Emanuel dejó la maleta en el suelo junto al mueble y se sentó confiadamente con los brazos extendidos.
Cuando comprobó el lugar de una mirada rápida ella notó como en los labios se le formó una línea recta que trató de disimular.
Su hogar era humilde en cuanto a lujos, y aunque ella era medio estricta con el orden y todo estaba en su lugar.
Limpio y ordenado.
No dejaba de ser algo humilde y ella se lo quedó mirando.
A pesar del gesto confiado y la pose cómoda ella lo notó en su rostro, estaba acostumbrado a lujos, o al menos, a algo mejor que su casa.
Cuando Emanuel la miró observándolo, sonrió de lado y palmeó el mueble a su lado para que ella se sentara.
—Esto no va a funcionar —le dijo ella —yo solo quiero fingir una relación estable para que el juez que lleve el caso vea que tengo una vida estable, pero vivir con mi “novio” —hizo las comillas con los dedos —no creo que sirva de mucho, todo lo contrario, me juzgaran por meter a un desconocido en la vida de mi hijo.
—Tu ex tiene una esposa, eso sería meter a una desconocida en la vida de su hijo —le dijo él y tanteó de nuevo el mueble a su lado, como si invitara a un cachorrito a subirse y Clarissa caminó lentamente hacia él.
—Pero él es hombre, se le exige menos —Emanuel blanqueó los ojos —además es esposa —se sentó lo más alejada posible de él en el mueble y lo vio sonreír de lado.
—Y yo, tu prometido —dijo y sacó del bolsillo del pantalón algo que le tendió, era una sortija —Clarissa… no sé cómo te apellidas, sé que te conocí apenas ayer, pero ¿quieres casarte conmigo?
No eliminaba esa sonrisa burlona de la cara y a Clarissa le dio un poco de risa, y para evitar que él la viera le arrebató la sortija de la mano.
—¿En serio haremos esto?
Emanuel se encogió de hombros.
—Sé que el anuncio del periódico decía marido, pero prometidos está bien, no podemos fingir un matrimonio, eso sí sería muy ilegal.
Clarissa asintió con la cabeza, tenía razón.
Comprobó el anillo, era delgado y tenía un diamante enorme.
—¿Cómo pagaste esto? —le preguntó asombrada y él se lo arrebató.
—Es bisutería, no es real —le dijo él.
Estiró la mano y tomó la de Clarissa que sintió un hormigueo donde la piel del hombre la tocó, tenía la piel muy cálida y la palma grande, un poco rasposa, de seguro por levantar pesas, supuso Clarissa.
Puso el anillo con delicadeza en su dedo y éste entró perfectamente.
—pero prométeme que lo cuidarás, no lo pierdas, finge que es real y cuando vayas por la calle girarlo hacia adentro para que no te asalten por él.
Clarissa se rio.
—¿Te imaginas la cara del ladrón cuando cuando lo vaya a vender? —bromeó y él sonrió con desgana.
—Sí, me lo imagino, pero mejor cuidalo —Clarissa comprobó el anillo en su dedo y asintió con la cabeza.
Maxwell pasó corriendo por la sala, sostenía el libro que le había traído Emanuel y corrió a la cocina.
—Necesito un huevo y sal —dijo y desapareció por la puerta.
Clarissa miró a Emanuel como único responsable y él se encogió de hombros.
—No puedes quedarte aquí —le dijo ella y el hombre apretó el entrecejo.
—¿Mi presencia te pone nerviosa? —le preguntó y ella asintió.
—Si, pero no de la forma en la que piensas, eres un desconocido, así que…
—Te prometo que no haré nada que te incomode —dijo y levantó la palma en el aire como si hiciera una promesa.
—Que estés aquí ya es incómodo —le soltó ella.
Emanuel borró lentamente la sonrisa que tenía en la cara y fue la primera vez que Clarissa lo vio serio.
Parecía que era extraño, como si esa expresión lo hiciera mucho más atractivo.
Abrió la boca para hablar, pero luego la cerró, y después pareció tragarse su orgullo.
—Soy administrador de empresas —le comentó —llegué a la ciudad para trabajar en una pequeña empresita de comercio y transporte, pero me despidieron. No tengo a donde ir. ¿podría pasar esta noche aquí? Te prometo que mañana buscaré otro lugar y así podemos seguir con el teatro y que estés más cómoda.
Le había hablado en un tono tan crudo que a Clarissa se le había hecho un nudo en el estómago.
—Yo… —dudó —¿no tienes más familia? —le preguntó y la sombra en la cara de Emanuel se ensombreció más.
—Mi papá murió hace unas semanas nada más.
Clarissa pasó saliva y luego él dijo con seguridad.
—Ya no me queda nada más.
—Lo siento.
No sabía qué más decir, era pésima consolando, pero Emanuel negó con la cabeza.
A Clarissa le pareció ver que sus ojos brillaban un poco.
—Está bien, por eso tomé tu trabajo, son solo tres meses y con los ahorros que tengo será suficiente para que pueda… solucionar mis problemas, o eso espero —Clarissa asintió.
De repente le entraron ganas de darle un corto abrazo, pero se quedó ahí, quieta.
—Está bien, quédate esta noche.
Cuando estuvo solo, Emilio salió al patio de la casa y llamó a su amigo.
Llevaba todo el día esperando esa llamada y cuando Luis contestó sintió un poco de alegría.
—Amigo, ¿Cómo va todo?
—No muy bien, ¿la chica se creyó la identidad de Emanuel?
—Si, parece que lo hace, por ahora.
—Emilio, la policía ya difundió tu fotografía, por suerte solo tienen una borrosa que te tomaron en la fiesta de despedida de tu secretaría de hace cuatro años, ¿lo recuerdas? Tenías el cabello hasta los hombros y la barba larga. ¿si te hiciste el cambio de look?
Emilio se pasó los dedos por el cabello corto, extrañaría sus mechones.
—Lo hice, ¿y mi hermano?
Luis suspiró.
—Es muy meticuloso, aún no he encontrado nada que lo inculpe, pero lo haré, solo resiste.
Emilio miró por la puerta abierta a Clarissa que dejaba unas sábanas en el mueble.
Tenía las piernas largas y una cintura estrecha, con el cabello rubio suelto hasta la cintura y él pasó saliva.
—Yo resistiré — dijo —pero no sé cuánto tardará Emanuel en caer en la tentación.
—¿Sabes que Emanuel y Emilio son el mismo hombre? —le inquirió su amigo —o sea tú.
Emilio apretó el teléfono.
—Ojalá fueran dos hombres diferentes.
Clarissa abrazó a su hijo, el pequeño cuerpo estaba calentito bajo las sábanas y ella le besó el cabello, se sentía agotada.
Aunque apenas si se ponía de pie durante el día, pero tenía que seguirlo intentando.
Tenía que tener un futuro para darle a su hijo y luego una duda la atormentó.
«¿Y si está mejor con su padre»
Se imaginó al pequeño Maxwell solo en una casa enorme y lujosa y se le formó un vacío en el pecho.
Así que lo abrazó con más fuerza.
—Mami, me aplastas —le dijo él y ella lo aflojó, tenía el libro entre las manos y Clarissa leyó por detrás de su hombro, leía sobre un experimento sobre la atmósfera o algo así —¿Por qué tengo que dormir contigo? —le preguntó — ya no le tengo miedo al hombre de la ventana —ella lo besó en la frente.
—¿Ha vuelto el hombre de la ventana? —le preguntó ella.
Era un sueño recurrente que tenía el niño en el que un hombre lo observaba desde la ventana.
Clarissa incluso había llamado a la policía una vez, pero la psicóloga le había dicho que era su imaginación.
—Se había ido, pero regresó la noche en que dejaste el anuncio, ahora está todos los días. ¿Por qué cerraste la puerta también con llave?
—Hay un hombre extraño en casa, es mejor prevenir, pero mañana se va y podrás volver a tu habitación.
El niño asintió y dejó el libro al lado.
Después de pasada la medianoche, Maxwell levantó la cabeza de la almohada y miró por la ventana, afuera, en el árbol frente a la ventana de la habitación de su madre, había un hombre que los miraba fijamente mientras dormían.
Estaba agarrado a las ramas y vestía ropa oscura.
Pudo despertar a su madre y mostrarle al hombre de la ventana, pero se arrepintió, parecía que ella nunca lo veía.
—¿No te cansas eh? —susurró y volvió a dormir plácidamente entre los brazos de su madre.
Cuando Clarissa despertó en la mañana tenía el pie de Max sobre su cara, y lo apartó con delicadeza.
Afuera, el claxon de un auto sonó y ella cayó sentada de golpe.
Lo reconocería siempre en donde fuera, era el auto de su ex, y luego sintió como el timbre de la puerta sonó.
—Yo abro —gritó Emanuel desde la sala y Clarissa sintió mareo.
Planeaba que los dos hombres no tuvieran que encontrarse en un buen tiempo.
Bajó de la cama y corrió hacia la salida como alma que lleva el diablo, y esperó que aquel encuentro no dejará un desastre.
Clarissa corrió lo más rápido que pudo, pero le tomó unos cuantos segundos abrir la puerta de su habitación y salir a la sala, y justo cuando cruzó el lugar, la espalda desnuda de Emanuel se estiró hacia el pomo de la puerta y ella no logró decirle que no. Emanuel estaba vestido únicamente con un pantalón corto que le llegaba a menos de la mitad de la pierna y Clarissa pudo notar, desde atrás, que el hombre tenía una constitución física increíble.El hombre abrió la puerta y desde donde ella estaba logró ver como de la cara de Xavier se borró la sonrisa que traía.— ¿Quién es usted? — le preguntó Xavier y Emanuel se encogió de hombros. — ¿Quién es usted? — le devolvió el pelinegro. — Yo soy el papá de Maxwell — le dijo después de un momento y Clarissa avanzó hasta la puerta, no quería que Emanuel metiera la pata. — Ah, con razón, yo soy el prometido de Clari. Xavier le dio una muy poco disimulada repasada al cuerpo completo de Emanuel con un gesto extraño y luego miró a Clarissa
Clarissa cerró la puerta de la casa y comprobó que en la cuidad caía una llovizna constante y fría, como mil alfileres de hielo que se le clavaron en la piel. Él tenía razón, solo le había querido ayudar, pero ella sintió que se estaba dando muchas atribuciones con su vida y eso la asustó «¿Acaso ese no fue el juego que yo misma inventé?» se preguntó.Justo como se lo había comentado Johan, Emanuel estaba ahí sentado en una de las bancas, con el bolso a un lado y la chaquea de cuero sobre las piernas para aguantar el viento helado que venía subiendo por las vías del tren. Clarissa se acercó, pero él no la volteó a mirar, parecía que la había visto desde antes. — ¿Dejaste a Max? — le preguntó él mirando hacia el frente y Clarissa se sentó en el otro extremo de la banca. — Nuestra vecina es una mujer de setenta que tiene doce gatos y nunca se duerme antes de las dos de la mañana, lo está cuidando — Emanuel guardó silencio, todo ese aspecto bromista y arrogante no estaba, se veía ago
Cuando Clarissa despertó esa mañana del viernes estaba sola en la cama y eso la asustó, buscó en las cobijas a Maxwell, pero el niño no estaba y luego escuchó risas en la cocina, luego gritos y cayó sentada en la cama de golpe. Cuando salió de la habitación se resbaló en el tapete de la entrada y cayó sentada con un golpe seco y el gato salió despavorido y se escondió en la habitación de Maxwell. Los gritos en la cocina continuaban, y ella se puso de pie, aunque sintió dolor ciego en el trasero. Cuando entró a la cocina le costó reconocer lo que veía, sobre la alacena había un frasco de vidrio que ella utilizaba para hacer limonada y estaba lleno de espuma y de él brotaba tanta que todo el suelo de la cocina estaba cubierto por una espuma espesa y verdosa. Maxwell y Emanuel estaban en medio de la cocina, tenían todo el cuerpo lleno de la espuma y cuando Clarissa los miró en busca de una respuesta, cada uno señaló al otro como culpable. — ¿Qué está pasando aquí? — preguntó en un g
Clarissa tuvo que esperar en el mueble a que Emanuel saliera de la ducha, junto al lavadero había un baño, pero la única ducha estaba en su habitación y ella se quedó ahí sentada, con la ropa interior húmeda y se regañó a sí misma por no usar un protector intimo esa mañana. Cuando el hombre salió tenía una toalla envuelta en la cintura y ambos evitaron mirarse a la cara, como si hubieran cometido una ofensa penosa y vergonzosa y Clarissa se metió de nuevo a la ducha. Emanuel se había bañado con el agua bien fría y ella optó por lo mismo y no se sintió tranquila hasta que estaba de nuevo vestida y con el corazón palpitando de forma normal. Cuando salió de su habitación secándose el cabello un olor delicioso inundaba la casa. Emanuel estaba en la cocina y había preparado un desayuno llamativo y delicioso. — Yo no tengo champiñones — le dijo ella y él se encogió de hombros, estaba vestido casual, con una camisa corta amarilla y unos pantalones de tela gruesa, se veía más joven y ext
Clarissa sintió que cuando se cerró la puerta del consultorio de la mujer quedó atrapada en una cárcel, se quedó ahí parada y Omaira caminó lentamente hasta sentarse detrás de su escritorio, luego le señaló la silla de en frente para que Clarissa se sentara y así lo hizo. — Tenía muchas ganas de conocerte al fin — le comentó la mujer — supongo que Maxwell te habla mucho de mí, él me quiere mucho.Clarissa se aclaró la garganta, en realidad, el niño jamás la había mencionado, excepto una vez que comentó que era una mujer muy alta. — Ta ha mencionado un par de veces — mintió y la mujer sonrió un poco, luego sacó su celular y envió una nota de voz. — Cariño, ¿podrías enviarme el historial clínico de una paciente del seguro social? — le preguntó el número de documento de identidad a Clarissa y luego sacó una planilla de debajo del su escritorio — ¿tu periodo es regular? — Clarissa asintió, se sentía realmente extraña e incómoda de que la esposa de su ex la estuviera atendiendo. — No m
Clarissa estaba a punto de salir corriendo, la incomodidad era tan grande que la tensión se podía palpar en el aire como un plasma espeso y pegajoso y cuando tocaron a la puerta y vio la cara de Emanuel nuca se había alegrado tanto en su vida. — Lamento llegar tarde.Se sentó en la silla junto a Clarissa, luego le apoyó la mano en la pierna con confianza y ella trató de actuar lo más natural que pudo, pero no podía negar que la presencia del hombre la había tranquilizado un poco.De seguro había sido tan notoria esa calma que la doctora frunció un poco el ceño, pero después le sonrió de forma encantadora a Emanuel. — Le contaba a tu novia que… — Prometida — le corrigió él y la mujer pasó saliva. — Le contaba a tu prometida sobre los métodos de planificación que podemos implementar en ella.Pasó un par de minutos explicándole a Emanuel y Clarissa notó que él parecía más entretenido con mirar el cuadro de un gato detrás de la pared que con prestarle atención a Omaira que le explicab
La mañana del sábado había llegado y cuando Clarissa abrió los ojos le asustó no encontrar a su hijo en la cama. Se sentó con los ojos pegados y luego bajó de la cama como una zombi. Había pasado gran parte de la noche escribiendo y cuando fue a la cama hasta Emanuel estaba desparramado en el mueble y ella lo contempló dormir un momento. En su rostro se veía un gesto apretado, como si lo estuvieran asaltando las pesadillas y ella sintió compasión por él, estaba segura que la muerte de su padre le afectaba más de lo que dejaba ver, y las piernas se le salían del mueble por un lado de lo alto que era y se notaba en una posición incómoda. Había tenido la tentación de despertarlo y decirle que se pasara para la cama de Maxwell, pero la cama del niño tambien era pequeña. Así que le dedicó un último vistazo después de cubrirle los pies con el cobertor y se fue a la cama. Salió a la sala donde Emanuel y el niño estaban enfrascados en una charla animada. — No son científicamente correc
Clarissa corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, pero el hombre era más alto y fuerte y cada vez se acercaba más.Gritó por ayuda, pero las calles estaban vacías, ni siquiera había alguna tienda abierta en la que pudiera colarse para poder resguardarse, pero nada.Pensó en su hijo, ¿qué pasaría si ella no volvía a casa? «Voy a volver» se dijo y cuando dobló una esquina agarró un palo de madera que estaba muy casualmente tirado en el piso y se quedó recostada en la pared, ya no era capaz de pensar con claridad, todo lo que hacía era motivado por un impulso instintivo e irracional.Justo antes de que el hombre asomara por la esquina, Clarissa logró escuchar sus pasos, y blandió el palo de madera como si fuera un bate de beisbol, y este golpeó la cara del hombre cuando asomó.El palo se le soltó de las manos y el hombre lanzó un grito, con la fuerza del impulso que traía salió disparado hacia el frente y rodó por la calle.Clarissa recogió el palo y no se detuvo a ver si e