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5| Un desconocido en casa.

Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos. 

Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular. 

Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.

Limpio y ordenado.

No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.

A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa. 

Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara. 

—Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo. 

—Tu ex tiene una esposa, eso sería meter a una desconocida en la vida de su hijo —le dijo él y tanteó de nuevo el mueble a su lado, como si invitara a un cachorrito a subirse y Clarissa caminó lentamente hacia él. 

—Pero él es hombre, se le exige menos —Emanuel blanqueó los ojos —además es esposa —se sentó lo más alejada posible de él en el mueble y lo vio sonreír de lado. 

—Y yo, tu prometido —dijo y sacó del bolsillo del pantalón algo que le tendió, era una sortija —Clarissa… no sé cómo te apellidas, sé que te conocí apenas ayer, pero ¿quieres casarte conmigo?

No eliminaba esa sonrisa burlona de la cara y a Clarissa le dio un poco de risa, y para evitar que él la viera le arrebató la sortija de la mano. 

—¿En serio haremos esto? 

Emanuel se encogió de hombros. 

—Sé que el anuncio del periódico decía marido, pero prometidos está bien, no podemos fingir un matrimonio, eso sí sería muy ilegal.

Clarissa asintió con la cabeza, tenía razón. 

Comprobó el anillo, era delgado y tenía un diamante enorme. 

—¿Cómo pagaste esto? —le preguntó asombrada y él se lo arrebató. 

—Es bisutería, no es real —le dijo él. 

Estiró la mano y tomó la de Clarissa que sintió un hormigueo donde la piel del hombre la tocó, tenía la piel muy cálida y la palma grande, un poco rasposa, de seguro por levantar pesas, supuso Clarissa.

Puso el anillo con delicadeza en su dedo y éste entró perfectamente.

—pero prométeme que lo cuidarás, no lo pierdas, finge que es real y cuando vayas por la calle girarlo hacia adentro para que no te asalten por él.

Clarissa se rio. 

—¿Te imaginas la cara del ladrón cuando cuando lo vaya a vender? —bromeó y él sonrió con desgana. 

—Sí, me lo imagino, pero mejor cuidalo —Clarissa comprobó el anillo en su dedo y asintió con la cabeza. 

Maxwell pasó corriendo por la sala, sostenía el libro que le había traído Emanuel y corrió a la cocina. 

—Necesito un huevo y sal —dijo y desapareció por la puerta. 

Clarissa miró a Emanuel como único responsable y él se encogió de hombros. 

—No puedes quedarte aquí —le dijo ella y el hombre apretó el entrecejo. 

—¿Mi presencia te pone nerviosa? —le preguntó y ella asintió. 

—Si, pero no de la forma en la que piensas, eres un desconocido, así que… 

—Te prometo que no haré nada que te incomode —dijo y levantó la palma en el aire como si hiciera una promesa. 

—Que estés aquí ya es incómodo —le soltó ella. 

Emanuel borró lentamente la sonrisa que tenía en la cara y fue la primera vez que Clarissa lo vio serio.

Parecía que era extraño, como si esa expresión lo hiciera mucho más atractivo. 

Abrió la boca para hablar, pero luego la cerró, y después pareció tragarse su orgullo. 

—Soy administrador de empresas —le comentó —llegué a la ciudad para trabajar en una pequeña empresita de comercio y transporte, pero me despidieron. No tengo a donde ir. ¿podría pasar esta noche aquí? Te prometo que mañana buscaré otro lugar y así podemos seguir con el teatro y que estés más cómoda.

Le había hablado en un tono tan crudo que a Clarissa se le había hecho un nudo en el estómago.

—Yo… —dudó —¿no tienes más familia? —le preguntó y la sombra en la cara de Emanuel se ensombreció más. 

—Mi papá murió hace unas semanas nada más.

Clarissa pasó saliva y luego él dijo con seguridad.

—Ya no me queda nada más. 

—Lo siento.

No sabía qué más decir, era pésima consolando, pero Emanuel negó con la cabeza.

A Clarissa le pareció ver que sus ojos brillaban un poco.  

—Está bien, por eso tomé tu trabajo, son solo tres meses y con los ahorros que tengo será suficiente para que pueda… solucionar mis problemas, o eso espero —Clarissa asintió.

De repente le entraron ganas de darle un corto abrazo, pero se quedó ahí, quieta. 

—Está bien, quédate esta noche. 

Cuando estuvo solo, Emilio salió al patio de la casa y llamó a su amigo.

Llevaba todo el día esperando esa llamada y cuando Luis contestó sintió un poco de alegría. 

—Amigo, ¿Cómo va todo? 

—No muy bien, ¿la chica se creyó la identidad de Emanuel?  

—Si, parece que lo hace, por ahora. 

—Emilio, la policía ya difundió tu fotografía, por suerte solo tienen una borrosa que te tomaron en la fiesta de despedida de tu secretaría de hace cuatro años, ¿lo recuerdas? Tenías el cabello hasta los hombros y la barba larga. ¿si te hiciste el cambio de look? 

Emilio se pasó los dedos por el cabello corto, extrañaría sus mechones. 

—Lo hice, ¿y mi hermano? 

Luis suspiró. 

—Es muy meticuloso, aún no he encontrado nada que lo inculpe, pero lo haré, solo resiste.

Emilio miró por la puerta abierta a Clarissa que dejaba unas sábanas en el mueble.

Tenía las piernas largas y una cintura estrecha, con el cabello rubio suelto hasta la cintura y él pasó saliva. 

—Yo resistiré — dijo —pero no sé cuánto tardará Emanuel en caer en la tentación. 

—¿Sabes que Emanuel y Emilio son el mismo hombre? —le inquirió su amigo —o sea tú.

Emilio apretó el teléfono. 

—Ojalá fueran dos hombres diferentes. 

Clarissa abrazó a su hijo, el pequeño cuerpo estaba calentito bajo las sábanas y ella le besó el cabello, se sentía agotada.

Aunque apenas si se ponía de pie durante el día, pero tenía que seguirlo intentando.

Tenía que tener un futuro para darle a su hijo y luego una duda la atormentó.

«¿Y si está mejor con su padre» 

Se imaginó al pequeño Maxwell solo en una casa enorme y lujosa y se le formó un vacío en el pecho. 

Así que lo abrazó con más fuerza. 

—Mami, me aplastas —le dijo él y ella lo aflojó, tenía el libro entre las manos y Clarissa leyó por detrás de su hombro, leía sobre un experimento sobre la atmósfera o algo así —¿Por qué tengo que dormir contigo? —le preguntó — ya no le tengo miedo al hombre de la ventana —ella lo besó en la frente. 

—¿Ha vuelto el hombre de la ventana? —le preguntó ella.

Era un sueño recurrente que tenía el niño en el que un hombre lo observaba desde la ventana.

Clarissa incluso había llamado a la policía una vez, pero la psicóloga le había dicho que era su imaginación. 

—Se había ido, pero regresó la noche en que dejaste el anuncio, ahora está todos los días. ¿Por qué cerraste la puerta también con llave?

—Hay un hombre extraño en casa, es mejor prevenir, pero mañana se va y podrás volver a tu habitación.

El niño asintió y dejó el libro al lado. 

Después de pasada la medianoche, Maxwell levantó la cabeza de la almohada y miró por la ventana, afuera, en el árbol frente a la ventana de la habitación de su madre, había un hombre que los miraba fijamente mientras dormían.

Estaba agarrado a las ramas y vestía ropa oscura. 

Pudo despertar a su madre y mostrarle al hombre de la ventana, pero se arrepintió, parecía que ella nunca lo veía. 

—¿No te cansas eh? —susurró y volvió a dormir plácidamente entre los brazos de su madre. 

Cuando Clarissa despertó en la mañana tenía el pie de Max sobre su cara, y lo apartó con delicadeza. 

Afuera, el claxon de un auto sonó y ella cayó sentada de golpe. 

Lo reconocería siempre en donde fuera, era el auto de su ex, y luego sintió como el timbre de la puerta sonó. 

—Yo abro —gritó Emanuel desde la sala y Clarissa sintió mareo. 

Planeaba que los dos hombres no tuvieran que encontrarse en un buen tiempo. 

Bajó de la cama y corrió hacia la salida como alma que lleva el diablo, y esperó que aquel encuentro no dejará un desastre.

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