Buenos días, hermosas. Feliz inicio de semana.
Quería creer que era un nombre común, un nombre y un apellido común en el lugar, pero… con la mala suerte que cargaba últimamente, casi estaba convencida de que eran las mismas personas, pero ¿no se suponía que él era de Londres, que allí vivía? No es que supiera mucho más de ese hombre, tampoco estaba interesada en saber nada al respecto o verlo de nuevo, por lo que si aquel era él… si resultaba ser la misma persona de Londres, Ariadna se sentía incapaz de trabajar en ese lugar, de todos modos, tampoco creía que él la quisiera allí en su casa, sirviéndole la comida luego de las cosas que habían pasado.Cuando llegaron al comedor, Leticia empujó suavemente la puerta y la guio hacia el interior. Ariadna apenas tuvo tiempo de mirar a su alrededor antes de que su mirada se encontrara con él. Allí estaba Maximiliano Valenti, sentado a la cabecera de una mesa larga y elegantemente decorada. Vestía una camisa blanca remangada hasta los codos, y sus ojos estaban fijos en un documento que sos
El reloj marcaba las 5:30 a.m. cuando Ariadna abrió los ojos con dificultad. Era su tercer día de trabajo, y aunque el cuerpo le dolía por completo, sabía que no podía permitirse faltar. Estaba acostumbrándose a un ritmo de vida completamente diferente, haciendo de todo un poco bajo las órdenes de Leticia. Su horario podía cambiar en cualquier momento, dependiendo de la respuesta de la universidad, y esperaba que Leticia fuera lo suficientemente comprensiva para adaptarse a esos cambios cuando llegara el momento.Suspiró mientras se levantaba de la cama y recogía la ropa que había preparado la noche anterior. A pesar de que Maximiliano seguía siendo una figura ausente en la casa, lo cual era un alivio, no podía evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que alguien mencionaba su nombre. Estaba segura de que, en el momento en que él la reconociera, sería despedida.El mareo la golpeó de repente, obligándola a detenerse. Corrió al baño apenas a tiempo para inclinarse sobre el inodoro
Maximiliano terminó su bebida con un gesto relajado y dejó el vaso vacío sobre la pequeña mesa junto a la tumbona. Sus ojos se entrecerraron mientras el sol seguía bañando su piel, disfrutando del calor que comenzaba a secarse sobre su torso. Se acomodó para continuar descansando, pero recordó de pronto que había dejado pendiente un correo importante en su ordenador. —Es un asunto rápido —murmuró para sí mismo, levantándose con desgana. Se dirigió hacia la piscina y se sumergió en el agua, nadando un par de largos con brazadas firmes y fluidas. El movimiento lo ayudaba a despejarse, su cuerpo siempre agradecía el contacto con el agua. Luego de unos minutos, salió de la piscina, escurriendo las gotas con las manos, tomó una toalla y se quedó de pie mientras se secaba con movimientos lentos, después entró a casa, subía las escaleras hacia su habitación pensaba en el correo que tenía que enviar, luego de eso regresaría a tomar el sol, el día estaba tranquilo y él quería pasarlo relajad
Ariadna miró con desconcierto cómo sus manos descansaban sobre sus piernas, los dedos tamborileando con una paciencia calculada. Por un segundo, pensó que esperaba que ella se sentara allí, pero descartó la idea tan rápido como llegó. No, eso no podía ser posible. Sin embargo, cuando Maximiliano se puso de pie, ella supo que algo iba a suceder. Sus pasos eran lentos, deliberados, como si quisiera alargar la agonía del momento. En un abrir y cerrar de ojos, estaba frente a ella, invadiendo su espacio personal de una forma que la dejó sin aliento. —Dame un beso —exigió, sus manos moviéndose con agilidad hacia sus caderas. Ariadna se tensó de inmediato, su cuerpo entero reaccionando al toque de él. No sabía si era miedo, indignación o algo mucho más visceral lo que recorría sus venas en ese momento, pero no estaba dispuesta a ceder—. Solo así vas a conservar el trabajo —agregó Maximiliano, inclinándose ligeramente hacia ella, su mirada fija en la de Ariadna como si pudiera leer cada un
Maximiliano se dejó caer en la silla de su despacho, frotándose las sienes con ambas manos.La confusión lo invadía, una mezcla de emociones que no sabía cómo manejar. La imagen de Ariadna en su cama, con su cabello rojizo desparramado sobre las almohadas, seguía nítida en su mente. Había algo en ella que lo inquietaba profundamente, una mezcla de irritación, frustración y un deseo que no quería reconocer.No podía confiar en ella. Eso lo sabía con certeza. Ariadna Valdés era un peligro, una trampa en la que no debía caer, pero su presencia parecía retarlo a cada momento, como si quisiera poner a prueba sus límites. Recordó cómo sus labios temblaron cuando la acorraló, el sutil temblor de su cuerpo bajo sus manos. Esa fragilidad lo había desconcertado tanto como lo había enfurecido.—No es más que una máscara —se dijo a sí mismo en voz baja, como si necesitara convencerse de ello—. No es inocente, no lo fue entonces, y no lo es ahora.Pero el recuerdo del rechazo al beso todavía lo in
Ricardo y Camila estaban en la cocina, intercambiando miradas de preocupación. Ambos sabían que Ariadna había perdido el trabajo, pero decidieron no decirle nada por el momento. Había pasado por demasiadas cosas últimamente, y añadir otra carga emocional solo empeoraría la situación. No querían que ella se sintiera presionada.Todavía Ricardo seguía a la espera de que Maximiliano le diera una respuesta, pero los días se hacían largos sin que este dijera ninguna palabra al respecto.—Lo mejor es que no hablemos al respecto—dijo Ricardo, cruzando los brazos mientras observaba a Camila preparar el desayuno—. Déjala enfocarse en la universidad. Sin la presión de que tiene que buscar trabajo, esperemos un par de días más por si el señor me da una respuesta. De lo contrario veré si alguno de mis amigos sabe de algo.Camila asintió, suspirando. Era lo mejor. Presionarla no servía de nada.—Tienes razón. Ha sido mucho para ella… pero me preocupa cómo se debe de estar sintiendo. Necesitamos en
Ariadna y Camila estaban sentadas en una esquina de la sala de espera, en silencio, mientras el reloj marcaba lentamente las diez de la mañana.Ariadna no había pronunciado una sola palabra desde que llegaron, su mirada perdida en el suelo, sus manos entrelazadas sobre su regazo y su rostro más pálido que nunca.Camila la observaba de reojo, preocupada. Quería decir algo para tranquilizarla, pero sabía que cualquier palabra podía ser malinterpretada en ese estado de nerviosismo extremo. En cambio, optó por apretar suavemente la mano de su hija, intentando transmitirle algo de calma.—Ariadna, pase lo que pase, estoy aquí contigo —dijo finalmente Camila, su voz baja pero firme.Ariadna giró la cabeza hacia su madre, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.—¿Y si estoy embarazada, mamá? ¿Qué voy a hacer? —preguntó en un susurro apenas audible.Camila tragó saliva. No quería mentirle diciéndole que todo estaría bien porque sabía que no sería fácil. Pero tampoco quería que su hija se
Maximiliano se revolvió en la cama, intentando encontrar una posición cómoda para dormir, pero el sueño no llegaba. Su mente estaba demasiado ocupada. Los últimos días habían sido un caos emocional desde la llegada de Amelie. Aunque se esforzaba por mantener una fachada firme, cada vez que la veía, los recuerdos lo golpeaban con una fuerza abrumadora.Amelie era su debilidad, siempre lo había sido. A pesar del dolor que le causó, la traición y el vacío que dejó cuando lo abandonó para casarse con otro, una parte de él seguía aferrándose a lo que alguna vez tuvieron. Esa parte lo atormentaba, especialmente ahora que estaba bajo el mismo techo que ella.El sonido de la puerta de su habitación abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Frunció el ceño, sentándose ligeramente en la cama mientras miraba hacia la puerta. Una figura conocida se movía en la penumbra, deslizándose con una confianza que hizo que sus músculos se tensaran.—¿Amelie? —preguntó, su voz grave rompiendo el silencio de l