4. Una noche con sorpresa

«¡Concéntrate!» Azucena se repite una y otra vez en su oficina. Ha pasado varias horas desde que dejó el edificio de Rafael Montesinos y se ha mantenido como una ilusa en todo esto. ¿Perdió la cabeza? Fue una ilusión. ¡Una ilusión!

Jamás besó a Rafael Montesinos y va y mete la pata pareciendo una loca al hombre que quizás más la odia en todo el mundo.

—Argh —tan sólo pensarlo le dan ganas de vomitar. Y no sólo eso. La situación de la deuda la tiene pendiendo de un hilo. Está tratando de reunir lo necesario para pagar. Hubiese podido hacerlo sino hubiese ya invertido todo lo que tiene en su propio negocio, y ¡Ahora ni siquiera tendrá dinero para seguir…!—. Cálmate. Conseguirás una solución.

Sin embargo, aún recuerda la conversación con Rafael. No ha estado avergonzada en su vida.

Cuando Fernando se despidió con una sonrisa amigable, pareció que se derritió bajo tierra movediza y no podía actuar como la niña inmadura que él creía que era.

Al instante de verlo, algo en Azucena se revolvió en su estómago. No había conocido una mirada tan intensa como la de Rafael Montesinos que justo en aquel momento arremetió en contra de ella como si fuese inferior a él. Nada había cambiado, y eso fue un alivio.

—Sé lo que pasó anoche. Y vine porque quiero hacerle saber que…todo fue un error. Yo no me comporto así, y quiero pedirle una disculpar por mi impulso. No sé en que estaba pensando y-

—Señorita Reyes —Rafael se cruzó de brazos. El gesto en su rostro la confundió a ella: molestia y curiosidad—. ¿De qué está hablando?

Azucena aguantó la respiración.

—¿No sé supone que usted me llevó…?

—Sí, fui yo. Pero no eso no debe agradecerme. Hice lo que cualquier hombre debería hacer.

—No hablo de eso. Claro que estoy agradecida con usted por haberme llevado a mi hogar. Hablo del —Azucena se detuvo, al igual que su corazón—, hablo del beso. Yo lo lamento mucho. Es más, vine a disculparme porque fue un acto muy imprudente de mi parte y-

—¿Beso? —Rafael enarcó una ceja, con la misma indiferencia de siempre—. ¿De qué beso habla, señorita?

Azucena se echa hacia atrás, pensativa también. Le duele la cabeza por el alcohol, pero le duele más al pensar en la alucinación.

Se sintió tan real…

Mueve la cabeza, olvidando todo. Eso no debió haber pasado. Nunca. No volverá a suceder.

—Dame fuerzas, dame fuerzas —recupera el aliento una vez más. ¿Dónde pedirá el préstamo? ¿Dónde? ¿Al banco? Pero si ya pidió prestado para invertir en sus propias cosas.

Deja de ver la ventana cuando Rita, su prima, quien recién llegó de México, le sonríe. Azucena hace el pobre intento de sonreírle de vuelta.

—¿Qué hiciste ayer en la recaudación? ¿Todo salió bien?

—Prima —Azucena la saluda, aguantándose las ganas de decir lo que sucede—. Eh, sí. Escuché que fue una gran recaudación.

—Eso es fenomenal. Hoy iré contigo porque Altagracia quería que te acompañara y yo quise venir. No has ido a México hace ya año y medio, ¡Todos te extrañamos! —Rita la abraza.

—Yo también los extraño. Los visitaré cuando tenga tiempo —“y resuelva los problemas”, Azucena carraspea—. ¿Cómo estás con Gerónimo? ¿Todo bien?

Rita se echa hacia atrás, aprieta los labios y muestra su mano.

—¡¿Qué?! —Azucena la toma con fuerza—. ¡¿Te pidió matrimonio!? ¡Oh, Rita! ¡Felicidades! —la estruja con una risa—. ¡No puedo creerlo! ¡Rita, qué feliz estoy por ti! ¡Esto es fenomenal!

—Aún no me lo creo, pero sí. Nos casaremos —no había visto tan contenta a su prima—. No puedo creerlo, pero nos casaremos en cinco meses. Quería decírtelo personalmente.

—Estoy tan feliz por ti, prima. Qué alegría. Nuestra familia se hace cada vez más grande —Azucena admira el hermoso anillo en la mano de Rita—, finalmente encontraste el amor que Altagracia también encontró. Me alegra tanto que ambas sean tan felices.

Rita sonríe.

—Azucena —Rita la llama—, yo sé que tú también conseguirás al hombre de tus sueños como Altagracia y yo hicimos. Eres una gran mujer, eres preciosa. ¡Cualquiera estaría interesado en ti!

—No, Rita. No hablemos de mí, y menos de hombres, o matrimonios. Tengo tantas cosas en la cabeza que no sé si pueda tener espacio para una relación. No es lo que quiero —Azucena mueve la cabeza, sonriendo para disimular su estrés—. Estoy feliz ahora que te casarás con el hombre que amas. Ven y dame un abrazo.

—¿A qué hora nos alistaremos para ir a la recaudación? ¡Mírate! Sé que nos tardaremos en arreglar así que…¿Por qué mejor no nos arreglamos ahora mismo?

—Pero tengo que hacer cosas y-

—Quedan cuatro horas para que comience la reunión, y quiero que pasemos una tarde de chicas. Ambas. ¿Sí, Azucena? Has trabajado, trabajado, y casi no hablamos. Así podríamos hablar de muchas cosas y contar nuestros secretos como siempre. Sin peros. Vamos.

Azucena pierde la batalla y sí, merece un momento lejos de Compañías Reyes para buscar la solución a éste fatídico problema. David la ha llamado ya, y solo le quedó decir que usará lo único que tiene para pagar la multa.

—¿¡Y qué pasará con el señor Bennet?!

—No lo sé. Tendremos que dejarlo hacerlo que quiere…David, no tengo el dinero para pagarle. Estoy en deuda con el banco, y lo estaré más cuando pague la multa. No sé qué es lo que haré.

—Tienes que hablarle a la sede de México. Ellos tienen que saber esto.

—No haré eso. Me haré responsable de mis propias acciones y…buscaré una solución, así me quede en bancarrota. No puedo salir corriendo a echarles la culpa a los demás de mis propios errores. Te prohíbo que digas algo a cualquiera en México. Lo haré de ésta manera y trataré de hablar otra vez con el señor Bennet —fueron las últimas palabras de Azucena con David.

Ahora, pendiendo del hilo, en una cuerda floja, sólo puede escuchar las palabras de ilusión de su prima Rita y su boda de ensueño. Azucena la observa con admiración, con una sonrisa melancólica, y se sienta mal por envidiar la vida de Rita. No tendría que lidiar ahora con demostrar que no por ser la menor de sus hermanas es ajena y es ingenua y sigue siendo una niña. Y ahora todo eso la está volviendo loca.

Azucena desvía esos pensamientos. La felicidad por su prima es sincera, y sólo pide que su matrimonio sea prospero con Gerónimo, antiguo capataz en la hacienda de Villalmar. Actualmente es un socio de su hermana Altagracia y ya tiene su producción personal. Rita encontró un gran hombre.

—¿Azucena? —Rita chasquea los dedos frente a ella—. ¿Estás bien? Pareces algo…ida en tu mente.

—Oh, no. Estoy bien —se ríe Azucena—. Cosas en mi mente. Simplemente eso.

—¿Segura? —Rita se está comiendo un helado mientras la estilista arregla su lindo cabello rubio—. ¿Algún problema que quieras compartir? Sabes que puedo ayudarte.

Azucena se muerde la lengua ante su ofrecimiento.

Mueve la cabeza.

—Cosas mías, prima. Nada que no pueda resolver.

—Supongo que manejar una seda empresarial no es nada fácil. Pero lo estás haciendo bien. Altagracia y tu padre están orgullosos de ti, todos estamos orgullosos de ti —Rita le aprieta la mejilla—, ya no eres una niña.

—No soy una niña, Rita. Deja de decir eso. Tengo 24 años y no por ser la menor de mi papá, soy una adolescente.

—Lo sé —Rita se echa a reír—, no te ofendas, Azucena. Es que llevar una empresa a tu edad se ve complicado.

—Altagracia comenzó con la sede principal a los 21 años, estaré bien —Azucena comienza a tensarse por imaginarse la mirada de decepción de su padre si se entera de las deudas—. No es fácil, pero tampoco imposible.

—Eso es —Rita le guiña un ojo—, y como lo has hecho todo perfecto la familia está orgullosa de ti.

—Claro…—Azucena se mira en el espejo. Su cabello azul abarca un hermoso peinado recogido. Su mirada preocupada no la deja, y éste es último día para pagar la multa. Cierra los ojos. No puede decepcionar a nadie.

Le quitarán todo. La verán como incapaz de llevar las riendas de la compañía familiar. La seguirán viendo como una joven adolescente inexperta. Azucena deja atrás los pensamientos. Hoy debe ser distinto de anoche.

Oh, anoche. Qué peculiar y tonta ilusión.

Otro problema más a la cabeza.

Ese hombre tampoco es a quien quiere ver ni pensar por lo que resta de su vida.

Listas ambas para la reunión, Azucena disfruta de verse en el vestido rojo. Quisiera colocarse unos aretes amarillos, pero no combinará con el vestido. Pero si pinta sus labios de negro, y Rita quien ya sabe de su estilo exótico, sólo le sonríe y le dice lo bella qué es.

—Puedes usar lo que quieras y te seguirías viendo hermosa, Azucena. No puedo creer que ningún hombre te haya invitado a salir. ¿Son todos muy sosos?

Azucena entra al auto, su chófer personal es quien las llevara a la reunión.

—¿Recuerdas a Sebastián?

—¿El doctor?

—Hace unos días me envió un mensaje. Me dijo que vendría a Nueva York y —se encoge de hombros—, le gustaría verme. Quiero decir, a salir a encontrarnos.

—Ya decía yo que ese doctor se veía bastante interesado en ti, querida prima. ¡Eso es genial! Claro que irás, ¿verdad? —Rita le incita.

Azucena sonríe, alza un hombro.

—No lo sé. Quizás está siendo amable y quiere salir en plan de amigo.

—Oh, por favor. Azucena. ¡A ese hombre le gustas! Sal con él, disfruta. Se ve que es un gran hombre, y además, ya es conocido de la familia. Ánimo —Rita la empuja del brazo guiñándole un ojo—, ¿Quién sabe si encuentras a tu alma gemela?

Azucena sólo le queda reír ante la ocurrencia de su prima.

No cree en las almas gemelas. Ni en el amor verdadero. Un corazón roto tardó en sanar precisamente por creer en el amor. No volverá a pasar por eso.

Observa caras conocidas al llegar a la reunión. Rita y ella saludan a amigos familiares que Azucena ya vio la noche anterior, y Rita le dice que se acercará a saludar a una familia que vive en Mérida. Al quedarse sola, Azucena observa la pulsera de diamantes que trae.

«¿Tal vez la venda?» Ya decidió que venderá todas las joyas que tiene para reunir lo acordado con el señor Bennet. Pero…son reliquias familiares. Son joyas de su madre, quien falleció hace muchos años. ¿Cómo podría hacer algo así?

—Señorita Reyes.

Paralizarse es poco. Azucena palidece un poco al oír la voz del señor Bennet detrás de ella. No hay duda de que es él.

—Sabía que la encontraría aquí. En medio de ésta opulenta fiesta —el señor Bennet la mira arriba hacia abajo—. Es muy hermosa. ¿Se lo han dicho?

Su noche no puede ser peor.

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