodeos—, pensé en pagarme contigo la deuda.
Su reacción fue inmediata. Una carcajada amarga escapó de sus labios, dura y vacía, como si sus emociones la desgarraran por dentro.
—¿De verdad crees que, al salvarme, mi esposo va a correr a mis brazos? A pagar su deuda ¡ja! —dijo, cargada de amargura—. Te lo aseguro: por él, bien podrías haberme dejado morir. Porque no le importo en lo absoluto.
Su confesión fue un golpe directo. Sabía que tenía razón. Ya había descubierto todo lo que necesitaba saber sobre su historia. Su esposo era un traidor despreciable que la había dejado por su propia prima. A pesar de todo, tenía que pensar rápido. No podía permitir que se me escapara así. No ahora… no ahora que ella tenía algo muy importante para mí.
La suavidad ya no era una opción.
—No me importa lo que digas —le respondí, acercándome más, con la voz cargada de firmeza—. Estás aquí, y debes pagarme la deuda del imbécil de Thompson.
Roxanne sacudió la cabeza con incredulidad, apretando los puños con frustración.
Me acerque un poco más a ella y cuando lo hice, me miró fijamente, y sus ojos se clavaron en los míos como si, de repente me reconociera.
—Sus ojos… usted es… usted es el hombre de la clínica de fertilidad —resopló, confundida—. ¿Y cómo pretendes que te pague esa deuda? —soltó con desdén—. Si no tengo ni dónde caerme muerta. Mi marido se llevó todo, mi empresa está en quiebra, no tengo un solo centavo. Puede matarme si quiere.
Una chispa se encendió en mis ojos ante su desafío. Esta era mi oportunidad, la clave de mis intenciones. Quería un hijo, y su vientre era la promesa de esa deuda, aunque ella aún no lo supiera. Su esposo lo había vendido todo, incluso su alma. Pero cuanto más tiempo pasaba cerca de Roxanne, más crecía esa obsesión. No podía apartarme de su lado; la necesitaba cerca, asegurándome de ser yo quien cuidara de ese pequeño: mi descendencia.
—Tengo una propuesta para ti —dije, cruzando una pierna y mirándola fijamente. A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, no podía ignorar su belleza. Roxanne, en medio de su vulnerabilidad, irradiaba algo que me atraía, algo que no podía controlar.
Ella inhaló profundamente, manteniendo una compostura que casi admiré. Y con un toque de ironía en su voz, me preguntó:
—¿Y cuál es su propuesta?
La mirada que me lanzó era desafiante, pero detrás de esa fachada de indiferencia, podía sentir su incertidumbre. Sabía que lo que estaba por decir cambiaría todo.
—Debes pagarme la deuda
—¡Eso lo se! —espetó furiosa —pero, la pregunta es ¿Cómo puedo pagarla?
Encogí los hombros, complacido por la casualidad, y la miré con una sonrisita socarrona.
—Ya me estás pagando—mire su vientre, y ella, con sorpresa se llevó las manos en esa dirección, su rostro palideció, y me miró fijamente
—No entiendo absolutamente nada—respondió confundida mientras protegía su vientre con las manos.
—Ese hijo que estás esperando, es mío, y yo lo quiero para mi —respondí con firmeza, sonriendo friamente.
Roxanne abrió la boca, incrédula, sus ojos desorbitados reflejaban la conmoción. Me divertía verla tan sorprendida, ¿por qué más estaría aquí con ella?—¿Qué? ¿Cómo que es tuyo? —preguntó confundida — ¿Quieres un hijo? Por eso… ¿p-por eso estabas allí? —balbuceó, nerviosa ante la revelación.A pesar de que la noticia la había tomado desprevenida, estaba justo donde yo quería. No me gustaba dejar cabos sueltos, y en este caso, se trataba de mi heredero. Al principio, solo pensaba en una simple donación de esperma, pero al enfrentar mi soledad, entendí que mi legado no estaría completo sin un hijo.Me encogí de hombros y le dediqué una mueca indiferente.—No te voy a mentir, esa es la razón. Solo tienes que entregarme al bebé cuando nazca, y serás completamente libre.A pesar de lo débil que se veía, Roxanne apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos, y su rostro, encendido de ira, parecía a punto de estallar. Casi podía ver fuego salir de sus ojos.—¡No te v
Roxanne MeyersMe estaba volviendo loca, sumergida en la habitación de ese hospital. Los días pasaban sin que pudiera comunicarme con alguien para que viniera por mí, ni siquiera con mi amiga Nicolle. La única esperanza que me mantenía viva era mi pequeño tesoro, pero la mera idea de que ese maldito maniático me lo quitara me revolvía el estómago.—Señora Meyers, ¿cómo está? —preguntó el doctor, cómplice del mafioso, acercándose con unas fórmulas en la mano.—¿Cuándo me dejarán salir de aquí? —le pregunté, desesperada.—Bueno, ya está lista para irse de este lugar. El señor Gianluca vendrá por usted.—Yo puedo irme sola, doctor —respondí, pero el hombre se acercó a mí y colocó algo en mi suero. Aproveche y apreté su mano.—Doctor, por favor, déjeme ir. No permita que ese hombre me lleve con él.El doctor se zafó de mi agarre y me miró con compasión.—Quisiera hacerlo, señorita Meyers, pero si la dejo ir de aquí, es muy probable que el señor Gianluca nos mate a los dos. Lo siento.Sent
Cerré los ojos, e intenté controlar el llanto, las manos me temblaban como si estuvieran a punto de desarmarse de mis muñecas. El pánico me paralizaba, y retroceder se volvía imposible. Entonces, lo confirme: él era un mafioso, pero no uno cualquiera, sino uno cruel, más de lo que jamás podría haber imaginado.—¡¡¿Qué hace aquí?!!—la voz me hizo dar un salto y casi me desmayo al reconocer a Gloríe.—Es que... es que... —tartamudeé, incapaz de controlar los nervios en mi voz—Vámonos de aquí antes de que el señor se dé cuenta de que está invadiendo su territorio, señorita —me tomó del brazo, zarandeándome un poco, me sentí mal por eso. Pero no dije nadaLa seguí sin pensarlo. Mientras caminaba, mis ojos buscaban desesperadamente una salida: una ventana, una puerta, un balcón, cualquier cosa que me permitiera escapar sin ser vista. No podía permitir que mi hijo naciera en ese entorno, rodeado de mafiosos, con el riesgo de convertirse en uno de ellos. La sola idea me helaba la sangre.Al
No sabía qué hacer. Tal vez lo mejor sería seguir mi camino y dejar que la desgracia lo alcanzara. Al fin y al cabo, así como él decidía el destino de los demás, quizá su hora había llegado. Quise salir corriendo… pero era el padre de mi hijo. De alguna manera, había cuidado de mí, y sentía la obligación moral de asegurarme de que seguía vivo. Solté la maleta junto al arbusto y me acerqué sigilosamente, cuidando de no hacer ruido, temiendo que pudiera despertarse y hacerme daño. Pero estaba completamente desmayado. Miré alrededor, no había nadie. Me agaché, acercándome lo suficiente para confirmar que aún respiraba. Toqué su cuello, ardía de fiebre. Estaba demasiado caliente y su respiración era lenta, pesada. —¡Hey, Salvatore! ¿Estás vivo? —Le di unas suaves palmadas en la mejilla, esperando alguna reacción. Nada. Seguía desmayado. —¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme, por favor! —grité con desesperación. Justo en ese momento, los gemelos estaban saliendo hacia su casa, pero decidieron tomar el
Salvatore GianlucaSentí una mirada clavada en mí; el instinto me lo advertía. No había nadie cerca del baño, excepto la señorita Roxanne, que ya parecía estar despierta. Me giré para confirmarlo y vi cómo sus ojos claros estaban fijos en el interior, específicamente en la bañera, como si su mente estuviera atrapada en ese espacio. Cerré la ducha y, con el cuerpo aún húmedo y completamente desnudo, salí, dando unos pasos hasta tomar la toalla.Escuché cómo salió corriendo, casi tropezándose con algo en su huida. Eso me arrancó una sonrisa, porque escuche como se quejaba en un gemido casi inaudible. Me envolví la toalla alrededor de la cintura y, al regresar a la habitación, la encontré de espaldas, mirando por la ventana. Simulando que no estaba espiándome.—Parece que disfrutas espiando detrás de las puertas, ¿verdad, Roxanne? —le dije en un tono que aparentaba reclamarle, mientras me acercaba lentamente.Ella no se giró, solo susurró con nerviosismo—. Yo… yo…solo quería asegurarme d
La tomé de la mano, sabiendo que debíamos escondernos. Bueno, más bien ella debía esconderse. El clan de los Mackenzie era demasiado peligroso, y ahora que mi vida tenía un propósito, debía protegerlo a toda costa.Roxanne no podía dejar de llorar, como si sus lágrimas no pudieran detenerse ni un solo instante. —Roxanne, por favor, mantén la calma, debemos irnos —le supliqué, pero ella se zafó de mi agarre bruscamente, negando con la cabeza.—¿A dónde? ¡Esos hombres nos tienen rodeados! No hay salida, vamos a morir —su rostro se torcía en desesperación, y sentí una punzada en el pecho al verla así.Sin pensarlo más, la tomé con fuerza de nuevo, arrastrándola hacia el baño en busca del pasadizo secreto.—Escúchame bien, Roxanne —dije, con voz firme y tensa—. No hagas ninguna estupidez. En este momento no solo estoy protegiendo tu vida, también la de mi hijo. Así que tienes que obedecerme.Roxanne, a regañadientes, caminaba a mi lado mientras abría la puerta oculta detrás del espejo de
Respiré profundo y, en silencio, me acerqué nuevamente al balcón. El hombre de Renato seguía torturando a Gloríe, y el corazón se me revolvió. ¿Cómo podía mi primo ser tan despiadado? Esa mujer también le había sido leal.Deslicé mis pasos por el balcón sin ser visto y, para mi fortuna, divisé a Kane y Zane en la entrada principal. Sentí un alivio profundo; ya no estaba solo contra esos malditos. Los gemelos intercambiaron una señal, y yo permanecí atento desde mi posición.Zane se escabulló hacia la parte trasera y, sin dudarlo, disparó a los dos guardias. Kane estaba listo para intervenir si algo salía mal, pero los dos hombres cayeron al instante. Gloríe lanzó un grito ahogado de terror, y bajé rápidamente para tranquilizarla.—Nana, perdóname por lo ocurrido. No debiste pasar por esto. Tenemos que irnos de esta casa ahora mismo. —La tomé de la mano y la llevé a mi habitación. Di instrucciones a los gemelos.—Saben lo que tienen que hacer. Esperen mis coordenadas; les informaré dón
Roxanne Meyers No podía creer toda esta locura. No solo había caído en las garras de un mafioso que reclamaba a mi hijo como suyo, sino que su primo, otro mafioso, me buscaba por la misma razón. Estábamos huyendo de la majestuosa mansión de Salvatore, justo cuando entre él y yo comenzaban a surgir chispas, pero era un absurdo soñar con un romance con alguien como él, aunque sus besos me consumieran hasta el alma.Después de lo que parecieron horas interminables en la carretera, finalmente llegamos a nuestro destino: otra espléndida mansión en un barrio diferente, igualmente hermosa. Me sorprendía el exquisito gusto de Salvatore, pero lo que realmente me impactaba era cómo me estaba protegiendo.—Hemos llegado —dijo mientras frenaba el auto y me miraba a través del retrovisor. Gloríe soltó su cinturón, se encogió de hombros y, con una calma inquietante, salió del vehículo.—Otra cocina nueva. Miraré qué puedo hacer de comer —comentó ella, mientras yo permanecía sentada, indecisa, sin