Por alguna razón que Clarissa no logró entender, el hombre, Emanuel, nunca le quiso dar un teléfono para comunicarse con ella.
Las únicas dos veces que la había llamado eran, cada vez, desde un número desconocido, cosa que le extrañó de verdad.
Se sentó frente a su computadora con el cuaderno entre las piernas y observó cada uno de los detalles que había escrito.
Eliminó a unos cuantos, y no se pensó mucho en otros tantos, pero cuando llegó a la parte de Gabriel, el boxeador, arrancó la hoja y la leyó detenidamente.
Era el candidato perfecto, deportista, con una carrera por delante, muy comprometido, responsable y, sobre todo, sexy.
Pero cuando llegó a la hoja con los pocos apuntes que tenía de Emanuel Aldenar algo le dio en el estómago.
El hombre era terriblemente sexy, con esa aura de misterio que lo rodeaba todo y que acaparaba toda la atención.
Gabriel sería el candidato perfecto para que el juez viera que ella ya estaba formando una familia real, pero Emanuel era el hombre perfecto para que Xavier se muriera de la cochina envidia.
Además, la idea de tener que darle un par de besos en público para fortalecer la historia le hizo temblar las rodillas.
Tomó ambas hojas en cada mano.
La de Gabriel estaba llena de información del hombre.
Y la de Emanuel con apenas dos palabras, y por alguna razón sentía que la del moreno pesaba menos.
Su celular sonó mientras ella miraba las hojas como si en verdad fueran los hombres frente a ella que le gritaban que escogiera a uno de los dos y del susto se cayeron y volaron por el cuarto.
Era un número desconocido.
—Hola, preciosa —le dijo Emanuel con su voz grave y su tono confiado —¿Cuándo quieres que empecemos? —Clarissa se aclaró la garganta.
—Aún no he escogido —le dijo, y sí, le tembló la voz —deja de ser desesperado y confiado, el boxeador tiene muchos puntos.
—El boxeador no soy yo —le comentó él —soy tu mejor opción, ya te envié al chat toda mi información personal si es tan importante para ti.
Clarissa activó el altavoz y corrió al chat, ahí había un P*F de diez páginas con toda la información y la hoja de vida del hombre.
—Antes no querías decirme ni tu nombre, —le comentó ella —¿y ahora de la noche a la mañana tengo toda la información de tu vida?
Él se rio, una risa grave y sexi.
—No es toda mi vida, solo cosas sobre lo profesional que puedo ser, si quieres conocerme mejor habrá tiempo para eso.
Clarissa se mordió el labio y miró la hoja en el suelo con el nombre escrito a mano.
—¿Cuándo comenzamos? —le preguntó de nuevo Emanuel y ella dejó escapar el aire.
De repente, le entró una extraña sensación de incomodidad.
Si todo salía mal y alguien se enteraba de su plan, esa sería su sentencia de muerte y le quitarían a su hijo, pero si seguía, así como estaba tenía muy bajas posibilidades.
Volteó a mirar hacia la sala, donde su hijo trataba de enseñarle al gato a traer una pelota mientras el animal lo miraba como si fuera una simple cucaracha y eso le llenó el estómago de una sensación cálida.
«Haré lo que se por él»
«Sin importar qué me cueste»
Apretó el celular contra el oído.
—Está bien —le dijo —comenzaremos mañana.
Emanuel dejó escapar el aliento acompañado de un gemido que le erizó la piel del cuello y luego hizo un chasquido con la lengua.
—No, comenzamos hoy —y cortó la llamada.
Maxwell entró a la habitación, cargaba al gato que se había rendido y se dejaba cargar como un bebé.
—¿Ya tienes un novio? —le preguntó y Clarissa apartó la mirada de la pantalla del computador para acariciar el cabello del niño.
—Creo que sí, pero recuerda que nadie puede saber que es un novio de mentiras —le comentó ella y el niño clavó sus ojos claros sobre ella.
—Tú me dijiste que no se deben decir mentiras.
Clarissa lo tomó de la cadera y lo sentó en sus piernas.
—No debes, mi vida —le comentó —pero esta es una situación diferente, las mentiras siempre son dañinas, pero esta vez nos ayudará un poco, así podrás quedarte conmigo, a menos que me digas que quieres vivir con tu papá.
El niño negó con vehemencia y se abrazó al cuello de su madre.
—Yo quiero a papi —dijo él —es muy lindo conmigo, pero no quiero vivir con él, yo quiero estar contigo.
Los ojos de Clarissa se llenaron de lágrimas.
—Bien, entonces cuando conozcas a Emanuel, ¿me ayudarás? —le preguntó ella y el niño asintió, dejó que el gato se fuera y se fue ronroneando hacia la cocina.
—¿Y cuándo lo conoceré? —le preguntó.
Cuando ella abrió la boca para contestar, el timbre de la puerta resonó por toda la casa y Maxwell saltó de sus piernas para correr a mirar.
Clarissa se puso de pie, y mientras buscaba sus zapatos para andar en casa.
El niño ya había abierto la puerta y ahí estaba Emanuel, con una maleta en el suelo y otra al hombro.
La saludó únicamente con un asentimiento de cabeza.
—Cariño —le dijo él y Clarissa sintió que le subió calor a la cara —le decía a Maxwell que soy tu novio.
Ella ladeó la cabeza y caminó hacia él para decirle que no tenía que fingir frente al niño, pero él avanzó hacia adentro.
Tenía un corte de pelo nuevo, muy corto por los lados y arriba bastante bajo.
Se había desecho de la barba y lucía la mandíbula cuadrada despejada.
Clarissa no pudo observar más detalles, ya que el hombre avanzó hasta ella con la maleta al hombro.
Le dio un casto beso en los labios agarrándola de la cadera y ella se quedó sin habla.
Los labios cálidos de Emanuel rozaron los suyos con una presión suficiente como para que le temblaran las rodillas e inconscientemente Clarissa respiró su olor, y olía a algo fresco, como a limón.
—No tienen que fingir frente a mí —dijo el niño que los miraba con una mueca de burla y asco.
Clarissa logró tomar el valor para alejarse de Emanuel y empujarlo, aunque sí que quería quedarse un momento ahí.
—¿Le contaste la verdad? —le preguntó Emanuel y ella se encogió de hombros —se le puede ir la sopa y eso sería grave.
—No hables de mí como si no estuviera aquí —le comentó el niño que se cruzó de brazos y Emanuel lo miró.
—Lo siento, Maxwell —le dijo y se arrodilló para estar a su altura. El niño lo miró con indiferencia —solo espero que nos guardes el secreto.
—Sé guardar secretos —le dijo él y Emanuel miró a Clarissa en busca de respuestas, pero ella estaba aún temblorosa.
—Te dije que era más inteligente que el promedio.
—Cien puntos más inteligente que el promedio —dijo el niño y Emanuel asintió con la cabeza.
—Qué bueno, entonces sí disfrutarás mi regalo —le dijo y se volvió hacia la maleta que tenía en el hombro y el niño miró con curiosidad.
El hombre sacó un libro y se lo tendió, y cuando el pequeño leyó el título los ojos se le iluminaron, miró a su madre con la boca abierta.
—¿Lo puedo aceptar, mami? —Clarissa tomó el libro de las manos del niño y leyó.
“Cien experimentos científicos para realizar en casa y entender el mundo que te rodea”
Asintió con la cabeza y le devolvió el libro al niño que sonrió con alegría.
—Te hará falta más que esto para convencerme del todo —le dijo al hombre —pero buen intento.
Emanuel le despeinó el cabello y el niño salió corriendo hacia su habitación.
Clarissa ya lo imaginaba destruyendo la casa para conseguir los materiales de los experimentos.
Emanuel se puso de pie y caminó hacia adentro, pero ella se le atravesó.
—¿Qué? —preguntó él —¿quieres otro beso? —ella lo golpeó en el hombro dos veces y él se defendió con el bolso —¿Qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? —le preguntó ella —¿Qué haces aquí con esas maletas?
—Pues me mudo contigo —le comentó él como si fuera la cosa más obvia del mundo —eso lo hará más realista.
—No, no te mudarás conmigo, apenas somos novios. ¿Y ese look?
Él se pasó las manos por el corto cabello.
—Sabía que te gustaría, quería verme diferente. Mejor ven discutimos esto adentro, puedo dormir en el mueble —rodeó a Clarissa y entró en la casa —¿tienes limonada?
—No te quedarás aquí —le dijo ella apuntándole con el dedo, pero el hombre la ignoró.
—Mira, tienes gato, eso es muy cliché para una escritora.
Clarissa cerró la puerta de golpe y no pudo evitar relamerse los labios, sabían a que tendría problemas
Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos. Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular. Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.Limpio y ordenado.No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa. Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara. —Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo. —Tu ex tien
Clarissa corrió lo más rápido que pudo, pero le tomó unos cuantos segundos abrir la puerta de su habitación y salir a la sala, y justo cuando cruzó el lugar, la espalda desnuda de Emanuel se estiró hacia el pomo de la puerta y ella no logró decirle que no. Emanuel estaba vestido únicamente con un pantalón corto que le llegaba a menos de la mitad de la pierna y Clarissa pudo notar, desde atrás, que el hombre tenía una constitución física increíble.El hombre abrió la puerta y desde donde ella estaba logró ver como de la cara de Xavier se borró la sonrisa que traía.— ¿Quién es usted? — le preguntó Xavier y Emanuel se encogió de hombros. — ¿Quién es usted? — le devolvió el pelinegro. — Yo soy el papá de Maxwell — le dijo después de un momento y Clarissa avanzó hasta la puerta, no quería que Emanuel metiera la pata. — Ah, con razón, yo soy el prometido de Clari. Xavier le dio una muy poco disimulada repasada al cuerpo completo de Emanuel con un gesto extraño y luego miró a Clarissa
Clarissa cerró la puerta de la casa y comprobó que en la cuidad caía una llovizna constante y fría, como mil alfileres de hielo que se le clavaron en la piel. Él tenía razón, solo le había querido ayudar, pero ella sintió que se estaba dando muchas atribuciones con su vida y eso la asustó «¿Acaso ese no fue el juego que yo misma inventé?» se preguntó.Justo como se lo había comentado Johan, Emanuel estaba ahí sentado en una de las bancas, con el bolso a un lado y la chaquea de cuero sobre las piernas para aguantar el viento helado que venía subiendo por las vías del tren. Clarissa se acercó, pero él no la volteó a mirar, parecía que la había visto desde antes. — ¿Dejaste a Max? — le preguntó él mirando hacia el frente y Clarissa se sentó en el otro extremo de la banca. — Nuestra vecina es una mujer de setenta que tiene doce gatos y nunca se duerme antes de las dos de la mañana, lo está cuidando — Emanuel guardó silencio, todo ese aspecto bromista y arrogante no estaba, se veía ago
Cuando Clarissa despertó esa mañana del viernes estaba sola en la cama y eso la asustó, buscó en las cobijas a Maxwell, pero el niño no estaba y luego escuchó risas en la cocina, luego gritos y cayó sentada en la cama de golpe. Cuando salió de la habitación se resbaló en el tapete de la entrada y cayó sentada con un golpe seco y el gato salió despavorido y se escondió en la habitación de Maxwell. Los gritos en la cocina continuaban, y ella se puso de pie, aunque sintió dolor ciego en el trasero. Cuando entró a la cocina le costó reconocer lo que veía, sobre la alacena había un frasco de vidrio que ella utilizaba para hacer limonada y estaba lleno de espuma y de él brotaba tanta que todo el suelo de la cocina estaba cubierto por una espuma espesa y verdosa. Maxwell y Emanuel estaban en medio de la cocina, tenían todo el cuerpo lleno de la espuma y cuando Clarissa los miró en busca de una respuesta, cada uno señaló al otro como culpable. — ¿Qué está pasando aquí? — preguntó en un g
Clarissa tuvo que esperar en el mueble a que Emanuel saliera de la ducha, junto al lavadero había un baño, pero la única ducha estaba en su habitación y ella se quedó ahí sentada, con la ropa interior húmeda y se regañó a sí misma por no usar un protector intimo esa mañana. Cuando el hombre salió tenía una toalla envuelta en la cintura y ambos evitaron mirarse a la cara, como si hubieran cometido una ofensa penosa y vergonzosa y Clarissa se metió de nuevo a la ducha. Emanuel se había bañado con el agua bien fría y ella optó por lo mismo y no se sintió tranquila hasta que estaba de nuevo vestida y con el corazón palpitando de forma normal. Cuando salió de su habitación secándose el cabello un olor delicioso inundaba la casa. Emanuel estaba en la cocina y había preparado un desayuno llamativo y delicioso. — Yo no tengo champiñones — le dijo ella y él se encogió de hombros, estaba vestido casual, con una camisa corta amarilla y unos pantalones de tela gruesa, se veía más joven y ext
Clarissa sintió que cuando se cerró la puerta del consultorio de la mujer quedó atrapada en una cárcel, se quedó ahí parada y Omaira caminó lentamente hasta sentarse detrás de su escritorio, luego le señaló la silla de en frente para que Clarissa se sentara y así lo hizo. — Tenía muchas ganas de conocerte al fin — le comentó la mujer — supongo que Maxwell te habla mucho de mí, él me quiere mucho.Clarissa se aclaró la garganta, en realidad, el niño jamás la había mencionado, excepto una vez que comentó que era una mujer muy alta. — Ta ha mencionado un par de veces — mintió y la mujer sonrió un poco, luego sacó su celular y envió una nota de voz. — Cariño, ¿podrías enviarme el historial clínico de una paciente del seguro social? — le preguntó el número de documento de identidad a Clarissa y luego sacó una planilla de debajo del su escritorio — ¿tu periodo es regular? — Clarissa asintió, se sentía realmente extraña e incómoda de que la esposa de su ex la estuviera atendiendo. — No m
Clarissa estaba a punto de salir corriendo, la incomodidad era tan grande que la tensión se podía palpar en el aire como un plasma espeso y pegajoso y cuando tocaron a la puerta y vio la cara de Emanuel nuca se había alegrado tanto en su vida. — Lamento llegar tarde.Se sentó en la silla junto a Clarissa, luego le apoyó la mano en la pierna con confianza y ella trató de actuar lo más natural que pudo, pero no podía negar que la presencia del hombre la había tranquilizado un poco.De seguro había sido tan notoria esa calma que la doctora frunció un poco el ceño, pero después le sonrió de forma encantadora a Emanuel. — Le contaba a tu novia que… — Prometida — le corrigió él y la mujer pasó saliva. — Le contaba a tu prometida sobre los métodos de planificación que podemos implementar en ella.Pasó un par de minutos explicándole a Emanuel y Clarissa notó que él parecía más entretenido con mirar el cuadro de un gato detrás de la pared que con prestarle atención a Omaira que le explicab
La mañana del sábado había llegado y cuando Clarissa abrió los ojos le asustó no encontrar a su hijo en la cama. Se sentó con los ojos pegados y luego bajó de la cama como una zombi. Había pasado gran parte de la noche escribiendo y cuando fue a la cama hasta Emanuel estaba desparramado en el mueble y ella lo contempló dormir un momento. En su rostro se veía un gesto apretado, como si lo estuvieran asaltando las pesadillas y ella sintió compasión por él, estaba segura que la muerte de su padre le afectaba más de lo que dejaba ver, y las piernas se le salían del mueble por un lado de lo alto que era y se notaba en una posición incómoda. Había tenido la tentación de despertarlo y decirle que se pasara para la cama de Maxwell, pero la cama del niño tambien era pequeña. Así que le dedicó un último vistazo después de cubrirle los pies con el cobertor y se fue a la cama. Salió a la sala donde Emanuel y el niño estaban enfrascados en una charla animada. — No son científicamente correc