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—No estaba escuchando, solo pasaba por aquí—digo y continuó mi camino, pero en un movimiento rápido atrapa mi codo en su mano.

—¿Qué escuchaste, Ginebra?—inquiere, mientras aprieta un poco más fuerte mi brazo.

—¡Suéltame, me estás lastimando! —le aviso. —, No escuche nada, solo pasaba por aquí.

—¡Mentirosa!—ejerció más fuerza, mi brazo quemaba.—, Dime la verdad o no te soltaré.

—¡Déjame en paz!—volví a gritarle, en eso la puerta se abre.

—¿Qué está pasando aquí?—habla Piero con ese carácter característico que tiene.

—Tenemos una entrometida—dijo por fin soltándome. —, Ha estado espiándote.

—¡Que no soy una entrometida! No escuchaba nada, solo venía pasando por aquí—digo mientras me cruzo de brazos.

—Piero, no sé de qué hablabas por teléfono, pero ella ha estado escuchándolo todo. A través de la puerta.—le cuenta.

¿Por qué tanta angustia de que escuche sus conversaciones? No digo que este bien escuchar conversaciones ajenas, es solo que ellos son un enigma y yo necesito resolverlo.
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