Ana sintió el frío metal del arma contra su cien y el cuerpo se le llenó de adrenalina. Frente a ella Maxwell estaba sangrando de un hombro y le apuntaba, pero Albán estaba tras ella, era imposible que pudiera apuntarle. — Si no es para mí no es para nadie — repitió el policía y Ana cerró los ojos, ¿Así sería el fin de su vida? Muerta por el hombre que creyó haber amado alguna vez frene al hombre que sí amaba en realidad. Abrió los ojos, todo parecía estar sucediendo en cámara lenta y cundo vio en la expresión de Maxwell ese terror mesclado con miedo y rabia se sintió terriblemente culpable, ella le había traído dolor a su vida y no se perdonaría por eso. — Lo siento — le dijo Ana al científico, sonó a una despedida por siempre y él negó con la cabeza — lamento haberte traído dolor a tu vida. — No digas eso, Ana, tu no trajiste dolor a mi vida, todo lo contrario, me diste una razón más para querer vivir — los ojos de Ana se llenaron de lágrimas, no podía terminar así. — ¡Ya cállen
—¡No vas a quitarme a mi hijo! Clarissa gritó con rabia y golpeó la mesa con tanta fuerza que derribó el vaso con agua y éste rodó por el suelo hasta que se rompió. Ella lo miró con los ojos inyectados de rabia. —Nunca has estado con él, nunca ha parecido importarte, apenas y te has limitado a pagar su escuela y eso porque cada mes yo te llamo hasta el cansancio. Las personas que estaban en el restaurante comenzaron a estirar los cuellos para observar la penosa situación de la mesa de al lado. —No te pongas así, cálmate — dijo Xavier. Tenía el cabello tan perfectamente peinado hacia atrás que parecía lamido por una vaca. —¡No me digas que me calme! —Clarissa gritó, sacudió la mesa y la sopa se regó en el fino mantel —¿me dices que me vas a quitar a mi hijo y quieres que me calme? Xavier se ajustó el caro traje, tenía la cara roja por el bochornoso escándalo en que Clarissa los estaba metiendo. —Él va a estar mejor conmigo —le dijo el hombre —tengo el dinero para mantene
Clarissa estaba sobre el mueble de la sala con el celular apretado contra el pecho.Tenía la mirada fija en la ventana y un cuaderno con nombres sobre la pierna. Se sentía nerviosa, como si estuviera haciendo algo malo, y pensaba que la jueza del caso por la custodia de su hijo la observaba desde las esquinas, juzgándola.Pero ¿qué podía hacer? Ante los ojos de la sociedad ella era una nadie, apenas si tenía para mantenerse, era una solterona y su ex novio era millonario y tenía una esposa doctora. ¿Cómo competiría contra eso? —Te vas a estresar —le dijo su hijo, estaba sentado sobre la mesa de la cocina y sostenía un libro de Harry Potter que ella no le había comprado. —Ya estoy estresada —le dijo ella. Su hijo tenía cinco años, pero era un niño peculiar, con una inteligencia superior al promedio y más maduro de lo que Clarissa hubiera imaginado o deseado. Era retraído y un poco tímido, por eso lo molestaban en la escuela.Era un niño con grandes talentos y ella se lamentaba e
Clarissa abrió la boca para decir algo, pero las palabras se le quedaron atascadas en el pescuezo.Mientras tanto el hombre frente a ella seguía mirándola fijamente hasta que sonrió de lado con una arrogancia que le pareció un poco sexy. —Lo añadiré a la lista de las reacciones más curiosas de las mujeres cuando me conocen por primera vez —le comentó él.Entonces Clarissa retomó de nuevo el control de su cuerpo y miró alrededor. Los demás hombres que estaban en el bar habían regresado paulatinamente a sus actividades. Ella caminó hacia la mesa de fondo donde estaba el hombre antes y se sentó con los brazos cruzados.Observó cómo él se sentó justo en frente, con la espalda muy recta y los hombros altos. —Bien —dijo después de un rato ella.El hombre apoyó las manos sobre la mesa y Clarissa no pudo evitar notar que eran grandes y parecían muy cálidas.Se sorprendió a sí misma imaginando estirar su mano y agarrándolas.—¿Cómo se llama? —ella preguntó y sacó un cuaderno con un lápiz.
Por alguna razón que Clarissa no logró entender, el hombre, Emanuel, nunca le quiso dar un teléfono para comunicarse con ella.Las únicas dos veces que la había llamado eran, cada vez, desde un número desconocido, cosa que le extrañó de verdad. Se sentó frente a su computadora con el cuaderno entre las piernas y observó cada uno de los detalles que había escrito. Eliminó a unos cuantos, y no se pensó mucho en otros tantos, pero cuando llegó a la parte de Gabriel, el boxeador, arrancó la hoja y la leyó detenidamente. Era el candidato perfecto, deportista, con una carrera por delante, muy comprometido, responsable y, sobre todo, sexy. Pero cuando llegó a la hoja con los pocos apuntes que tenía de Emanuel Aldenar algo le dio en el estómago. El hombre era terriblemente sexy, con esa aura de misterio que lo rodeaba todo y que acaparaba toda la atención. Gabriel sería el candidato perfecto para que el juez viera que ella ya estaba formando una familia real, pero Emanuel era el hombre
Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos. Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular. Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.Limpio y ordenado.No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa. Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara. —Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo. —Tu ex tien
Clarissa corrió lo más rápido que pudo, pero le tomó unos cuantos segundos abrir la puerta de su habitación y salir a la sala, y justo cuando cruzó el lugar, la espalda desnuda de Emanuel se estiró hacia el pomo de la puerta y ella no logró decirle que no. Emanuel estaba vestido únicamente con un pantalón corto que le llegaba a menos de la mitad de la pierna y Clarissa pudo notar, desde atrás, que el hombre tenía una constitución física increíble.El hombre abrió la puerta y desde donde ella estaba logró ver como de la cara de Xavier se borró la sonrisa que traía.— ¿Quién es usted? — le preguntó Xavier y Emanuel se encogió de hombros. — ¿Quién es usted? — le devolvió el pelinegro. — Yo soy el papá de Maxwell — le dijo después de un momento y Clarissa avanzó hasta la puerta, no quería que Emanuel metiera la pata. — Ah, con razón, yo soy el prometido de Clari. Xavier le dio una muy poco disimulada repasada al cuerpo completo de Emanuel con un gesto extraño y luego miró a Clarissa
Clarissa cerró la puerta de la casa y comprobó que en la cuidad caía una llovizna constante y fría, como mil alfileres de hielo que se le clavaron en la piel. Él tenía razón, solo le había querido ayudar, pero ella sintió que se estaba dando muchas atribuciones con su vida y eso la asustó «¿Acaso ese no fue el juego que yo misma inventé?» se preguntó.Justo como se lo había comentado Johan, Emanuel estaba ahí sentado en una de las bancas, con el bolso a un lado y la chaquea de cuero sobre las piernas para aguantar el viento helado que venía subiendo por las vías del tren. Clarissa se acercó, pero él no la volteó a mirar, parecía que la había visto desde antes. — ¿Dejaste a Max? — le preguntó él mirando hacia el frente y Clarissa se sentó en el otro extremo de la banca. — Nuestra vecina es una mujer de setenta que tiene doce gatos y nunca se duerme antes de las dos de la mañana, lo está cuidando — Emanuel guardó silencio, todo ese aspecto bromista y arrogante no estaba, se veía ago