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Desperté al escuchar el sonido de las llaves quitando el seguro de la puerta. Seguido entró la dulce señora del día anterior.

—Buenos días, señorita Ginebra. Aquí tiene su desayuno, dice el joven que hoy puede salir de su habitación, ya no tendrá seguro. Sólo que si intenta escapar no le irá nada bien.—dice en tono amenazador, pero sé que son palabras de su jefe. No de ella. Asiento tranquilamente.

¿Escaparme? ¿Para volver a dónde? ¿A dónde el padre que me vendió? Ya no tengo ni mis ahorros. No tengo nada, ¿A dónde me escaparía? Recibo la bandeja que me ofrece y se lleva la de la noche anterior.

Veo un desayuno digno de otro banquete como la cena, wafles recién hechos, con mucha mantequilla y queso. Fruta picada en cuadritos, café caliente como me gusta y un rico jugo de naranja. Ni en mis mejores años comía así de bien, sólo a veces que comía en la cafetería. Luego de irse Margaret como me dijo que se llamaba, intento abrir la puerta y el picaporte gira sin problemas, ya no estoy encerrada o eso parece. Abro el armario y no sé qué colocarme, nada de lo que hay aquí me haría sentir cómoda. Así que me coloco un vestido de tela suave, es tan colorido que me recuerda al arcoíris, huele a nuevo, pero a la vez a lavanda. Un rico aroma que invade mi nariz con mucha suavidad y frescura. Quizás sólo quizás todo esto no sea tan malo, digo nada podría ser peor que vivir con los Bell. Me visto y colocó unas sandalias color miel que encontré en el armario también, me peino un poco y hago una trenza. Salgo de la habitación con sumo cuidado, no quisiera molestar a nadie. Todo parece de cristal, el piso es de porcelanato y está tan brillante que puedo ver mi reflejo, hay más de 3 personas al servicio, hay varios hombres vestidos de traje y con radios, ¿Qué es esto? Me miran con severidad. Camino por toda la enorme casa, tratando de conocer, pero a la vez buscándole a la señora. Hay muchas habitaciones, un jardín muy amplio, una piscina enorme y lo que parece ser un bosque al final. Digo, ¿si quisiera escaparme a dónde debería correr? No veo una salida por ningún lado ni siquiera un solo lugar donde no haya un grandulón vestido de traje. Veo una enorme biblioteca, así que entró y repasó las estanterías una a una. Hasta encontrar la sección de Ciencias aplicadas, saco libros de química. Salgo de la biblioteca y regreso a la habitación que me destinaron, los dejo en el escritorio que está a lado de la puerta corrediza. Vuelvo a salir a buscar a Margaret, quisiera hojas y lápices para tomar apuntes. La encuentro en la cocina que es enorme también, todo en esta casa es gigantesco. Esta lavando los platos o eso parece, hay una pila enorme a su izquierda. ¿Cuánta gente vive en esta casa?

—¿Margaret?—le llamó, ella se gira y me sonríe.—,  ¿Necesita ayuda? Puedo lavar por usted.

—No, ni se moleste. Es mi trabajo, ya es costumbre esto.—dice con una sonrisa forzada.—, ¿Ya conociste la casa?

—¿Segura? Puedo ayudarle, en serio no es problema. Solía trabajar en una cafetería. Y sí ya exploré un poco la casa—le conversó. Ella niega de nuevo y ya no le insisto.—, Entonces, ¿podrías ayudarme con papel y lápiz?

—¿Quieres escribir una carta?—me pregunta con sorpresa.

—No, encontré libros de química en la biblioteca y deseo hacer apuntes.—le respondo y ella sonríe.

—¿Acaso estudia señorita?—insiste.

—No tuve ese privilegio, pero es mi mayor anhelo.—le contestó y me mira con pena.

—En la biblioteca puede encontrar lo que desea, detrás de la estantería que está a la derecha hay un escritorio, allí puede conseguir papel y lápiz.

—Perfecto, muchas gracias. Margaret. —le agradezco y salgo de la cocina.

Voy a dónde me ha dicho la señora, encuentro lo que deseaba y vuelvo a la cálida habitación. Me siento en el escritorio y abro los libros, veo las fórmulas y las apunto en las hojas. Una a una, con sus componentes y valencias. Pasó toda la mañana y parte de la tarde escribiendo y leyendo, mis ojos pesan y me quedo dormida encima de mis apuntes. Me levanto de golpe al escuchar la puerta abrirse, veo entrar a la chica del café. Es alta, rubia y con su tez blanca, sus ojos azules como el océano. Rasgos de italianos, diría.

—Hola, lamentó despertarte.—dice mientras se sienta en el filo de la cama.—, ¿Cómo estás?

—Hola, no te preocupes. Tampoco estaba dormida, sólo descansaba los ojos.—divierto un poco y ella sonríe.—, Estoy bien supongo, ¿Vienes por mí?

—No, sólo vine a ver a la visita.—dice y no le creo, claramente no soy visita. Y ella lo sabe.—, Quería ver que todo estuviese bien, ¿necesitas algo?

—¿Por qué engañarme? Sabemos bien las dos que no soy visita.—disimula un gesto, el cual no logre ver.—, Pero estoy bien, se han preocupado porque tenga todo y más de la cuenta. ¿También lo sabías tú? ¿Del trato asqueroso que ha hecho mi progenitor?

—No, no tenía idea. Mi hermano debía cobrar la deuda, no debía traerte. —dice seriamente, dudo un poco de su semblante.—, Mira, realmente tampoco estoy de acuerdo con la decisión de mi hermano, no me parece justo, además ni siquiera te conoce, pero necesita una esposa para acceder a la herencia que dejo mi abuelo…

Quede estupefacta con la confesión de la chica, ¿entonces todo se trataba de eso? ¿Por qué yo? Era la pregunta que más me cuestionaba, no entendía por qué querría casarse con una desconocida con tal de reclamar esa herencia…Esto parecía ser idea de Lauro, claro que se llevaban parte de la culpa por aceptar su cambio ilógico. Pero sigo odiando a Lauro, es una escoria para el mundo.

—¿Cuál es tú nombre?—pregunto, la curiosidad pica.

—Pierina, Pierina Santorini.—responde.

—¿Y por que crees que tú hermano me escogió para casarse?—La inquiero y veo la sorpresa en su rostro.—, no me ha dicho mayor cosa…

—No lo sé, la verdad…Quizás, creyó que de esa forma podrías pagar la cuenta de tú padre.—responde suave.

¿Qué está mal con esta chica? ¿Por qué cree que tengo que pagar algo que no debo yo? ¿Acaso yo aposté?

—No sé qué está mal con ustedes, pero yo no tengo ninguna deuda, Lauro es el único aquí que apuesta y debe. Yo sólo por desgracia, aclaró, soy su hija.

—Pero, él te entregó como pago por la deuda.—aclara nuevamente. ¿en serio no me está escuchando?—, Él tuvo que decirle algo importante a mi hermano para convencerlo. Piero es inteligente, seguramente vio algo en ti…

Eso se escucha exactamente como Lauro, siempre pensando a su conveniencia, a lo que él considera correcto. Me repudia el sólo pensar en su nombre, el sólo hecho de que me cambiará por una deuda. ¿Acaso no pensó en todo el daño que podían hacerme? Bueno tampoco es como que le interese.

—¿Y sí les consigo las escrituras de la casa, me dejarían en paz?—pregunto.

—Eso no me concierne a mí, yo no fui la que hizo negocios con tú padre. Debes preguntárselo a Piero.—dice y se levanta de la cama, está por retirarse y ve los libros sobre el escritorio.

Se marcha y quedó atónita, pensando. ¿Acaso entregarles la casa, me dejará a mí libre de todo esto? ¿de ellos? ¿Por qué siento que esconden algo? Mi instinto no falla, sé cuándo algo anda mal. O cuándo sucede algo. Espero que todo esto se arregle, me angustia no saber lo que desean hacer conmigo. La puerta se abre nuevamente y veo al rubio de tatuajes, que ahora sé que su nombre es Piero. 

—¿Así que pediste verme?—inquiere mientras cierra y pasa seguro. Acción que me hace estremecer.

—No he pedido semejante cosa, sólo le he hecho una propuesta a tu hermana.—digo con seriedad.

—¿Ah sí? ¿que propuesta?—inquiere con sus brazos cruzados.

—¿Si les consigo las escrituras de mi casa, me dejarían en paz?—le pregunto mientras lo miró fijamente.

—Eso no va a pasar, ya tengo planes contigo.—advierte y se ríe un poco.—,  Acostúmbrate a esta habitación, será tú hogar por mucho tiempo.

Se da media vuelta y también ve los libros que estaba consultando. Se acerca y toma mis apuntes para leerlos. Su expresión es de total admiración y sorpresa.

—¿Eres ingeniera química?—pregunta sorprendido.

—No, deseaba estudiar para serlo. Pero no lo logre, ¿Por qué?—preguntó de regreso.

—Puff querida, me servirás para mucho más que ser solo mi esposa. —dice y sonríe como el gato de Alicia en el país de las maravillas.

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