3. ¿Qué estás haciendo, Rafael?

—¿En qué tanto piensas, Rafael? Desde anoche estás algo extraño —quien habla es Fernando, un gran asesor no sólo suyo sino de sus otros dos hermanos, en especial de su hermano mayor. Debido a las reuniones para recaudar fondos entre las empresas involucradas está aquí. La empresa de su hermano también y ha venido por eso—. Y desapareciste. ¿A dónde fuiste?

Pensativo. Fernando tiene razón. Rafael está pensativo, bastante, hasta el punto de casi no concentrarse temprano en ésta mañana. Algo en específico lo tiene pensativo. Y se trata de algo que se le sale de las manos, y es la razón por la que pensativo, también está malhumorado. Fernando no ayuda con las preguntas.

Se quita los lentes y se enjuaga los ojos, ya indiferente.

—Ahora que estoy expandiendo mis negocios tengo la cabeza en varias partes. Continuemos —Rafael señala una pila de papeles en su escritorio—. Quiero una protección de bienes. Luego de lo que sucedió con mi antigua esposa, no quiero que suceda lo mismo. Estoy buscando nuevas inversiones y en busca de comprar acciones en empresas que me faciliten expandir mis negocios.

—Lo entiendo. Creí que ayer cuando desapareciste estabas cerrando contrato con algún empresario. Ya veo que no —Fernando está viendo tras las ventanas, con las manos tras de su espalda—. El desastroso matrimonio con Soledad Reyes tambaleó tus negocios.

—No quiero hablar de eso —Rafael pasa la página de una carpeta. Comienza a escribir—. Tengo una reunión hoy con un empresario de Chicago, de automotrices. Es buen candidato. Quiero cerrar negocios que traigan abundancias luego de lo que sucedió. La situación pasada manchó mis inversiones anteriores y sólo un buen contrato millonario hará que todas mis empresas vuelvan a ser como antes —Rafael experimenta esa amargura al recordar los crímenes que cometió su antigua esposa. Mujer que no quiere recordar.

Fue un matrimonio sólo para darle al niño que adoptó una familia. No quería que su hijo adoptivo creciera sin madre, y Soledad Reyes resultó ser la candidata perfecta para criar al pequeño de 1 año, a quien Rafael quiso y amó como un hijo.

Lamentablemente años atrás un doctor le hizo la prueba a Rafael sobre fertilidad porque su antigua novia no quedaba embarazada, y él quería ser padre: el resultado arrojó su exacta esterilidad.

No puede tener hijos.

Eso rompió su corazón para siempre. Encontrar a su hijo adoptivo fue una señal, y Soledad la quiso para que el niño tuviese una familia como merecía. Jamás pensó que Soledad Reyes hubiese terminado ser cómplice de muchos crímenes incluyendo el casi secuestro del niño.

El niño perdido que resultó ser hijo de su propio hermano.

Y Soledad Reyes, actualmente, está pagando su condena.

Rafael no ha dejado de pensar en el niño, pero tiene la calma de que ahora está con sus padres, y el niño está sano, con su familia, donde siempre debió estar. Ahora, cerrado al amor para siempre, y ya con la esperanza perdida de tener una familia, sus metas son otras. No tiene tiempo para pensar en temas que lo distraigan de sus deberes.

—Dile qué sí a éste hombre —Rafael se pone de pie, tomando la chaqueta de su traje—, tendré más cuidado a la hora de hacer contratos así que no te quiero quitar mucho tiempo. Puedes investigarlo y sí resulta ser una buena opción, lo pensaré.

—¿Irás al baile de caridad ésta noche otra vez? —Fernando pregunta, tomando los papeles que le señala.

Cuando él suelta esta clase de cosas algo en Rafael se remueve, sin saber qué es. Sus movimientos se vuelven más lentos a la hora de recordar lo que sucedió anoche, y para el colmo, por más que intente olvidarlo, unos pares de ojos extraños y un llamativo y extraño color de cabello salta a sus recuerdos. Le molesta pensar en eso. Y aunque ha intento dormir las pocas horas desde lo transcurrido, es en vano. Y eso no le está gustando para nada.

—Tengo previsto hacerlo. Alexander me acompañará porque necesito hablar con él —cuando su chaqueta ya está lista, ve la hora. Es momento de reunirse en una de las constructoras para terminar unos asuntos con unos ingenieros involucrados.

Fernando, al conocer tan bien a Rafael como a los otros hermanos, sabe que de los 3, Rafael es el menos hablador, el más reservado. Sin embargo, tiene la maña de demostrar con molestia silenciosa cuando algo no lo está fastidiando internamente. No le dirá a nadie, porque sus secretos se los gurda para él solo. Guarda los papeles que Rafael señaló para seguirlo.

—Habrá inversionistas que querrán un gran acuerdo contigo, y volverás a tener el prestigio que buscabas. La situación con tu antigua esposa no afectará tu situación —Fernando dice.

—Creo que ya lo hizo —Rafael gruñe. Su mente en otra parte, y en donde no se supone que debe de estar—. Si necesito algo te llamaré. Y si irás a la recaudación también puedes decirme.

—¿No quieres que te molestes si tienes una cita?

—No seas ridículo —Rafael le lanza una mirada asesina, luego ve su reloj—, las mujeres son lo último en lo que estoy interesado ahora.

—Oh —Fernando expresa mirando hacia adelante—. Esa es…¿Azucena?

Fernando no puede equivocarse. Y él tampoco. Mucho menos su mente.

Algo en Rafael se remueve ligeramente, y se marcha al segundo que aparece. Sólo queda la extraña imagen de una muy extraña mujer joven para él.

Inmadura, demasiado frágil para su gusto, tan pequeña que apenas le podría llegar al hombro, y una timidez que a cualquier vasto rey imperioso podría derretir. No puede creer que continúe con su extraño y llamativo color de pelo, y su manera de vestir bastante peculiar. No ha conocido a otra mujer tan extraña como ella…Rafael la observa de arriba hacia abajo.

—Azucena —Fernando vuelve a pronunciar con educación—. Qué maravilla es verte.

Su imagen extravagante, su peculiar manera de vestirse y su ímpetu ilumina el rostro de la mujer joven más hermosa que Rafael haya visto, por más que quisiera negarlo. La pequeña hermana de su cuñada.

La niña inmadura que siempre ha sido para él. Desde que ésta mujer lo desafió al conocerlo tiempo atrás le generó disgusto. Pues nunca una mujer lo había tratado así.

Lo llamó sordo y tonto, y lo amenazó con sacarlo a patadas de su hacienda.

La pequeña de 3 hermanas. Las hermanas Reyes quienes heredaron una hacienda por parte de su madre, Villalmar. Rafael conoció a ésta chiquilla ahí, y la explosiva personalidad de ésta joven mujer lo enervó y lo sacó de quicio. Cada vez que ella se encontraba con él ambos no podían estar en el mismo lugar, simplemente no se llevan bien.

Hace más de 1 años que no veía a ésta mujer. Cuando la conoció, tenía ese mismo cabello azul, esa mirada desafiante, y un par de botas coloridas que hacían juego con su peculiar estilo. Recuerda haberla llamada “Adolescente con delirios de depresión”, y supone que eso aumentó el odio que ésta chiquilla le tiene a él. Le da igual lo que piense.

A comparación de anoche, le da igual lo que sucedió. Tan sólo le causa curiosidad lo que ella vino hacer aquí.

Cuando la secretaría habla, y Fernando se despide de ambos, Rafael baja la mirada y aunque busque sus ojos, no puede encontrarlos. Son mieles, unos hermosos mieles, que lo evitan. Parece nerviosa, y no puede impedirse sentir algo de sorpresa. No recordaba a ésta joven tan callada y retraída. ¿Habrá pasado algo?

Cuando Azucena menciona lo del beso, Rafael no demuestra lo que causa la impresión de que ella lo recordara, creyó que lo había olvidado.

Se mantiene tranquilo cuando ella lo confiesa. Estaba demasiado borracha como para pararse en sus dos pies.

Claro que recuerda ese beso. Demasiado vívido para su gusto. Su boca en la suya se perdió por un instante entre un delicioso sabor a fresa y a amargo vodka que se fusionaron para volver loco a cualquiera. Azucena lo besaba con fuerza, y el estímulo la hizo jadear.

Rafael necesitó detenerse y se separó asombrado de ella. La chiquilla traviesa se echó a reír y momentos después cayó, ebria, a sus brazos.

Rafael se quedó con los ojos abiertos, sosteniéndola en medio del pasillo, tratando de asimilar lo que ella había hecho adrede. ¿Había perdido la cabeza?

Tenía que llevarla a su hogar, no podía dejarla ebria y en ese estado en medio de la nada. El chófer lo ayudó y le hizo prometer que no le dijera nada, que él no la había llevado, que simplemente fue él chofer quien la había traído y no Rafael.

Se marchó empapado y con la respiración rápida.

¿Cómo una chiquilla logró ponerlo a respirar entrecortadamente de repente? Rafael no ha dormido desde entonces. Sólo es Azucena besándolo con furor con esos exquisitos labios que le dificultan olvidar.

—¿Beso? ¿De qué beso habla, señorita?

Puede notar la reacción pasmada de Azucena cuando exclama. Ella no tiene porqué saber lo que sucedió. Mucho menos un beso que no significa nada y que ella sólo hizo bajo los efectos del alcohol. Para una jovencita como ella es normal. Lo mejor es olvidar, y fingir que nada sucedió. Logra sacarle un balbuceo extraño a Azucena cuando lo dice.

—Pues, de aquel —ella empieza, y se calla de golpe—, ¿Usted y yo no nos…?

—¿Besamos? —Rafael inquiere—. No entiendo. Supongo que se habrá confundido.

Azucena abre la boca para decir algo pero parece entenderlo mejor, y retrocede.

—¡Oh! —ella parece jadear aliviada—. Sí, perdóneme. Yo no sé que estoy diciendo, quizás fue algún error. Estoy pensando mal o es producto de mi imaginación. Lo lamento tanto —sus ojos mieles son más claros de cerca, y por alguna extraña razón no puede dejar de verla. Su cabello azul es peculiar, pero le sienta bien. Es extraño, pero le sienta bien, Incluso si está vestida de esa manera llamativa. Ella ríe, nerviosa—. Eh, señor Montesinos, perdóneme. Pero mi ama de llaves me contó lo que pasó y quería agradecerle, y pedirle perdón por mi comportamiento.

Rafael escucha sus excusas con atención. ¿Puede fingir que nada sucedió y que ese beso jamás sucedió? ¿Podría? Se relame los labios cuando Azucena parece más tranquila al creer que en realidad ese beso nunca existió.

—Hice lo que tuve que hacer. No se disculpe —Rafael recupera su seriedad, mirando a otra parte—. ¿Se le ofrece algo más?

Azucena aprieta los labios, negando. Sus mejillas están sonrojadas.

Sonrojada…

Rafael suspira profundamente antes de ponerse los lentes.

—No. Sólo es eso. Yo —ella ríe para disimular su nervio y confusión—, pensé que…olvídelo, sólo era eso, Señor Montesinos. No quiero quitarle más de su tiempo. Con permiso, qué tenga buen día.

Antes de responderle la señorita Azucena pasa por su lado con rapidez y él no se le escapa seguirla con la mirada. Algo peculiar, llamativo en ella le hace que sea difícil apartar la mirada. No se trata de su estilo, que es bastante raro y muy llamativo para su gusto, sino éste cambio de personalidad drástico.

Para una chiquilla como ella el mundo de negocios es un mar lleno de tiburones, y ella es una presa lista para ser devorada. La ve ingenua, y el magnetismo que de pronto lo atrae a mirarla más de lo que quiere es un reflejo de lo que sucedió anoche.

Rafael se impacienta por dentro. ¿Qué tanto hace pensando en eso? ¿Quién no comete cosas así estando ebrio? Fue un impulso de esa jovencita y es un caballero. Y le interesa muy poco lo que le suceda a esa mujer. Cumplió con llevarla a su casa y dejarla al cuidado de su chófer y su ama de llaves; quien, de hecho, dijo lo que precisamente ordenó que no dijera.

El cabello azul de Azucena y sus medias amarillas desaparecen tras el ascensor y Rafael se arregla su corbata.

Nada ha sucedido. Todo será como siempre. Nada ha cambiado.

Tiene un largo día, y debe concentrarse en ello.

Hubiese sido así, sino fuera porque tiene que volver al segundo día de recaudación de la empresa familiar de Capaldi, una familia italiana reconocida de quien es muy amigo. Tras un largo día de trabajo y meticulosas decisiones para proteger la administración de su empresa constructora, Rafael no esperaba que el día terminase de nuevo en la fiesta donde no quiso venir.

Fernando debe estar por allí. Y también Alexander, su contador personal. La reunión con el inversionista en el que está interesado también debe estar por aquí. Esperará el momento luego de estrechar manos de posibles negociadores y socios en la media hora que está presente.

Rafael se acerca a buscar un trago en soledad, tratando de poner en regla su mente dentro del mundo cautivo empresarial. Y algo en particular lo está alejando de sus propósitos principales.

Da un trago, aún pensativo, cuando por su rabillo del ojo a su izquierda atrapa un movimiento rojo. Por simple curiosidad voltea a ver.

Rafael deja el vaso con lentitud al notarla por segunda vez. Su ojeada se intensifica en la mujer que alguna vez creyó que era una niña inmadura. Quizás lo sigue siendo, pero hoy no parece esa adolescente que creía por su comportamiento mimado y caprichoso. Sus ojos, echando chispas de interés disimulado, la recorren de pies a cabeza y el destello rojo era el vestido que utiliza.

De lentejuelas, que brilla bajo la luz del candelabro.

Es preciosa.

Rafael no puede apartar los ojos de ella, y se enoja consigo mismo por ese impulso que no puede controlar.

Deja de mirarla para pedir otro trago. Debe ignorarla. Con tal, sigue siendo desconocida para él, y lo de anoche ella lo olvidará para siempre porque él así se lo permite.

Ese beso nunca existió.

O al menos, eso cree, hasta que su intuición no le sienta bien cuando el rostro de porcelana de esa chiquilla cambia al susto, que ve con claridad desde la distancia, cuando está con un hombre.

Todo cambia absolutamente cuando éste hombre toma a Azucena del codo, atrayéndola hacia él. La incomodidad es innata en el rostro de Azucena.

Rafael vuelve a ver su trago.

«No es de tu interés» se repite a sí mismo, bebiendo con amargura su bebida.

La vuelve a mirar. Los impulsos están controlándolo lentamente.

«No es de tu incumbencia» lucha contra sí mismo para mantenerse quieto en donde está, e ignorar la situación, e ignorar los ojos preocupados y hermosos de esa jovencita a metros de él. «No lo hagas. No…»

¿Qué demonios está haciendo?

Rafael se pone de pie, dirigiéndose hacia ella a paso fuerte, ignorando totalmente que Azucena Reyes siempre fue y será una desconocida para sus ojos.

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