Roxanne Meyers
El sonido del Doppler llenó la sala mientras el doctor movía el aparato sobre mi vientre. Mi corazón latía a la par del pequeño ser que crecía dentro de mí. Las lágrimas nublaron mi vista, por fin, después de tantos intentos fallidos, estaba embarazada.
—Felicidades, señora Meyers. Está embarazada de seis semanas.—El Dr. seguía explorando mi vientre, y no pude ocultar mis lagrimas, que extraña sensación tener a mi bebe allí dentro.
Apenas podía hablar, por fin lo había logrado. Abracé las imágenes del ultrasonido, sabiendo que esta noticia lo cambiaría todo, ahora si, mi familia estaba completa, suspire al pensar en él.
—Gracias, doctor —dije, aunque mi mente ya estaba en otra parte. Pensaba en Andrew, en lo feliz que estaría al enterarse.
Tres años de matrimonio y una vida fascinante. ¿Quién dijo que no se podía ser feliz en estos tiempos? Una hermosa mansión, una carrera prometedora y un esposo amoroso... realmente tenía mucha suerte de estar en este lugar.
—Señora Meyers. Afortunadamente, en esta ocasión logramos la fecundación sin ningún inconveniente, siempre dicen que la tercera es la vencida. Me imagino que su esposo estará muy feliz.
—No, él no sabe nada todavía, pero sé que la noticia le encantará. Doctor, de nuevo muchas gracias.—le dije en medio de suspiros.
—No tiene que darme las gracias, señora Meyers. La fecundación in vitro es un proceso bastante complejo, pero afortunadamente ha sido un éxito para usted. Aunque pasaron tres intentos, no hay mejor forma de tener un hijo que la fecundación natural.
—Lo sé. —respondí un poco frustrada.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Mi esposo tenía problemas de fertilidad, así que habíamos recurrido a la fertilización in vitro con un donante anónimo, bajo las estrictas condiciones de un contrato de silencio y confidencialidad. No sabiamos quien era el misterioro hombre que había donado su esperma. Aunque me hubiera encantado tener un hijo de forma natural con Andrew, yo amaba a mi esposo y no iba a permitir que nuestra relación se estancara por la imposibilidad de tener hijos.
—Por favor, cuídese mucho señora Meyers—el Dr. Me dio unas recomendaciones y yo sali irradiando felicidad de aquel consultorio. Concentrada en las imagenes de aquel pequeño frijolito que se gestaba en mi vientre.
Cuando cruce la puerta al salir, me estrelle sin culpa con un hombre muy elegante, olía delicioso, levante la mirada y me sonroje.
—Disculpe—le digo mirándolo a sus enigmáticos ojos grises, unos ojos imposibles de ignorar.
Él apenas sacudió la cabeza y siguió su camino, sonreí de vergüenza, también segui el mio.
Con el corazón rebosante de alegría, me dirigí hacia la oficina de Andrew. Nuestra compañía era una importadora que mi padre me había heredado antes de morir, y que, con mucho esfuerzo y trabajo, había crecido hasta convertirse en un gran emporio, un lugar exitoso. Todo lo que yo tenía lo compartía con él, el amor de mi vida.
Aunque aún estaba muy pequeño, mi frijolito ya estaba sembrado en mi vientre. Solo era cuestión de tiempo y cuidados para que creciera y llegara a hacernos felices.
Al llegar a mi empresa, presioné el botón del elevador y subí hasta la presidencia. Sería una sorpresa, ya que Andrew no me estaba esperando; simplemente se pondría muy feliz al verme.
—Buenas tardes, Gisel—saludé a la secretaria de mi esposo y noté un ligero nerviosismo en su rostro.
—Señora Meyers, ¿cómo está? ¿Para dónde va?
—¿Cómo que a dónde voy? ¡Para donde mi esposo!
—Debo anunciarla—me sugirió con una voz temblorosa, algo que me pareció extraño. Yo era la copropietaria de la compañía.
—Para nada, Gisel. No tienes que anunciarme, soy la dueña de esta empresa. ¿Estás bien?
—Señora, por favor—dijo, levantándose de su escritorio y acercándose a mí, tomándome del brazo con un apretón que me resultó incómodo. La miré de reojo, sintiendo una furia que nunca había experimentado hacia ella, y me zafé de su agarre.
—¡No me toques, Gisel! ¿Qué pasa?
—Es que no puede ir a la oficina del señor sin ser anunciada; está en una reunión.
—¿Una reunión? ¿Pero con quién? ¡Soy yo la encargada!
Volvió a tomarme del brazo, y esta vez sentí cómo la ira me invadía y mi tono de voz cambió a uno lleno de enojo.
—¡Suéltame, Gisel, de una vez por todas! ¿Qué carajos pasa?
—Señora, no puede seguir—me miró suplicante—. El señor está en una llamada muy urgente. Me mataría si usted sigue sin su autorización. Compréndame, por favor, tenga compasión de mí.
Sus palabras no me conmovieron; solo despertaron aún más mi curiosidad. Así que, sin más, me adentré en el pasillo.
—Él no te va a decir nada porque yo no necesito autorización para caminar por mi propia compañía. ¿Entendiste? Así que no te preocupes.
Sacudí la cabeza, furiosa por la insolencia de la secretaria. Pero a medida que me caminaba por el pasillo que conducía a la oficina de Andrew, mi corazón comenzó a latir con fuerza y mis manos sudaron. Extraños sonidos emergían de su interior, y la imagen que se me presentó por la puerta entreabierta me dejó petrificada.
Él estaba con mi prima, Samara Meyers. La poseía con furia, sujetándola por detrás sobre el escritorio. Su mano tiraba de su cabello mientras una sarta de obscenidades brotaba de su boca. Estaban entregados al desenfreno… mi esposo… y mi propia prima.
Sentí cómo mi corazón se partía en mil pedazos mientras una oleada de angustia desgarradora se apoderaba de mí. Parpadeé con desesperación, restregando mis ojos, rogando que lo que estaba presenciando fuera una ilusión, ¡no podía ser real! Me negaba a aceptar que el hombre al que tanto amaba me estuviera traicionando de la forma más cruel. ¡No, por favor, no!
Me desplomé de rodillas ante esa escena infernal. Sus gemidos incontrolables llenaban el despacho, sordos a mi presencia, indiferentes a mi dolor. Estaban sumidos en su placer, ajenos a la devastación que su traición provocaba en mí.
Mi mundo se desmoronaba a pedazos, cada creencia, cada certeza que alguna vez tuve, se disolvía ante mis ojos.
—¡Malditos desgraciados! —solloce sin que ellos me escucharan, mientras la ira y la desesperación se fusionaban dentro de mí, consumiéndome por completo.
CAPÍTULO 2Roxanne MeyersAhogada en el sufrimiento, salí corriendo por los pasillos de la compañía, incapaz de pronunciar palabra. El dolor que me atravesaba era indescriptible, como si me desgarraran por dentro. No podía asimilar lo que mi amado esposo me había hecho. Andrew, el hombre que había sido mi todo, mi vida entera, me había traicionado. Pero no, no dejaría que mi matrimonio se acabara así.Al llegar a casa, me derrumbé sobre nuestra cama, hundiendo el rostro en su almohada, todavía impregnada con su aroma. El olor familiar me envolvió, y el llanto comenzó a brotar de lo más profundo de mi ser. Lloré hasta perder la noción del tiempo, hasta que el agotamiento me venció y me sumergió en un sueño oscuro y doloroso.Horas después, cuando la noche ya había caído, me desperté con los ojos hinchados y la cabeza pesada, como si el llanto hubiese dejado una resaca imborrable. Me levanté con lentitud, tambaleante, y fui hacia las escaleras con una débil esperanza de que Andrew ya hu
Salvatore GianlucaNo toleraba a quienes tenían deudas conmigo; para mí, eran seres putrefactos que simplemente no existían. En mi lista negra estaba enmarcado el nombre de Andrew Thompson, el maldito jugador empedernido que apostaba como si tuviera el mundo a sus pies. Y no le importaba ofrecer lo que fuera.Le había dado plazo hasta la medianoche, pero su silencio era ensordecedor. Sin ninguna llamada de su parte, no me quedaba otra opción: debía acabar con él. Me puse el gabán y los guantes de cuero, odiaba hacer cobros personalmente, pero es que él, me debía demasiado dinero.Llamé a un par de hombres y les di instrucciones claras. —Vamos a la casa de Thompson. Apenas escuchen mis órdenes, acaban con todo. Disparen contra lo que encuentren; no me importa quién esté allí. ¿Entendido? —Sí, señor —respondieron mis hombres al unísono. Confiaba en ellos; eran unos rudos gemelos que nunca fallaban a su jefe.Nos subimos a mi auto oscuro y condujimos por la carretera hacia la mansión d
El doctor me miró, titubeante, estaba curioso por mi evidente preocupación por Roxanne, nunca antes me vio así. —Señor, puedo preguntarle algo—Si, ¿que pasa? —respondí cortante —¿Ella es su familiar? es que lo noto algo preocupado desde que la trajo aquí, pero le aseguro que todo va a estar bien Lo fulminé con la mirada, arqueando las cejas. ¿Acaso quien se creía este tipo? —¿Eso qué importa? Haz tu trabajo y asegúrate de que mejore. No acepto otra opción. — Le advertí en un tono amenzanate, no había lugar para errores, no cuando una mujer como Roxanne estaba en juego.El doctor simplemente asintió y continuó su trabajo en un silencio incómodo, pero ese día como los anteriores, no hubo una señal de recuepración de Roxanne. Pasaron dos semanas en la misma rutina. Mi vida se redujo a un ir y venir entre la mansión y el hospital. El tiempo parecía congelarse.Intenté localizar al imbécil de Thompson, pero parecía haber desaparecido del mapa. Para mi suerte, ahora yo era el nuevo C
—Me llamo Salvatore Gianluca —le dije en un tono bajo, intentando crear algún vínculo—. Fui quien te encontró el día de tu accidente.Apenas reaccionó. Solo se limpió la nariz, apartando su mano de la mía con un gesto que sentí como rechazo. Un minuto después, su voz, frágil y rota, susurró:—¿Por qué no me dejaste morir? No tengo ninguna razón para seguir viva, y… no fue un accidente, intentaron asesinarme.Su confesión me golpeó como un puñetazo al estómago. Le había salvado la vida, y lo que ella deseaba era lo contrario. No tenía sentido, sin embargo, una ola de ira me invadió. ¿Cómo podían haber atentado contra ella? especialmente conociendo su estado—Lo siento mucho, Roxanne —respondí con cuidado, buscando las palabras adecuadas antes de decir lo realmente importante—. No sé exactamente qué ocurrió ese día, pero hice lo que tenía que hacer: llevarte al hospital. Mi deber es cuidarte.—¿Y quién es usted, acaso? No tiene ningún deber conmigo. No lo conozco —me espetó con frialdad
Roxanne abrió la boca, incrédula, sus ojos desorbitados reflejaban la conmoción. Me divertía verla tan sorprendida, ¿por qué más estaría aquí con ella?—¿Qué? ¿Cómo que es tuyo? —preguntó confundida — ¿Quieres un hijo? Por eso… ¿p-por eso estabas allí? —balbuceó, nerviosa ante la revelación.A pesar de que la noticia la había tomado desprevenida, estaba justo donde yo quería. No me gustaba dejar cabos sueltos, y en este caso, se trataba de mi heredero. Al principio, solo pensaba en una simple donación de esperma, pero al enfrentar mi soledad, entendí que mi legado no estaría completo sin un hijo.Me encogí de hombros y le dediqué una mueca indiferente.—No te voy a mentir, esa es la razón. Solo tienes que entregarme al bebé cuando nazca, y serás completamente libre.A pesar de lo débil que se veía, Roxanne apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos, y su rostro, encendido de ira, parecía a punto de estallar. Casi podía ver fuego salir de sus ojos.—¡No te v
Roxanne MeyersMe estaba volviendo loca, sumergida en la habitación de ese hospital. Los días pasaban sin que pudiera comunicarme con alguien para que viniera por mí, ni siquiera con mi amiga Nicolle. La única esperanza que me mantenía viva era mi pequeño tesoro, pero la mera idea de que ese maldito maniático me lo quitara me revolvía el estómago.—Señora Meyers, ¿cómo está? —preguntó el doctor, cómplice del mafioso, acercándose con unas fórmulas en la mano.—¿Cuándo me dejarán salir de aquí? —le pregunté, desesperada.—Bueno, ya está lista para irse de este lugar. El señor Gianluca vendrá por usted.—Yo puedo irme sola, doctor —respondí, pero el hombre se acercó a mí y colocó algo en mi suero. Aproveche y apreté su mano.—Doctor, por favor, déjeme ir. No permita que ese hombre me lleve con él.El doctor se zafó de mi agarre y me miró con compasión.—Quisiera hacerlo, señorita Meyers, pero si la dejo ir de aquí, es muy probable que el señor Gianluca nos mate a los dos. Lo siento.Sent
Cerré los ojos, e intenté controlar el llanto, las manos me temblaban como si estuvieran a punto de desarmarse de mis muñecas. El pánico me paralizaba, y retroceder se volvía imposible. Entonces, lo confirme: él era un mafioso, pero no uno cualquiera, sino uno cruel, más de lo que jamás podría haber imaginado.—¡¡¿Qué hace aquí?!!—la voz me hizo dar un salto y casi me desmayo al reconocer a Gloríe.—Es que... es que... —tartamudeé, incapaz de controlar los nervios en mi voz—Vámonos de aquí antes de que el señor se dé cuenta de que está invadiendo su territorio, señorita —me tomó del brazo, zarandeándome un poco, me sentí mal por eso. Pero no dije nadaLa seguí sin pensarlo. Mientras caminaba, mis ojos buscaban desesperadamente una salida: una ventana, una puerta, un balcón, cualquier cosa que me permitiera escapar sin ser vista. No podía permitir que mi hijo naciera en ese entorno, rodeado de mafiosos, con el riesgo de convertirse en uno de ellos. La sola idea me helaba la sangre.Al
No sabía qué hacer. Tal vez lo mejor sería seguir mi camino y dejar que la desgracia lo alcanzara. Al fin y al cabo, así como él decidía el destino de los demás, quizá su hora había llegado. Quise salir corriendo… pero era el padre de mi hijo. De alguna manera, había cuidado de mí, y sentía la obligación moral de asegurarme de que seguía vivo. Solté la maleta junto al arbusto y me acerqué sigilosamente, cuidando de no hacer ruido, temiendo que pudiera despertarse y hacerme daño. Pero estaba completamente desmayado. Miré alrededor, no había nadie. Me agaché, acercándome lo suficiente para confirmar que aún respiraba. Toqué su cuello, ardía de fiebre. Estaba demasiado caliente y su respiración era lenta, pesada. —¡Hey, Salvatore! ¿Estás vivo? —Le di unas suaves palmadas en la mejilla, esperando alguna reacción. Nada. Seguía desmayado. —¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme, por favor! —grité con desesperación. Justo en ese momento, los gemelos estaban saliendo hacia su casa, pero decidieron tomar el