Roxanne MeyersMe estaba volviendo loca, sumergida en la habitación de ese hospital. Los días pasaban sin que pudiera comunicarme con alguien para que viniera por mí, ni siquiera con mi amiga Nicolle. La única esperanza que me mantenía viva era mi pequeño tesoro, pero la mera idea de que ese maldito maniático me lo quitara me revolvía el estómago.—Señora Meyers, ¿cómo está? —preguntó el doctor, cómplice del mafioso, acercándose con unas fórmulas en la mano.—¿Cuándo me dejarán salir de aquí? —le pregunté, desesperada.—Bueno, ya está lista para irse de este lugar. El señor Gianluca vendrá por usted.—Yo puedo irme sola, doctor —respondí, pero el hombre se acercó a mí y colocó algo en mi suero. Aproveche y apreté su mano.—Doctor, por favor, déjeme ir. No permita que ese hombre me lleve con él.El doctor se zafó de mi agarre y me miró con compasión.—Quisiera hacerlo, señorita Meyers, pero si la dejo ir de aquí, es muy probable que el señor Gianluca nos mate a los dos. Lo siento.Sent
Cerré los ojos, e intenté controlar el llanto, las manos me temblaban como si estuvieran a punto de desarmarse de mis muñecas. El pánico me paralizaba, y retroceder se volvía imposible. Entonces, lo confirme: él era un mafioso, pero no uno cualquiera, sino uno cruel, más de lo que jamás podría haber imaginado.—¡¡¿Qué hace aquí?!!—la voz me hizo dar un salto y casi me desmayo al reconocer a Gloríe.—Es que... es que... —tartamudeé, incapaz de controlar los nervios en mi voz—Vámonos de aquí antes de que el señor se dé cuenta de que está invadiendo su territorio, señorita —me tomó del brazo, zarandeándome un poco, me sentí mal por eso. Pero no dije nadaLa seguí sin pensarlo. Mientras caminaba, mis ojos buscaban desesperadamente una salida: una ventana, una puerta, un balcón, cualquier cosa que me permitiera escapar sin ser vista. No podía permitir que mi hijo naciera en ese entorno, rodeado de mafiosos, con el riesgo de convertirse en uno de ellos. La sola idea me helaba la sangre.Al
No sabía qué hacer. Tal vez lo mejor sería seguir mi camino y dejar que la desgracia lo alcanzara. Al fin y al cabo, así como él decidía el destino de los demás, quizá su hora había llegado. Quise salir corriendo… pero era el padre de mi hijo. De alguna manera, había cuidado de mí, y sentía la obligación moral de asegurarme de que seguía vivo. Solté la maleta junto al arbusto y me acerqué sigilosamente, cuidando de no hacer ruido, temiendo que pudiera despertarse y hacerme daño. Pero estaba completamente desmayado. Miré alrededor, no había nadie. Me agaché, acercándome lo suficiente para confirmar que aún respiraba. Toqué su cuello, ardía de fiebre. Estaba demasiado caliente y su respiración era lenta, pesada. —¡Hey, Salvatore! ¿Estás vivo? —Le di unas suaves palmadas en la mejilla, esperando alguna reacción. Nada. Seguía desmayado. —¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme, por favor! —grité con desesperación. Justo en ese momento, los gemelos estaban saliendo hacia su casa, pero decidieron tomar el
Salvatore GianlucaSentí una mirada clavada en mí; el instinto me lo advertía. No había nadie cerca del baño, excepto la señorita Roxanne, que ya parecía estar despierta. Me giré para confirmarlo y vi cómo sus ojos claros estaban fijos en el interior, específicamente en la bañera, como si su mente estuviera atrapada en ese espacio. Cerré la ducha y, con el cuerpo aún húmedo y completamente desnudo, salí, dando unos pasos hasta tomar la toalla.Escuché cómo salió corriendo, casi tropezándose con algo en su huida. Eso me arrancó una sonrisa, porque escuche como se quejaba en un gemido casi inaudible. Me envolví la toalla alrededor de la cintura y, al regresar a la habitación, la encontré de espaldas, mirando por la ventana. Simulando que no estaba espiándome.—Parece que disfrutas espiando detrás de las puertas, ¿verdad, Roxanne? —le dije en un tono que aparentaba reclamarle, mientras me acercaba lentamente.Ella no se giró, solo susurró con nerviosismo—. Yo… yo…solo quería asegurarme d
La tomé de la mano, sabiendo que debíamos escondernos. Bueno, más bien ella debía esconderse. El clan de los Mackenzie era demasiado peligroso, y ahora que mi vida tenía un propósito, debía protegerlo a toda costa.Roxanne no podía dejar de llorar, como si sus lágrimas no pudieran detenerse ni un solo instante. —Roxanne, por favor, mantén la calma, debemos irnos —le supliqué, pero ella se zafó de mi agarre bruscamente, negando con la cabeza.—¿A dónde? ¡Esos hombres nos tienen rodeados! No hay salida, vamos a morir —su rostro se torcía en desesperación, y sentí una punzada en el pecho al verla así.Sin pensarlo más, la tomé con fuerza de nuevo, arrastrándola hacia el baño en busca del pasadizo secreto.—Escúchame bien, Roxanne —dije, con voz firme y tensa—. No hagas ninguna estupidez. En este momento no solo estoy protegiendo tu vida, también la de mi hijo. Así que tienes que obedecerme.Roxanne, a regañadientes, caminaba a mi lado mientras abría la puerta oculta detrás del espejo de
Respiré profundo y, en silencio, me acerqué nuevamente al balcón. El hombre de Renato seguía torturando a Gloríe, y el corazón se me revolvió. ¿Cómo podía mi primo ser tan despiadado? Esa mujer también le había sido leal.Deslicé mis pasos por el balcón sin ser visto y, para mi fortuna, divisé a Kane y Zane en la entrada principal. Sentí un alivio profundo; ya no estaba solo contra esos malditos. Los gemelos intercambiaron una señal, y yo permanecí atento desde mi posición.Zane se escabulló hacia la parte trasera y, sin dudarlo, disparó a los dos guardias. Kane estaba listo para intervenir si algo salía mal, pero los dos hombres cayeron al instante. Gloríe lanzó un grito ahogado de terror, y bajé rápidamente para tranquilizarla.—Nana, perdóname por lo ocurrido. No debiste pasar por esto. Tenemos que irnos de esta casa ahora mismo. —La tomé de la mano y la llevé a mi habitación. Di instrucciones a los gemelos.—Saben lo que tienen que hacer. Esperen mis coordenadas; les informaré dón
Roxanne Meyers No podía creer toda esta locura. No solo había caído en las garras de un mafioso que reclamaba a mi hijo como suyo, sino que su primo, otro mafioso, me buscaba por la misma razón. Estábamos huyendo de la majestuosa mansión de Salvatore, justo cuando entre él y yo comenzaban a surgir chispas, pero era un absurdo soñar con un romance con alguien como él, aunque sus besos me consumieran hasta el alma.Después de lo que parecieron horas interminables en la carretera, finalmente llegamos a nuestro destino: otra espléndida mansión en un barrio diferente, igualmente hermosa. Me sorprendía el exquisito gusto de Salvatore, pero lo que realmente me impactaba era cómo me estaba protegiendo.—Hemos llegado —dijo mientras frenaba el auto y me miraba a través del retrovisor. Gloríe soltó su cinturón, se encogió de hombros y, con una calma inquietante, salió del vehículo.—Otra cocina nueva. Miraré qué puedo hacer de comer —comentó ella, mientras yo permanecía sentada, indecisa, sin
Salvatore Gianluca —¡Hablé! —grité al médico, apuntándole con el arma, presionando el gatillo con fuerza, apenas conteniendo el impulso de disparar. El pobre imbécil temblaba sin poder articular palabra. Mis ojos se clavaron en los suyos, amenazandolo, como si con mi mirada pudiera fulminarlo, y ganas no me faltaban, era un imbecil, ¡Un inepto!—Señor... cometí un error... discúlpeme, perdóneme, por favor.Roxanne se levantó de la camilla y se puso a mi lado, señalando al médico también.—Hable, doctor, le conviene —dijo Roxanne con firmeza, colocando las manos en su cintura. Me encantaba verla así, poderosa.—Yo... yo... —el hombre titubeóMe acerqué al doctor, llevando el revólver bajo su mentón. Él cerró los ojos con un estremecimiento y tembló.—Tiene dos minutos para hablar, doctor, o le volaré los sesos. —advertí sin dejar de apuntar.—No, señor Salvatore, no lo haga... Es que... coloqué el esperma de ambos, el suyo y el del señor Renato, en el cuerpo de la señorita Roxanne par