10. Su esposo: el señor Rafael

Sebastián sigue sin llegar en los próximos minutos, y Azucena, evitando a toda costa el lugar de Rafael, le queda aparentar normalidad. Nadie en el mundo salvo la mujer que está con él sabe la verdad. El destino no pudo ofrecer peor encuentro.

—¡Aquí estoy! Lo lamento tanto —la inesperada voz de Sebastián la saca de los pensamientos. Azucena le sonríe finalmente.

—¿Todo bien?

—Jamás descanso, o más bien, jamás me dejan descansar. Un problema de la clínica donde estaré estos días aquí en Nueva York —Sebastián se acomoda en el asiento otra vez—. Fue mi error déjate sola.

—Por Dios, no digas eso —Azucena se echa a reír—. Si no fueran por tus excelentes habilidades no fueses tan requerido. Es una ventaja de ser el mejor en lo que eres —le guiña un ojo.

Sebastián sólo suelta una pequeña risa al mirarla. Es su turno de servir el vino y ya luego pasan a conversar junto con la cena. Azucena ve por el reojo cómo Marlene se pone de pie, dejando solo a Rafael en la mesa. Es el mismo de siempre,
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