—¿Mi e-esposo? ¿De qué está hablando? —cualquier nombre hubiese sido perfecta para la persona anónima. No éste. No él. Azucena no le entrega la caja al mesero—. ¿Mi esposo?—Se acaba de ir. Yo mismo le traje su camioneta —el mesero ignora lo que le hizo sentir a Azucena con semejante nombre—. ¿Desea quedarse con el…?—No, olvídelo. Muchas gracias —Azucena se da medio la vuelta. Azorada por aquel nombre, vuelve a preguntar—. ¿Está seguro que fue el señor Montesinos?—Oh, sin duda. Conozco desde hace un tiempo a su marido, señora.Azucena se le quita las ganas de continuar hablando de él. Precisamente de él. ¿Anillo? ¿Un regalo? ¿De qué se trata esto? El mesero pregunta si necesita otra cosa, pero Azucena amablemente deniega de sus servicios antes de salir corriendo hacia la salida en busca de Sebastián. Se guarda la caja en su abrigo, aclarándose la garganta para aparentar que el nombre de Rafael y lo que hizo no la sorprende.La enoja un poco. ¿En qué está pensando regalándole algo as
La seriedad en el rostro de Marlene se contrae a gestos ácidos, como si acabase de mirar lo que le malogrará los días para siempre. No disimula la rabia por dentro, en como visualiza la puerta de la sala de juntas que ya se cierra por Agustín. Sus manos aprietan la carpeta que lleva. Su vestido escotado a propósito y corto no han funcionado hoy, tampoco funcionaron ayer. Duda que funcionen mañana. Todo…para nada.Todo el esfuerzo estos años para ser la mujer de Rafael Montesinos se ha ido al caño.La mandíbula la aprieta, y con un respiro valeroso se da la vuelta ignorando las ojeadas de los hombres a su alrededor. Todos mirando su cuerpo que llama la atención de casi todos ellos. Menos de uno solo. De Rafael. El hombre del que ha estado enamorada tanto tiempo.Estuvo a punto de tenerlo en sus manos. De…dejar de ser una simple asistente sin renombre que nadie respeta a ser una mujer rica con el hombre que ama.Sus puños se vuelven blancos mientras sonríe con disimulo, aparentando que
Rafael hubiese preferido haber controlado sus impulsos, aquellos que últimamente ganan la batalla y toman el control. Y no decirle esas cosas mientras la mira como si fuese lo más hermoso del mundo. A los segundos de perderse en la mirada de Azucena, conmocionada por haberlo oído, Rafael se da cuenta que ha cometido un error.Enojado consigo mismo por no controlarse, se aleja de ella. Su mirada cae a la frialdad nuevamente, y la distancia que propone entre los dos ya es un muro que ahora será más difícil de traspasar y de derrumbar. Azucena respira lo que no ha respirado en los minutos anteriores, suprimiendo lo que Rafael acaba de decir, lo extraño que ha sido para ella.—Si no tienes más nada que decirme puedes retirarte de mi oficina. Estoy ocupado —Rafael no la mira a los ojos ya que está de espaldas—. Haz lo que desees con el anillo.Azucena quiere controlar también los impulsos de seguir con la discusión, pero es una mala idea ahora que las palabras de Rafael, estancadas en su m
Ya no le basta caminar. Tomar un poco de aire lejos de esto la ayudará a pensar mejor las cosas. Azucena no quiere que su oficina pase a ser una cárcel ahora que lleva un anillo invisible en sus dedos. Es tan irónico ahora que acaba de entregarle a Rafael lo que él pretendía que aceptaría.Su mirada cae en el montón de papeles que David le ha entregado justo cuando llegó. El dolor de cabeza de las deudas se ha aplacado un poco. Con el tiempo de plazo que tiene para pagarle a Rafael como los términos en contrato nupcial, Azucena está a nada de volverse loca.Extraña México. Extraña a su familia, a sus sobrinos. No quería aceptar esto por no considerarse lo suficientemente buena, pero tampoco quería ser una decepción para su familia. Esa idea la sigue atormentando cada noche.Toma el teléfono de la oficina dispuesta a marcar a México, llamar a su hermana mayor.Con un pensamiento más crítico Azucena mueve la cabeza y deja el teléfono.Es momento de terminar con esto que tanto la agobia
Tanto el ingeniero y el arquitecto recién llegado tratan de llamarla. Azucena corre sin parar seguido de los llamados vívidos que se desvanecen con el trote acelerado por las escaleras.¿Rafael? ¿Herido? ¿Qué está sucediendo?No sabe de donde salen las fuerzas de sus piernas, la agitación que se contrae en los músculos de su cuerpo. El desasosiego que nace de repente para que corra y no se detenga. ¿Dónde dejo el carro? Azucena, aún en tacones, apresura el paso hacia su camioneta ya sin aliento.El teléfono. ¡El maldito teléfono lo dejó caer!—Oeste. Calle treinta y cuatro—se repite. Temblores asechan con movilizarla para que no conduzca. Sus dedos oscilan con la llave. Azucena aprieta el volante y acelera con una imagen cruda de Rafael en la cabeza. Pasado la avenida en la que está mira los avisos, las carreteras y con la ayuda de la memoria lleva su camioneta al viaje más largo de toda su vida—. ¡Por Dios, Rafael! ¿¡Qué sucede!? —jadea más agitada qué nunca. Como mucho puede respira
—Lo juro, alguien llamó diciéndome que encontraría a Rafael herido y tirado en la calle —Azucena repite a la policía sentada frente a él y con Rafael, de hecho, detrás de ella—. No reconocí la voz. Era una voz distorsionada, algo extraña.—Me parece que quizás fue una simple coincidencia y usted se alteró por una broma —el policía deja de escribir. Han llegado a una estación cercana de la policía para anotar los acontecimientos, extraños y sin explicación alguna—. Ya vio que el señor Montesinos está bien y nada de lo que le dijeron era real.—De igual manera quiero que investiguen —Rafael interfiere. Sus ojos no dejan al policía, enfatizando ya su seriedad que lo carcome—. Dijeron mi nombre y apellido. No es coincidencia, y mi —Rafael se detiene. Por un momento se le olvidaba que Fernando sigue con ellos, detrás. Él no sabe nada de lo que sucede entre los dos, los que los une. Suspira—, Azucena no está loca.—Bien —el policía se coloca de pie—, localizaremos el teléfono de la señora A
—Señorita Reyes, la presentación de estos problemas financieros está incorrectos ¡Y acaba de caer una sanción por parte de la autoridad fiscal!—¿Qué? —Azucena exclama, pálida por el susto.—¿Y usted cree que esto es todo? —continúa el gerente de finanzas—, pues no. Como ha hecho una valoración incorrecta hay pérdidas financieras para los inversionistas ¡¿Sabe qué significa eso?! ¡Que presentarán demandas! ¡Demandas, señorita Reyes! ¡Y todo por su culpa!—E-espere, señor López. Debe haber un error, yo jamás hice algo así. Soy muy correcta con los números. Esto no puede estar pasando, es imposible. Yo-—Señorita Reyes —el señor López se pone de pie, tomando un suspiro—, esperemos que la multa de las autoridades no sea tan alta porque una vez los inversionistas se den cuenta de éste error pedirán su dinero de vuelta. Y eso podrá en una situación precaria a Compañía Reyes por su fatal movimiento de las finanzas.—¡Es imposible, señor López! Le juro que yo hice todo bien y no puede haber
—Esto no lo puede saber nadie. Esto no lo puede saber nadie —Azucena se repite, desesperada. Ya no está en la oficina, sino en uno de los pasillos de un prestigioso edificio donde se ésta llevando a cabo la primera fiesta de recaudación que serán en estas tres noches.Intentó desistir a la invitación pero resultó imposible. David le dijo que no podía faltar porque Compañías Reyes, la empresa de su familia, siempre asiste. Y ahora como la cara principal en la sede de Nueva York, no puede decir que no. No tiene tiempo para estas fiestas, ¡No ahora! ¡No cuando ésta tarde toda su vida ha cambiado! Y cambiará para mal sino hace algo.Por mas que piense en el dinero, por los momentos no hay ninguna salida. La única es decirle a su hermana, pero eso significa echar por la ventana tiempo de dedicación. Ella no volverá confiar en sus habilidades.Decepcionará a la familia.—¿Azucena? —reconoce la voz de un primo suyo, Erick. Su expresión combina con el horro de encontrarla preocupada—. ¿Esta t