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Capítulo Siete: Winter.

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Christopher:

Se quedó sin palabras, como si una gran y tormenta hubiese nublado sus sentidos. De pronto sus ojos se abren con asombro  

— ¡Te voy a matar!—  gritó dándome manotazos con las manos. No pude evitar soltar una carcajada, le tomé las manos mientras está respiraba con dificultad.

— Conmigo no te hará falta absolutamente nada, ahora vamos a desayunar.

Bajé del auto y observando como se quedaba pensativa. Frunció el ceño y bajó cruzándose de brazos. 

Su semblante se me hacía de lo más tierno, entramos al restaurante que elegí, un mesero nos guío hasta una mesa, Andrea se sentó frente a mí sin decir ni una sola palabra.

Imite su acción de cruzarme de brazos.

—¿Me  aplicarás la ley del hielo?— pregunté burlón, no obtuve respuesta por parte de ella. Mordí mi labio asintiendo con la cabeza, sus desplantes inmaduros  causaban extraños sentimientos en mi interior. Y sinceramente, me encantaban.

El jóven que nos guío hasta la mesa regresó con el menú en sus manos, me lo dió e intentó que la pelinegra lo tomará pero esta no dejaba de verme a los ojos. Le hice una señal al chico para que lo dejará sobre la mesa.

—¿Así que no hablarás he? Bien, pediré por ti cielo— en sus ojos vi un atisbo de rabia, me dirigí al mesero que tenía su mirada puesta en los pechos de Andrea. 

Caraspeé la garganta aguantando las ganas de tirarmele  encima.

"Cero propinas para este chaval".

¡Carter cállate!

— Pediré algo tradicional, veamos, unos huevos rancheros con queso y un café cargado— Regresé la vista a mi luna quien ya había suavizado un poco la mirada. El enojo no le duraba demasiado—  para la señorita un plato de frutas con miel y panecillos con dulce de cajeta, ah y dos vasos de jugo, uno de naranja para mí  y el otro durazno para la joven— él asintió y salió de nuestro campo de visión.

— ¿Sabes?, me encantas tal y como eres siento lo que tu...

— ¿Cómo sabes que no me gusta el jugo de naranja?- Soltó interrumpiendome. 

Me removí en mi silla y un suspiro salió de mi boca.

— Porque lo rechazas cuando vas por tu almuerzo en el comedor de la universidad, siempre prefieres otros sabores— me encogí de hombros.

— ¿No te dura el enojo cierto?— negó con la cabeza y fue su turno de suspirar.

— Es uno de mis defectos.

—Para mí tus defectos son aquello que te vuelven perfecta ante mis ojos—  reprimió una sonrisa, sin embargo no fue suficiente para evitar notarlo.

— No sé que hacer, esto es...— una risa falsa terminó por poner tenso el ambiente.

— Llegas de la nada, cuando mi estilo de vida se estaba equilibrando, y, no tengo de la más p**a idea de cómo sobrellevarlo, jamás he salido de mi zona de confort y tú— me señala con su dedo —lo ves tan sencillo.

Se equivoca, jamás fue sencillo, cuando pasas siglos entre tus propias barreras, solo, condenandote a un régimen de reglas y normas. Nunca es sencillo.

— Sé que no soy lo que esperabas, que mi mundo está muy lejos de tus espectativas, pero el destino me guío hasta ti, Andrea, tu rechazo significaría mi muerte, mi destrucción— Digo con un nudo en mi garganta.

Abre su boca para decir algo pero en ese momento el mesero llega con nuestra orden.

—Provecho—  Murmura retirándose.

— Bien te diré lo que vamos a hacer, después de desayunar trataras de convencerme de que ningún auto me arrolló, entré en coma y este es un sueño. Solo así quizás, solo quizás, lleguemos en un acuerdo en dónde no tenga que patear tu lindo trasero— levantó una ceja he hizo una expresión digna de apreciar.

Reí bajo y asentí con la cabeza, empezamos a desayunar, noté como se tomaba el tiempo de volver a cortar la fruta en trozos más pequeños. Cuando terminé ella apenas llevaba la mitad de su desayuno, entonces su reloj empezó a emitir una especie de alarma. Se sobresaltó por un segundo apagando el sonido. Sabía que estaba pensando en algo, inclusive sentía su tensión. 

Hizo una mueca, observé atento el como buscaba algo en su bolso, sacó el mismo frasco de pastillas que había notado en la cafetería, también las gotas. Acercó el baso de su jugo y vertió en total cinco de estas, aproveché su distracción para tomar el frasco de pastillas.

Era un medicamento controlado, tenía consigo una dosis de vitaminas y anestésicos.

—¿Para que es esto?— gruñi, esta me arrebató el contenido y luego de tomarse dos de estas me miró con el ceño fruncido.

—Solo son vitaminas que debo tomar. Y algo para mí dolor de cabeza—. Mintió.

— Sé que son vitaminas, ahora me dirás porqué necesitas tomarlas, no son simples vitaminas Andrea. Y tampoco un simple medicamento para el dolor de cabeza— guardó los medicamentos de nuevo en su bolso y miró algún punto hacía la derecha.

— Tengo Anemia, se llama Anemia Hemolítica para ser exacta. Mi cuerpo no produce glóbulos rojos a parte de deficiencia de vitaminas y hierro, prácticamente mi organismo es un 

asco— Sonrió de lado.  Traté de asimilar sus palabras, mi luna estaba enferma. 

Me levanté bruscamente de mi silla, aventé un billete de alta dominación a la mesa, tomé su mano poniéndola de pie y yendo a rastras con ella fuera del local. 

Sus quejidos solo aumentaban mi enfado.

— ¡¿Qué haces?! ¡ Sueltáme!  trataba de liberarse pero era caso perdido. 

Abrí el auto con mi mano libre y la aventé dentro cerrando la puerta. Rápidamente subí y empecé a conducir.

— ¡¿Qué diablos te pasa?!

— Debiste haberme dicho que estabas enferma antes, vamos al hospital.

—¿Perdón? Mi cita médica es dentro de un mes, recién tuve una.

La miré fijamente, cerré mis ojos un segundo y preferí estacionar el auto cerca de una zona poco transitada.

—¿Estás bien?— Pregunté. Andrea no respondió de inmediato, tomó unos minutos para después asentir con la cabeza.

— No es tan malo como se ve, a veces tengo bajones pero nada que no pueda controlar. 

— ¿Cuánto tiempo llevas así?

— Un par de meses , sin embargo yo...—Calló abruptamente, como si su mente estuviese debatiéndose en completar la no la oración.

— Ya llevaba enferma más tiempo, solo que no me había dado cuenta, no me gustan los hospitales menos los médicos, cuando lo supe fue por un desmayo que tuve en la institución— apreté el volante de tal forma que mis nudillos se veían blancos.

— Iremos con tu amiga, le explicarás todo y después, vendrás conmigo a Gran Bretaña, te presentaré como mi mate, como nuestra luna, como mi mujer.

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