CAPÍTULO 3

Salvatore Gianluca

No toleraba a quienes tenían deudas conmigo; para mí, eran seres putrefactos que simplemente no existían. En mi lista negra estaba enmarcado el nombre de Andrew Thompson, el maldito jugador empedernido que apostaba como si tuviera el mundo a sus pies. Y no le importaba ofrecer lo que fuera.

Le había dado plazo hasta la medianoche, pero su silencio era ensordecedor. Sin ninguna llamada de su parte, no me quedaba otra opción: debía acabar con él. Me puse el gabán y los guantes de cuero, odiaba hacer cobros personalmente, pero es que él, me debía demasiado dinero.

Llamé a un par de hombres y les di instrucciones claras. 

—Vamos a la casa de Thompson. Apenas escuchen mis órdenes, acaban con todo. Disparen contra lo que encuentren; no me importa quién esté allí. ¿Entendido? 

—Sí, señor —respondieron mis hombres al unísono. Confiaba en ellos; eran unos rudos gemelos que nunca fallaban a su jefe.

Nos subimos a mi auto oscuro y condujimos por la carretera hacia la mansión de mi querido deudor. Mientras manejaba, preparé mi arma y moví el cuello en círculos, tratando de relajarme antes de cometer cualquier atrocidad.

Toqué el timbre de la gran puerta de madera marrón, pero nadie respondió. Ese imbécil seguramente había escapado, aunque sabía que no había manera de que se librara de mí. Lo encontraría, aunque  lo tuviera que buscar debajo de las piedras.

Insistí de nuevo, pero la situación no cambiaba: nadie abría la puerta. Era hora de recurrir a la fuerza bruta. Zane y Kane alzaron sus armas y, con unos disparos, hicieron estallar la cerradura. En medio del humo de la pólvora, di un fuerte golpe a la puerta y crucé el umbral. Tosí un poco, pero no importaba; estaba decidido.

Saqué mi arma y empecé a avanzar en la oscuridad. No había nadie. Ese maldito se había escapado, pero no iba a dejar la búsqueda a medias. 

—Ustedes, vayan a la parte de atrás. Yo iré al segundo piso —ordené. Encendí una linterna y, al dar mi primer paso hacia las escaleras, tropecé con algo en el suelo.

Nunca antes había sentido escalofríos, pero esa textura extraña me hizo estremecer. Al girar hacia el suelo para ver qué me impedía el paso, me encontré con una mujer herida, sumergida en un charco de sangre. Me agaché para tomarle el pulso y sentí un alivio helado al darme cuenta de que aún estaba viva.

Sin embargo, la  piel se me erizó al darme cuenta de quien se trataba… era ella, debía mantenerla con vida, era la mujer que estaba buscando, estaba herida y parecía ser de gravedad, maldije para mi interior. Nunca se me cruzó por la cabeza que la encontraría en esas condiciones.

Justo en ese momento, los gemelos aparecieron y encendieron las luces de la casa. 

—Señor, Thompson no está por ningún lado —dijo Zane, con una mirada inquieta. 

—Revisamos toda la casa, señor, pero parece que huyó. Hay rastros de sangre y unas huellas marcadas en el piso que conducen hacia la puerta del garaje. —reforzó Kane

Al darme cuenta de que la mujer seguía viva y que su pulso era débil, comprendí que él había sido quien la había herido. Ese desgraciado tendría que pagar por lo que había hecho.

—Suban a esta mujer al auto, háganlo de inmediato, ella necesita atención inmediata; debemos llevarla al hospital de la organización.  Si le pasa algo, me las pagan.

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono. Con cuidado, la levantaron y la sacaron de la casa. Si no se atendía pronto, probablemente moriría.

Mientras los gemelos se ocupaban de ella. Me acerqué a la mesa central de la sala de estar y vi una foto de Thompson abrazando a la mujer. Era evidente que era su esposa. Algo había sucedido en esa casa, algo muy grave para haberla encontrado herida, casi muerta. ¡Maldito miserable! Rompí el vidrio del marco y guardé la foto en mi bolsillo.

El desgraciado debería estar huyendo como un perro, y no solo por el dinero que me debía, sino porque estaba completamente seguro de que él había intentado asesinar a su propia esposa. La rabia burbujeaba en mí; no podía dejar que se saliera con la suya.

Subí al auto con  mis hombres, debía salvarle la vida a la esposa de Thompson, pues ella sería mi pago por lo que él me debía.

Había pasado una semana desde que encontramos a Roxanne Meyers. En ese tiempo, ya habíamos desenterrado todo sobre ella, y lo que descubrí me dejó atónito. Aquella última vez que fui a la clínica de fertilidad tuve que ponerle un cuchillo en el cuello al doctor para que me diera el nombre de la portadora de mi hijo. Ese nombre lo mantuve grabado en mi memoria todo el tiempo.

Roxanne seguía sin reaccionar, inmóvil en cuidados intermedios. La había llevado a nuestro hospital privado, reservado para mi gente, y allí estaba, bajo el cuidado de mis médicos, todos a mi servicio. Era una mujer proveniente de una familia de renombre, con un historial académico brillante, pero casada con un imbécil cuyo negocio ahora me pertenecía.

Suspiré: las apuestas y las sustancias arruinaban a los hombres más poderosos. Y Thompson de mi parte, estaba perdido, no escatimaría gastos hasta hacerlo pagar.

—Doctor, ¿cuánto tiempo cree que puede estar así? —pregunté, manteniendo la mirada fija en ella mientras el especialista la revisaba.

—No lo sé con certeza, pero está comenzando a mostrar algunos reflejos. Puede ser pronto, señor Gianluca. Debería ir a descansar, ha estado mucho tiempo aquí.

—No estoy cansado —respondí con firmeza—. No me moveré de su lado. No podía hacerlo, mi instinto no me lo permitía.

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