—Por el poder que me confiere la ley, yo los declaro marido y mujer. Azucena en todo el momento del casamiento pensó que soñaba. No lo está. Esto es muy real como el hombre que sigue estando a su lado. Los separa una distancia mínima de la que creyó, pero la necesidad de mantenerse rígida es para supervivencia. Su corazón late con rapidez con cada palabra del abogado. Se omitió la entrega de los anillos, ya lo puede notar. Han pasado directamente a la firma del acta matrimonial. Y los términos que por supuesto, es la única motivación para éste matrimonio falso. Por la deuda pagada, le entregará a Rafael el 10% de sus acciones como se lo había prometido; una sentencia bastante alta. La consecuencia de esto será fatal a futuro. Arrepentirse ya no es una opción. Debe pagar su deuda, es lo único en lo que Azucena piensa cuando ha terminado de escribir su firma, casi temblando. No puede creerlo. Cuando Rafael también se inclina a firmar, el corazón de Azucena da un vuelco tan
Rita está pronta a marcharse de nuevo a México. La acaba de llamar para decirle que ya está haciendo sus maletas, y que el día de mañana partirá fuera del país. Agradece que su prima no haya sospechado de nada. Que nadie haya sospechado algo en concreto. Le prometió que iría a despedirla. —¿Estás ocupada? —Azucena alza la vista a Erick, su primo, cuando entra a la oficina. Ella le sonríe un poco antes de levantarse y saludarlo con la mano. —No, por favor. Toma asiento. ¿Deseas algo? —Estos días has estado extraña. Creí que ocurría algo —Erick dice—. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿no? —Lo sé —Azucena sonríe con timidez—, pero ya hemos hablado de esto. Estar frente a la cabeza de ésta sucursal no es fácil. Sé que puedo confiar en ti, Erick. Y por eso —Azucena toma su mano—, me gustaría que estuvieras al frente de la gerencia de finanzas. Tengo otras cosas qué hacer con el rubro de la administración y las importaciones y necesito a alguien de total confia
Sebastián sigue sin llegar en los próximos minutos, y Azucena, evitando a toda costa el lugar de Rafael, le queda aparentar normalidad. Nadie en el mundo salvo la mujer que está con él sabe la verdad. El destino no pudo ofrecer peor encuentro.—¡Aquí estoy! Lo lamento tanto —la inesperada voz de Sebastián la saca de los pensamientos. Azucena le sonríe finalmente.—¿Todo bien?—Jamás descanso, o más bien, jamás me dejan descansar. Un problema de la clínica donde estaré estos días aquí en Nueva York —Sebastián se acomoda en el asiento otra vez—. Fue mi error déjate sola.—Por Dios, no digas eso —Azucena se echa a reír—. Si no fueran por tus excelentes habilidades no fueses tan requerido. Es una ventaja de ser el mejor en lo que eres —le guiña un ojo.Sebastián sólo suelta una pequeña risa al mirarla. Es su turno de servir el vino y ya luego pasan a conversar junto con la cena. Azucena ve por el reojo cómo Marlene se pone de pie, dejando solo a Rafael en la mesa. Es el mismo de siempre,
—¿Mi e-esposo? ¿De qué está hablando? —cualquier nombre hubiese sido perfecta para la persona anónima. No éste. No él. Azucena no le entrega la caja al mesero—. ¿Mi esposo?—Se acaba de ir. Yo mismo le traje su camioneta —el mesero ignora lo que le hizo sentir a Azucena con semejante nombre—. ¿Desea quedarse con el…?—No, olvídelo. Muchas gracias —Azucena se da medio la vuelta. Azorada por aquel nombre, vuelve a preguntar—. ¿Está seguro que fue el señor Montesinos?—Oh, sin duda. Conozco desde hace un tiempo a su marido, señora.Azucena se le quita las ganas de continuar hablando de él. Precisamente de él. ¿Anillo? ¿Un regalo? ¿De qué se trata esto? El mesero pregunta si necesita otra cosa, pero Azucena amablemente deniega de sus servicios antes de salir corriendo hacia la salida en busca de Sebastián. Se guarda la caja en su abrigo, aclarándose la garganta para aparentar que el nombre de Rafael y lo que hizo no la sorprende.La enoja un poco. ¿En qué está pensando regalándole algo as
La seriedad en el rostro de Marlene se contrae a gestos ácidos, como si acabase de mirar lo que le malogrará los días para siempre. No disimula la rabia por dentro, en como visualiza la puerta de la sala de juntas que ya se cierra por Agustín. Sus manos aprietan la carpeta que lleva. Su vestido escotado a propósito y corto no han funcionado hoy, tampoco funcionaron ayer. Duda que funcionen mañana. Todo…para nada.Todo el esfuerzo estos años para ser la mujer de Rafael Montesinos se ha ido al caño.La mandíbula la aprieta, y con un respiro valeroso se da la vuelta ignorando las ojeadas de los hombres a su alrededor. Todos mirando su cuerpo que llama la atención de casi todos ellos. Menos de uno solo. De Rafael. El hombre del que ha estado enamorada tanto tiempo.Estuvo a punto de tenerlo en sus manos. De…dejar de ser una simple asistente sin renombre que nadie respeta a ser una mujer rica con el hombre que ama.Sus puños se vuelven blancos mientras sonríe con disimulo, aparentando que
Rafael hubiese preferido haber controlado sus impulsos, aquellos que últimamente ganan la batalla y toman el control. Y no decirle esas cosas mientras la mira como si fuese lo más hermoso del mundo. A los segundos de perderse en la mirada de Azucena, conmocionada por haberlo oído, Rafael se da cuenta que ha cometido un error.Enojado consigo mismo por no controlarse, se aleja de ella. Su mirada cae a la frialdad nuevamente, y la distancia que propone entre los dos ya es un muro que ahora será más difícil de traspasar y de derrumbar. Azucena respira lo que no ha respirado en los minutos anteriores, suprimiendo lo que Rafael acaba de decir, lo extraño que ha sido para ella.—Si no tienes más nada que decirme puedes retirarte de mi oficina. Estoy ocupado —Rafael no la mira a los ojos ya que está de espaldas—. Haz lo que desees con el anillo.Azucena quiere controlar también los impulsos de seguir con la discusión, pero es una mala idea ahora que las palabras de Rafael, estancadas en su m
Ya no le basta caminar. Tomar un poco de aire lejos de esto la ayudará a pensar mejor las cosas. Azucena no quiere que su oficina pase a ser una cárcel ahora que lleva un anillo invisible en sus dedos. Es tan irónico ahora que acaba de entregarle a Rafael lo que él pretendía que aceptaría.Su mirada cae en el montón de papeles que David le ha entregado justo cuando llegó. El dolor de cabeza de las deudas se ha aplacado un poco. Con el tiempo de plazo que tiene para pagarle a Rafael como los términos en contrato nupcial, Azucena está a nada de volverse loca.Extraña México. Extraña a su familia, a sus sobrinos. No quería aceptar esto por no considerarse lo suficientemente buena, pero tampoco quería ser una decepción para su familia. Esa idea la sigue atormentando cada noche.Toma el teléfono de la oficina dispuesta a marcar a México, llamar a su hermana mayor.Con un pensamiento más crítico Azucena mueve la cabeza y deja el teléfono.Es momento de terminar con esto que tanto la agobia
Tanto el ingeniero y el arquitecto recién llegado tratan de llamarla. Azucena corre sin parar seguido de los llamados vívidos que se desvanecen con el trote acelerado por las escaleras.¿Rafael? ¿Herido? ¿Qué está sucediendo?No sabe de donde salen las fuerzas de sus piernas, la agitación que se contrae en los músculos de su cuerpo. El desasosiego que nace de repente para que corra y no se detenga. ¿Dónde dejo el carro? Azucena, aún en tacones, apresura el paso hacia su camioneta ya sin aliento.El teléfono. ¡El maldito teléfono lo dejó caer!—Oeste. Calle treinta y cuatro—se repite. Temblores asechan con movilizarla para que no conduzca. Sus dedos oscilan con la llave. Azucena aprieta el volante y acelera con una imagen cruda de Rafael en la cabeza. Pasado la avenida en la que está mira los avisos, las carreteras y con la ayuda de la memoria lleva su camioneta al viaje más largo de toda su vida—. ¡Por Dios, Rafael! ¿¡Qué sucede!? —jadea más agitada qué nunca. Como mucho puede respira