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2| Una voz en el teléfono.

Clarissa estaba sobre el mueble de la sala con el celular apretado contra el pecho.

Tenía la mirada fija en la ventana y un cuaderno con nombres sobre la pierna. 

Se sentía nerviosa, como si estuviera haciendo algo malo, y pensaba que la jueza del caso por la custodia de su hijo la observaba desde las esquinas, juzgándola.

Pero ¿qué podía hacer? 

Ante los ojos de la sociedad ella era una nadie, apenas si tenía para mantenerse, era una solterona y su ex novio era millonario y tenía una esposa doctora. 

¿Cómo competiría contra eso? 

—Te vas a estresar —le dijo su hijo, estaba sentado sobre la mesa de la cocina y sostenía un libro de Harry Potter que ella no le había comprado. 

—Ya estoy estresada —le dijo ella. 

Su hijo tenía cinco años, pero era un niño peculiar, con una inteligencia superior al promedio y más maduro de lo que Clarissa hubiera imaginado o deseado. 

Era retraído y un poco tímido, por eso lo molestaban en la escuela.

Era un niño con grandes talentos y ella se lamentaba el no tener el dinero suficiente para tenerlo en una escuela para niños como él. 

—¿Eso funcionará? —le preguntó el niño —¿buscarme un padrastro de mentiras? 

Clarissa ni siquiera le preguntó cómo se había enterado de sus planes ya que ella no le había contado nada, pero como única respuesta se encogió de hombros. 

El niño la miró con sus perspicaces ojitos y regresó a su lectura. 

Lo único que debía agradecerle al tarado de su exnovio fue la genética que le transmitió a su hijo.

El niño tenía la nariz respingada de su padre, la mandíbula cuadrada y ese aire sexy y divertido, incluso caminaba igual de erguido, como un modelo. 

Su teléfono sonó en la mano y Clarissa lo dejó caer del susto, era la décima llamada y seguía nerviosa, es más, cada vez se ponía más nerviosa. 

—Aló —contestó y la persona al otro lado se hizo esperar. 

—¿Clari? —preguntó un hombre, tenía la voz profunda. 

—Si, con ella —le contestó, así se había puesto en el anuncio del periódico, le pareció que si todo lo haría anónimo no debía poner su nombre real, o al menos completo. 

—Tengo el periódico de la ciudad en la mano, ¿esto es una broma? —Clarissa negó con la cabeza, como si el hombre pudiera verla. 

—No —dijo al final —es real ¿está interesado? 

—¿En qué consiste? —ella miró al niño que fingía leer y habló bajito. 

—Es muy simple, usted finge ser mi novio y luego mi esposo y yo le pago por eso. 

—¿Cuánto? —Clarissa tenía unos ahorros, y esperó no tener que gastarlos todos. 

—Medio millón por mes —el hombre se rio por lo bajo. 

—Eso es muy poco, vendiendo periódico en la calle me gano un millón —Clarissa se aguantó las ganas de colgarle, pero el hombre tenía una voz atractiva. 

—Entonces quédese vendiendo periódico —le comentó ella y él se rio. 

—Bien, ¿Cómo lo haremos? —ella tomó el lápiz y el cuaderno. 

—Deme su nombre —le comentó ella —mañana tendré una cita con cada candidato y escogeré al que me convenga más.

El hombre chasqueó la lengua. 

—Elimina a los demás, me elegirás a mí.

Clarissa abrió la boca.

¿En serio era tan arrogante? 

Se aguantó las ganas de colgarle. 

—Pues ya veremos, dígame su nombre y lo veré en el restaurante de…

—No, yo le dije dónde nos veremos —ella abrió la boca para decirle algo, pero la llamada se colgó. 

No podía dejarla con la palabra en la boca. 

Así que entró a las llamadas y trató de llamarlo de nuevo, pero el número ya no estaba disponible. 

—Qué raro eso —le dijo Maxwell saltando de la mesa y dejando el libro sobre la mesita junto al mueble. 

—Si, fue un hombre raro —le dijo Clarissa y el niño negó. 

—No eso, una mujer buscando marido en el periódico, eso sí es raro.

Clarissa le lanzó un cojín que el niño no logró esquivar y le dio en la cara. 

—No te quejes, que es para que no nos alejen —el niño se peinó el cabello castaño y la miró con los grandes ojos verdosos. 

—No entiendo este tipo de cosas —comentó mientras disimuladamente encendía el televisor —¿Por qué no me preguntan con quién quiero vivir? Eso tiene más sentido para mí.

Clarissa se acercó a él y lo abrazó, luego le besó el cabello. 

—La ley dice que la jueza debe escoger, por que un niño no tiene la madurez para tomar una decisión tan importante.

Maxwell negó con la cabeza. 

—Un niño sí sabe dónde vivir, y es donde se sienta mejor, con papá hay casas grandes y autos, pero todo se siente tan frío como ir al psicólogo —estiró la manita y agarró la de su madre —yo contigo soy feliz, aunque no me compres el cereal integral con cero azúcar —ella lo besó de nuevo. 

—Si me pagan el relato de ayer, te prometo que trataré de comprártelo —el niño asintió con la cabeza y ella se puso frente al escritorio. 

Tenía que escribir un nuevo relato erótico para vender y añadirle un par de capítulos a su nueva novela.

Pero con todo lo del marido falso la inspiración se le escapaba, hasta que recordó la voz del hombre en la llamada.

«¿Qué se sentirá tener esa voz justo en el oído? »  

Se preguntó, y la inspiración le fluyó como un torrente. 

La mañana del día siguiente había sido bastante complicada.

Las entrevistas con los hombres que habían llamado iban de mal en peor. 

Para empezar, un vagabundo que olía a los perritos que lo acompañaban.

Un señor tan gordo que necesitaba muletas.

Otro que no pronunció palabra durante todo el rato que estuvo con ella y que luego se paró y se fue. 

Mejoró un poco con Gabriel, un joven apuesto, que le gustaba el boxeo y que necesitaba un ingreso extra para pagar sus clases de boxeo. 

Clarissa pensó que era atractivo, con la piel color canela y los ojos oscuros, pudo ver varios tatuajes bajo la camisa y los músculos marcados. 

Quedó en llamarlo para confirmar y se quedó sola en la cafetería esperando la llamada del hombre misterioso, y no pudo negar que le generaba mucha curiosidad. 

Esperó y esperó y parecía que le tomaría toda la tarde cuando la llamó un número desconocido y al contestar se encontró con la voz misteriosa y sexy. 

—Ya era hora —le comentó ella y él sonrió un poco, con una voz aireada y profunda que la hizo sonreír. 

—Ya te estoy esperando —le comentó y le dio la dirección. 

—¿Cómo sabré quién eres? —le preguntó ella y él se tomó un momento para contestar. 

—Lo sabrás. 

Cuando Clarissa entró por las puertas del bar que le había indicado el desconocido.

Se sintió observada, una decena de ojos se posaron sobre ella y se sintió incómoda.

Casi que sintió ganas de salir corriendo, pero cuando se volvió hacia la mesa más alejada de la entrada se quedó paralizada. 

Sentado en una pose casual, estaba el hombre más atractivo que ella hubiera visto jamás, con el cabello tan oscuro como el petróleo y los ojos de un azul frío, como el hielo. 

Se puso de pie para ir con ella, era tan alto como un actor e incluso más fuerte que el boxeador. 

Era como los protagonistas de sus historias, como si lo hubiera descrito ella misma en sus páginas y una magia extraña lo hubiera hecho realidad. 

Se paró frente a ella y Clarissa aún no había salido de su estupor cuando él le dijo. 

—Parece que madre soltera ya encontró a su marido —a Clarissa le temblaron las rodillas.

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