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Capítulo 2: Su nombre es Christopher.

Me agacho debajo de la cama para sacar uno de mis tenis, debo dejar de ser tan desordenada, tengo una sección especial para zapatos en el clóset y aún así tiendo a dejarlos regados por todos lados. Me los coloco y me aseguro de verme bien en el espejo, durante mucho tuve una batalla conmigo misma, pero eso terminó ya hace un año. Traigo puesto unos jeans negros, una camiseta blanca con el logo de un pájaro en negro y una chaqueta negra. 

Tengo una estatura promedio, no soy alta ni muy baja, mi cabello es negro y ondulado hasta más abajo de los hombros, mi guardarropa consiste en ropa cómoda, casí siempre me aseguro de usar mangas. Tomo mi celular junto con la mochila para salir de casa. 

En el momento que abro la puerta una fría brisa me golpea en el rostro, respiro profundo el olor de la mañana cierro la puerta con llave y empiezo a caminar. Hay algunas mujeres quienes acostumbran a barrer la banqueta de su hogar por las mañanas, otras a regar las plantas o trotar.

Me pongo los audífonos para seguir mi camino tranquila. Hoy me desperté con un extraño presentimiento, como si me faltara algo y de un momento a otro la sensación de encontrarlo es bastante reconfortante. 

Después de quince minutos de camino veo las instalaciones, saludo a uno que otro compañero con un buenos días y sigo hasta el aula de Escritura y redacción, la cual será mi primer clase, después de ella sigue filosofía, por fin sabremos quién ocupará el lugar de la profesora Bertha.  Luego de recorrer los pasillos y llegar a mi casillero, saco los libros correspondientes depositando otros. Al cerrar la puerta pego un pequeño grito de sorpresa cuando la cara de mi amiga aparece de forma sorprendente.

—Wow— hago una pequeña mueca— luces terrible—. Su cabello está despeinado, tiene pinta de no haber dormido nada. A parte que hay un poco de pasta dental en la comisura de sus labios. 

—Gracias por el cumplido, anoche no pude dormir pensando en que necesito ese estúpido diez. Si no paso la materia tendré que recursar la clase— se recarga derrotada en los casilleros, me cruzo de brazos observándola seria.

—Si hubieras estudiado en lugar de ir a la fiesta de los Rodríguez nada de eso hubiese pasado— Suspiro colocándome la mochila.  Bufa cansada y empezamos el trayecto hasta el aula doce. 

—Tenía que ir, Damián estaría ahí al igual que todo su grupito, a parte déjame recordarte que yo te invité a esa fiesta— levanta su mano señalándome.

— Claro y de haber ido estaría la misma situacion.

El timbre sonó, las clases empezaron como eran de costumbre, anotaciones resúmenes y cuestionarios. Sinceramente no dejaba de ver el reloj en espera de la siguiente clase, sentía una opresión muy rara en el pecho. Cuando el tiempo transcurrió fue el cambio de aula, casi arrastro a Luciana para llegar rápido al salón de Filosofía.

—Bien vamos a conocer a nuestra profesora, que de seguro será una mujer gorda de mal aspecto y carcater de m****a.

—O quizá será una mujer elegante con un quinto divorcio — volvimos a reír ante mí comentario, mis compañeros empezaron a llegar y tomar asiento, yo estaba sentada justo atrás de mi amiga a unas bancas en medio del salón. No me gustaba estar en frente mucho menos hasta atrás.

—¿Vieron al tipo que de bajó de ese auto?— Se escuchaban rumores en una esquina. 

—¿Qué estará haciendo aquí?— le murmuró Amelia.

—No lo sé, seguramente  algún modelo para la publicidad de la universidad.

Luciana y yo arrugamos la frente al escuchar las suposiciones de mis compañeras. Hablaban de alguien, pero dudo mucho se trate de un modelo para promover el plantel, la escuela no gastaría ni un solo centavo en ello ¡Suena ridículo!

Cuando la puerta del aula fue abierta todos guardamos silencio, abrí mis ojos hasta más no poder al ver quién había entrado.

—Oh..por...Dios— Murmuró entre sílabas la castaña. incluso olvidó que era Atea. Ella me  miraba sin poder creerlo. Y yo estaba más que impactada, más bien todos en el aula lo estábamos.

—Buenos días jóvenes, me presento, soy Christopher Conrad su nuevo profesor de Filosofía. 

Un hombre que no podía tener más de treinta años y acento raro estaba parado justo en frente de nosotros, era muy alto y su cuerpo atlético, dejé de respirar en el momento que nuestras miradas se encontraron. Por un mínimo instante creí ver un brillo amarillo en sus pupilas. 

No dejaba de verme y todos en la clase se dieron cuenta de ello, sin quererlo mi alrededor se hizo pequeño, aquel muro que había puesto hacia el exterior hace mucho, se rompió con una sola mirada.

Luciana se dio cuenta de ello y carraspeó la garganta para volver a todos en la realidad en la que vivíamos. Aunque ahora dudaba que está fuese la realidad.

—Bien, pondré el nombre del tema en la pizarra, previamente se pondrán de pie y se presentarán para así conocer sus nombres.

—Dudo que pueda aprenderse los nombres de todos en una sola clase— Susurró Quintana.

—Joven Sebastián no debe subestimar a nadie, pues todos son capaces de todo— Soltó con una enorme ligereza, impresionandonos a todos. Era imposible que él llegará a escucharlo. 

Cuando terminó de escribir el título en la pizarra se giró tomando una lista en sus manos.

—Háganme el favor de 

presentarse—. Ordenó cruzándose de brazos, persona por persona, alumno por alumno se puso de pie, dijo su nombre y edad. No obstante lograba captar sus miradas dirigidas a mí. El ambiente era tenso, podía sentirlo, como si quisiese decirme algo y estuviera buscando el momento preciso.

—Luciana Durán, y tengo diecinueve años— terminó de presentarse Lucy. Tragué saliva cuando me puse de pie, ví como me repasó con la mirada desde los pies hasta la cabeza.

—Mi nombre es Andrea Ramos, tengo diecinueve años— Solté lo más segura posible.

—Gracias señorita Ramos, siguiente — me dejé caer en mi asiento y agaché la cabeza, pues sabía que si la levantaba me toparía con esos ojos profundos, observándome de manera predispuesta.

Empezó a explicar su forma de evaluar y no me pareció tan complicado parece ser que Luciana tendría suerte esta vez.

Un gran suspiro salió de mis labios cuando sonó el timbre de salida. Inmediatamente todos se fueron puesto que seguía nuestro descanso. 

Cuando guardé todas mis cosas y salí a lado de Lucy, él seguía observándome, ni siquiera disimulaba.

—¡Aún estoy en shock, no puedo creer que ese modelo sea nuestro maestro!

—Te dije que todo podía 

pasar en la vida —muerdo mi labio inferior.

—Él no dejaba de verte, ¿lo conoces de algún lado?—  su pregunta me tomó por sorpresa.

—No claro que no, quizá me confundió con alguien— me encogí de hombros.

—¡Hola chicas!— Carol, una compañera del club de lectura nos saludó sonriente. 

—Hola— respondimos al uniso.

—¿Ya se enteraron que el nuevo profesor es británico?

«¿Sí es británico qué está haciendo aquí?» 

Esto era muy raro y a la vez fabuloso.

Llegamos a la cafetería a comprar nuestros almuerzos.

—Cuando termines no olvides tomar tus medicamentos, yo tengo reunión con el equipo de básquetbol— asentí con la cabeza y me despedí de Lucy, ella y Carolina son aficionadas al deporte, yo por mi parte prefiero mantenerme alejada de el. 

Me ubico en una de las mesas del final, a pesar de llevar ya casí dos años aquí, no he hecho muchos amigos, a Luciana la conozco desde que tengo diez y a Carolina, aunque es más amiga de Lucy que mía, he convivido con ella desde que ingresé. Sin embargo no compartimos clases, su carrera pertenece al área de Literatura. 

Veo el emparedado que está en la mesa y no me dan muchas ganas de comerlo, pero aún así lo hago, porque mi otra yo se quedó en el pasado, aunque las consecuencias de mis actos han afectado mi presente. Una vez termino recuerdo mis pastillas, las busco en la mochila y saco una botella con agua para tomarlas. Abro el jugo de durazno que compré y vierto las vitaminas en gotas. Por alguna razón siento que alguien me observa y por instinto elevó mi cabeza hacia el frente. Dejo de respirar cuando me topo de nuevo con su mirada. 

El profesor Christopher está recargado en la pared de la entrada, su mirada sigue fija en mí, pero hay algo diferente en ella, su ceño está fruncido y luce confundido. 

«¡¿Dios será que es un psicópata y soy su próxima víctima?!»

Una pequeña risa sale de mis labios a causa de mis pensamientos. Cuando vuelvo la vista al frente ya no se encuentra ahí. Ahora la que frunce el ceño soy yo.

— Vamos Andy, son alucinaciónes mías, esos medicamentos— negué con la cabeza y me puse de pie tomando mis cosas estaban por dar el timbre, y debía asistir a la clase de Lógica.

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