—¡No vas a quitarme a mi hijo!
Clarissa gritó con rabia y golpeó la mesa con tanta fuerza que derribó el vaso con agua y éste rodó por el suelo hasta que se rompió.
Ella lo miró con los ojos inyectados de rabia.
—Nunca has estado con él, nunca ha parecido importarte, apenas y te has limitado a pagar su escuela y eso porque cada mes yo te llamo hasta el cansancio.
Las personas que estaban en el restaurante comenzaron a estirar los cuellos para observar la penosa situación de la mesa de al lado.
—No te pongas así, cálmate — dijo Xavier.
Tenía el cabello tan perfectamente peinado hacia atrás que parecía lamido por una vaca.
—¡No me digas que me calme! —Clarissa gritó, sacudió la mesa y la sopa se regó en el fino mantel —¿me dices que me vas a quitar a mi hijo y quieres que me calme?
Xavier se ajustó el caro traje, tenía la cara roja por el bochornoso escándalo en que Clarissa los estaba metiendo.
—Él va a estar mejor conmigo —le dijo el hombre —tengo el dinero para mantenerlo bien y una esposa que lo ama, y tu…
Se detuvo en cuanto notó que la cara de Clarissa enrojeció.
Las orejas se le pusieron como el color de una rosa y se inclinó sobre la mesa, con las manos sobre la madera y lo miró con sus ojos verdes brillantes.
—Dilo.
Lo retó ella y Xavier tragó saliva primero, pero no se dejó amedrentar de su exnovia.
—Eres una escritora fracasada que tiene diez lectores y que apenas consigue para el gato de no ser por que vende relatos eróticos y sucios a gente desconocida y puerca.
Clarissa explotó.
Gritó con fuerza y agarró el mantel.
Luego tiró de él con tanta fuerza y rapidez que las cosas que había encima apenas se movieron, como un truco de magia barato.
—Tu nunca te interesaste realmente en Maxwell hasta que a tu perfecta esposa le dijeron que no podía embarazarse —le dijo ella, gotitas de saliva se escaparon de su boca, estaba gritando de nuevo —desde ese momento noté como querías pasar más tiempo con él, y ahora esto.
Sacudió el papel que él le había entregado donde le informaba que comenzaba un pleito legal por la custodia de su hijo.
—Tú sabes que yo lo amo —le habló Xavier con fuerza y Clarissa negó.
—No, tu solo lo quieres como a un perrito —le dijo ella bajando la voz y en tono dolido.
—Te lo llevas un fin de semana y eres feliz con él porque eso te hace sentir un buen padre, pero he sido yo la que he estado con él todo el tiempo, la que le he curado cada fiebre, la que ha tenido que ayudarle a superar que los demás niños que no son capaz de entenderlo.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Por eso debe estar conmigo —Clarissa negó de nuevo—. Tu solo le darás dinero, eso lo convertirá en un niño pobre.
Tomó su bolsa y trató de irse, pero Xavier se lo impidió.
—Yo tengo todas las de ganar, tengo una esposa perfecta y dinero para mantenerlo, la jueza estará de mi lado.
Clarissa se soltó con rabia y lo miró a la atractiva cara.
«¿Cómo pude haber amado una vez este animal? »
Se preguntó.
—Ya lo veremos.
Salió del restaurante y caminó hasta el parque que quedaba cerca del colegio de su hijo.
Se sentó en una banca donde el sol le calentó el rubio cabello, y lloró un rato ahí.
Hasta que un vagabundo de olor fuerte se sentó a su lado y tuvo que tomar un periódico que alguien había dejado en la banca y ahuyentó el olor.
Observó el periódico, y notó un anuncio peculiar.
“Por un módico precio haga sus anuncios personalizados”
Clarissa sonrió con malicia.
Le escribió un correo al periódico desde el celular para un anuncio personalizado, y en cuanto llegó a la casilla del anuncio respiró profundo.
Eso lo vería toda la ciudad, así que tendría que ser anónimo.
—¿Así que tienes una esposa perfecta, Xavier? —dijo —pues yo también tendré un esposo perfecto.
Ella escribió para el anuncio: “Madre soltera busca marido”
Un día después, Emilio paseaba por la calle a la luz del sol cuando su celular sonó.
Era el que había comprado nuevo y solo una persona tenía su número así que contestó.
—Amigo mío —dijo con aprehensión —¿Cómo está todo?
—Muy mal, tu hermano se tomó la presidencia de la empresa, y sí se descubrieron varios desfalcos.
—¿Y me culpan a mí? —Preguntó con rabia.
—Claro que sí, tú eres el presidente, bueno, lo eras hasta hoy.
Emilio se giró hasta un puesto pequeño de periódicos y se agarró de un barandal.
Su padre apenas llevaba una semana muerto y su hermano menor ya le había robado el puesto y lo estaba acusando de ladrón
—La policía ya envió tu orden de captura y tu hermano… A él no le conviene que te atrapen con vida, no puedes salir de la ciudad, estás acorralado.
—Lo sé, él me matará como mató a mi padre, pero lo voy a vengar.
—No te apresures, Emilio, escondete mientras las cosas se calman un poco, busca un lugar donde la policía no te encuentre ni tu hermano tampoco.
Emilio levantó la vista hacia un anuncio de uno de los periódico que tenía en frente y leyó:
“Madre soltera busca marido”
Le pareció curioso así que siguió leyendo “Si eres capaz de fingir un matrimonio falso, comunicate a este número”
—No te preocupes, amigo, sé perfectamente dónde esconderme.
Clarissa estaba sobre el mueble de la sala con el celular apretado contra el pecho.Tenía la mirada fija en la ventana y un cuaderno con nombres sobre la pierna. Se sentía nerviosa, como si estuviera haciendo algo malo, y pensaba que la jueza del caso por la custodia de su hijo la observaba desde las esquinas, juzgándola.Pero ¿qué podía hacer? Ante los ojos de la sociedad ella era una nadie, apenas si tenía para mantenerse, era una solterona y su ex novio era millonario y tenía una esposa doctora. ¿Cómo competiría contra eso? —Te vas a estresar —le dijo su hijo, estaba sentado sobre la mesa de la cocina y sostenía un libro de Harry Potter que ella no le había comprado. —Ya estoy estresada —le dijo ella. Su hijo tenía cinco años, pero era un niño peculiar, con una inteligencia superior al promedio y más maduro de lo que Clarissa hubiera imaginado o deseado. Era retraído y un poco tímido, por eso lo molestaban en la escuela.Era un niño con grandes talentos y ella se lamentaba e
Clarissa abrió la boca para decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en el pescuezo.Mientras tanto el hombre frente a ella seguía mirándola fijamente hasta que sonrió de lado con una arrogancia que le pareció un poco sexy. —Lo añadiré a la lista de las reacciones más curiosas de las mujeres cuando me conocen por primera vez —le comentó él.Entonces Clarissa retomó de nuevo el control de su cuerpo y miró alrededor. Los demás hombres que estaban en el bar habían regresado paulatinamente a sus actividades. Ella caminó hacia la mesa de fondo donde estaba el hombre antes y se sentó con los brazos cruzados.Observó cómo él se sentó justo en frente, con la espalda muy recta y los hombros altos. —Bien —dijo después de un rato ella.El hombre apoyó las manos sobre la mesa y Clarissa no pudo evitar notar que eran grandes y parecían muy cálidas.Se sorprendió a sí misma imaginando estirar su mano y agarrándolas.—¿Cómo se llama? —ella preguntó y sacó un cuaderno con un lápiz.
Por alguna razón que Clarissa no logró entender, el hombre, Emanuel, nunca le quiso dar un teléfono para comunicarse con ella.Las únicas dos veces que la había llamado eran, cada vez, desde un número desconocido, cosa que le extrañó de verdad. Se sentó frente a su computadora con el cuaderno entre las piernas y observó cada uno de los detalles que había escrito. Eliminó a unos cuantos, y no se pensó mucho en otros tantos, pero cuando llegó a la parte de Gabriel, el boxeador, arrancó la hoja y la leyó detenidamente. Era el candidato perfecto, deportista, con una carrera por delante, muy comprometido, responsable y, sobre todo, sexy. Pero cuando llegó a la hoja con los pocos apuntes que tenía de Emanuel Aldenar algo le dio en el estómago. El hombre era terriblemente sexy, con esa aura de misterio que lo rodeaba todo y que acaparaba toda la atención. Gabriel sería el candidato perfecto para que el juez viera que ella ya estaba formando una familia real, pero Emanuel era el hombre
Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos. Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular. Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.Limpio y ordenado.No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa. Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara. —Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo. —Tu ex tien
Clarissa corrió lo más rápido que pudo, pero le tomó unos cuantos segundos abrir la puerta de su habitación y salir a la sala, y justo cuando cruzó el lugar, la espalda desnuda de Emanuel se estiró hacia el pomo de la puerta y ella no logró decirle que no. Emanuel estaba vestido únicamente con un pantalón corto que le llegaba a menos de la mitad de la pierna y Clarissa pudo notar, desde atrás, que el hombre tenía una constitución física increíble.El hombre abrió la puerta y desde donde ella estaba logró ver como de la cara de Xavier se borró la sonrisa que traía.— ¿Quién es usted? — le preguntó Xavier y Emanuel se encogió de hombros. — ¿Quién es usted? — le devolvió el pelinegro. — Yo soy el papá de Maxwell — le dijo después de un momento y Clarissa avanzó hasta la puerta, no quería que Emanuel metiera la pata. — Ah, con razón, yo soy el prometido de Clari. Xavier le dio una muy poco disimulada repasada al cuerpo completo de Emanuel con un gesto extraño y luego miró a Clarissa
Clarissa cerró la puerta de la casa y comprobó que en la cuidad caía una llovizna constante y fría, como mil alfileres de hielo que se le clavaron en la piel. Él tenía razón, solo le había querido ayudar, pero ella sintió que se estaba dando muchas atribuciones con su vida y eso la asustó «¿Acaso ese no fue el juego que yo misma inventé?» se preguntó.Justo como se lo había comentado Johan, Emanuel estaba ahí sentado en una de las bancas, con el bolso a un lado y la chaquea de cuero sobre las piernas para aguantar el viento helado que venía subiendo por las vías del tren. Clarissa se acercó, pero él no la volteó a mirar, parecía que la había visto desde antes. — ¿Dejaste a Max? — le preguntó él mirando hacia el frente y Clarissa se sentó en el otro extremo de la banca. — Nuestra vecina es una mujer de setenta que tiene doce gatos y nunca se duerme antes de las dos de la mañana, lo está cuidando — Emanuel guardó silencio, todo ese aspecto bromista y arrogante no estaba, se veía ago
Cuando Clarissa despertó esa mañana del viernes estaba sola en la cama y eso la asustó, buscó en las cobijas a Maxwell, pero el niño no estaba y luego escuchó risas en la cocina, luego gritos y cayó sentada en la cama de golpe. Cuando salió de la habitación se resbaló en el tapete de la entrada y cayó sentada con un golpe seco y el gato salió despavorido y se escondió en la habitación de Maxwell. Los gritos en la cocina continuaban, y ella se puso de pie, aunque sintió dolor ciego en el trasero. Cuando entró a la cocina le costó reconocer lo que veía, sobre la alacena había un frasco de vidrio que ella utilizaba para hacer limonada y estaba lleno de espuma y de él brotaba tanta que todo el suelo de la cocina estaba cubierto por una espuma espesa y verdosa. Maxwell y Emanuel estaban en medio de la cocina, tenían todo el cuerpo lleno de la espuma y cuando Clarissa los miró en busca de una respuesta, cada uno señaló al otro como culpable. — ¿Qué está pasando aquí? — preguntó en un g
Clarissa tuvo que esperar en el mueble a que Emanuel saliera de la ducha, junto al lavadero había un baño, pero la única ducha estaba en su habitación y ella se quedó ahí sentada, con la ropa interior húmeda y se regañó a sí misma por no usar un protector intimo esa mañana. Cuando el hombre salió tenía una toalla envuelta en la cintura y ambos evitaron mirarse a la cara, como si hubieran cometido una ofensa penosa y vergonzosa y Clarissa se metió de nuevo a la ducha. Emanuel se había bañado con el agua bien fría y ella optó por lo mismo y no se sintió tranquila hasta que estaba de nuevo vestida y con el corazón palpitando de forma normal. Cuando salió de su habitación secándose el cabello un olor delicioso inundaba la casa. Emanuel estaba en la cocina y había preparado un desayuno llamativo y delicioso. — Yo no tengo champiñones — le dijo ella y él se encogió de hombros, estaba vestido casual, con una camisa corta amarilla y unos pantalones de tela gruesa, se veía más joven y ext