16. El comienzo de un infierno quemando lento

—Lo juro, alguien llamó diciéndome que encontraría a Rafael herido y tirado en la calle —Azucena repite a la policía sentada frente a él y con Rafael, de hecho, detrás de ella—. No reconocí la voz. Era una voz distorsionada, algo extraña.

—Me parece que quizás fue una simple coincidencia y usted se alteró por una broma —el policía deja de escribir. Han llegado a una estación cercana de la policía para anotar los acontecimientos, extraños y sin explicación alguna—. Ya vio que el señor Montesinos está bien y nada de lo que le dijeron era real.

—De igual manera quiero que investiguen —Rafael interfiere. Sus ojos no dejan al policía, enfatizando ya su seriedad que lo carcome—. Dijeron mi nombre y apellido. No es coincidencia, y mi —Rafael se detiene. Por un momento se le olvidaba que Fernando sigue con ellos, detrás. Él no sabe nada de lo que sucede entre los dos, los que los une. Suspira—, Azucena no está loca.

—Bien —el policía se coloca de pie—, localizaremos el teléfono de la señora A
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