Salvatore Gianluca
No toleraba a quienes tenían deudas conmigo; para mí, eran seres putrefactos que simplemente no existían. En mi lista negra estaba enmarcado el nombre de Andrew Thompson, el maldito jugador empedernido que apostaba como si tuviera el mundo a sus pies. Y no le importaba ofrecer lo que fuera.
Le había dado plazo hasta la medianoche, pero su silencio era ensordecedor. Sin ninguna llamada de su parte, no me quedaba otra opción: debía acabar con él. Me puse el gabán y los guantes de cuero, odiaba hacer cobros personalmente, pero es que él, me debía demasiado dinero.
Llamé a un par de hombres y les di instrucciones claras.
—Vamos a la casa de Thompson. Apenas escuchen mis órdenes, acaban con todo. Disparen contra lo que encuentren; no me importa quién esté allí. ¿Entendido?
—Sí, señor —respondieron mis hombres al unísono. Confiaba en ellos; eran unos rudos gemelos que nunca fallaban a su jefe.
Nos subimos a mi auto oscuro y condujimos por la carretera hacia la mansión de mi querido deudor. Mientras manejaba, preparé mi arma y moví el cuello en círculos, tratando de relajarme antes de cometer cualquier atrocidad.
Toqué el timbre de la gran puerta de madera marrón, pero nadie respondió. Ese imbécil seguramente había escapado, aunque sabía que no había manera de que se librara de mí. Lo encontraría, aunque lo tuviera que buscar debajo de las piedras.
Insistí de nuevo, pero la situación no cambiaba: nadie abría la puerta. Era hora de recurrir a la fuerza bruta. Zane y Kane alzaron sus armas y, con unos disparos, hicieron estallar la cerradura. En medio del humo de la pólvora, di un fuerte golpe a la puerta y crucé el umbral. Tosí un poco, pero no importaba; estaba decidido.
Saqué mi arma y empecé a avanzar en la oscuridad. No había nadie. Ese maldito se había escapado, pero no iba a dejar la búsqueda a medias.
—Ustedes, vayan a la parte de atrás. Yo iré al segundo piso —ordené. Encendí una linterna y, al dar mi primer paso hacia las escaleras, tropecé con algo en el suelo.
Nunca antes había sentido escalofríos, pero esa textura extraña me hizo estremecer. Al girar hacia el suelo para ver qué me impedía el paso, me encontré con una mujer herida, sumergida en un charco de sangre. Me agaché para tomarle el pulso y sentí un alivio helado al darme cuenta de que aún estaba viva.
Sin embargo, la piel se me erizó al darme cuenta de quien se trataba… era ella, debía mantenerla con vida, era la mujer que estaba buscando, estaba herida y parecía ser de gravedad, maldije para mi interior. Nunca se me cruzó por la cabeza que la encontraría en esas condiciones.
Justo en ese momento, los gemelos aparecieron y encendieron las luces de la casa.
—Señor, Thompson no está por ningún lado —dijo Zane, con una mirada inquieta.
—Revisamos toda la casa, señor, pero parece que huyó. Hay rastros de sangre y unas huellas marcadas en el piso que conducen hacia la puerta del garaje. —reforzó Kane
Al darme cuenta de que la mujer seguía viva y que su pulso era débil, comprendí que él había sido quien la había herido. Ese desgraciado tendría que pagar por lo que había hecho.
—Suban a esta mujer al auto, háganlo de inmediato, ella necesita atención inmediata; debemos llevarla al hospital de la organización. Si le pasa algo, me las pagan.
—¡Sí, señor! —respondieron al unísono. Con cuidado, la levantaron y la sacaron de la casa. Si no se atendía pronto, probablemente moriría.
Mientras los gemelos se ocupaban de ella. Me acerqué a la mesa central de la sala de estar y vi una foto de Thompson abrazando a la mujer. Era evidente que era su esposa. Algo había sucedido en esa casa, algo muy grave para haberla encontrado herida, casi muerta. ¡Maldito miserable! Rompí el vidrio del marco y guardé la foto en mi bolsillo.
El desgraciado debería estar huyendo como un perro, y no solo por el dinero que me debía, sino porque estaba completamente seguro de que él había intentado asesinar a su propia esposa. La rabia burbujeaba en mí; no podía dejar que se saliera con la suya.
Subí al auto con mis hombres, debía salvarle la vida a la esposa de Thompson, pues ella sería mi pago por lo que él me debía.
Había pasado una semana desde que encontramos a Roxanne Meyers. En ese tiempo, ya habíamos desenterrado todo sobre ella, y lo que descubrí me dejó atónito. Aquella última vez que fui a la clínica de fertilidad tuve que ponerle un cuchillo en el cuello al doctor para que me diera el nombre de la portadora de mi hijo. Ese nombre lo mantuve grabado en mi memoria todo el tiempo.
Roxanne seguía sin reaccionar, inmóvil en cuidados intermedios. La había llevado a nuestro hospital privado, reservado para mi gente, y allí estaba, bajo el cuidado de mis médicos, todos a mi servicio. Era una mujer proveniente de una familia de renombre, con un historial académico brillante, pero casada con un imbécil cuyo negocio ahora me pertenecía.
Suspiré: las apuestas y las sustancias arruinaban a los hombres más poderosos. Y Thompson de mi parte, estaba perdido, no escatimaría gastos hasta hacerlo pagar.
—Doctor, ¿cuánto tiempo cree que puede estar así? —pregunté, manteniendo la mirada fija en ella mientras el especialista la revisaba.
—No lo sé con certeza, pero está comenzando a mostrar algunos reflejos. Puede ser pronto, señor Gianluca. Debería ir a descansar, ha estado mucho tiempo aquí.
—No estoy cansado —respondí con firmeza—. No me moveré de su lado. No podía hacerlo, mi instinto no me lo permitía.
El doctor me miró, titubeante, estaba curioso por mi evidente preocupación por Roxanne, nunca antes me vio así. —Señor, puedo preguntarle algo—Si, ¿que pasa? —respondí cortante —¿Ella es su familiar? es que lo noto algo preocupado desde que la trajo aquí, pero le aseguro que todo va a estar bien Lo fulminé con la mirada, arqueando las cejas. ¿Acaso quien se creía este tipo? —¿Eso qué importa? Haz tu trabajo y asegúrate de que mejore. No acepto otra opción. — Le advertí en un tono amenzanate, no había lugar para errores, no cuando una mujer como Roxanne estaba en juego.El doctor simplemente asintió y continuó su trabajo en un silencio incómodo, pero ese día como los anteriores, no hubo una señal de recuepración de Roxanne. Pasaron dos semanas en la misma rutina. Mi vida se redujo a un ir y venir entre la mansión y el hospital. El tiempo parecía congelarse.Intenté localizar al imbécil de Thompson, pero parecía haber desaparecido del mapa. Para mi suerte, ahora yo era el nuevo C
—Me llamo Salvatore Gianluca —le dije en un tono bajo, intentando crear algún vínculo—. Fui quien te encontró el día de tu accidente.Apenas reaccionó. Solo se limpió la nariz, apartando su mano de la mía con un gesto que sentí como rechazo. Un minuto después, su voz, frágil y rota, susurró:—¿Por qué no me dejaste morir? No tengo ninguna razón para seguir viva, y… no fue un accidente, intentaron asesinarme.Su confesión me golpeó como un puñetazo al estómago. Le había salvado la vida, y lo que ella deseaba era lo contrario. No tenía sentido, sin embargo, una ola de ira me invadió. ¿Cómo podían haber atentado contra ella? especialmente conociendo su estado—Lo siento mucho, Roxanne —respondí con cuidado, buscando las palabras adecuadas antes de decir lo realmente importante—. No sé exactamente qué ocurrió ese día, pero hice lo que tenía que hacer: llevarte al hospital. Mi deber es cuidarte.—¿Y quién es usted, acaso? No tiene ningún deber conmigo. No lo conozco —me espetó con frialdad
Roxanne abrió la boca, incrédula, sus ojos desorbitados reflejaban la conmoción. Me divertía verla tan sorprendida, ¿por qué más estaría aquí con ella?—¿Qué? ¿Cómo que es tuyo? —preguntó confundida — ¿Quieres un hijo? Por eso… ¿p-por eso estabas allí? —balbuceó, nerviosa ante la revelación.A pesar de que la noticia la había tomado desprevenida, estaba justo donde yo quería. No me gustaba dejar cabos sueltos, y en este caso, se trataba de mi heredero. Al principio, solo pensaba en una simple donación de esperma, pero al enfrentar mi soledad, entendí que mi legado no estaría completo sin un hijo.Me encogí de hombros y le dediqué una mueca indiferente.—No te voy a mentir, esa es la razón. Solo tienes que entregarme al bebé cuando nazca, y serás completamente libre.A pesar de lo débil que se veía, Roxanne apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos, y su rostro, encendido de ira, parecía a punto de estallar. Casi podía ver fuego salir de sus ojos.—¡No te v
Roxanne MeyersMe estaba volviendo loca, sumergida en la habitación de ese hospital. Los días pasaban sin que pudiera comunicarme con alguien para que viniera por mí, ni siquiera con mi amiga Nicolle. La única esperanza que me mantenía viva era mi pequeño tesoro, pero la mera idea de que ese maldito maniático me lo quitara me revolvía el estómago.—Señora Meyers, ¿cómo está? —preguntó el doctor, cómplice del mafioso, acercándose con unas fórmulas en la mano.—¿Cuándo me dejarán salir de aquí? —le pregunté, desesperada.—Bueno, ya está lista para irse de este lugar. El señor Gianluca vendrá por usted.—Yo puedo irme sola, doctor —respondí, pero el hombre se acercó a mí y colocó algo en mi suero. Aproveche y apreté su mano.—Doctor, por favor, déjeme ir. No permita que ese hombre me lleve con él.El doctor se zafó de mi agarre y me miró con compasión.—Quisiera hacerlo, señorita Meyers, pero si la dejo ir de aquí, es muy probable que el señor Gianluca nos mate a los dos. Lo siento.Sent
Cerré los ojos, e intenté controlar el llanto, las manos me temblaban como si estuvieran a punto de desarmarse de mis muñecas. El pánico me paralizaba, y retroceder se volvía imposible. Entonces, lo confirme: él era un mafioso, pero no uno cualquiera, sino uno cruel, más de lo que jamás podría haber imaginado.—¡¡¿Qué hace aquí?!!—la voz me hizo dar un salto y casi me desmayo al reconocer a Gloríe.—Es que... es que... —tartamudeé, incapaz de controlar los nervios en mi voz—Vámonos de aquí antes de que el señor se dé cuenta de que está invadiendo su territorio, señorita —me tomó del brazo, zarandeándome un poco, me sentí mal por eso. Pero no dije nadaLa seguí sin pensarlo. Mientras caminaba, mis ojos buscaban desesperadamente una salida: una ventana, una puerta, un balcón, cualquier cosa que me permitiera escapar sin ser vista. No podía permitir que mi hijo naciera en ese entorno, rodeado de mafiosos, con el riesgo de convertirse en uno de ellos. La sola idea me helaba la sangre.Al
No sabía qué hacer. Tal vez lo mejor sería seguir mi camino y dejar que la desgracia lo alcanzara. Al fin y al cabo, así como él decidía el destino de los demás, quizá su hora había llegado. Quise salir corriendo… pero era el padre de mi hijo. De alguna manera, había cuidado de mí, y sentía la obligación moral de asegurarme de que seguía vivo. Solté la maleta junto al arbusto y me acerqué sigilosamente, cuidando de no hacer ruido, temiendo que pudiera despertarse y hacerme daño. Pero estaba completamente desmayado. Miré alrededor, no había nadie. Me agaché, acercándome lo suficiente para confirmar que aún respiraba. Toqué su cuello, ardía de fiebre. Estaba demasiado caliente y su respiración era lenta, pesada. —¡Hey, Salvatore! ¿Estás vivo? —Le di unas suaves palmadas en la mejilla, esperando alguna reacción. Nada. Seguía desmayado. —¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme, por favor! —grité con desesperación. Justo en ese momento, los gemelos estaban saliendo hacia su casa, pero decidieron tomar el
Salvatore GianlucaSentí una mirada clavada en mí; el instinto me lo advertía. No había nadie cerca del baño, excepto la señorita Roxanne, que ya parecía estar despierta. Me giré para confirmarlo y vi cómo sus ojos claros estaban fijos en el interior, específicamente en la bañera, como si su mente estuviera atrapada en ese espacio. Cerré la ducha y, con el cuerpo aún húmedo y completamente desnudo, salí, dando unos pasos hasta tomar la toalla.Escuché cómo salió corriendo, casi tropezándose con algo en su huida. Eso me arrancó una sonrisa, porque escuche como se quejaba en un gemido casi inaudible. Me envolví la toalla alrededor de la cintura y, al regresar a la habitación, la encontré de espaldas, mirando por la ventana. Simulando que no estaba espiándome.—Parece que disfrutas espiando detrás de las puertas, ¿verdad, Roxanne? —le dije en un tono que aparentaba reclamarle, mientras me acercaba lentamente.Ella no se giró, solo susurró con nerviosismo—. Yo… yo…solo quería asegurarme d
La tomé de la mano, sabiendo que debíamos escondernos. Bueno, más bien ella debía esconderse. El clan de los Mackenzie era demasiado peligroso, y ahora que mi vida tenía un propósito, debía protegerlo a toda costa.Roxanne no podía dejar de llorar, como si sus lágrimas no pudieran detenerse ni un solo instante. —Roxanne, por favor, mantén la calma, debemos irnos —le supliqué, pero ella se zafó de mi agarre bruscamente, negando con la cabeza.—¿A dónde? ¡Esos hombres nos tienen rodeados! No hay salida, vamos a morir —su rostro se torcía en desesperación, y sentí una punzada en el pecho al verla así.Sin pensarlo más, la tomé con fuerza de nuevo, arrastrándola hacia el baño en busca del pasadizo secreto.—Escúchame bien, Roxanne —dije, con voz firme y tensa—. No hagas ninguna estupidez. En este momento no solo estoy protegiendo tu vida, también la de mi hijo. Así que tienes que obedecerme.Roxanne, a regañadientes, caminaba a mi lado mientras abría la puerta oculta detrás del espejo de