2- Voy a ser generoso

Evelyn

El primer guardia me agarra del brazo, tirando de mí como si fuera una muñeca de trapo. Intento zafarme, pero otro me sujeta por la cintura, inmovilizándome.

—¡Déjenme! ¡No hice nada! —grito, pero mi voz se pierde en el eco de la noche.

Me sacan de la cabaña, me obligan a caminar descalza sobre la tierra fría. El suelo es áspero y húmedo bajo mis pies, y la sensación es un recordatorio más de lo que soy: una prisionera en mi propia tierra .

A medida que avanzamos, las sombras de los lobos de la manada se hacen más densas. Me rodeo. Sus murmullos son como agujas perforando mi piel.

"Basura."

"M*****a traidora."

"Ojalá la maten."

Mi estómago se revuelve. Trato de no escuchar, pero cada palabra es un golpe, cada mirada de desprecio me hunde más en este abismo en el que me han condenado desde que mi padre me abandonó.

Finalmente, llegamos a la plaza central del territorio de la manada.

El Alfa está ahí, sentado en su trono de madera tallada a mano , con pieles oscuras cubriendo sus hombros. Su presencia lo llena todo.

Él está sentado en su trono de madera, con un aire de superioridad asfixiante. Su mirada dorada brilla con diversión.

—Miren nada más quién ha llegado—Dice con una alefría escalofriante—. Bienvenida, querida.

Aprieto los dientes, negándome a hablar.

Pero entonces sonríe.

Y cuando sonríe, sé que algo malo viene en camino.

Mis rodillas tocan el suelo con un golpe seco cuando los guardias me obligan a arrodillarme ante él. La tierra está fría, húmeda, y mi respiración se vuelve errática cuando el Alfa se inclina en su trono, apoyando un codo sobre el reposabrazos y mirándome como si fuera un simple entretenimiento para él.

—Otra vez causando problemas, Evelyn. —Su voz es calma, peligrosa—. Parece que no aprendes.

Aprieto los dientes, negándome a hablar. No le daré el placer de suplicar verme.

Pero su sonrisa se ensancha con diversión.

—Saliste de tu aislamiento —dice con tono casual—. Fuiste vista en la ciudad. Y, como si eso no fuera suficiente, cazaste fuera del territorio permitido.

—Solo fue un conejo —murmuro.

Su risa es un cuchillo deslizándose por mi piel.

—Oh, claro. Sólo un conejo.

Los murmullos crecen a mi alrededor, y el Alfa levanta una mano para acallarlos.

—No parece que entiendas lo grave de esto, Evelyn. —Se inclina un poco hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas—. No eres parte de esta manada. No eres parte de ninguna manada. Eres solo un pago, un castigo viviente por la traición de tu padre.

La rabia se enreda en mi pecho como un veneno.

— Yo no traicioné a nadie.

Sus ojos se oscurecen.

—Eso no importa.

Esas palabras me golpean como una sentencia de muerte.

Nada de lo que haga importa. Nada de lo que diga cambiará lo que piensan de mí.

No soy una persona para ellos. Soy un recordatorio de lo que odian. Un castigo con piel y huesos.

El Alfa se endereza en su trono y su mirada brilla con algo cruel.

—Has roto las reglas, así que recibirás un castigo acorde.

Mis dedos se clavan en la tierra. No.

No otra vez.

Los lobos alrededor de mí murmuran entre ellos. Algunos sonríen, otros esperan con ansias. Saben lo que viene.

El Alfa hace un gesto con la cabeza y la mano derecha de él —el mismo hombre que irrumpió en mi cabaña— se acerca con un brillo de sadismo en los ojos.

—Llévenla al claro. Que todos vean lo que pasa cuando alguien olvida su lugar .

Mi estómago se hunde.

Los guardias me levantan a la fuerza y ​​comienzan a arrastrarme.

Sé lo que viene. Sé lo que va a hacer.

Y no importa cuanto quiera resistirme, no hay salida.

Mi corazón tarde con fuerza mientras me llevan al claro de castigos, un círculo de tierra endurecida por la sangre derramada en incontables ocasiones.

Me obligan a arrodillarme en el centro. El aire es frío, la luna alta en el cielo observa en silencio lo que está por venir.

Alrededor, la mano se reúne. Hay expectativa en sus rostros. Para ellos, esto es un espectáculo .

Mi cuerpo tiembla, pero no les daré el placer de verme llorar.

El Alfa se acerca con calma, disfrutando del momento.

—Voy a ser generoso, Evelyn. —Su tono es casi amistoso, lo que solo lo hace más aterrador—. No voy a matarte. Pero quiero que recuerdes tu lugar.

Levanta una mano.

— Veinte latigazos.

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