CAPÍTULO 42

Salvatore Gianluca

Enamorarse no ha sido un sentimiento presente en mi vida. La primera y única vez que me ocurrió, fui el hombre más miserable del mundo, y parecía que eso era lo que significaba amar a alguien: vivir sumido en la miseria. Con Roxanne, las cosas no eran diferentes. Esa maldita también había traicionado mi confianza, así que se quedaría allí, en esa habitación, hasta que naciera mi hijo. Y cuando eso ocurriera… ¡adiós! No había otra opción para mí.

Había pasado toda la noche bebiendo en mi despacho, ni siquiera me molesté en ordenar algo para ella. Ni su comida, lo más básico. A decir verdad, no me importaba en qué estado estaba. Si moría, sería un dolor de cabeza menos.

Ya me había vaciado dos botellas, y la cabeza me daba vueltas. Tal vez era hora de dormir mis tres horas diarias y seguir adelante. Tenía muchos negocios pendientes, y sabía que, si no me apuraba a tomar control de la zona que Antonella había dejado, los otros gánsteres de la ciudad se me adelantarían.
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