La tomé de la mano, sabiendo que debíamos escondernos. Bueno, más bien ella debía esconderse. El clan de los Mackenzie era demasiado peligroso, y ahora que mi vida tenía un propósito, debía protegerlo a toda costa.Roxanne no podía dejar de llorar, como si sus lágrimas no pudieran detenerse ni un solo instante. —Roxanne, por favor, mantén la calma, debemos irnos —le supliqué, pero ella se zafó de mi agarre bruscamente, negando con la cabeza.—¿A dónde? ¡Esos hombres nos tienen rodeados! No hay salida, vamos a morir —su rostro se torcía en desesperación, y sentí una punzada en el pecho al verla así.Sin pensarlo más, la tomé con fuerza de nuevo, arrastrándola hacia el baño en busca del pasadizo secreto.—Escúchame bien, Roxanne —dije, con voz firme y tensa—. No hagas ninguna estupidez. En este momento no solo estoy protegiendo tu vida, también la de mi hijo. Así que tienes que obedecerme.Roxanne, a regañadientes, caminaba a mi lado mientras abría la puerta oculta detrás del espejo de
Respiré profundo y, en silencio, me acerqué nuevamente al balcón. El hombre de Renato seguía torturando a Gloríe, y el corazón se me revolvió. ¿Cómo podía mi primo ser tan despiadado? Esa mujer también le había sido leal.Deslicé mis pasos por el balcón sin ser visto y, para mi fortuna, divisé a Kane y Zane en la entrada principal. Sentí un alivio profundo; ya no estaba solo contra esos malditos. Los gemelos intercambiaron una señal, y yo permanecí atento desde mi posición.Zane se escabulló hacia la parte trasera y, sin dudarlo, disparó a los dos guardias. Kane estaba listo para intervenir si algo salía mal, pero los dos hombres cayeron al instante. Gloríe lanzó un grito ahogado de terror, y bajé rápidamente para tranquilizarla.—Nana, perdóname por lo ocurrido. No debiste pasar por esto. Tenemos que irnos de esta casa ahora mismo. —La tomé de la mano y la llevé a mi habitación. Di instrucciones a los gemelos.—Saben lo que tienen que hacer. Esperen mis coordenadas; les informaré dón
Roxanne Meyers No podía creer toda esta locura. No solo había caído en las garras de un mafioso que reclamaba a mi hijo como suyo, sino que su primo, otro mafioso, me buscaba por la misma razón. Estábamos huyendo de la majestuosa mansión de Salvatore, justo cuando entre él y yo comenzaban a surgir chispas, pero era un absurdo soñar con un romance con alguien como él, aunque sus besos me consumieran hasta el alma.Después de lo que parecieron horas interminables en la carretera, finalmente llegamos a nuestro destino: otra espléndida mansión en un barrio diferente, igualmente hermosa. Me sorprendía el exquisito gusto de Salvatore, pero lo que realmente me impactaba era cómo me estaba protegiendo.—Hemos llegado —dijo mientras frenaba el auto y me miraba a través del retrovisor. Gloríe soltó su cinturón, se encogió de hombros y, con una calma inquietante, salió del vehículo.—Otra cocina nueva. Miraré qué puedo hacer de comer —comentó ella, mientras yo permanecía sentada, indecisa, sin
Salvatore Gianluca —¡Hablé! —grité al médico, apuntándole con el arma, presionando el gatillo con fuerza, apenas conteniendo el impulso de disparar. El pobre imbécil temblaba sin poder articular palabra. Mis ojos se clavaron en los suyos, amenazandolo, como si con mi mirada pudiera fulminarlo, y ganas no me faltaban, era un imbecil, ¡Un inepto!—Señor... cometí un error... discúlpeme, perdóneme, por favor.Roxanne se levantó de la camilla y se puso a mi lado, señalando al médico también.—Hable, doctor, le conviene —dijo Roxanne con firmeza, colocando las manos en su cintura. Me encantaba verla así, poderosa.—Yo... yo... —el hombre titubeóMe acerqué al doctor, llevando el revólver bajo su mentón. Él cerró los ojos con un estremecimiento y tembló.—Tiene dos minutos para hablar, doctor, o le volaré los sesos. —advertí sin dejar de apuntar.—No, señor Salvatore, no lo haga... Es que... coloqué el esperma de ambos, el suyo y el del señor Renato, en el cuerpo de la señorita Roxanne par
Roxanne MeyersGolpeé el suelo con el pie como una niña caprichosa, frustrada por lo que Salvatore me obligaba a hacer. ¿Acaso todo en mi vida ahora debía ser según sus órdenes? Hasta para comer o descansar me imponía sus reglas. Quería escapar de ese lugar maldito, pero había motivos que me lo impedían: uno, el absurdo y traicionero gusto que empezaba a sentir por mi captor, y dos, la amenaza constante de Renato Mackenzie sobre mí, que no me dejaba opciones.Suspiré, resignada. Decidida a buscar un poco de calma, me quité la blusa, quedando en sostén. Maldije en silencio; ni siquiera tenía permitido estar a su lado, y aun así él invadía cada rincón de mi mente.De repente, dos golpes en la puerta rompieron mi soledad. Apenas tuve tiempo de intentar cubrirme cuando Salvatore se asomó, como si mi privacidad no significara nada. Me sobresalté y cubrí mi cuerpo con los brazos, lanzándole una mirada furiosa, desafiando el control que intentaba imponerme.—¡No te dije que entraras! —le gri
Salvatore GianlucaQuise quedarme con Roxanne, como ella me lo pidió, pero no podía hacerlo. O, más bien, no debía. Lo que había sucedido entre nosotros no era más que sexo, una conexión fugaz que ambos anhelábamos en ese momento. Miré mi teléfono y vi un mensaje de Zane.«Señor, necesitamos hablar urgente».Salí de la habitación advirtiendo a Roxanne para que no hiciera nada estúpido, y me fui. Un escalofrío recorrió mi espalda. Últimamente, esos mensajes me inquietaban. Me puse la chaqueta, dispuesto a salir de la mansión, cuando Gloríe asomó la cabeza.—¿Dónde está Roxanne, señor?—Está arriba. Cuida mucho de ella; trataré de no demorarme.Asintió y desapareció hacia la cocina. Mis hombres ya me estaban esperando afuera, listos para seguir mis órdenes, pero sin saber de qué se trataba todo esto, no podía actuar.Los gemelos estaban recostados contra el auto, sus miradas eran heladas, inexpresivas; ninguno se atrevía a mírame a los ojos. Me planté frente a ellos, la desconfianza f
Mientras conducíamos, Roxanne ni siquiera me miraba, y yo tampoco insistía en que lo hiciera. Ambos sabíamos lo que había pasado entre nosotros, y si debía quedar enterrado, lo haría sin protestar.El camino hasta la mansión de Lorenzo Gambino fue largo y tenso, y llegar fue solo la primera parte del desafío. Nos detuvimos en una pista improvisada en mitad de la nada; la tierra árida y solitaria se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Nos bajamos: Roxanne, los gemelos, Gloríe y yo. Miramos alrededor, el horizonte parecía un vacío.—¿Señor, está seguro de que estas son las coordenadas? —preguntó Zane, dudoso.Asentí.—Sí, estas son. Lorenzo es un experto en esconderse; tiene aún más enemigos que yo. Pero esta vez me debe un par de favores, y lo necesito como aliado para acabar con Antonella y Renato.Zane se volvió hacia mí, desconcertado.—Pero, señor, tiene todo el poder necesario para aplastar a esos dos.—Eso es evidente, Zane. —Dije en un tono firme—. Pero por ahora, no tengo
Roxanne MeyersMe tranquilizó un poco escuchar al doctor decir que mi hijo estaba bien. Después del golpe que me di y la montaña de emociones vividas, solo puedo concluir que mi frijolito es realmente fuerte.Miré de reojo hacia la puerta del improvisado consultorio; allí estaban ellos dos, claramente hablando de mí. Salvatore mostraba su típica expresión fría y calculadora, mientras que su amigo Lorenzo sonreía al verme. Me sonrojé un poco y cubrí mi vientre, incómoda por la cantidad de piel expuesta ante esos dos desconocidos. Claro, Salvatore conocía hasta el último rincón de mi cuerpo, pero actuaba como si ni siquiera un beso me hubiera dado.—Muy bien, señora Roxanne, el bebé se está desarrollando perfectamente y todo está en orden —dijo el doctor—. Pero es importante que tenga cuidado, se alimente mejor y tome vitaminas. Ya hemos superado el primer trimestre, pero está demasiado baja de peso.—Gracias, doctor. Lo tendré en cuenta —respondí, mientras me levantaba de la camilla. E