—Señorita Reyes, la presentación de estos problemas financieros está incorrectos ¡Y acaba de caer una sanción por parte de la autoridad fiscal!
—¿Qué? —Azucena exclama, pálida por el susto.
—¿Y usted cree que esto es todo? —continúa el gerente de finanzas—, pues no. Como ha hecho una valoración incorrecta hay pérdidas financieras para los inversionistas ¡¿Sabe qué significa eso?! ¡Que presentarán demandas! ¡Demandas, señorita Reyes! ¡Y todo por su culpa!
—E-espere, señor López. Debe haber un error, yo jamás hice algo así. Soy muy correcta con los números. Esto no puede estar pasando, es imposible. Yo-
—Señorita Reyes —el señor López se pone de pie, tomando un suspiro—, esperemos que la multa de las autoridades no sea tan alta porque una vez los inversionistas se den cuenta de éste error pedirán su dinero de vuelta. Y eso podrá en una situación precaria a Compañía Reyes por su fatal movimiento de las finanzas.
—¡Es imposible, señor López! Le juro que yo hice todo bien y no puede haber errores —Azucena toma los papeles en sus manos. Se encuentra con la horrible presentación de una pérdida gigantesca de dinero—. Dios Mío —se lleva la mano a la cabeza—, Dios Mío.
Alguien toca a la puerta del señor López. Azucena se da la vuelta, lista para encontrarse con quien menos esperaba ver, uno de los inversionistas nuevos, la última persona que querría ver en momentos como éste: Richard Bennet. ¿Esto es una broma? ¿Justo hoy se aparece aquí?
—Señor Bennet —comienza el gerente—, es grato verlo aquí.
—Para mí no tanto luego de escuchar lo que no creía que era verdad hace unos momentos —es un hombre apuesto, cerca de los cuarenta años, y en traje formal se detiene frente a los dos. Trae una expresión que Azucena le revuelve el estómago—, que hay una mal función en la gestión financiera de ésta sucursal. Tengo que decirles muy seriamente que invertí mucho dinero aquí y no quiero hacer negocios con empresas que muy pocos saben manejar su gestión. Puedo demandarlos por información errónea y estoy seguro que al instante perderían todas sus empresas.
—¡Por Dios, no! —Azucena salta de inmediato a la defensa—. Señor Bennet, hay un malentendido. Un error. Esto no ocurre nunca y le prometo que solucionaré esto en cuanto nos llegue un nuevo reporte. No perderá su dinero en nuestra empresa. Se lo aseguro-
—¿Solucionar? Quiere decir, ¿Qué usted es la encargada de todo esto? Peor aún, puedo demandarle a usted —el señor Bennet la mira fijamente—, si no me devuelve el dinero que invertí. Ya no quiero hacer negocios con una empresa que parece fraudulenta.
—Deje primero que le explique lo qué sucede y cómo podemos resolver esto. Parece que es un simple error del sistema —Azucena tiene que llegar a un acuerdo cuanto antes sino quiere que por su culpa Compañías Reyes se vea afectada—, no puede abrir una demanda.
—¡Devuélvanme mi dinero o los demando! —Richard los señala a los dos—, y las consecuencias serán graves para ésta “prestigiosa” empresa. Mi asistente se encargará de todo y espero lleguemos a buenos términos si no quiere que la vea en un tribunal, señorita.
Azucena no tiene tiempo para hablar porque el señor Bennet se marcha, dejándola con la palabra en la boca. David, el gerente, se quita los lentes en cansancio.
—Te juro, David, que esto es imposible. Yo no pude hacer un error de esa magnitud. ¿Cómo me crees capaz de hacer esto?
—No lo sé, señorita. Pero ya llegó la multa, y si no se le paga al señor Bennet la demanda será más grande que lo que él invirtió aquí. Se dañará la reputación y nadie querrá invertir, y será perjudicial.
—¿Deudas? ¿Pagar? ¡Ese monto asciende hasta más de 1 millón! ¿Cómo podría pagar eso? ¿Y si…—Azucena abre sus ojos, asustándose—, Altagracia se entera…? No, no. Yo no puedo dejar que eso pase. ¿Qué haré ahora?
—La única manera es pagar la multa y hablar con el señor Bennet para que no abra la demanda y esto no se agrave. En ese caso tendrá que darle un incentivo al señor Bennet, como un acuerdo extrajudicial. Pero esto es grave, señorita. La única solución es pagar, y usted debería saberlo. Se ha cometido un error, y ya la autoridad fiscal nos trajo la multa —David señala el papel—, debe pagar.
—Dios Mío, yo no tengo ese dinero —Azucena arrastra su cabello azul hacia atrás—, ¿Hasta cuándo tengo para solucionar esto?
—Hágalo cuanto antes, y le recomiendo de inmediato hablar con el señor Bennet para que lleguen un acuerdo ahora. Si a él se le ocurre hablar sobre lo ocurrido, habrá un gran problema y será difícil solucionarlo. Nos veremos en la responsabilidad de decir a México-
—No —Azucena lo calla casi de inmediato—. Yo solucionaré esto. Altagracia me dejó a cargo y tengo que dar la cara. Lo solucionaré, buscaré el dinero, pagaremos lo que tenemos que pagar, y no pasará nada —agarra a duras penas los papeles y se da la vuelta—. Llegaré un acuerdo con el señor Bennet, David. Gracias por informarme…
Azucena deja la oficina al instante. Sus ojos se van con rapidez a la lectura que la fiscalía ha traído y no puede creerlo. ¿En qué se equivocó? Si siguió al pie de la letra todo lo que ha aprendido. ¿Cómo pudo pasar por alto algo así? ¡¿Cómo?! El terror la consume. Si no soluciona esto ahora mismo será peor si llega a oídos en México. No. Si se enteran de este error su hermana podrá decepcionarse de ella y no la verá como alguien en quien pueda confiar.
Pero, ¿Cómo pagará todo esto? Si para pagar tiene que decírselo a Altagracia, y si Altagracia, su hermana mayor, se entera de esto…no puede dejar que lo haga. Ella misma buscará el dinero y pagará las deudas, aunque se quede sin nada.
Pero, ¡No tiene cómo pagar esa enorme cantidad! ¡Ya todo lo suyo lo invirtió en empresas constructoras! ¡Lo invirtió para comenzar con un negocio propio!
—Dios, Dios —Azucena entra en su oficina, aún hiperventilando—. ¿Qué fue lo que hice mal? No pude hacer nada malo. ¡No pude! —y ahora ese error podrá cambiar el rumbo de esta empresa para mal. Coloca los codos en la mesa y llevándose la mano hacia la cabeza, se queda quieta unos momentos, mirando el informe erróneo que ella ha enviado—. Eres una tonta, ¡Una tonta! ¿Cómo pudiste hacer esto? ¿Cómo vas a pagar esa multa? ¿Con qué dinero vas a pagarle a Richard?
No puede seguir así. Debe usar la negociación como sea para que sea más fácil llevar y llegar a un acuerdo ahora. Toma el teléfono de la oficina.
—Por favor, Natti. Dile al señor Richard Bennet que se acerque a mi oficina. Es urgente que hable con él. ¿Sí? Gracias.
Azucena se pone de pie únicamente para limpiarse las manos, que sudan. Piensa una y otra vez sus posibilidades, y en cómo este horror pasará.
Richard Bennet enarca una ceja cuando entra sin tocar a su oficina. Desde que se mudó a Nueva York hace unos meses atrás para continuar con el negocio familiar, Azucena no ha visto ningún acto de amabilidad en Richard, pero ahora que esto es serio, no puede culparlo si la odia. Puede perder su dinero si todo resulta mal.
—¿Qué quiere?
—Necesito que me escuche. Podemos llegar a un acuerdo. Mire, no ha perdido su dinero y es innecesario que abra una demanda. Podemos-
—No quiero trabajar más con ustedes. ¿No ve que hay una multa por un horrible movimiento en su empresa? Eso quiere decir que en vez de yo ganar, pierdo. Y por esa misma razón quiero mi dinero de vuelta, por falsa información. Si no me va a hablar de eso será mejor que se guarde los comentarios. Me retiro.
—¡Espere! ¡No puede demandarnos! —pide Azucena.
—No. La demandaré a usted, es lo que debería hacer.
—Escuche —Azucena vuelve a tomar aire—, ¿Qué quiere? ¿Dinero? Está bien. Bien —se toma un momento—. Lleguemos a un acuerdo. ¿Qué tanto dinero quiere para no ir a demanda?
El señor Bennet se cruza de brazos.
—Más de un millón.
—¿¡Qué?! —Azucena está a punto de sufrir un infarto—. Es demasiado dinero-
—O es eso, o llevo a ésta compañía a juicio por falsa información. Ya lo sabe, señorita Reyes. con permiso. Entre más rápido, mejor. No quiero más palabrerías, y no haga perder mi tiempo—el señor Bennet sale de su propia oficina.
Azucena cae a la silla, con la mirada pérdida y horrorizada. ¿Más de un millón? Quedará ella en la bancarrota, llevará a ésta empresa a la bancarrota. Dios Mío.
Está arruinada.
—Esto no lo puede saber nadie. Esto no lo puede saber nadie —Azucena se repite, desesperada. Ya no está en la oficina, sino en uno de los pasillos de un prestigioso edificio donde se ésta llevando a cabo la primera fiesta de recaudación que serán en estas tres noches.Intentó desistir a la invitación pero resultó imposible. David le dijo que no podía faltar porque Compañías Reyes, la empresa de su familia, siempre asiste. Y ahora como la cara principal en la sede de Nueva York, no puede decir que no. No tiene tiempo para estas fiestas, ¡No ahora! ¡No cuando ésta tarde toda su vida ha cambiado! Y cambiará para mal sino hace algo.Por mas que piense en el dinero, por los momentos no hay ninguna salida. La única es decirle a su hermana, pero eso significa echar por la ventana tiempo de dedicación. Ella no volverá confiar en sus habilidades.Decepcionará a la familia.—¿Azucena? —reconoce la voz de un primo suyo, Erick. Su expresión combina con el horro de encontrarla preocupada—. ¿Esta t
—¿En qué tanto piensas, Rafael? Desde anoche estás algo extraño —quien habla es Fernando, un gran asesor no sólo suyo sino de sus otros dos hermanos, en especial de su hermano mayor. Debido a las reuniones para recaudar fondos entre las empresas involucradas está aquí. La empresa de su hermano también y ha venido por eso—. Y desapareciste. ¿A dónde fuiste?Pensativo. Fernando tiene razón. Rafael está pensativo, bastante, hasta el punto de casi no concentrarse temprano en ésta mañana. Algo en específico lo tiene pensativo. Y se trata de algo que se le sale de las manos, y es la razón por la que pensativo, también está malhumorado. Fernando no ayuda con las preguntas.Se quita los lentes y se enjuaga los ojos, ya indiferente.—Ahora que estoy expandiendo mis negocios tengo la cabeza en varias partes. Continuemos —Rafael señala una pila de papeles en su escritorio—. Quiero una protección de bienes. Luego de lo que sucedió con mi antigua esposa, no quiero que suceda lo mismo. Estoy buscan
«¡Concéntrate!» Azucena se repite una y otra vez en su oficina. Ha pasado varias horas desde que dejó el edificio de Rafael Montesinos y se ha mantenido como una ilusa en todo esto. ¿Perdió la cabeza? Fue una ilusión. ¡Una ilusión!Jamás besó a Rafael Montesinos y va y mete la pata pareciendo una loca al hombre que quizás más la odia en todo el mundo.—Argh —tan sólo pensarlo le dan ganas de vomitar. Y no sólo eso. La situación de la deuda la tiene pendiendo de un hilo. Está tratando de reunir lo necesario para pagar. Hubiese podido hacerlo sino hubiese ya invertido todo lo que tiene en su propio negocio, y ¡Ahora ni siquiera tendrá dinero para seguir…!—. Cálmate. Conseguirás una solución.Sin embargo, aún recuerda la conversación con Rafael. No ha estado avergonzada en su vida.Cuando Fernando se despidió con una sonrisa amigable, pareció que se derritió bajo tierra movediza y no podía actuar como la niña inmadura que él creía que era.Al instante de verlo, algo en Azucena se revolvi
—Señor Bennet, yo le quiero pedir un poco más de tiempo para finiquitar el precio que está pidiendo. No es fácil conseguir esa cantidad y lo sabe.—¿Pero si ha sido fácil manipular a su antojo la contabilidad para que así nosotros los inversionistas perdamos dinero?—Eso no fue lo que sucedió, ya se lo dije. Escuche, le tendré el dinero pero tiene que darme algunos días-—No más días. Ya le dije que era para cuanto antes —el señor Bennet la toma del codo—. No soy tolerante a las esperas y cuando se trata de mi dinero soy muy estricto. ¿A quién se le ocurrió dejar a cargo a una inexperta en finanzas? Claramente llegó a donde está por contactos y no por mérito propio. El capricho la llevó a ser una fatal administradora. Debe pagar los daños causados.—Suélteme —Azucena se remueve—, le pagaré. Mañana le pagaré.—Ya no le daré más tiempo. ¿Mañana también dirá que me pagará después? Ésta gente sabrá la clase de compañía y de ineptos que tiene Compañías Reyes. No le daré más tiempo. Mañana
—Mi asistente se comunicará con usted —Rafael decide que alejarse es ahora la mejor opción de todas. Azucena parpadea cuando el aire clavado en sus pulmones la abandona.Es extraño ahora hablar de un matrimonio como una transición bancaria y le pesa más que en el fondo sea así. Azucena no ha parpadea para cuando Rafael se bebe todo el vino de su copa, mirándola, antes de encaminarse a la puerta de éste salón.—Buenas noches, señorita.—Puedes llamarme Azucena —Azucena lo detiene hablando detrás de él—, si nos vamos a casar podemos dejar las formalidades de lado.Azucena no escucha alguna respuesta inmediata por parte de Rafael.—Buenas noches, señorita.No pasa mucho para que ya no escuche ni un solo ruido detrás de ella salvo la lluvia en Nueva York repercutiendo como una música de fondo para sus pensamientos. La vívida sensación que tuvo con la cercanía de Rafael Montesinos la hace temblar. Jamás había estado tan cerca de él esa manera, y la razón para eso…Azucena se pasa la mano p