Mientras la camioneta avanzaba por las calles vacías Ana sintió que el nudo en el estómago le impedía respirar con facilidad. Las manos le sudaban y las piernas le temblaban, y el ambiente tenso dentro el auto no hacían más que complicar su inestable cordura. — Lo siento — dijo Ernesto después de un rato y Ana negó con la cabeza. — No es momento — le dijo, pero el muchacho negó tambien. — Creo que es el momento, lo que piensas hacer es una locura. — Es lo que tengo que hacer, no permitiré que Albán le toque un solo pelo a Emanuel — Ernesto se quedó callado otro rato. — Yo no sabía, ese hombre me manipuló, pensé que eras una trepadora oportunista, eso me hizo creer él, y ahora te estoy ayudando a entregarte, esto solo hará que Maxwell me odie más. — Max no te odia… — ¿No? ¿y todo lo que me dijo esa vez que peleamos? — Ana se quedó pensando un momento. — Entiendo tu miedo a que él caiga de nuevo una es depresión como la última vez, pero tambien lo entiendo a él, te fuiste de casa
Maxwell apretó con fuerza la herida en la pierna de su hermano y Ernesto lanzó un quejido fuerte. — Debo parar la hemorragia — le dijo él, aunque lo cierto era que no tenía tanta y al parecer la bala no había hecho mucho daño, pero apretó con fuerza — ¿Cómo se te ocurrió hacer eso? ¿Estás loco? — pero Eduardo lo miró desafiante. — Ana me convenció, parecía muy segura de saber lo que hacía, me dijo que conocía a ese hombre y que logaría escapar — Maxwell miró a su tío Johan que estaba de pie muy serio a su lado, tenía el entrecejo apretado y se lograban ver un par de arrugas alrededor de sus ojos — Maxwell mirarme — le pidió su hermano y cuando el científico lo miró el joven tenía los ojos brillosos — ¿Acaso no crees que era más importante traer a Emanuel a casa? — pero Maxwell tomó le tomó uno de los brazos y lo apoyó en su propia herida. — ¿Y lo trajiste? — él no contestó — fueron unos ingenuos, tú y Ana, al pensar que ese hombre iba a hacer un trato, por lo que sabemos nunca en su
Ana sintió el frío metal del arma contra su cien y el cuerpo se le llenó de adrenalina. Frente a ella Maxwell estaba sangrando de un hombro y le apuntaba, pero Albán estaba tras ella, era imposible que pudiera apuntarle. — Si no es para mí no es para nadie — repitió el policía y Ana cerró los ojos, ¿Así sería el fin de su vida? Muerta por el hombre que creyó haber amado alguna vez frene al hombre que sí amaba en realidad. Abrió los ojos, todo parecía estar sucediendo en cámara lenta y cundo vio en la expresión de Maxwell ese terror mesclado con miedo y rabia se sintió terriblemente culpable, ella le había traído dolor a su vida y no se perdonaría por eso. — Lo siento — le dijo Ana al científico, sonó a una despedida por siempre y él negó con la cabeza — lamento haberte traído dolor a tu vida. — No digas eso, Ana, tu no trajiste dolor a mi vida, todo lo contrario, me diste una razón más para querer vivir — los ojos de Ana se llenaron de lágrimas, no podía terminar así. — ¡Ya cállen
—¡No vas a quitarme a mi hijo! Clarissa gritó con rabia y golpeó la mesa con tanta fuerza que derribó el vaso con agua y éste rodó por el suelo hasta que se rompió. Ella lo miró con los ojos inyectados de rabia. —Nunca has estado con él, nunca ha parecido importarte, apenas y te has limitado a pagar su escuela y eso porque cada mes yo te llamo hasta el cansancio. Las personas que estaban en el restaurante comenzaron a estirar los cuellos para observar la penosa situación de la mesa de al lado. —No te pongas así, cálmate — dijo Xavier. Tenía el cabello tan perfectamente peinado hacia atrás que parecía lamido por una vaca. —¡No me digas que me calme! —Clarissa gritó, sacudió la mesa y la sopa se regó en el fino mantel —¿me dices que me vas a quitar a mi hijo y quieres que me calme? Xavier se ajustó el caro traje, tenía la cara roja por el bochornoso escándalo en que Clarissa los estaba metiendo. —Él va a estar mejor conmigo —le dijo el hombre —tengo el dinero para mantene
Clarissa estaba sobre el mueble de la sala con el celular apretado contra el pecho.Tenía la mirada fija en la ventana y un cuaderno con nombres sobre la pierna. Se sentía nerviosa, como si estuviera haciendo algo malo, y pensaba que la jueza del caso por la custodia de su hijo la observaba desde las esquinas, juzgándola.Pero ¿qué podía hacer? Ante los ojos de la sociedad ella era una nadie, apenas si tenía para mantenerse, era una solterona y su ex novio era millonario y tenía una esposa doctora. ¿Cómo competiría contra eso? —Te vas a estresar —le dijo su hijo, estaba sentado sobre la mesa de la cocina y sostenía un libro de Harry Potter que ella no le había comprado. —Ya estoy estresada —le dijo ella. Su hijo tenía cinco años, pero era un niño peculiar, con una inteligencia superior al promedio y más maduro de lo que Clarissa hubiera imaginado o deseado. Era retraído y un poco tímido, por eso lo molestaban en la escuela.Era un niño con grandes talentos y ella se lamentaba e
Clarissa abrió la boca para decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en el pescuezo.Mientras tanto el hombre frente a ella seguía mirándola fijamente hasta que sonrió de lado con una arrogancia que le pareció un poco sexy. —Lo añadiré a la lista de las reacciones más curiosas de las mujeres cuando me conocen por primera vez —le comentó él.Entonces Clarissa retomó de nuevo el control de su cuerpo y miró alrededor. Los demás hombres que estaban en el bar habían regresado paulatinamente a sus actividades. Ella caminó hacia la mesa de fondo donde estaba el hombre antes y se sentó con los brazos cruzados.Observó cómo él se sentó justo en frente, con la espalda muy recta y los hombros altos. —Bien —dijo después de un rato ella.El hombre apoyó las manos sobre la mesa y Clarissa no pudo evitar notar que eran grandes y parecían muy cálidas.Se sorprendió a sí misma imaginando estirar su mano y agarrándolas.—¿Cómo se llama? —ella preguntó y sacó un cuaderno con un lápiz.
Por alguna razón que Clarissa no logró entender, el hombre, Emanuel, nunca le quiso dar un teléfono para comunicarse con ella.Las únicas dos veces que la había llamado eran, cada vez, desde un número desconocido, cosa que le extrañó de verdad. Se sentó frente a su computadora con el cuaderno entre las piernas y observó cada uno de los detalles que había escrito. Eliminó a unos cuantos, y no se pensó mucho en otros tantos, pero cuando llegó a la parte de Gabriel, el boxeador, arrancó la hoja y la leyó detenidamente. Era el candidato perfecto, deportista, con una carrera por delante, muy comprometido, responsable y, sobre todo, sexy. Pero cuando llegó a la hoja con los pocos apuntes que tenía de Emanuel Aldenar algo le dio en el estómago. El hombre era terriblemente sexy, con esa aura de misterio que lo rodeaba todo y que acaparaba toda la atención. Gabriel sería el candidato perfecto para que el juez viera que ella ya estaba formando una familia real, pero Emanuel era el hombre
Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos. Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular. Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.Limpio y ordenado.No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa. Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara. —Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo. —Tu ex tien