Maximiliano tragó con fuerza, sus manos apretadas en puños a los costados mientras él observaba a Leonardo, quien lo miraba con una calma peligrosa.Las palabras del hombre fueron directas, perforando en su mente con su significado, cargadas de una amenaza que no dejaba lugar a dudas. Aquel hombre estaba dispuesto a todo con tal de que Maximiliano se encargara de su hija y la criatura que supuestamente estaba en su vientre.¿Fue ese el plan inicial de aquella joven? Seguía sin entender la magnitud de las manipulaciones de Ariadna Valdés o qué pretendía con todo eso, pero lo iba a averiguar.No se dejaría manipular de ese hombre ni de las palabras de su hija, porque lo que pasó esa noche entre los dos fue cosa de ambos, pero en ese momento él no estaba seguro de si usó o no protección, de todos modos, no veía que aquello fuese razón justificable para amenazarlo y hacerle casar con Ariadna Valdés.—Quiero hablar con Ariadna. A solas —pidió con voz titubeante Maximiliano, su voz tensa,
Amelie observó desde un rincón, sus ojos fijos en Maximiliano mientras hablaba con Leonardo Valdés. Su mandíbula se apretó al verlo completamente inmerso en una conversación que ella sabía podía cambiarlo todo. Quería intervenir, detenerlo, hacerle entender que lo mejor era dejar todo eso atrás y no involucrarse más en los problemas de esa familia, pero él la había ignorado por completo. Su frustración hervía en su pecho, mezclada con una sensación incómoda que no lograba explicar.Su mirada se desvió hacia la puerta donde sabía que estaba Ariadna. Algo en su interior la impulsó a acercarse, aunque cada paso se sintió como una batalla interna. Cuando estuvo frente a la puerta, extendió la mano hacia el pomo, titubeando. ¿Qué estaba haciendo? No tenía por qué hablar con esa joven. No tenía nada que decirle, y mucho menos que escucharle. Pero, a pesar de su resistencia, giró el pomo y abrió la puerta.No puedo evitarlo.La imagen que encontró dentro la dejó momentáneamente sin palabras.
Leonardo y Maximiliano permanecían uno frente al otro en el pasillo, apartados de la puerta donde Amelie aguardaba, aparentemente tensa y ajena a la gravedad de la conversación que estaba por desatarse. La tensión entre ellos era palpable, como si cada palabra que intercambiaban llevara el peso de una bomba a punto de estallar. Leonardo rompió el silencio con un tono sereno, pero cargado de una autoridad que no necesitaba alzar la voz para imponerse. —Señor Valenti, seamos claros desde el inicio. No he venido aquí a negociar con usted. Mi hija está embarazada, y lo único que espero de usted es responsabilidad. Maximiliano cruzó los brazos y sostuvo la mirada de Leonardo, su rostro mostrando un control que apenas disimulaba el enojo que le hervía bajo la piel. —No voy a ceder a amenazas —respondió con frialdad—. No soy el tipo de hombre que se casa solo porque alguien lo obliga, señor Valdés. Así que, si esta es su estrategia, no le va a funcionar mucho. Leonardo sonrió leveme
Maximiliano salió de la sala con pasos largos y tensos, tratando de asimilar lo que acababa de pasar. Apenas puso un pie fuera, Amelie estaba allí, esperándolo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero también de furia. Antes de que pudiera decir algo, ella levantó la mano y lo abofeteó con toda la fuerza de su frustración.El golpe seco resonando mientras impactaba contra su cara.—¡¿Qué demonios significa eso, Maximiliano?! —gritó, su voz repicando en el pasillo con todo el enojo que cargaba, sin contenerse nada.Maximiliano tocó su mejilla con sorpresa, pero no perdió la compostura a pesar del dolor que dejó su mano en su cara. En lugar de responder de inmediato, tomó su mano con delicadeza y la llevó aparte, alejándola de los demás para evitar un espectáculo, tampoco necesitaba que el señor Valdés o Ariadna escucharan aquella charla.Se detuvieron en un rincón más apartado, donde ella intentó liberarse de su agarre, pero él la sujetó con firmeza. Entonces, antes de hablar, la abr
Maximiliano se quedó de pie, con las manos en los bolsillos, mirando la puerta cerrada mientras Leonardo hablaba con su hija en privado. No era la primera vez que lidiaba con una situación complicada, pero esto era completamente diferente. Jamás había imaginado encontrarse atrapado entre amenazas, un posible hijo, y la presencia constante de Amelie, quien claramente estaba al borde del colapso emocional.Dentro de la habitación, Leonardo caminó hacia Ariadna con una calma inquietante. Su mirada era seria, pero al mismo tiempo había un toque de calculada amabilidad en su tono.—Maximiliano te llevará de regreso con tu madre —comenzó, colocándose justo frente a su hija—. Cuando sea el momento adecuado, él se encargará de los exámenes que determinarán si ese bebé es suyo o no. Y, una vez que tengamos los resultados, haremos planes para la boda.Ariadna tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Sus manos temblaban ligeramente, y apenas logró reunir la valentía para hacer
Maximiliano subió las escaleras con pasos firmes, pero en su interior estaba más agotado que nunca. El día había sido una sucesión de tensiones, enfrentamientos y decisiones apresuradas. Demasiado apresuradas.Pero en sus labios aún tenía el sabor de su bese. De ese beso.Él la besó, quizás como un posible cierre o como algo que él necesitaba. Pero esa necesidad desaparecía de inmediato, desde que pensaba en Amelie.Cuando llegó a su habitación y abrió la puerta, la encontró allí, como temía y esperaba al mismo tiempo: Amelie estaba sentada en la cama, con las rodillas recogidas contra el pecho y las lágrimas rodando por sus mejillas. Su expresión era una mezcla de tristeza y rabia contenida. La misma que había tenido todo el tiempo en el que estuvieron en aquel hospital, para luego marcharse sin él, se negaba a compartir el mismo espacio con esa otra mujer.—Amelie… —dijo Maximiliano al acercarse, dejando caer su chaqueta en el respaldo de una silla. Se sentó junto a ella en la cama
Lo estaba logrando.Ariadna sostenía el billete entre sus dedos temblorosos mientras buscaba un asiento en el tren.Su respiración era acelerada, y un sudor frío recorría su nuca. Había elegido el destino al azar: Sorena, una ciudad vecina donde esperaba encontrar un lugar para esconderse y comenzar de nuevo temporalmente hasta tener un plan más sólido.Con el dinero que Maximiliano le había dado, estaba decidida a escapar de su padre y evitar que su bebé quedara atrapado en el juego de poder de Leonardo Valdés.El tren estaba casi lleno, pero logró encontrar un asiento junto a la ventana. Miró por el cristal, viendo cómo la estación comenzaba a llenarse de movimiento y ruido. Se abrazó a sí misma, buscando algo de consuelo. Apenas podía creer lo que estaba haciendo. Sabía que su padre no se rendiría fácilmente, pero no había imaginado que sus intentos de escapar la harían sentir tan vulnerable. Pensaba en Camila, en Ricardo, en la pequeña casa que acababa de dejar atrás. Su corazón e
Amelie bajó las escaleras como una tormenta, con pasos apresurados y respiración agitada, ya no solo por la intensa discusión que hace nada había tenido con Maximiliano, la presencia de aquellos intrusos no hacía más que complicar todo.¿No se suponía que las cosas ya estaban resueltas y que Ariadna Valdés había desaparecido de la vida de Maximiliano? Al parecer no era así. Sus tacones resonaban con fuerza en el mármol mientras su mirada se fijaba en los recién llegados como si fueran enemigos jurados. Leonardo y Ariadna, aún de pie en la sala, se giraron hacia ella. Ariadna, encogida, intentó evitar el contacto visual, mientras Leonardo alzaba una ceja, divertido por la entrada teatral de la mujer.—¡Fuera de esta casa! —gritó Amelie, apuntándolos con un dedo tembloroso—. ¡Los dos! ¡No tienen nada que hacer aquí!Leonardo esbozó una sonrisa socarrona, cruzando los brazos con calma, mientras Ariadna retrocedía un paso, como si quisiera desaparecer en el suelo. Desearía haber evitado t