Salvatore Gianluca Era el hombre más detestable del universo. No podía tener cámaras en toda la casa, pero, aun así, las tenía. Y justo ahora estaba observando la de la habitación de Roxanne. Fue imposible no verla, con esas pequeñas manos, entregándose al placer.Yo nunca había sido fanático de masturbarme, pero esta vez no pude evitarlo. Verla disfrutar me hizo perder el control. Sin embargo, algo me desconcertaba: ¿lo hacía por mí o simplemente se dejaba llevar, pensando en otro hombre? ¿Acaso en mi ausencia hubo alguien más? Solo imaginarlo hacía que las manos me temblaran y los celos me devoraran por dentro.Pero, en el fondo, una pequeña esperanza ardía en mi pecho. ¿Y si, en realidad, pensaba en mí? La idea me consumió tanto que, cuando ella salió de la habitación, decidí hacerlo también. Necesitaba una excusa, cualquier pretexto que me permitiera saber si lo que había sentido tenía algo que ver conmigo.—Salvatore, hay que descansar.—Sí, debemos descansar —respondí, aunque mi
Salvatore Gianluca Consumido por el placer, recorría su cuerpo con la yema de mis dedos, maravillado por el don sublime de las mujeres: concebir vida. Sí, yo había puesto la semilla para que esa concepción fuera posible, pero Roxanne lo había entregado todo.Sus pechos, se descolgaban un poco de su posición, y sus pezones marrones estaban un poco ajados producto de la lactancia. Bajo ellos, una línea tenue aún se desvanecía, y su vientre, aunque no del todo plano, llevaba las huellas de la vida que había albergado. Sus caderas eran más anchas, su piel adornada con algunas estrías, testigos silenciosos de su transformación.En otro tiempo, quizá esas marcas no habrían sido de mi agrado, pero ahora, al recorrer cada centímetro de Roxanne, sentía que tocaba el cielo. Su cuerpo era mi adoración, y cada una de sus imperfecciones, mi deleite. Besarlas, venerarlas, jugar con sus senos, y, ¿por qué no?, concebir más hijos con ella.Roxanne comenzó a quedarse dormida. Su respiración se volvía
Salvatore Gianluca. Fruncí el ceño al ver el gesto de mi escolta y respiré hondo, intentando calmarme.—Bueno, dejemos los sentimentalismos y pongamos la cabeza en lo importante. Necesito que todo esté listo lo más pronto posible. ¿Cuento contigo, Zane?—Cuenta conmigo, señor.—Perfecto. Tienes dos días. Son doscientos hombres, no cien, ni ciento cincuenta, son doscientos. Vamos a atacar a Renato de frente, sin rodeos, y depende de ti que la información no se filtre. No le dirás a nuestros hombres a dónde vamos. Simplemente llegaremos al lugar.—Dos días es muy poco, señor. Dame más tiempo.Me acerqué a Zane, chasqueando los dientes, consciente de que me estaba sacando de mis casillas. Rugí.—Escucha, Zane, puedes ser como un hermano para mí, pero en este momento no hay tiempo, y mucho menos margen para cometer errores. Es sencillo: necesito que organices todo. Evidentemente, voy a ayudarte con eso, pero necesito tu máximo esfuerzo. Renato me respira en la nuca. ¿Olvidas lo que nos
Salvatore GianlucaAl ver a esos hombres frente a mí, supe que mi destino estaba escrito. Di dos pasos hacia adelante con cautela. Sus ojos eran como verdugos acechando mis movimientos, y por un momento llegué a pensar que ese sería mi fin.—¿Quién los mandó? ¡Respondan! —grité.Dos de los hombres se rieron entre ellos, pero nadie dijo nada. Eso sí que era una verdadera tortura; odiaba el silencio y la incertidumbre.De repente, la puerta principal se abrió lentamente, y el chirrido de unos tacones resonó en la sala. Un llamativo aroma a perfume de mujer invadió el aire, y me estremecí.—¿Qué...? —titubeé al verla.—Salvatore, cariño, ¿cómo estás? Perdona la interrupción, pero a veces me gusta jugar un poco rudo.—¿Qué estás haciendo aquí? —bajé las manos y la miré, completamente confundido.—Ya sé que contigo las cosas no son fáciles, Salvatore. Por eso decidí venir por ti personalmente. No puedes seguir escapando de tu destino, mi amor.—¿Mi amor? ¡Estás completamente loca! —me cruc
Salvatore Gianluca Logramos detener el ataque, aunque frente a nosotros todo estaba teñido por un visceral río de sangre. Sacudí la cabeza y me dirigí hacia donde yacía Violetta.Seguía con vida, custodiada por dos de sus hombres que intentaban auxiliarla. Verla en ese estado me provocó sentimientos encontrados: si la dejaba vivir, seguiría con su maldito hostigamiento; si la mataba, su padre vendría por mí, por todos nosotros. Y la furia de aquel capo era incontrolable.—Salvatore... ¡máteme! —susurró con voz débil, un escalofrío recorrió mi espalda—. Máteme, porque si me dejas viva, te juro que haré de tu vida un infierno. No importa dónde te escondas, iré por ti... y te mataré.—Si te mato, será tu padre quien venga por mí.Violetta tosió y un chorro de sangre escapó de su boca.—Mi padre está muerto —soltó con una sonrisa torcida—. Siempre se opuso a mis planes, intentó detenerme, pero ya sabes... los accidentes domésticos pasan todos los días.¿Qué? ¿Había matado a su propio pad
Tiempo despuésSalvatore Gianluca Ajusté el corbatín y me miré en el espejo. Mi barba estaba un poco más larga, y mis ojos, marcados por el tiempo, reflejaban un hombre más serio, más maduro.No es cierto, no era el tiempo ¡bromeaba! Seguía igual de seductor… solo habían pasado tres años. Pero entre Hope y Roxanne me estaban volviendo loco, robándome toda la calma.—¡Papi!La vocecita irrumpió en la habitación y suspiré antes de girarme.Qué chulada de mujercita.Vestida con un traje rosa pastel, su cabello ondulado recogido en dos coletas, su piel blanca y esas mejillas regordetas teñidas de un suave rosa… era perfecta.—Aquí está la reina de papá. —La alcé en brazos y besé su carita, embobado con sus ojos grises.—Papi, dice la mamá que si ya estás listo… que pareces señorita arreglándote.Rodé los ojos y negué con la cabeza.—Tu mamá es un poco grosera, no le hagas caso. Y sí, ya estoy listo.Unos pasos de tacones afilados resonaron en la habitación, y su perfume, ese que siempre
Roxanne Meyers El sonido del Doppler llenó la sala mientras el doctor movía el aparato sobre mi vientre. Mi corazón latía a la par del pequeño ser que crecía dentro de mí. Las lágrimas nublaron mi vista, por fin, después de tantos intentos fallidos, estaba embarazada. —Felicidades, señora Meyers. Está embarazada de seis semanas.—El Dr. seguía explorando mi vientre, y no pude ocultar mis lagrimas, que extraña sensación tener a mi bebe allí dentro. Apenas podía hablar, por fin lo había logrado. Abracé las imágenes del ultrasonido, sabiendo que esta noticia lo cambiaría todo, ahora si, mi familia estaba completa, suspire al pensar en él. —Gracias, doctor —dije, aunque mi mente ya estaba en otra parte. Pensaba en Andrew, en lo feliz que estaría al enterarse.Tres años de matrimonio y una vida fascinante. ¿Quién dijo que no se podía ser feliz en estos tiempos? Una hermosa mansión, una carrera prometedora y un esposo amoroso... realmente tenía mucha suerte de estar en este lugar.—Señor
CAPÍTULO 2Roxanne MeyersAhogada en el sufrimiento, salí corriendo por los pasillos de la compañía, incapaz de pronunciar palabra. El dolor que me atravesaba era indescriptible, como si me desgarraran por dentro. No podía asimilar lo que mi amado esposo me había hecho. Andrew, el hombre que había sido mi todo, mi vida entera, me había traicionado. Pero no, no dejaría que mi matrimonio se acabara así.Al llegar a casa, me derrumbé sobre nuestra cama, hundiendo el rostro en su almohada, todavía impregnada con su aroma. El olor familiar me envolvió, y el llanto comenzó a brotar de lo más profundo de mi ser. Lloré hasta perder la noción del tiempo, hasta que el agotamiento me venció y me sumergió en un sueño oscuro y doloroso.Horas después, cuando la noche ya había caído, me desperté con los ojos hinchados y la cabeza pesada, como si el llanto hubiese dejado una resaca imborrable. Me levanté con lentitud, tambaleante, y fui hacia las escaleras con una débil esperanza de que Andrew ya hu