Clarissa estaba sobre el mueble de la sala con el celular apretado contra el pecho.
Tenía la mirada fija en la ventana y un cuaderno con nombres sobre la pierna.
Se sentía nerviosa, como si estuviera haciendo algo malo, y pensaba que la jueza del caso por la custodia de su hijo la observaba desde las esquinas, juzgándola.
Pero ¿qué podía hacer?
Ante los ojos de la sociedad ella era una nadie, apenas si tenía para mantenerse, era una solterona y su ex novio era millonario y tenía una esposa doctora.
¿Cómo competiría contra eso?
—Te vas a estresar —le dijo su hijo, estaba sentado sobre la mesa de la cocina y sostenía un libro de Harry Potter que ella no le había comprado.
—Ya estoy estresada —le dijo ella.
Su hijo tenía cinco años, pero era un niño peculiar, con una inteligencia superior al promedio y más maduro de lo que Clarissa hubiera imaginado o deseado.
Era retraído y un poco tímido, por eso lo molestaban en la escuela.
Era un niño con grandes talentos y ella se lamentaba el no tener el dinero suficiente para tenerlo en una escuela para niños como él.
—¿Eso funcionará? —le preguntó el niño —¿buscarme un padrastro de mentiras?
Clarissa ni siquiera le preguntó cómo se había enterado de sus planes ya que ella no le había contado nada, pero como única respuesta se encogió de hombros.
El niño la miró con sus perspicaces ojitos y regresó a su lectura.
Lo único que debía agradecerle al tarado de su exnovio fue la genética que le transmitió a su hijo.
El niño tenía la nariz respingada de su padre, la mandíbula cuadrada y ese aire sexy y divertido, incluso caminaba igual de erguido, como un modelo.
Su teléfono sonó en la mano y Clarissa lo dejó caer del susto, era la décima llamada y seguía nerviosa, es más, cada vez se ponía más nerviosa.
—Aló —contestó y la persona al otro lado se hizo esperar.
—¿Clari? —preguntó un hombre, tenía la voz profunda.
—Si, con ella —le contestó, así se había puesto en el anuncio del periódico, le pareció que si todo lo haría anónimo no debía poner su nombre real, o al menos completo.
—Tengo el periódico de la ciudad en la mano, ¿esto es una broma? —Clarissa negó con la cabeza, como si el hombre pudiera verla.
—No —dijo al final —es real ¿está interesado?
—¿En qué consiste? —ella miró al niño que fingía leer y habló bajito.
—Es muy simple, usted finge ser mi novio y luego mi esposo y yo le pago por eso.
—¿Cuánto? —Clarissa tenía unos ahorros, y esperó no tener que gastarlos todos.
—Medio millón por mes —el hombre se rio por lo bajo.
—Eso es muy poco, vendiendo periódico en la calle me gano un millón —Clarissa se aguantó las ganas de colgarle, pero el hombre tenía una voz atractiva.
—Entonces quédese vendiendo periódico —le comentó ella y él se rio.
—Bien, ¿Cómo lo haremos? —ella tomó el lápiz y el cuaderno.
—Deme su nombre —le comentó ella —mañana tendré una cita con cada candidato y escogeré al que me convenga más.
El hombre chasqueó la lengua.
—Elimina a los demás, me elegirás a mí.
Clarissa abrió la boca.
¿En serio era tan arrogante?
Se aguantó las ganas de colgarle.
—Pues ya veremos, dígame su nombre y lo veré en el restaurante de…
—No, yo le dije dónde nos veremos —ella abrió la boca para decirle algo, pero la llamada se colgó.
No podía dejarla con la palabra en la boca.
Así que entró a las llamadas y trató de llamarlo de nuevo, pero el número ya no estaba disponible.
—Qué raro eso —le dijo Maxwell saltando de la mesa y dejando el libro sobre la mesita junto al mueble.
—Si, fue un hombre raro —le dijo Clarissa y el niño negó.
—No eso, una mujer buscando marido en el periódico, eso sí es raro.
Clarissa le lanzó un cojín que el niño no logró esquivar y le dio en la cara.
—No te quejes, que es para que no nos alejen —el niño se peinó el cabello castaño y la miró con los grandes ojos verdosos.
—No entiendo este tipo de cosas —comentó mientras disimuladamente encendía el televisor —¿Por qué no me preguntan con quién quiero vivir? Eso tiene más sentido para mí.
Clarissa se acercó a él y lo abrazó, luego le besó el cabello.
—La ley dice que la jueza debe escoger, por que un niño no tiene la madurez para tomar una decisión tan importante.
Maxwell negó con la cabeza.
—Un niño sí sabe dónde vivir, y es donde se sienta mejor, con papá hay casas grandes y autos, pero todo se siente tan frío como ir al psicólogo —estiró la manita y agarró la de su madre —yo contigo soy feliz, aunque no me compres el cereal integral con cero azúcar —ella lo besó de nuevo.
—Si me pagan el relato de ayer, te prometo que trataré de comprártelo —el niño asintió con la cabeza y ella se puso frente al escritorio.
Tenía que escribir un nuevo relato erótico para vender y añadirle un par de capítulos a su nueva novela.
Pero con todo lo del marido falso la inspiración se le escapaba, hasta que recordó la voz del hombre en la llamada.
«¿Qué se sentirá tener esa voz justo en el oído? »
Se preguntó, y la inspiración le fluyó como un torrente.
La mañana del día siguiente había sido bastante complicada.
Las entrevistas con los hombres que habían llamado iban de mal en peor.
Para empezar, un vagabundo que olía a los perritos que lo acompañaban.
Un señor tan gordo que necesitaba muletas.
Otro que no pronunció palabra durante todo el rato que estuvo con ella y que luego se paró y se fue.
Mejoró un poco con Gabriel, un joven apuesto, que le gustaba el boxeo y que necesitaba un ingreso extra para pagar sus clases de boxeo.
Clarissa pensó que era atractivo, con la piel color canela y los ojos oscuros, pudo ver varios tatuajes bajo la camisa y los músculos marcados.
Quedó en llamarlo para confirmar y se quedó sola en la cafetería esperando la llamada del hombre misterioso, y no pudo negar que le generaba mucha curiosidad.
Esperó y esperó y parecía que le tomaría toda la tarde cuando la llamó un número desconocido y al contestar se encontró con la voz misteriosa y sexy.
—Ya era hora —le comentó ella y él sonrió un poco, con una voz aireada y profunda que la hizo sonreír.
—Ya te estoy esperando —le comentó y le dio la dirección.
—¿Cómo sabré quién eres? —le preguntó ella y él se tomó un momento para contestar.
—Lo sabrás.
Cuando Clarissa entró por las puertas del bar que le había indicado el desconocido.
Se sintió observada, una decena de ojos se posaron sobre ella y se sintió incómoda.
Casi que sintió ganas de salir corriendo, pero cuando se volvió hacia la mesa más alejada de la entrada se quedó paralizada.
Sentado en una pose casual, estaba el hombre más atractivo que ella hubiera visto jamás, con el cabello tan oscuro como el petróleo y los ojos de un azul frío, como el hielo.
Se puso de pie para ir con ella, era tan alto como un actor e incluso más fuerte que el boxeador.
Era como los protagonistas de sus historias, como si lo hubiera descrito ella misma en sus páginas y una magia extraña lo hubiera hecho realidad.
Se paró frente a ella y Clarissa aún no había salido de su estupor cuando él le dijo.
—Parece que madre soltera ya encontró a su marido —a Clarissa le temblaron las rodillas.
Clarissa abrió la boca para decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en el pescuezo.Mientras tanto el hombre frente a ella seguía mirándola fijamente hasta que sonrió de lado con una arrogancia que le pareció un poco sexy. —Lo añadiré a la lista de las reacciones más curiosas de las mujeres cuando me conocen por primera vez —le comentó él.Entonces Clarissa retomó de nuevo el control de su cuerpo y miró alrededor. Los demás hombres que estaban en el bar habían regresado paulatinamente a sus actividades. Ella caminó hacia la mesa de fondo donde estaba el hombre antes y se sentó con los brazos cruzados.Observó cómo él se sentó justo en frente, con la espalda muy recta y los hombros altos. —Bien —dijo después de un rato ella.El hombre apoyó las manos sobre la mesa y Clarissa no pudo evitar notar que eran grandes y parecían muy cálidas.Se sorprendió a sí misma imaginando estirar su mano y agarrándolas.—¿Cómo se llama? —ella preguntó y sacó un cuaderno con un lápiz.
Por alguna razón que Clarissa no logró entender, el hombre, Emanuel, nunca le quiso dar un teléfono para comunicarse con ella.Las únicas dos veces que la había llamado eran, cada vez, desde un número desconocido, cosa que le extrañó de verdad. Se sentó frente a su computadora con el cuaderno entre las piernas y observó cada uno de los detalles que había escrito. Eliminó a unos cuantos, y no se pensó mucho en otros tantos, pero cuando llegó a la parte de Gabriel, el boxeador, arrancó la hoja y la leyó detenidamente. Era el candidato perfecto, deportista, con una carrera por delante, muy comprometido, responsable y, sobre todo, sexy. Pero cuando llegó a la hoja con los pocos apuntes que tenía de Emanuel Aldenar algo le dio en el estómago. El hombre era terriblemente sexy, con esa aura de misterio que lo rodeaba todo y que acaparaba toda la atención. Gabriel sería el candidato perfecto para que el juez viera que ella ya estaba formando una familia real, pero Emanuel era el hombre
Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos. Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular. Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.Limpio y ordenado.No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa. Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara. —Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo. —Tu ex tien
Clarissa corrió lo más rápido que pudo, pero le tomó unos cuantos segundos abrir la puerta de su habitación y salir a la sala, y justo cuando cruzó el lugar, la espalda desnuda de Emanuel se estiró hacia el pomo de la puerta y ella no logró decirle que no. Emanuel estaba vestido únicamente con un pantalón corto que le llegaba a menos de la mitad de la pierna y Clarissa pudo notar, desde atrás, que el hombre tenía una constitución física increíble.El hombre abrió la puerta y desde donde ella estaba logró ver como de la cara de Xavier se borró la sonrisa que traía.— ¿Quién es usted? — le preguntó Xavier y Emanuel se encogió de hombros. — ¿Quién es usted? — le devolvió el pelinegro. — Yo soy el papá de Maxwell — le dijo después de un momento y Clarissa avanzó hasta la puerta, no quería que Emanuel metiera la pata. — Ah, con razón, yo soy el prometido de Clari. Xavier le dio una muy poco disimulada repasada al cuerpo completo de Emanuel con un gesto extraño y luego miró a Clarissa
Clarissa cerró la puerta de la casa y comprobó que en la cuidad caía una llovizna constante y fría, como mil alfileres de hielo que se le clavaron en la piel. Él tenía razón, solo le había querido ayudar, pero ella sintió que se estaba dando muchas atribuciones con su vida y eso la asustó «¿Acaso ese no fue el juego que yo misma inventé?» se preguntó.Justo como se lo había comentado Johan, Emanuel estaba ahí sentado en una de las bancas, con el bolso a un lado y la chaquea de cuero sobre las piernas para aguantar el viento helado que venía subiendo por las vías del tren. Clarissa se acercó, pero él no la volteó a mirar, parecía que la había visto desde antes. — ¿Dejaste a Max? — le preguntó él mirando hacia el frente y Clarissa se sentó en el otro extremo de la banca. — Nuestra vecina es una mujer de setenta que tiene doce gatos y nunca se duerme antes de las dos de la mañana, lo está cuidando — Emanuel guardó silencio, todo ese aspecto bromista y arrogante no estaba, se veía ago
Cuando Clarissa despertó esa mañana del viernes estaba sola en la cama y eso la asustó, buscó en las cobijas a Maxwell, pero el niño no estaba y luego escuchó risas en la cocina, luego gritos y cayó sentada en la cama de golpe. Cuando salió de la habitación se resbaló en el tapete de la entrada y cayó sentada con un golpe seco y el gato salió despavorido y se escondió en la habitación de Maxwell. Los gritos en la cocina continuaban, y ella se puso de pie, aunque sintió dolor ciego en el trasero. Cuando entró a la cocina le costó reconocer lo que veía, sobre la alacena había un frasco de vidrio que ella utilizaba para hacer limonada y estaba lleno de espuma y de él brotaba tanta que todo el suelo de la cocina estaba cubierto por una espuma espesa y verdosa. Maxwell y Emanuel estaban en medio de la cocina, tenían todo el cuerpo lleno de la espuma y cuando Clarissa los miró en busca de una respuesta, cada uno señaló al otro como culpable. — ¿Qué está pasando aquí? — preguntó en un g
Clarissa tuvo que esperar en el mueble a que Emanuel saliera de la ducha, junto al lavadero había un baño, pero la única ducha estaba en su habitación y ella se quedó ahí sentada, con la ropa interior húmeda y se regañó a sí misma por no usar un protector intimo esa mañana. Cuando el hombre salió tenía una toalla envuelta en la cintura y ambos evitaron mirarse a la cara, como si hubieran cometido una ofensa penosa y vergonzosa y Clarissa se metió de nuevo a la ducha. Emanuel se había bañado con el agua bien fría y ella optó por lo mismo y no se sintió tranquila hasta que estaba de nuevo vestida y con el corazón palpitando de forma normal. Cuando salió de su habitación secándose el cabello un olor delicioso inundaba la casa. Emanuel estaba en la cocina y había preparado un desayuno llamativo y delicioso. — Yo no tengo champiñones — le dijo ella y él se encogió de hombros, estaba vestido casual, con una camisa corta amarilla y unos pantalones de tela gruesa, se veía más joven y ext
Clarissa sintió que cuando se cerró la puerta del consultorio de la mujer quedó atrapada en una cárcel, se quedó ahí parada y Omaira caminó lentamente hasta sentarse detrás de su escritorio, luego le señaló la silla de en frente para que Clarissa se sentara y así lo hizo. — Tenía muchas ganas de conocerte al fin — le comentó la mujer — supongo que Maxwell te habla mucho de mí, él me quiere mucho.Clarissa se aclaró la garganta, en realidad, el niño jamás la había mencionado, excepto una vez que comentó que era una mujer muy alta. — Ta ha mencionado un par de veces — mintió y la mujer sonrió un poco, luego sacó su celular y envió una nota de voz. — Cariño, ¿podrías enviarme el historial clínico de una paciente del seguro social? — le preguntó el número de documento de identidad a Clarissa y luego sacó una planilla de debajo del su escritorio — ¿tu periodo es regular? — Clarissa asintió, se sentía realmente extraña e incómoda de que la esposa de su ex la estuviera atendiendo. — No m