Me senté sobre una pequeña silla de madera en la parte trasera de la cabaña y me balanceé un poco, intentando recordar la mecedora que tenía en la antigua casa, ahora reducida a cenizas.Esa noche era fría, inhóspita, y me sentía profundamente triste por todo lo ocurrido con la nana. Perder la mansión también me había dolido demasiado, especialmente por lo que significaba el cuarto de mi bebé: los objetos que habíamos traído desde Croacia y los hermosos trajes que Salvatore había preparado para el nacimiento. Aunque todavía faltaba mucho para ese momento, me llenaba de nostalgia lo cruel que resultaba todo en mi estado.Fue inevitable que las lágrimas cayeran en cascada por mis mejillas. Acaricié mi vientre y sentí cómo mi pequeño se movía dentro de mí. Aunque aún era muy pequeñito, amaba esas señales que confirmaban su existencia en mi interior. En medio de tanta desolación, aquello me llenaba de melancolía.«I love you». Una voz chillona me tomó por sorpresa. Levanté la mirada porqu
Salvatore Gianluca Roxanne se quedó dormida entre mis brazos, con su respiración tibia acariciando mi piel. Aunque la noche nos envolvía, no había frío; el ambiente era cálido, y su cuerpo desnudo reposaba sobre el mío con la tranquilidad de quien confía plenamente.En su vientre ya se notaba una pequeña protuberancia sobre su pelvis, una prueba evidente de su embarazo. Cada día, el bebé parecía crecer un poco más, y junto con esa certeza también crecía mi angustia. Renato seguía al acecho y ni hablar de mis otros enemigos, porque en la mafia, no solamente se tiene uno, esto es un juego de poderes. No le temía a él, pero su manera sanguinaria de resolver las cosas se había convertido en un verdadero dolor en el trasero.Moví ligeramente mi brazo para acomodarme, lo que hizo que Roxanne se agitara. Abrió los ojos y me regaló una sonrisa que, lamentablemente, se desvaneció casi de inmediato cuando un dolor intenso pareció atacarla en la parte baja del vientre.—¡Ay! —soltó un quejido.
Roxanne MeyersSentía que prácticamente estaba perdiendo la conciencia, y el dolor en mi pelvis se desvanecía a medida que los doctores trabajaban allí abajo. No necesitaba haber sido madre antes para reconocer que esos dolores no eran más que contracciones. Quise realmente desfallecer, pues todas las esperanzas que había depositado en aquella personita que creció en mi vientre, en ese ser que representaba todo por lo que alguna vez deseé vivir, ya no estaban.Lo sabía. No necesitaba que ningún médico me lo confirmara. Y aunque estaba despierta en ese momento, lo único que realmente quería era morir. Ya no tenía más razones para estar viva.La enfermera se acercó a mí con un paño húmedo y frotó mi frente. Su mirada era suave, amigable, como si sintiera compasión por mí, y ella sonrió.—¡Vas a estar bien! —me dijo con voz suave, y yo la miré, suplicante y expectante, con la intención de que me dijera qué era lo que había pasado.—Mi bebé, ¿está bien?Ella simplemente suspiró, pasó de n
Roxanne Meyers.Me desperté con una resaca emocional después de llorar toda la noche. Aunque físicamente me sentía mejor tras la pérdida de mi bebé, el peso de la tristeza seguía ahí, aplastándome.Miré a mi alrededor con la vana esperanza de encontrar sus ojos grises, esos que solían darme consuelo con solo mirarme. Pero mi corazón se quebró al darme cuenta de que lo único que quedaba en esa habitación era su recuerdo. Salvatore no estaba allí.La puerta se abrió, y el doctor entró con unos papeles en la mano. Me dirigió una sonrisa cálida, como si eso pudiera sanar algo dentro de mí.—Qué bueno que ya despertaste, Roxanne. Dormir ayuda al cuerpo a recuperarse. ¿Cómo te sientes esta mañana?Su pregunta me provocó un nudo en el estómago. ¿Cómo podía siquiera responder? Mi cuerpo, extraño e irónicamente, estaba bien: sin dolores, sin mareos, sin señales de enfermedad. Pero mi mente, mi alma, mi corazón... estaban hechos pedazos, rotos de una forma que sentía que me consumía por dentro.
Salvatore Gianluca Ante la petición de Roxanne, decidí respetar su voluntad. Por mis malditos caprichos, ella había perdido a nuestro hijo. Ya no me importaba si era hijo de Renato o mío; lo único que realmente importaba en este momento era que ella debía sanar y ser feliz, y yo no iba a impedírselo por mis propios deseos egoístas.Regresé a la cabaña, ese lugar oscuro, frío y desolado, que por ahora era mi refugio. La verdad, ni siquiera tenía ánimos de buscar un espacio lleno de lujos, aunque mi mundo me ofreciera infinitas posibilidades. El dinero no podía darme la satisfacción que significaba haber tenido a Roxanne en mis brazos.Encendí un cigarrillo y le di una larga calada. Durante el tiempo que ella estuvo conmigo, había evitado fumar, pero ahora, al menos, calmaba un poco mi ansiedad. Me senté en la silla donde estuvimos juntos por última vez y noté que, en el suelo, al lado, estaba el monchichi. Sentí un nudo en el estómago. Lo recogí, apreté la felpa entre mis manos, y el
Cada imagen era más desgarradora que la anterior, y lo peor fue llegar a aquella donde el diminuto cuerpo inerte de mi hijo no nacido yacía sobre la fría bandeja de la sala de cirugía, donde atendían a Roxanne.Lamentaba haber revivido mi dolor de esta manera, lamentaba tener que enfrentar esto de nuevo, porque en realidad me dolía demasiado. Sin embargo, era la única forma de que Renato creyera que lo que sucedía era verdad.Pero él no estaba tan afectado como Rose. Con sus pocas fuerzas, ella se acercó al televisor, pausó el video justo en la imagen del bebé sin vida, y comenzó a deslizar los dedos sobre la pantalla. Negó con la cabeza, incrédula. No era la única que se sentía así, porque, al igual que Rose, mi corazón daba vuelcos, inseguro de lo que veía. De lo que había perdido.—¡No! ¡No! Esto no puede ser cierto. ¡Fuiste tú, Salvatore! ¡Fuiste tú! Tú le provocaste la pérdida a Roxanne. Tú fuiste el culpable —Rose, desesperada, gritaba con demasiada frustración. Y la comprendía.
NARRADORRenato, al ver que Salvatore salió de la mansión de sus abuelos con total tranquilidad, sintió que todo a sus pies se removía. Sin embargo, al encontrarse con la firmeza en la mirada de su abuela, tuvo que tragarse todos sus sentimientos. La situación con su esposa tampoco le ayudaba. Rose estaba teniendo una crisis, y él debía ayudarla.—Pero ¿qué le pasa a Rose, muchacho? —La abuela de Renato se acercó, dejó las armas sobre la mesa de centro y puso la palma de su mano sobre la frente de la mujer, que estaba tendida en la silla.La respiración de Rose estaba acelerada, y su pecho se contraía de arriba abajo. El sufrimiento era demasiado evidente en sus ojos.—Abuela, no te metas. Es una crisis normal de su enfermedad; voy a llevarla con el doctor. —Renato tomó a su mujer y la sostuvo en sus brazos. No era la primera vez que ella se desencajaba de esa manera ni se sentía tan enferma.—Llama al doctor, m*****a sea. Llámalo ya, a que venga él. Tu mujer está helada, pobrecita. ¿C
Roxanne Meyers Seguí cada una de las instrucciones al pie de la letra que me había dejado Salvatore en el sobre. La primera, aunque mi antigua mansión y mi compañía me pertenecían, no debía volver allí, pues con mi nueva identidad, Roxanne había quedado en el pasado para convertirse en Leonella Fiorenci. Mi cabello ahora era corto, el color era completamente diferente, mis cejas más pobladas, llevaba lentes y, bueno, un montón de cosas más que no me hacían lucir como antes.Me instalé en un pequeño departamento a las afueras de la ciudad, y todo el dinero que debía obtener por mi patrimonio estaba consignado en una cuenta a mi nombre, así que por un buen tiempo no tendría que preocuparme por dinero.Pero si había algo que realmente me preocupaba cada vez que me miraba al espejo, era que mi estómago estaba más inflamado, mis caderas más anchas y mis senos, demasiado sensibles, con su contorno tornándose más marrón.Había leído que los síntomas de un embarazo podrían desaparecer hasta