5. Una salida sorpresa: unida a él

—Señor Bennet, yo le quiero pedir un poco más de tiempo para finiquitar el precio que está pidiendo. No es fácil conseguir esa cantidad y lo sabe.

—¿Pero si ha sido fácil manipular a su antojo la contabilidad para que así nosotros los inversionistas perdamos dinero?

—Eso no fue lo que sucedió, ya se lo dije. Escuche, le tendré el dinero pero tiene que darme algunos días-

—No más días. Ya le dije que era para cuanto antes —el señor Bennet la toma del codo—. No soy tolerante a las esperas y cuando se trata de mi dinero soy muy estricto. ¿A quién se le ocurrió dejar a cargo a una inexperta en finanzas? Claramente llegó a donde está por contactos y no por mérito propio. El capricho la llevó a ser una fatal administradora. Debe pagar los daños causados.

—Suélteme —Azucena se remueve—, le pagaré. Mañana le pagaré.

—Ya no le daré más tiempo. ¿Mañana también dirá que me pagará después? Ésta gente sabrá la clase de compañía y de ineptos que tiene Compañías Reyes. No le daré más tiempo. Mañana mismo demando a la empresa. ¡No me verán más la cara de tonto!

Azucena palidece una vez más, al borde de la locura. La frenesí del miedo siendo una con ella. ¿¡Qué se supone qué hará?! Justo ahora cuando creyó que tendría la posibilidad de encontrar alguna solución…¡No, no! Mientras el señor Bennet continúa su parloteo de amenaza Azucena encuentra un destello que salta a su mirada aterrada.

Sus ojos lo encuentran, finalmente lo encuentran.

En medio de todo éste gentío, el único resultado y la única salida que ve a sus dudas es un solo hombre.

Rafael Montesinos está a metros de ella, acercándose a paso decisivo. Azucena abre los ojos al darse cuenta que no es un espejismo.

Visualiza al señor Bennet, preparándose para la locura que está a punto de hacer.

—…será mejor que toda su familia y usted se preparen. Al igual que yo estoy seguro que muchos inversionistas han perdido su dinero y lo que tendrán que pagar será su castigo —el señor Bennet continúa expeliendo sus amenazas—, ¡Y sobre todo usted…!

—Le tengo el dinero —Azucena se suelta de él, hablando en automático. Cuando Rafael se acerca a ella, Azucena sonríe y toma su brazo—, le presento a Rafael Montesinos, mi nuevo socio. También ha invertido en mi empresa, y es gran amigo de mi familia. Estoy segura que lo conoce, señor Bennet. Temprano en la mañana tendrá su dinero devuelto, lo prometo —Azucena finge una sonrisa, y es inevitable que no sienta la mirada de escrutinio y de ligera confusión de Rafael, ya a su lado. Azucena le sonríe, metida en su papel—. Señor Montesinos, le presento al señor Bennet. Un inversionista de mi compañía y que de hecho estuve a punto de buscar para presentárselo. ¿Conoce al señor Montesinos?

Richard Bennet entreabre los labios cuando se da cuenta del presente hombre mirándolo con fijeza, de tal manera que creería que lo está asesinando con los ojos.

—¿Tiene algún problema con la señorita Reyes? —cuando Azucena oye a Rafael su corazón se detiene. No ha rechistado, no ha preguntado de su imprudente e inesperadas palabras. Le está siguiendo la corriente. Rafael no la mira, porque sus ojos están fijos en el señor Bennet, y debido a su tono de voz, la gravedad en la que habla le hace creer que, de hecho, está enojado.

El señor Bennet carraspea, tomando distancia de los dos. Al igual que ella, la presencia de Rafael lo intimida, y el arrepentimiento se hace ya presente en una Azucena pálida, pero rígida en su sitio para no arruinar el momento y echar a perder todo. Sigue, todavía, tomando el brazo de Rafael.

Y él, sin embargo, no la aparta de su lado.

—No hay ningún problema. De hecho, es grato conocerlo, señor Montesinos. Me sorprende que usted sea —el señor Bennet se aclara la garganta mirando a Azucena—, inversionista en su empresa.

—Si no tiene nada más que decirle a la señorita, le pediré momentos a solas con mi socia —Rafael ni siquiera parpadea al hablar, como si esperara algo que no le gustara para lanzarse a atacar. Las piernas de Azucena tiemblan con cada segundo que pasa—. ¿Me escucho?

—Sí, si. Claro, no tengo ningún problema. Señorita Azucena, entonces quedamos de esa manera. Mi asistente se comunicará con usted. Espero verlos en lo que resta de la velada, señores —el señor Bennet alza la copa, entre confundido y malhumorado, antes de dejarlos solo y perderse entre la multitud.

Azucena puede respirar finalmente, soltando el brazo de Rafael como si quemara tocarlo, como si quemara su piel. La electricidad que la recorre de pies a cabeza al momento de esa cercanía se desvanece e intenta olvidarla. Su corazón palpita a mil, y sólo se pregunta una cosa. ¿Cómo será capaz de mirar a éste hombre luego de esto?

—Sígame —la voz de piedra de Rafael estalla contra sus sentidos. Tosco, amenazante, y peligroso. Le acaricia su voz sólo para recordarle e inmenso error que acaba de cometer, y su tono gutural, profundo e inquietante, se lo hacen recordar. Rafael pasa por su lado.

Azucena cierra los ojos, dándose cuenta que ha metido la pata sólo para salvarse a sí misma. Dios Santo. ¿Qué ha hecho? ¿Y sobre todo él? ¿¡Él?! ¡De entre todos los hombres! Lo busca entre la multitud. Rafael se desvanece hacia uno de los pasillos. Azucena se aclara la garganta y mientras sigue el mismo camino rebusca entre su mente imparable la excusa para solventar la estupidez que acaba de hacer.

Mientras se acerca, se da cuenta que…puede sacarle provecho a esto.

Necesita salir de sus deudas como antes. Y pensándolo bien, puede hacer negocios con éste hombre; por más que le cueste el orgullo. Está desesperada, y sus actos recientes lo han demostrado.

El pasillo la guía a una sala externa, solitaria. Mira hacia atrás en busca de alguna otra persona, pero no hay nadie. Cuando se da la vuelta, se detiene abruptamente al mirarlo de espaldas. Se muerde el labio, suspirando.

«Cálmate. Sólo haz negocios» Azucena deja de tocarse las manos para alisarle el vestido y alzar la barbilla.

—Señor Montesinos —comienza Azucena—, lamento otra vez mi imprudencia. No tenía de otra. Sé que fue repentino, pero le prometo que no estará involucrado más de la cuenta. Quiero —Azucena deja caer los hombros—, hacerle una propuesta.

Rafael finalmente la ve por el hombro. Azucena traga saliva, tomando aire otra vez.

—Propuesta.

—Déjeme explicarlo. Se trata de un préstamo —Azucena comienza.

—No le haré pasar un momento desagradable preguntándole porque razón hizo lo que hizo allá afuera —Rafael mete las manos en sus bolsillos. Azucena no quiere seguir oyéndolo. No le gusta la forma en la que él, siempre, se expresa hacia ella. Con desdén—. Pero mintió.

—Tuve que hacerlo —Azucena intenta defenderse—. Necesito pagar mis deudas y no tengo el dinero. ¿De acuerdo?

—¿Y por qué no le pide a su hermana?

Azucena suspira. Ya se esperaba esto. ¿Por qué se sinceraría con este extraño?

—Ella me dejó a cargo y si ve esto será…no, no puedo dejar que se entere. Y no está a discusión. Necesito un préstamo porque si no éste hombre me demandará por unas malas administraciones en Compañías Reyes y no puedo tampoco dejar que mi propia familia vea que esto se me salió de las manos. Podemos hacer negocios.

—No doy préstamos a quienes no conozco, señorita. Y lo que hizo demuestra que, en efecto, no es muy buena en lo que hace.

Azucena se echa a reír un poco por la incredulidad.

—Bien —odia sentirse así, odia haberle dicho esto justo a él. Lo odia. Y se odia a sí misma por creer que tenía alguna posibilidad de pagar las deudas por la desesperación—, finja por unos días que es mi socio y ya. No era mi intención involucrarlo. Perdón. Buenas noches, señor Montesinos.

Azucena se da la vuelta lista para jalar la puerta e irse para donde sea lejos de aquí, lejos de esta vergüenza en la que ella misma se metió. Tiene otras ideas para salir de esto.

—Usted tiene el 10 por ciento de Compañías Reyes.

Azucena se detiene. La pregunta la devuelve al mismo sitio.

—Es algo obvio —responde ella.

Rafael se quita los lentes en el intento de limpiarlos con una delicadeza que distrae por unos momentos a Azucena.

—Le pagaré las deudas que tiene —Rafael no aparta los ojos de ella—, en cambio de que firme la entrega de esas acciones y me las de.

—¿Qué?

—Las quiero —Rafael sigue hablando—, así tendré la certeza que me pagara de vuelta. Usted termine de pagar su deuda, tómese el tiempo que necesita. En cambio, quiero el pago que gastaré en sus deudas y ese 10 por ciento de su empresa.

Azucena gruñe.

—¿Mis acciones? ¿Quiere mis acciones? ¿En qué está pensando? Le puedo pagar la deuda si me da un tiempo estipulado.

—No se preocupe, yo esperaré al divorcio para tomar mis acciones y cobrarle.

Azucena se atraganta con las palabras de este hombre.

¿Qué?

¿Qué acaba de decir?

—¿Divorcio…?

—Contribuiré a su empresa y tendré razones de tener mis acciones cuando nos divorciemos. Usted firmará esos acuerdos nupciales: nos casaremos.

Azucena abre la boca.

—Pero eso no fue el trato, yo sólo le estaba pidiendo-

—Ya me di cuenta que usted es pésima en temas de finanzas y no me arriesgaré a que mi dinero se pierda y que no pague su deuda—Rafael da un paso hacia ella. Azucena retrocede uno, mirándolo con ojos desorbitados

—¿Su esposa…? —Azucena murmura. Sus ojos fijos en Rafael, incapaces de mirar a otra parte.

Rafael se queda en silencio, contemplándola al oír esa suave voz impresionada e incrédula.

—Estos son negocios, señorita Reyes. Así funciona éste mundo —Rafael responde—, ¿O cree ésta vida es gratis e ingenua como usted? Le resuelvo todos sus problemas y en cambio usted me devuelve algo.

Azucena empieza a mirarlo furiosa.

—Tiene tiempo de decir que no-

—Bien —Azucena le devuelve, desafiándolo. No le quita los ojos de encima—. Acepto el matrimonio.

Rafael se queda con los labios entreabierto, y se traga las palabras ante la provocativa y desafiante jovencita frente a él.

Rafael alza ligeramente una comisura, interesado demasiado en la atrevida y temeraria Azucena Reyes que creía ingenua y caprichosa. Oh, no.

Ésta chiquilla briosa y audaz es más interesante de lo que creyó, y por un momento sus ojos bajan hacia los labios que justo ayer devoraban los suyos.

—Como usted dice, son solo negocios. ¿Dónde tengo que firmar, señor Montesinos? —Azucena se cruza de brazos.

Ésta joven mujer tiene un poder extraordinario para que no pueda apartar sus ojos, y le disguste a más no poder no tener el control.

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