Ricardo y Camila estaban en la cocina, intercambiando miradas de preocupación. Ambos sabían que Ariadna había perdido el trabajo, pero decidieron no decirle nada por el momento. Había pasado por demasiadas cosas últimamente, y añadir otra carga emocional solo empeoraría la situación. No querían que ella se sintiera presionada.Todavía Ricardo seguía a la espera de que Maximiliano le diera una respuesta, pero los días se hacían largos sin que este dijera ninguna palabra al respecto.—Lo mejor es que no hablemos al respecto—dijo Ricardo, cruzando los brazos mientras observaba a Camila preparar el desayuno—. Déjala enfocarse en la universidad. Sin la presión de que tiene que buscar trabajo, esperemos un par de días más por si el señor me da una respuesta. De lo contrario veré si alguno de mis amigos sabe de algo.Camila asintió, suspirando. Era lo mejor. Presionarla no servía de nada.—Tienes razón. Ha sido mucho para ella… pero me preocupa cómo se debe de estar sintiendo. Necesitamos en
Ariadna y Camila estaban sentadas en una esquina de la sala de espera, en silencio, mientras el reloj marcaba lentamente las diez de la mañana.Ariadna no había pronunciado una sola palabra desde que llegaron, su mirada perdida en el suelo, sus manos entrelazadas sobre su regazo y su rostro más pálido que nunca.Camila la observaba de reojo, preocupada. Quería decir algo para tranquilizarla, pero sabía que cualquier palabra podía ser malinterpretada en ese estado de nerviosismo extremo. En cambio, optó por apretar suavemente la mano de su hija, intentando transmitirle algo de calma.—Ariadna, pase lo que pase, estoy aquí contigo —dijo finalmente Camila, su voz baja pero firme.Ariadna giró la cabeza hacia su madre, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.—¿Y si estoy embarazada, mamá? ¿Qué voy a hacer? —preguntó en un susurro apenas audible.Camila tragó saliva. No quería mentirle diciéndole que todo estaría bien porque sabía que no sería fácil. Pero tampoco quería que su hija se
Maximiliano se revolvió en la cama, intentando encontrar una posición cómoda para dormir, pero el sueño no llegaba. Su mente estaba demasiado ocupada. Los últimos días habían sido un caos emocional desde la llegada de Amelie. Aunque se esforzaba por mantener una fachada firme, cada vez que la veía, los recuerdos lo golpeaban con una fuerza abrumadora.Amelie era su debilidad, siempre lo había sido. A pesar del dolor que le causó, la traición y el vacío que dejó cuando lo abandonó para casarse con otro, una parte de él seguía aferrándose a lo que alguna vez tuvieron. Esa parte lo atormentaba, especialmente ahora que estaba bajo el mismo techo que ella.El sonido de la puerta de su habitación abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Frunció el ceño, sentándose ligeramente en la cama mientras miraba hacia la puerta. Una figura conocida se movía en la penumbra, deslizándose con una confianza que hizo que sus músculos se tensaran.—¿Amelie? —preguntó, su voz grave rompiendo el silencio de l
Leonardo Valdés se recostó en el asiento de cuero del jet privado, su mirada fija en el informe detallado que sostenía en sus manos.Las palabras estaban perfectamente organizadas, cada línea contenía datos precisos sobre Maximiliano Valenti. Sus logros como médico, sus propiedades, sus movimientos financieros, y hasta los rumores más insignificantes sobre su vida personal estaban plasmados en ese documento. Pero lo único que resonaba en su mente era que ese hombre era el responsable de arruinar los planes que tenía para su hija Ariadna.—Maximiliano Valenti —murmuró, acariciando la barba perfectamente recortada que adornaba su rostro. El nombre le sonaba demasiado familiar, aunque no estaba seguro de por qué. Tal vez por el círculo exclusivo de personas que compartían su estilo de vida, o por el prestigio que rodeaba el apellido Valenti.Pero nada de eso importaba. Lo que importaba era que ese hombre había engendrado un hijo con su hija, una joven de apenas 18 años, y que ahora toda s
Camila llegó a casa temprano, a las diez de la mañana, con el corazón apretado por la decisión que había tomado.Al entrar, encontró a Ariadna sentada junto a la ventana, absorta en sus pensamientos. Su hija parecía quebradiza, con la mirada perdida hacia la calle y las manos entrelazadas, como si quisiera encontrar consuelo en el silencio. Camila se acercó a ella, dejando su bolso en la mesa, y le dio un beso en la mejilla. Luego tomó una silla del comedor y la arrastró para sentarse frente a ella.—Has venido antes, ¿todo está bien? —pregunta Ariadna. Mira el rostro preocupado de su madre—. ¿Qué sucede?—Ariadna, he llamado a tu padre —dijo con suavidad, aunque su tono llevaba el peso de la decisión.Ariadna parpadeó y se giró hacia ella, claramente sorprendida. Sus ojos se llenaron de preguntas, pero su mirada se deslizó al suelo como si no supiera cómo reaccionar.—Yo también iba a llamarlo… —murmuró finalmente, su voz apenas audible—. No puedo dejar que cargues conmigo… y ahora m
—Por favor... no me hagas esto...—Me lo agradecerás en el futuro—dijo su padre.—¡No quiero! ¡No debes obligarme! ¡Te lo suplico!El dolor de su hija no importaba, aquello era por un bien mayor, según lo que creía y consideraba Leonardo Valdés.Ariadna seguía luchando con todas sus fuerzas, sus manos agitándose sin descanso mientras las enfermeras y los doctores intentaban sujetarla. Sus muñecas ardían bajo la presión de los dedos que las aprisionaban, pero ella no se rendía. Gritaba con cada movimiento, con cada intento desesperado de liberarse. Los ojos llenos de terror y furia se clavaban en el doctor que se acercaba con una jeringa en mano.—¡No! ¡No me toquen! —gritaba, su voz desgarrándose con cada palabra.Su cuerpo se sacudía como si fuera un animal acorralado, alimentado por el instinto de proteger lo que llevaba dentro. Una pierna logró zafarse de las manos que la sujetaban y, sin pensarlo dos veces, lanzó una patada con todas sus fuerzas. El doctor tropezó hacia atrás, solt
Maximiliano se quedó inmóvil, con el teléfono aún en la mano y la llamada terminada. Sus pensamientos se agolpaban de forma caótica.¿Leonardo Valdés, el padre de Ariadna, lo había llamado a él? ¿Y por qué demonios lo estaba citando en un hospital con una supuesta "emergencia"? La palabra resonaba en su cabeza, llena de implicaciones.Amelie, sentada frente a él, frunció el ceño al notar el cambio en su expresión.—¿Estás bien? —preguntó, dejando su tenedor a un lado. Su tono tenía un tinte de preocupación, aunque también estaba impregnado de curiosidad.Maximiliano levantó la mirada hacia ella, todavía procesando lo que acababa de suceder.—¿Recuerdas a… Ariadna Valdés? —preguntó finalmente, sin rodeos.Amelie hizo una pausa antes de responder, sus ojos oscureciéndose.—¿Cómo olvidarla? —respondió, su voz cargada de desdén mientras rodaba los ojos—. Esa niña problemática que te acusó de algo tan grave… Claro que la recuerdo.Maximiliano suspiró, sintiéndose incómodo bajo la mirada in
Maximiliano tragó con fuerza, sus manos apretadas en puños a los costados mientras él observaba a Leonardo, quien lo miraba con una calma peligrosa.Las palabras del hombre fueron directas, perforando en su mente con su significado, cargadas de una amenaza que no dejaba lugar a dudas. Aquel hombre estaba dispuesto a todo con tal de que Maximiliano se encargara de su hija y la criatura que supuestamente estaba en su vientre.¿Fue ese el plan inicial de aquella joven? Seguía sin entender la magnitud de las manipulaciones de Ariadna Valdés o qué pretendía con todo eso, pero lo iba a averiguar.No se dejaría manipular de ese hombre ni de las palabras de su hija, porque lo que pasó esa noche entre los dos fue cosa de ambos, pero en ese momento él no estaba seguro de si usó o no protección, de todos modos, no veía que aquello fuese razón justificable para amenazarlo y hacerle casar con Ariadna Valdés.—Quiero hablar con Ariadna. A solas —pidió con voz titubeante Maximiliano, su voz tensa,