2. Una ilusión totalmente real

—Esto no lo puede saber nadie. Esto no lo puede saber nadie —Azucena se repite, desesperada. Ya no está en la oficina, sino en uno de los pasillos de un prestigioso edificio donde se ésta llevando a cabo la primera fiesta de recaudación que serán en estas tres noches.

Intentó desistir a la invitación pero resultó imposible. David le dijo que no podía faltar porque Compañías Reyes, la empresa de su familia, siempre asiste. Y ahora como la cara principal en la sede de Nueva York, no puede decir que no. No tiene tiempo para estas fiestas, ¡No ahora! ¡No cuando ésta tarde toda su vida ha cambiado! Y cambiará para mal sino hace algo.

Por mas que piense en el dinero, por los momentos no hay ninguna salida. La única es decirle a su hermana, pero eso significa echar por la ventana tiempo de dedicación. Ella no volverá confiar en sus habilidades.

Decepcionará a la familia.

—¿Azucena? —reconoce la voz de un primo suyo, Erick. Su expresión combina con el horro de encontrarla preocupada—. ¿Esta todo bien? ¿Qué haces aquí como si te estuvieras escondiendo de algo?

—Me iré en unos momentos. Sólo estoy tomando aire —Azucena se acomoda el vestido que hace juego con su cabello azul. Bastante llamativo: un amarillo resplandeciente—. ¿Podrías mandarme mañana temprano todo lo que ha entrado en ésta semana? No puedo esperar hasta el sábado.

—¿Segura que estás bien? Hoy vi a uno de esos de la fiscalía en las oficinas…

—Ya sabes, van a inspeccionar de vez en cuando —Azucena sonríe, disimulando—, ¿Sabes qué? Creo que dejaré de pensar en la empresa por unos momentos. Mañana continuaré y si necesitas algo me puede encontrar en mi oficina. Pero mañana —da un trago al vino que lleva, casi temblando. Nadie puede enterarse de lo que ha sucedido y lo que ha pasado en menos de unas cuantas horas. Debe pensar en cómo solucionará esto y con aire fresco—. Iré mañana por la mañana y seguiremos hablando de lo que nos falta. ¿De acuerdo? Me serviré más vino.

—Azucena.

—Disfruta la noche, Erick. Hay muchas mujeres hermosas en ésta fiesta —le sonríe ampliamente, de las mejores para no llamar la atención.

Azucena corre por el pasillo hacia la sala principal, evitando a toda costa que alguien se le acerque. Está tan nerviosa que podría confesarle a todo el mundo lo que le sucede. Si no consigue ese dinero para pagar la multa y pagarle al señor Bennet despertará con la reputación de la compañía familiar, la de su hermana y la de su familia por los suelos.

—Piensa, piensa —balbucea desesperada. Azucena no sabe en dónde poner las manos del terror que la consume—. ¿Qué es lo que voy a hacer…?

Se acerca a la barra. Un trago y todo pasará. Con un trago buscará la solución o la solución llegará a ella incluso sin pedirlo. Pero un trago fuerte. Sí. Sólo un trago. Desde que se ha encargado de esa sucursal por sí sola su vida ha cambiado por completo, y no puede estar comparándose con los demás, lo sabe, pero la situación se ha agraviado de una manera que la está llevando al abismo. Creyó que sería fácil, y su hermana le confió todo esto.

Pero no. Y al contario, lo está arruinando todo.

Azucena gime cansada cuando ya ha pedido el trago. Un solo vaso estará bien. Y sola, sentada en la barra, tendrá mejor aire para pensar. La música que sale de algunos violines se le hacen tan distantes.

—¿Cómo voy a conseguir ese dinero? —una y otra vez esa da vuelta a ese martirio—. Perderé mi reputación, nadie volverá a confiar en mi. Creerán que soy una buena para nada, me quedaré sin nada. Y todo lo invertí, estoy sin nada —murmura para sí misma. Alza le vaso—, otro, por favor.

—¿Otro, señorita? ¿Segura…?

—Una más —Azucena coloca el vaso en la mano del bartender.

A la insistencia de Azucena el hombre, cerca de sus cincuenta años, comienza con su pedido. Ella saca de la cartera el papel que David le entregó, la que corresponde a la multa, y con apesadumbre lo mira. Como una sentencia de muerte.

Dios quiera que ningún otro inversionista haya sufrido también por sus malos cálculos porque todo cambiará y no tendrá de otra que quedarse sin nada y no podrá abrir su propia empresa de construcción y arquitectura, quizás, lo único que ha querido en toda la vida.

No quiere ayuda de nadie, no quiere pedirle dinero a nadie. Quiere lograrlo por sus propios méritos y ganarse el dinero por el trabajo dedicado pese a que en su condición podría. Pero, no es esa clase de mujer. Sabe que tiene potencial para ganarse las cosas aún cuando es una aprendiz de David, pero con esto…¿Cómo podría siquiera alzar una empresa propia e independizarse de la herencia que le corresponde y ganar su propio dinero sino es capaz de administrar algo bien?

Tiene ganas de llorar. Tanta, que presiente que aquellas lágrimas están ya en sus ojos.

El papel dice que tiene que pagar entre dos días, y el señor Bennet quiere el dinero cuanto antes.

Azucena le arrebata la bebida al bartender y le dice que se la pagará completa cuando la termine. Al quedarse sola, se sirve unos dos vasos más. Cree que puede aguantar los vasos necesarios del vodka y lo sigue creyendo cuando empieza a ver un poco el alrededor borroso y difuminado. Mira el cristal, decepcionada de sí misma.

El bartender le habla a otro cliente a su lado, un hombre, claramente se nota, pero no le interesa nadie más salvo sus propios problemas, ahogándola en ese vaso de alcohol.

—No sirves para nada y ahora te quedarás sin nada —Azucena expresa con amargura.

—Yo creo que es mejor que deje de beber, señorita Azucena. ¿Alguien vendrá para llevarla a su casa? —el bartender sabe su nombre porque no es la primera vez que viene aquí. Él tiene un gran punto—. Es mejor que se vaya a su casa.

Azucena bufa, y relativamente asiente porque está de acuerdo.

—No me voy a perder ésta fiesta —Azucena susurra—. Estoy bien, lo estoy. Gracias otra vez.

La gente alrededor se esfuma, y puede que esté medio ebria, pero la intensidad de una mirada se clava en su cuello conforme sale de ese rincón de la barra hacia la salida. Estar aquí sólo empeora su situación y extiende lo inevitable. No tiene el tiempo para ver. Pero no se va a la salida, sino que se detiene frente al balcón para mirar la lluvia. Si sale, se emparará toda.

¿Cómo pudo llegar a esto? Altagracia jamás debió confiar en ella para esta clase de trabajo. Es una tonta. Fue muy ingenua. Creyó en su intelecto y fue peor de lo que imaginó. Mucho peor.

—Estoy arruinada. ¿Qué he hecho? ¿Qué…? —Azucena no se limpia las lágrimas porque es en vano. Trata de calmarse. De nada sirve recurrir a esto. U par de gotas ya caen en su cabello—¿Cómo pagaré mis deudas? ¿Cómo?

—No creo que bajo una lluvia y estando ebria pueda pagarlas, señorita.

Azucena abre los ojos de golpe, retrocediendo y tambaleándose por la ebriedad. Apenas visualiza bajo la lluvia la figura de un hombre. Ante la inesperada aparición, lo que hace es dudar.

Y duda hasta darse cuenta de aquella voz.

—¿Usted es…?

—¿No teme hacer un espectáculo delante de toda ésta gente? —la figura se guarda algo detrás en su bolsillo mientras Azucena intenta ver bajo las gotas de lluvia—. Tiene qué agradecer que nadie pase por aquí y tenga que ver su estado de ebriedad. La acompaño a su casa.

—No, no. Yo no iré a ninguna parte con usted —Azucena balbucea, pero es por el estado de embriaguez. Sus pies se enredan en los tacones y cae hacia adelante, en los brazos del hombre que, por suerte, estaba ya ahí para agarrarla—. Y-yo estoy —intenta formular en vano una palabra.

—Borracha —él responde, sosteniéndola todavía en los brazos. Sin esperar un segundo más la carga en ellos y ésta vez Azucena no tiene manera de quejarse o removerse en ellos porque el mareo es algo que la congestiona.

Del frío pasa a una pequeña calidez cuando el interior de un auto la recibe. Un auto. ¿Un auto? ¿Ya han bajado por el ascensor? ¿O fue por las escaleras? No se acuerda. Enfoca la vista aún más en el hombre a su lado, que ya ha rodeado el automóvil para estar en el piloto. La mente está dando vueltas y la única razón por la cual no ha reaccionado como debería es porque en efecto, la embriaguez la tiene mareada.

¿Es él? No lo sabe. Probamente sea alguien más y está alucinando. Quizás es alguien más, sí. Sin tener el control cierra los ojos, y se echa hacia atrás. Vaya, ¿Qué diablos tenía esa bebida? ¿Por qué se siente tan mal de repente?

—¿A dónde vamos? ¿A dónde me lleva? —Azucena se le escapa un suspiro ahogado cuando ese deje de cansancio empieza—. ¿Qué…? ¿Qué sucede? —jadea, llevándose la mano a la cabeza—. ¿Por qué me duele…?

Nadie responde. Debe estar alucinando. Debe estar alucinando cuando el auto estaciona en una residencia, y al estar en los brazos de él mientras la saca del auto. Debe estar alucinando que lo abraza por el cuello mientras se aferra a la conciencia en vano.

—Me duele la cabeza —Azucena hace una mueca de dolor—, mucho.

—Dos botellas de vodkas, eso es para admirarla.

—¿Eh? —Azucena parpadea, entrecierra los ojos para mirar su perfil. Es algo borroso, pero…la voz. Puede reconocer esa voz—. ¿Dónde estamos?

—En su residencia. ¿Se pude poner de pie?

—No lo sé…¿Estoy alucinando? —Azucena pregunta bajo los efectos del alcohol.

No hay respuesta.

—Supongo que sí. No deja de balbucear.

Azucena por el simple hecho de recordar cómo lo conoció meses antes un resentimiento florece en ella.

—Debe ser una alucinación porque el hombre que yo conozco no es tan amable como para ayudarme a irme de una fiesta ebria. Ni en un millón de años —Azucena cierra los ojos. El dolor se hace más intenso.

—¿El hombre que conoce? —él la suelta. Azucena logra estabilizarse en el suelo sólo porque él la rodea de la cintura—. Algo debió haber tenido su bebida. Ya estamos cerca de su departamento. Llamaré a la recepcionista y el vigilante para que se quede con ellos.

Azucena traga saliva, entrecerrando los ojos. Demonios, si está ebria. Y estando ebrio las alucinaciones. ¿Él es una alucinación?

—Eres una ilusión, ¿cierto? —Azucena coloca las manos en su pecho—. Es imposible que me hayas encontrado y estés hablando conmigo. Debes ser una ilusión. Entonces yo…—se inclina hacia él, abrazándolo por el cuello—, puedo hacer esto y jamás te enterarás, ¿Verdad?

Azucena conoció a Rafael Montesinos algunos meses atrás porque es el cuñado de su hermana; y es el hombre que Azucena más odia.

Lo odia desde que lo conoció por la chispa de deseo que creció en ella. Le ha molestado siempre esa necesidad de querer verlo aún con la clara evidencia de desinterés de Rafael contra ella.

Siempre ha querido besarlo, y como cree que está soñando, éste deseo que por muchos meses ha sido lo único que sueña, hace el primer movimiento inconsciente.

La embriaguez, la creencia de la ilusión, el deseo son los culpables.

Azucena toma la chaqueta mojada de éste hombre y lo avienta hacia sus labios.

Impresionado por lo que está haciendo, Rafael Montesinos abre sus ojos mientras ésta mujer pequeña y a simple vista vulnerable lo besa sin pensarlo dos veces.

***

El dolor de cabeza es fuerte a los primeros segundos de estar consciente. Pero lo que Azucena hace es removerse en sábanas suaves y de sedas, sus favoritas, quejándose en voz baja mientras aún adormilada se sienta.

Los recuerdos de anoche y el día de ayer la golpean en una cachetada rápido, y sus ojos avellanos saltan de golpe por su habitación.

—Dios —Azucena recapacita lo que sucedió anoche. ¡Anoche! Terminó embriagándose y…jadea, asustada—. ¿El cuñado de mi hermana?

Rafael es el hermano del esposo de su hermana. La familia Montesinos no es algo que le guste pensar. Sólo le agrada su cuñado, Gerardo, por el simple hecho de haberle dado unos hermosos sobrinos, pero de resto, le da igual.

Rafael, al contrario de su hermano, es un hombre misterioso, amargado, distante y muy privado con su vida personal. La última vez que lo vio fue hace un año atrás, en la boda de su hermana y Gerardo, y sólo lo miró en la multitud una sola vez antes de desaparecer para siempre. Jamás lo volvió a ver.

—¡¿Lo besé?! —Azucena salta de la cama, mirando la ropa. Es la misma de ayer salvo que está descalza, y en su misma habitación. El recuerdo borroso la tiene con la cabeza dando vueltas hacia todas partes, y ya no le duele por el alcohol de anoche sino por el último recuerdo de la noche.

Ella besando a Rafael Montesinos.

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