Clarissa corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, pero el hombre era más alto y fuerte y cada vez se acercaba más.Gritó por ayuda, pero las calles estaban vacías, ni siquiera había alguna tienda abierta en la que pudiera colarse para poder resguardarse, pero nada.Pensó en su hijo, ¿qué pasaría si ella no volvía a casa? «Voy a volver» se dijo y cuando dobló una esquina agarró un palo de madera que estaba muy casualmente tirado en el piso y se quedó recostada en la pared, ya no era capaz de pensar con claridad, todo lo que hacía era motivado por un impulso instintivo e irracional.Justo antes de que el hombre asomara por la esquina, Clarissa logró escuchar sus pasos, y blandió el palo de madera como si fuera un bate de beisbol, y este golpeó la cara del hombre cuando asomó.El palo se le soltó de las manos y el hombre lanzó un grito, con la fuerza del impulso que traía salió disparado hacia el frente y rodó por la calle.Clarissa recogió el palo y no se detuvo a ver si e
Cuando Clarissa despertó, el sol apenas comenzaba a entrar por la ventana, la luces mortecinas de las farolas de la calle estaban comenzando a apagarse y ella alejó la cara del pecho de Emanuel.El hombre tenía un olor fresco, como a playa y limón y ella se alejó solo lo suficiente para verlo a la cara.Tenía en el rostro una expresión apretada, como si le costara dormir, o como si dentro de su sueño lo acometieran las pesadillas y ella le acarició la mejilla.La barba estaba comenzando a salir nuevamente y era tan oscura como su cabello, los labios rosados y carnosos estaban apretados en una sola línea y Clarissa tuvo el impulso de despertarlo, pero no lo hizo, y se quedó medio paralizada cuando una lágrima escapó de uno de sus ojos y se quedó prendida en su nariz.Con la yema del dedo, Clarissa tomó la lágrima y la limpió, y él abrió los ojos claros, enrojecidos y brillosos y luego se volteó boca arriba para que ella no viera que se limpiaba los ojos.— Buen día — le dijo, estaba se
Clarissa estaba teniendo un día particularmente malo. Era un domingo atestado de personas que aprovechaban el fin de semana para reunirse con amistades o en pareja y ella se preguntó qué de especial tenía esa cafetería para que todos quisieran reunirse allí, pero fue tan amable como cada fin de semana.Normalmente, afrontaba una ola de clientes con mesura y voluntad, pero la pelea de la noche anterior le había dejado el cuerpo completamente dolorido. Incluso cuando se agachaba para llevar los bultos de harina a la bodega sentía una punzada intensa en la espalda.— Deberías ir a la policía — le había dicho Johan mientras le devolvía a una ancianita sus vueltas, ya era el atardecer y los clientes comenzaban a desaparecer — no me importa que Emanuel tenga razón y que la policía no haga nada, tal vez esta vez sí — Clarissa negó con la cabeza. Un pan de los que estaba poniendo en la vitrina salía rodando cada que ella lo ponía con los demás.— No servirá de nada, estoy segura de que el que
Clarissa tuvo un momento de lucides, solo un segundo en el que se preguntó si aquello sería lo correcto, y desde el suelo, arrodillada, contempló los ojos que la miraban desde arriba, un azul como el hielo, casi grises, pero no le transmitían frío, más bien todo lo contrario, un fuego intenso, un calor que sintió desde la parte baja de su vientre y que le trepó por la espalda llenándole el cuerpo de una excitante mescla de confusión y morbo. Con las manos acarició el abdomen marcado, y la mano grande de él se posó sobre su hombro. Ya no le importaba nada. ¿Qué más daban las consecuencias si lograba quitarse lo que tenía atrancado entre el pecho y la espalda? Así que acercó la boca y con los dientes mordió despacio el bulto que comenzaba a crecer entre las piernas de Emanuel y cuando lo sintió palpitar en su boca perdió de nuevo el raciocinio. Mordió de nuevo, y luego otra vez mientras no apartaba la mirada de los ojos del hombre y él le acariciaba la cabeza con delicadeza. Con las
Clarissa despertó asustada, el ataque que había tenido regresó a ella durante la noche en varias ocasiones y despertaba sudando y temblorosa, incluso tuvo e impulso de levantar a Emanuel para que durmiera con ella, pero se aguantó las ganas, no podía, Maxwell estaba en casa y ella sabía comportarse.La madrugada le llegó mirando hacia el techo, con los ojos enrojecidos y las ojeras grandes, y no tuvo de otra que levantarse temprano y preparar todo para llevar su hijo a la prestigiosísima escuela que pagaba su padre, cuando se acordaba.Cuando entró a la habitación del menor, lo encontró metido entre las sábanas y la luz de una linterna bajo ellas.Clarissa levantó de un tirón la cobija y el niño lanzo un grito, estaba leyendo el libro que le regaló Emanuel.— Pensé que eras el hombre de la ventana — dijo él y luego soltó una carcajada.Clarissa volteó a mirar a la ventana, la luz ya permitía ver el árbol que estaba frente a las habitaciones, cada vez estaba más seco y se recordó llam
Pasó por lo menos una semana desde que Maxwell le había gritado, y luego había regresado a ser el mismo niño de siempre.A mitad de la semana habían llamado a Clarissa a la escuela, el niño de nuevo había tratado mal a su profesora de historia y cuando Clarissa llegó lo tenían en la oficina de la directora.— De nuevo — le dijo la mujer en cuanto entró a la oficina. Maxwell estaba sentado en una silla frente al escritorio y la maestra estaba de pie en la esquina y la miró con rencor.— ¿Qué hizo ahora? — le preguntó a la directora y la mujer levantó el mentón hacia la maestra.— Dijo que era una ignorante irresponsable — dijo la maestra y el niño levantó la cabeza.— ¡Eso no fue así! — le él niño levantando la voz y la maestra levantó el dedo y él se cayó, gesto que molestó a Clarissa.La profesora era una mujer ya entrada en años, con el cabello tinturado de un color morado y las gafas sobre el puente de la nariz se le resbalaban constantemente.— ¿Entonces como fue? — preguntó ella
Cuando Emilio entró a la casa esa tarde notó que todo estaba particularmente cayado.— Cariño, ya llegué — bromeó, pero nadie contestó.Clarissa estaba en la cocina y el libro que le había regalado a Maxwell estaba sobre la mesa frente al mueble. Todo estaba en silencio.— Pasó algo — dijo en cuanto entró a la cocina, no era una preguntaClarissa seguía lavando los trastes sin voltear a mirarlo y Emilio caminó hasta ella, y cuando apoyo las manos sobre sus hombros Clarissa dejó escapar el aliento.Emilio la volteó, tenía los ojos hinchados y enrojecidos y ella le apartó la mirada, pero él la tomó del mentón para que lo mirara.— Cuéntame — le comentó con ternura y ella se cruzó de brazos.— Expulsaron a Max de la escuela — le dijo, tenía la voz ronca — más bien disolvieron la matrícula, así que lo llevé para ver si podía acceder a una escuela especializada para él, pero el maldito de Xavier es estrato seis así que no se pudo.— Pues que la pague — le dijo él y notó en los ojos de la m
Emilio comenzaba a hartarse, el suelo permanecía sucio y polvoriento y siempre que terminaba de trapear entraba alguien dejándole todo el suelo lleno de pisotones.Su jefa, la administradora, resultó ser una muchacha agradable que constantemente le sugería que si quería salir de pobre se abriera una de esas aplicaciones donde compartían contenido porn0, que le iría bien como a su novia, y Emilio se limitaba a bromear diciendo que sería in capaz de cobrar por ello, que lo haría gratis, pero ese día estaba siendo especialmente pesado.Ya llevaba por lo menos un mes sin entrenar, y aunque sentía que su masa muscular permanecía como siempre, le costó bajar todas las cajas del camión que había llegado con el dueño de la juguetería y luego bajarlos todos a la bodega.Agradeció que la cedula que Luis le había falsificado con el nombre de Emanuel fuera lo suficientemente buena como para que todos se lo creyeran.Ese viernes estaba sudoroso y sentía el cuello pegajoso de todo el esfuerzo que h